15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Ay -dice Lalo. Así pensando, con lagolová gacha y lasrucas en loscarmanos del pantalón, recorrí la ciudad, hermanos, y al fin empecé a sentirme muy cansado y necesitado de unabolchechascha dechai con leche. Pensando en elchai tuve una súbita visión, como una fotografía de mí mismo sentado en un sillón ante unbolche fuegopiteandochai, y lo más divertido y a la vez extraño era que yo parecía haberme convertido en unstarriocheloveco, de unos setenta años de edad, porquevideé mi propioboloso , muy gris, y además llevaba patillas, que también eran muy grises. Pudevidearme como un anciano sentado junto al fuego y entonces la imagen se desvaneció. Pero fue una experiencia como extraña. ¡Hermanitos! Unas piltrafas de viejos querrás decir, bestia. Y miré hacía arriba, hacía la planta alta donde estaba la bestia. Asomada estaba a la ventana de la biblioteca que daba al jardín, atalayando al mundo: desde hacía quince o veinte años no bajaba la escalera para no tener que volverla a subir. Unos meses atrás, desde su elevado puesto de observación, vio cómo se llevaban los sepultureros el cadáver de su marido, su sirvienta, que se le iba a contar el polvo del infinito. Cuánto, todavía, le quedará de vida, calculé, y aparté de ella mi mirada. Pero mi Señora Muerte no estaba arriba. Estaba abajo, junto a la hamaca de mi hermano. –Pero, ¿que te pasa? Fue entonces cuando la Loca comentó desde el segundo piso, desde su ventana: –Sí te gusta. -Pero de pronto, cambiando de opinión, me miraste a la cara con asombro. -No sé si te gusta. –¿Si te acordás, Darío? –También yo estoy cansada de viajar. Se le acallaron sus reparos al mendigo con unos pesos. Y en el Panteón Civil de Dolores, sito en la segunda sección del Bosque de Chapultepec de esta inefable Ciudad de los Palacios, bajo un cielo de smog me cremaron. Entré al horno desnudo, avanzando sobre una banda mecánica. Y no bien transpuse la boca ardiente del monstruo, umbral de la eternidad, estallé en fuegos de artificio. En la más espléndida explosión de chispas verdes, rojas, violáceas, amarillas. ¡Tas, tas, tas, viva la fiesta, qué hijueputa! Me sentí una pila de Bengala de esas que quemábamos en navidad en Antioquia. –No hablamos. Me atendió Santiago. Cuando dijo "hola", te vi. Todo estaba oscuro, y por aquí y por allá camas y armarios, ybolches y pesadas banquetas y pilas de cajas y libros. Pero yo caminé virilmente hacia la puerta del cuarto, porque de allí venía un rayo de luz. La puerta hizo escuiiiiiiic, y me encontré en un corredor polvoriento, con otras puertas. Qué despilfarro, hermanos, me refiero a tantos cuartos y una solafilosastarria y sus regalones, pero tal vez loscotos y lascotas tenían dormitorios separados, y vivían tomando crema y comiendo cabezas de pescado como reinas y príncipes reales. Desde abajo venía lagolosa apagada de la viejaptitsa que decía: -Sí, sí, sí, eso es-, pero seguramentegoboraba a las bestias maullantes y meneantes que hacían miaaaaaa pidiendo másmoloco. Entonces vi la escalera que bajaba al vestíbulo y pensé que les mostraría a mis inútiles y veleidososdrugos que yo valía tanto como los tres y más. Lo haría todoodinoco . Si era necesario aplicaría la ultraviolencia a laptitsastarria y a sus regalones, luego tomaríarucadas de lo que me pareciera realmentepolesño , e iría bailando hasta la puerta de calle y abriría para mostrar el oro y la plata a misdrugos, que esperaban afuera. Así aprenderían quién era el jefe. A todo se le llegaba pues su día, su muerte. Los engranajes del destino girando inexorables me habían traído, con el engaño de la lluvia, a la iglesia de San Antonio de Padua, la de los locos. Y no lo digo por mí que sé dónde estoy parado, lo digo por ellos, sus dueños, los mendigos locos que duermen afuera bajo ese puente cercano que es un cruce de vías elevadas y que vienen al amanecer, cuando arrecia el frío, a la primera misa y a pedirle a Dios, por el amor que le tenga a San Antonio, un poquito de calor, de compasión, de basuco. Iban a cruzar la calle y abrazó a Reina por la cintura. La sintió estremecerse primero y tensarse luego. Era un cuerpo difícil, con mareas que se iban antes de llegar. –De cualquier modo es un buen tipo -murmuró el jujeño cuando llegamos a la mesa-. Es como es. Plop, plop. Una qué. IX –Diecisiete. No, claro que no. Me sentí humillada por lo que había pasado en el colegio. Decidí que iba a volver algún día a esa clase de religión para echarle en cara a la hermana superiora toda su ignorancia. Me dediqué a leer como una poseída. Descubrí los evangelios apócrifos en una edición española publicada en el peor momento del régimen de Franco, con todos los imprimatur y nihil obstat que usted se puede imaginar. Allí fui a dar con las Narraciones sobre la infancia del Señor escritas por Tomás Israelita en el siglo. Leí ese libro con curiosidad, porque los evangelios canónicos omiten todo lo que pasa entre el nacimiento y los doce años de Jesús. El niño que se describe ahí es iracundo y vengativo. Cierta vez, cuando atravesaba un pueblo, alguien pasó corriendo y lo empujó desde atrás, sin querer. Jesús se enfureció y le dijo: «Ahora vas a quedarte duro para siempre». Y así fue. Le hizo lo mismo al hijito de un escriba que le rompió una cesta de mimbre. La situación se volvió tan grave que san José, en el capítulo 14 de esas Narraciones, tiene que pedirle a Maria que no deje salir a Jesús de la casa, porque todos los que se enojan con él mueren al instante. Leí muchas historias como ésas, escritas por hombres piadosos a los que se acusaba de herejes. Aprendí que en tiempos de Jesús hubo otros magos y profetas como él, que se alzaron contra el poder de Roma y contra la hipocresía de los sacerdotes judíos. No lo quiero abrumar, doctor Camargo. Fíjese qué hora es. Usted termine su té. Yo me voy a dormir. Luego se iba a la iglesia a comulgar. Pero como vivía tan ocupada manteniendo en orden su casa y educando a tantos hijos, quería comulgar de primera (sin confesarse por supuesto, porque ¿de qué?), y así se lo exigía al cura en el introito o comienzo de la misa, y faltando cuando menos medía hora para la comunión: que le dieran de comulgar rápido que ella no tenía tiempo que perder en liturgias. Y como los curas, claro, se negaban, la olvidadiza les gritaba desde el atrio yéndose: «¡Curas maricas!». El señor Ripul pensó..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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