15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–A callar, súbditos de la Muerte, que acabáis de entrar en su oscuro reino. En el cuarto de Darío había una cama, un closet y un escritorio: el closet lleno de la ropa de Carlos, el quinto hijo, mi cuarto hermano, que vivía perdido en las montañas con un amor del sexo fuerte; y el escritorio atestado de remedios, los costosos remedios para el sida que si sirven, pero para salvar del hambre a los sidólogos. Y en el cuarto mío una cama escueta y basta, eso era todo. De la biblioteca traje el sillón de la abuela (el sillón donde se sentó la abuela en sus últimos años a morir) y una silla para poner mi ropa. En cuanto al estudio de en medio, nada, vacío como mi alma. –Si yo fuera su amigo, le aconsejaría que no lo haga. –No tomes esas porquerías -habías dicho. –Por no acordarse, y salvo lo de las chauchas, se acuerda bastante bien -dijo la chica. –Sí -dice Verónica. –Dame los pantalones. El delirio alcohólico debe ser algo así. O hasta un poco mejor. –Es un miguelete del Ilustrísimo Cabildo. Y, en efecto, lo hizo mi marido. Acá tenés otro. -Lo tomó de la repisa y ahora lo tenía sobre la palma de su mano. Uniforme de campaña azul y blanco y un gorro frigio punzó. -Un dragón -dijo Verónica-. Un dragón del Regimiento de Dragones de la Patria, con todos sus detalles, sus altas botas negras por encima de las rodillas, sus charreteras de oro y sus bigotes de corsario. Sostiene con el puñito derecho el caño de un fusil no mucho más grueso que una aguja. Un fusil a chispa, de cerrojo dorado. Ves, la culata del fusil se apoya sobre el empeine de la bota. -Verónica volvió a dejar el soldadito sobre la repisa. Y cuando uno subía con el juguito: lteando por la calle como sin rumbo fijo, hermanos, en esosplatis nocturnos que llamaban la atención de losliudos cuando me cruzaba con ellos, sintiendo mucho frío también, pues era un día de invierno bastardo, lo único que yo deseaba era alejarme de todo y no tener que pensar más en ningunavesche. Así que tomé el ómnibus al centro, y luego volví caminando hacia la plaza Taylor, y allí estaba la disquería MELODÍA a la que yo solía favorecer con mis inestimables compras, oh hermanos míos, y parecía más o menos el mismo tipo demesto, y al entrar esperévidear allí al viejo Andy, elveco calvo y muy delgado, siempre servicial, a quien yo habíacuperado discos en otrasépocas. Pero Andy no estaba ahora, hermanos, y sólo se oían los gritos y lascrichadas de losmálchicos y lasptitsasnadsats -adolescentes- queslusaban una nueva y horrible canción pop y también la bailaban, y elveco que estaba detrás del mostrador no era mucho más que unnadsat también él, y hacía sonar los huesos de laruca ysmecaba comobesuño. Así que me acerqué y esperé hasta que se dignó verme, y ahí le dije: Cuando eructé erc erc un par de veces para aliviar mi pobre e inocente estómago, me puse a elegir losplatis del día en el guardarropa, al mismo tiempo que encendía la radio. Había música, un hermoso ymalenco cuarteto de cuerdas, hermanos míos, por Claudius Birdman, una pieza que yo conocía muy bien. Pero no pude menos quesmecar, recordando lo que habíavideado cierta vez en uno de esos artículos sobre la Juventud Moderna, sobre cómo ella estaría mucho mejor si pudiese fomentarse Una Viva Apreciación de las Artes. Se decía que la Gran Música y la Gran Poesía tranquilizarían a la Juventud Moderna y conseguirían Civilizarla. Civilización de misyarboclos sifilíticos. La música siempre me excitaba, oh hermanos míos, haciéndome sentir como si fuera el propio y viejoBogo en persona, listo para descargar rayos y centellas y tener a losvecos y lasptitsascrichando en mi ja ja ja poder. Y una vez que mechisté un poco ellitso y lasrucas y terminé de vestirme (misplatis de día se parecían al traje estudiantil: los viejos pantalones azules con suéter con la A de Alex) me pareció que tenía tiempo al menos deitear a la disquería (y tambiéndengo , pues me abultaba en los bolsillos) y ver si había llegado la obra pedida y prometida hacía mucho tiempo, la Número Nueve de Beethoven (es decir, laCoral) en estéreo, registro Masterstroke por la Sinfónica Esh Sham conducida por L. Muhaiwir. Y para allí marché, hermanos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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