15 de enero de 2025
Comentario destacado
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De acuerdo con sus cálculos, para infundir un sueño profundo, de anestesia -como ha dicho el médico-, debe disolver seiscientos miligramos de la droga por cada vaso. Aunque ella beba sólo un sorbo, la dosis no debe bajar de seiscientos miligramos. Ya sabe cuál va a ser el líquido: el jugo de naranja que toma antes de acostarse. Ha estudiado con esmero esa rutina. La mujer tiene un cartón de jugo de tres cuartos y lo agita varias veces antes de servirse. Por lo que puede estimar, en el cartón queda ahora menos de un vaso. Le parece improbable que la mujer abra un cartón nuevo. En el cuarto que alquila enfrente ha probado varias veces, con un polvo inocuo, la consistencia y el sabor que tendrá el jugo cuando le abada el medicamento. No se advierte la diferencia. A veces quedan restos del polvo en el fondo pero, aunque ella viera el residuo, jamás pensaría que se trata de una droga. Víctor pasó a la sala y se sentó en un sillón. Entonces vi a la Muerte mirándonos. Ahí estaba, la solapada, con sus mil ojos burlones de omnipresencia rabiosa que todo lo ven, envuelta en unos velos sucios, desgarrados, su manto de ceniza. Cuando me dirigí a la cocina a prepararle a Víctor un café, los velos a mi paso se esfumaron: la Muerte se hizo a un lado y se deshizo. Un enviado de los guerrilleros estaba esperándolos en el bar del hotel. Les explicó que Tirofijo o el Mono Jojoy o ambos no iban a llegar a tiempo al campamento y que sería mejor emprender el viaje durante el día en vez de arriesgarse a las emboscadas de las noches. Los trasladarían con los ojos vendados, pero podrían quitarse las vendas al cabo de una hora, cuando ya no tuvieran modo de orientarse en el laberinto de la selva. No podrían llevar cámaras fotográficas ni teléfonos celulares ni, por supuesto, nada que se pareciera a un arma. Reina había viajado con la consigna de llamar a Camargo dos veces al día. Habló con él por última vez para avisarle que su aparato iba a estar apagado y no sabía por cuánto tiempo. –Treinta. Sé más de lo que usted cree. En la esquina de La Perla del Once aún quedaban ejemplares de El Diario. En la primera página estaba el artículo sobre el oficio de Vísperas dominando las columnas superiores, a la derecha. El editor nocturno había subrayado su firma, Reina Remis, ilustrándola con una foro en la que se veía más joven, casi adolescente, resignada a una sonrisa que delataba sus encías. Sólo Camargo, llamando por el celular desde la Azotea de Carranza, podía haber dado la orden de que destacaran su nombre y la convirtieran, por ese simple pase de magia, en la periodista del momento. Sin embargo, esta inesperada fama no se debe a lo que ha sucedido entre los dos, se dijo Reina. Me la debo a mí, a la destreza con que deshice la farsa del presidente penitente. No estaba arrepentida de la intimidad con Camargo, para nada. Ella también había descubierto placeres de los que no se creía capaz, pero ahora pensaba que esos sentimientossiempre se apagan la misma noche en que se encienden y que lo mejor sería tratar al director de El Diario como si lo estuviera viendo por primera vez. Jamás pedirla nada, no quería nada. A la gloria fugaz del primer artículo seguirían otras, estaba segura, porque su ambición la llevaría ahora a cualquier parte, ella misma era un viento que subiría a cualquier cielo, pero no de la mano de Camargo sino arrastrada por los ángeles de su propia inteligencia, como en el sueño de Jacob. –A que no saben qué se ponía a hacer la abuela cuando temblaba -dije por decir para que no volviera el silencio. –No sé cómo calificar esto -dijo el tío Patricio. Entonces intervino Verónica. Se le acercó, lo tomó familiarmente del brazo y se rio: –No, nadie -dijiste-. Mariano. Un sorbito y eso era todo, que no quería más, que le sabía raro, que todo le olía a vaca, que tal vez por el remedio que le estaba dando. Y se va. –Debo interpretar que soy ligeramente horrible -dije. –Vos sos muy bueno, Esteban. –Nada -informa Sicardi-. Ayer llamamos por teléfono a su casa cinco o seis veces, y en cada ocasión dejamos mensajes. El médico también fue, pero nadie contestaba. Ya es la tercera falta sin aviso que le hemos registrado. De los dos partidos que dividieron a Colombia en azul y rojo con un tajo de machete no quedan si no los muertos, algunos sin cabeza y otros sin contar. Cadáveres decapitados de conservadores y liberales bajaban por los ríos de la patria tripulados por gallinazos que en su viaje de bajada a los infiernos, de ociosos, por matar el tiempo a falta de alguien más, sin distingos doctrinarios, de partido, les iban sacando a azules y a rojos a picotazos las tripas. Y no había vivo que se les midiera a esos ríos, capaz de meterse en ellos a sacar a los muertos. Ésos de mi niñez si que eran ríos. ¡Qué Cauca! ¡Qué Magdalena! Ríos de furia, torrentosos, que tenían el alma limpia y se hacían respetar. No como estos arroyitos mariconcitos de hoy día con alma de alcantarilla. ¡Cuánto hace que el Cauca y el Magdalena se secaron, se murieron, los mataron con la tala de árboles y los borraron del mapa, como piensan que me van a borrar a mí pero se equivocan, porque si los ríos pasan la palabra queda! –Y yo qué dije. -Me afirmé bien afirmado contra el espaldar de la cama. La puntada, yéndose de un momento a otro, iba a resultar como un mazazo. Fue unmazazo,pero al revés. Un golpe de bienestar tan súbito que casi me desmayo. Un segundo es mucho tiempo: no debo olvidarme de esto. -Estoy pensando macanas -le digo-. ¿Qué miras? Balzac lloraba cuando se le moría un personaje, a mí me pasa lo mismo. Es una cuestión de genio, en Jujuy no entienden de eso. -Y lacompuerta acabó de caer pesadamente, plof, sin dejar una grieta. ¿Y para qué trajo entonces semejante chorro de hijos a este mundo sacándolos de la paz del otro, de la imperturbabilidad del notiempo, también llamado eternidad? ¿Para que giraran con el planeta estúpido trescientos sesenta y cinco días al año durante años y años hasta que, gastada a másno poder la máquina, cansada, harta, volvieran humildemente al punto de partida, comidos por los gusanos o las llamas? Los hubiera dejado donde estaban. Lo que sobra sobra. A ver, a ver, a ver,¿qué es lo que vemos? Estragos y mas estragos y entre los estragos las cabras, la monstruoteca que se apoderó de mi ciudad. Nada dejaron, todo lo tumbaron, las calles, las plazas, las casas y en su lugar construyeron un Metro, un tren elevado que iba y venía de un extremo al otro del valle, en un ir y venir tan vacío, tan sin objeto, como el destino de los que lo hicieron. ¡Colombian people, I love you! Si no os reprodujerais como animales, oh pueblo, viviríais todos en el centro. ¡Raza tarada que tienes alma de periferia! –No sé -dice Verónica-. Estará en el hotel. ¿Por?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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