15 de enero de 2025
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SEGUNDA PARTE. SANTIAGO O LAS MÁQUINAS QUE CANTAN Nota final –Germán. Pensé que lo sabías. ¿No dijiste que sabés todo? –Uno se siente realmentedobo -dijo Pete. Sevideaba que el pobre y viejo Lerdo noponimaba un cuerno de lo que pasaba, pero no hablaba por miedo de que lo llamaranglupo y cabeza de melón. Bueno, doblamos la esquina para ir a la avenida Attlee, y encontramos abierto el negocio de golosinas ycancrillos . Hacía casi tres meses que no andábamos por ahí, y en general todo el barrio había estado muy tranquilo, y por eso losmilitsos armados o las patrullas demilitsos no rondaban demasiado, y más bien se los veía al norte del río. Nos pusimos las máscaras: unas cosas nuevas, realmentejoroschós , lo que se dice bien hechas. Eran caras de personajes históricos (te decían el nombre cuando las comprabas); la mía era Disraeli, la de Pete representaba a Elvis Presley, Georgie tenía a Enrique VIII, y el pobre y viejo Lerdo andaba con unveco poeta llamado Pebe Shelley; eran disfraces auténticos, con pelo y todo, fabricados con unavesche plástica muy especial, que cuando uno se la quitaba se la podía enrollar y meter en la bota. Entramos tres, y Pete quedó dechaso afuera, aunque en realidad no había por qué preocuparse. En cuanto nos metimos en la tienda nos acercamos a Slouse el encargado, unveco como un montón de jalea de oporto quevideó en seguida la que se le venía encima y enfiló derecho para la trastienda, donde estaba el teléfono y quizá lapuschca bien aceitada, con las seis mierdosas balas. El Lerdo dio la vuelta al mostrador,scorro como un pájaro, haciendo volar paquetes decancrillos y aplastando un gran letrero de propaganda en que unafilosa les mostraba a los clientes unossubos relampagueantes, y bamboleaba losgrudos anunciando una nueva marca decancrillo. Lo que se videó entonces fue una especie de pelota grande que rodaba por el interior de la tienda, detrás de la cortina, y que era el viejo Lerdo y Slouse trenzados en algo así como una lucha a muerte. Seslusaban jadeos, ronquidos y golpes detrás de la cortina, yvesches que caían, y palabrotas y el vidrio que saltaba en mil pedazos. La vieja Slouse, la mujer, estaba como petrificada detrás del mostrador. Calculamos que se pondría acrichar asesinos si le dábamos tiempo, así que pegué la vuelta al mostrador muyscorro y la sujeté, y vaya paquetejoroschó que era, todanuqueando a perfume y con losgrudos flojos que se bamboleaban como flanes. Le apliqué laruca sobre larota para que dejase de aullar muerte y destrucción a los cuatro vientos celestiales, pero la muy perra me dio un mordisco grande y perverso y yo fui el quecrichó , y ella abrió la bocaza chillando para atraer a losmilitsos. Bueno, hubo quetolchocarla como Dios manda con una de las pesas de la balanza, y después darle un buen golpe con una barra de abrir cajones, y ahí le salió la colorada como una vieja amiga. La tiramos al suelo y le arrancamos losplatis para divertirnos un poco, y le dimos una patadita suave para que dejara de quejarse. Y al verla ahí tendida, con losgrudos al aire, me pregunté si lo haría o no, pero decidí que eso era para después. De modo que limpiamos la caja, y las ganancias de la noche fueronjoroschó , y después de servirnos algunos paquetes de los mejorescancrillos, hermanos míos, nos largamos a la calle. Y tras de mala santa. Que si fuera a calificar su actuación en esta vida, sobre un máximo de cinco, que es lo que se usa en Colombia, ella se pondría un cinco admirado. ¡El calificador calificándose, el juez juzgándose! ¿Habráse visto mayor impudicia? Menos cinco bajo cero le pondría yo para que se le congelara el culo. A Camargo le extrañó que ella no estuviera en la cama cuando despertó. Por la sucia luz de invierno que entraba por la ventana dedujo que serian más de las siete. El horizonte era una raya gris y el calor seguía allí, contrariando las estaciones. No estaban las ropas de Reina ni su bolso de viaje ni la computadora portátil en la que había escrito el artículo sobre la herejía. Incrédulo, empezó a vestirse. No le incomodaba tanto que se hubiera marchado sin dejar siquiera una nota sino que lo hubiera espiado, tal vez, mientras dormía. Debía ser propio de las mujeres como ella: espiarlo, tener todo bajo control. Lo habría visto con la boca desencajada, las piernas desnudas y varicosas, el abdomen blando y desvalido. Lo habría sorprendido en estado de indefensión y se habría llevado esa imagen consigo, sin darle tiempo a él para corregirla. Salió a la galería en busca de la casera y la encontró cubierta por tules de mosquitero, cargando un cuenco lleno de miel. La mujer se quitó los tules en señal de respeto. Tenía los cachetes arrebatados, partidos por la sequedad. –No se metía con nadie -dijo mi pe-, y la policía le dijo que no se quedara allí. Estaba en una esquina, hijo, esperando a una chica. Y le dijeron que se moviera, y él dijo que tenía derecho a estar allí, y entonces se le fueron encima y lo golpearon mucho. Puro cuento. A mí la ciencia me importa un comino. Si con ciencia o sin ciencia nos vamos a morir… Qué más dan dos o tres años de más… En la esquina de La Perla del Once aún quedaban ejemplares de El Diario. En la primera página estaba el artículo sobre el oficio de Vísperas dominando las columnas superiores, a la derecha. El editor nocturno había subrayado su firma, Reina Remis, ilustrándola con una foro en la que se veía más joven, casi adolescente, resignada a una sonrisa que delataba sus encías. Sólo Camargo, llamando por el celular desde la Azotea de Carranza, podía haber dado la orden de que destacaran su nombre y la convirtieran, por ese simple pase de magia, en la periodista del momento. Sin embargo, esta inesperada fama no se debe a lo que ha sucedido entre los dos, se dijo Reina. Me la debo a mí, a la destreza con que deshice la farsa del presidente penitente. No estaba arrepentida de la intimidad con Camargo, para nada. Ella también había descubierto placeres de los que no se creía capaz, pero ahora pensaba que esos sentimientossiempre se apagan la misma noche en que se encienden y que lo mejor sería tratar al director de El Diario como si lo estuviera viendo por primera vez. Jamás pedirla nada, no quería nada. A la gloria fugaz del primer artículo seguirían otras, estaba segura, porque su ambición la llevaría ahora a cualquier parte, ella misma era un viento que subiría a cualquier cielo, pero no de la mano de Camargo sino arrastrada por los ángeles de su propia inteligencia, como en el sueño de Jacob. –Perdónenme -dijo Santiago-, pero todo eso de la violación, el suicidio, la historia, ¿incluye a los jujeños? A Camargo le asombró el cúmulo de horas que podía estar inmóvil ante el telescopio sin sentir el paso del tiempo. A veces se le acalambraban las piernas y le hormigueaban los dedos. Cambiaba de posición, sin apartar los ojos del lente, y persistía. Pensaba que, apenas descuidara la vigilancia de la mujer, ella dejaría de respirar. Más de una vez le había sucedido que, al poner su atención en una perro, en la calle o en el teatro, sentía que esa persona dependía de su mirada. Si por casualidad se distraía, a la persona le pasaba siempre algún desastre: se golpeaba la cabeza contra el marco de una puerta, o tropezaba y se caía, o era atropellada por un auto. Sentí una inmensa compasión por ella, por sus niños, por los perros abandonados, por mí, por cuantos seguimos capotiando los atropellos de esta vida. Le di algo de dinero, me despedí y salí. A Mercedes Casanovas, Y ella, Reina,¿llevaría también un vestido de novia que la soledad iría deshaciendo? Al menos, seguía con la misma pollera negra y la blusa de volados del oficio de Vísperas. Dios, y esa cara de muerta. Durán debía haber pensado que estaba haciéndole un favor al proponerle «otras cositas». Tenía que correr a cambiarse de ropa. ¿Dónde habría un espejo en esa casa? ves. Camargo apartó esos cálculos de su mente porque él estaba fuera de toda sospecha. Había visto varias veces una película de Elio Petri que se llamaba de manera parecida, Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, en la que un policía fascista asesinaba a su amante y confundía a sus colegas conpistas falsas: una de esas obras maestras de la inteligencia criminal en la que los hechos se acomodan, casi por sí mismos, de un modo que permite imaginar a la víctima coma la única culpable. Pero el personaje, que en la película estaba encarnado por Gian Maria Volonté, carecía del refinamiento intelectual de Camargo y cometía errores fatales de arrogancia, tal vez porque representaba a un régimen autoritario y confiaba en su protección. Camargo, en cambio, se bastaba a sí mismo: estaba por encima de toda sospecha y también por encima de toda autoridad. –A la puta -dice el padre Cherubini-. Te volviste poeta, Urbanito. Ma si sabes de qué fablo pa qué te me pones en Unzuberechnendes. Emplié bien? Mesmamente en esa pintada descrizione anida, como corazón de pajardito, el latido del tempo. Hay una aetas de oro a la que otros maulas llaman el tempo escuro, que es la que Vico nominó il tempo de los dioses, que tamién corrisponde a las espigas y al sembrau, viene en seguida el tempo heroico o de los herues, et finalmente il tempo del povero homnecito umano. Acá epifana, como tú fenómeno dijistes, el Sol que calienta, la sigilosa árnica Luna que rige la menstruazione i los almacigos et rige il ponto mesmo en toda su procelosa gigantud. Aparece la Historia, si te gusta. Et vos decís que se puso obsoleto. O dijiste absoluto? –¿Valenti, dijo? ¿Cómo ha pasado eso?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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