15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Sí -dije yo-. Otros le llaman amor a la Naturaleza. Este puente, el atardecer. Mira qué árboles, mira el trabajo que se toma aquel pajarito para controlar su territorio. Ya corrió a tres. Oí el escándalo que arma ese camión. Sin contar la tormenta que se viene. Uno podría ahorcarse de la alegría. –Bueno, basta de recuerdos -dijo Billyboy asintiendo. No era tan gordo como antes-. Losmálchicos perversos que manejan lasbritbas filosas… bueno, hay que tenerlos a raya. -Y los dos me sujetaron muy fuerte y casi me sacaron en andas de labiblio. Afuera esperaba un auto de losmilitsos, y elveco que llamaban Rex era el conductor. Metolchocaron al meterme en el asiento de atrás, y no pude dejar de pensar que en realidad todo parecía una broma, y que en cualquier momento el Lerdo se quitaría elschlemo de lagolová y largaría el jajajaja. Pero no lo hizo. Dije, tratando de dominar elstraco dentro de mí: –¿Que nombreglupo? Sentado como estaba, la voz lo tomó por sorpresa. La voz irónica y susurrante de Bastían, junto a su nuca. En un mundo algo remoto, la señorita Etelvina tenía los ojos cerrados y se tapaba los oídos con las manitos. Bastían apoyó los brazos sobre el respaldo del sillón. Este tipo, pensó Espósito, tiene la virtud de hacerme sentir un disminuido mental. Parece un cuento de Poe. William Wilson. Pensar esto le solucionó en parte la dificultad de haberse quedado mudo. Podríamos decir, para simplificar las cosas, que bajo un solo nombre Medellín son dos ciudades: la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola. Es el abrazo de Judas. Esas barriadas circundantes levantadas sobre las laderas de las montañas son las comunas, la chispa y leña que mantienen encendido el fogón del matadero. La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar. Quiero decir, bajan los que quedan vivos, porque a la mayoría allá arriba, allá mismo, tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en su propio matadero los matan. Cuánto hace que se murieron los viejos, que se mataron de jóvenes, unos con otros a machete, sin alcanzarle a ver tampoco la cara cuartiada a la vejez. A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo dizque de "la violencia" y fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De "la violencia"… ¡Mentira! La violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con los machetes. De lo que venían huyendo era de sí mismos. Porque a ver, dígame usted que es sabio, ¿para qué quiere uno un machete en la ciudad si no es para cortar cabezas? Ahí estabas. Sentada frente a mí como si nunca te hubieras movido de la mesa. Pintada como Nefertiti. Una tensión súbita le salta a la cara. Como se ha echado el pelo hacia atrás, podes ver que las sienes le laten. Has calculado bien el efecto de la palabra pólvora, su insinuación erótica. Esta es, por fin, la encrucijada. –No hay Dios, Enzo. Eso es lo malo. No hay ningún Dios. No, nadie. De acuerdo. Pero a qué grado de desinterés debí llegar con los años para no vivir aplastado o idiotizado por respuestas como ésa. No, nadie. Qué significa responder no cuando uno ha preguntado quién. Qué significa esa incoherencia en boca de una mujer; qué es, en realidad, lo que está contestando; qué está negando. ¿Y por qué? Dejo el interrogante abierto a todos los adolescentes tardíos, cornudos y almas poéticas que repoblarán el florido y buen planeta viejo de Santiago; yo cultivo mi viña y crío mis abejas. Hace rato resolví estas cuestiones. ¿Nadie? Como en una placa fotográfica me quedó grabada para siempre aquella cara. Mariano. Un adolescente delgado, alto, de ojos oscuros y grandes. Pelo muy corto, como de conscripto. Esta conjetura, la de que pudiera tener veintiún años, en vez de tranquilizarme me causó un malestar parecido al miedo. Vos también eras muy joven. Y quizá menor que ese chico. La misteriosa antigüedad que yo atribuía a tu risa, la sabiduría lenta de tu paso, tu voz un poco ronca, la gota de Eleusis o de Babilonia a través de la que yo te veía, eran al fin y al cabo mi contribución mitopéyica a la realidad. Una forma de locura como cualquier otra, que me permitía escribir novelas sin necesidad de papel ni lápiz más o menos desde los cinco años. Que la gente fuera como le gustara, yo la vestía o la emplumaba, la recortaba contra un fondo de violines, le ponía un halo sobre la cabeza, la rescataba de los caníbales, la sacaba en brazosde casas incendiadas y me iba a dormir la siesta con mi perro. El problema es cuando se nos muere el perro. Y ese adolescente y vos tenían cara de tener perro. Se movían por la ciudad en el mismo espacio. La distancia, el perro muerto, estaba en mí. Yo había llegado casi a las puertas de mi inminente treintena, y en cuanto me descuidara:In mezzo del cammin di nostra vita.Ya me faltaban tres muelas. Pero no se trataba de eso (o sí, sobre todo se trata de muelas y pelos perdidos, de perros fantasmas, de baldíos en los que hubo una casa, de vías muertas donde se herrumbran trenes, pero no todavía, no entonces), sino de aquella sensación múltiple y contradictoria que recupero intacta y en la que confusamente se mezclaban no sé qué premonición de cosa maligna, cuyo símbolo era aquel saludo, y de pronto el disparate de una asociación de ideas que, debo confesarlo, todavía hoy me divierte bastante. Ese chico se parecía a Snoopy. Ignoro de qué perverso mecanismo se vale la mente -la mía, al menos- para defenderse de ciertas ideas peligrosas, para conjurar un dolor cualquiera o para racionalizar impulsos, tan poco naturales, como la irritación o el temor que me produjo esa cara. Ignoro el mecanismo, pero sé que existe. Es el mismo que nos obliga a hacer una broma en un cementerio, a contar una anécdota blasfema en un lugar santo. En fin, algo así como una manifestación de salud. Y aquel adolescente se parecía a Snoopy. Quiero ser ecuánime. No era en absoluto un rostro desagradable, al contrario, es verosímil suponer que resultara interesante. Conmovedor. Eso fue lo que pensé conmovedor. Nada del otro mundo, es cierto, pero tampoco se le podía exigir a Dios Todopoderoso que distribuyera cabezas como, en su caso, lo hubiese hecho Donatello. Sólo que esto lo pensé después; antes sentí simplemente que mi sombrío malestar daba paso a otro sentimiento, casi angelical, tan cómico quepor un momento me sentí feliz. Todo lo que se quiera, pero este muchacho se parecía a Snoopy. De cualquier modo, atención. Hay algo más, reflexioné de inmediato; por alguna causa, algo me irritaba en aquel simpático conglomerado facial. Cierto ligero matiz de desamparo. Muy poético, en efecto, pero yo no me irrito sin razones. Esa cara ocultaba algo: nunca me engaño en estos casos. Vamos a ver, pensé, admitido lo de Snoopy no hay tanto que temer. Sólo que no tanto es algo más que nada. Para empezar, vos habías tardado un segundo en responder; y para empezar del todo, ustedes dos se conocían en un grado tal como para que al verte conmigo él se sorprendiera (su sorpresa no alcancé a comprobarla, la deduje), ¿pero cómo puede ser que alguien se sorprenda viendo a un conocido? Dos comechingones que se cruzan casualmente por la calle en Bielorrusia pueden quizá sorprenderse,pero no se miran con misterio. Arman sencillamente un escándalo y corren a festejar el notable acontecimiento, así se hubieran odiado antes toda la vida. No hacía falta ser un genio, le dije más tarde a Santiago, para darse cuenta de que ésa no era la situación y Santiago, chupando pensativamente la bombilla del mate, decía que sí con la cabeza. Lo único sorprendente de la situación,¿quéera? Vos, dijo Santiago, te juro que loúnico sorprendente eras vos. Yo, muy bien. Por lo tanto a ese chico lo molesté yo, se sintió herido y, viéndonos juntos por la calle, sonrió de un modo equívoco y anormal. Ese mediodía, cuando volvíamos del Calicanto, pensé: Qué me hubiera llevado a mí, a los veinte años, a dar lástimaa una mujer de una manera tan impúdica y ostensible. Respuesta: Querer dar lástima. Conclusión: Snoopy te amaba. Se sentía lastimado, celoso, herido hasta la muerte por vos, y ocultando su candor bajo sombrías pestañas de muchacho, te lo demostraba al pasar. –Esas cosas se comentan, señor -dije-. A veces hablan dos guardias, y uno no puede dejar de oír lo que dicen. O uno recoge un pedazo de diario en los talleres, y hay un artículo que lo explica todo. ¿Qué le parece si me propone para ese asunto, señor, si me permite la audacia de insinuárselo? –Reina -dijo Camargo. –Eso es lo que quiero saber. ¿Quéesesto?¿Qué quieren aquí? Salgan antes que los eche. –Oh -repliqué, mientras masticaba-, son trabajos casuales, dar una mano aquí y allá, lo que sea. -Le lancé unglaso maligno y sin vueltas, como diciéndole que se ocupara de sus asuntos, que yo me ocuparía de los míos.- Nunca pido dinero, ¿verdad? ¿Ni para ropas ni para diversiones? Entonces, ¿por qué preguntar?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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