15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–¡Eh! ¿Y por qué me tienen que llevar la cuenta? ¿Es que ustedes pagan la luz? Por pobreza de presupuesto, por mezquindad de país, por indigencia mental, las telenovelas colombianas en cambio pasaban todas en un cuarto y sus actores eran tan feos, tan feos, tan sosos, tan desangelados que haga de cuenta usted gentecita corriente de la vida, de la que uno ve día a día por montones en la calle, orinando contra un poste o caminando en sus dos patas. ¡Qué aparatico imbécil el televisor! Maravilloso el radio y sus radionovelas en que la señora podía, si quería, imaginarse que andaba en lecho de rosas tomando champaña con el Príncipe Azul. Aunque pensándolo mejor, ¿para qué iba a querer mi abuela tomar champaña habiendo chocolate? ¿Y para qué un Príncipe Azul si tenía a su lado y para siempre a mi abuelo? –Bueno bueno bueno -dijo-. Y nosotros sin enterarnos. Has dejado que pase una semana para que ella relaje sus costumbres. Sabés que, en ese lapso, ha llamado dos veces al editor colombiano desde el teléfono de su oficina, gastando dinero ajeno en su amorfo. Presenta el viaje a Río de Janeiro como un trabajo de investigación urgente, para que la empresa a la que sirve le pague los gastos. Además de puta es ladrona. No merece la menor piedad. –Hay lectores para todo, Remis. Ni te imaginás la cantidad de gente que compra el diario sólo por los avisos fúnebres. Y dije bien. El matrimonio entre mi padre y la Loca era un infierno, aunque disfrazado de cielo. Y aquí digo y sostengo y repito lo que siempre he dicho y sostenido y repetido, que el peor infierno es el que uno no logra detectar porque tiene vendados como bestia de carga los ojos. Papi tenía sobre los ojos un tapaojos grueso, negro, denso, que nunca le pude quitar. –Un momento: no cortés. Podríamos volver a empezar, como si nada hubiera pasado. Allá en Manrique tuvo mi abuelo una casa que yo conocí, pero de la que no recuerdo nada. O sí, una sola cosa que se me había borrado de la memoria: su piso de baldosas rojas por las que me ponían a caminar derecho, derechito, siguiendo la línea, la raya que separaba dos hileras de ellas para quedespués cuando creciera, continuara igual por el resto de mi vida, recto, derecho, siempre derecho como un hombre de bien y que nunca se torciera mi camino. ¡Ay abuelo, abuela!… Fernando Vallejo –A que no saben qué se ponía a hacer la abuela cuando temblaba -dije por decir para que no volviera el silencio. –Voilá, mesdames, caballeros y ambidextros, lúcidos intelectuales aborígenes… ¡Llegaron las empanadas! Se ríe con desenvoltura. El doctor Cantilo es sorprendente. Ese hombre hace pis con bastante más naturalidad que yo, piensa Espósito. Será porque es su árbol. –No sé ni me importa, Esteban. Necesito que te quedes. Y de pronto vos y yo estamos solos en esa calle y vos estás diciendo que hay algo en él, en Santiago, algo que aparece a ráfagas y como a su pesar. Los dos muchachos han desaparecido. Oigo la voz del profesor Urba que habla del trazado original de Córdoba, del plano imposible de setenta manzanas dibujado por Suárez de Figueroa en 1577 Pongan atención, dice, mirándome de reojo. Casi todas las manzanas de ese dibujo están parceladas. Sólo once no han sido divididas en absoluto: la de la Plaza Mayor, que representa el Sol, y otras diez, diseminadas en distintos lugares del plano de manera que forman, alrededor de la plaza, una elipse donde cada manzana completa corresponde a un orbe del sistema solar de tal modo que la Tierra con su luna, Marte, Venus y el resto de los planetas ocupan el exacto lugar que les corresponde en el cielo.Verbi gratia,Mercurio viene a caer en actual manzana del Convento de la Compañía, y Plutón, el último, en la última manzana del oeste, sobre la calle Juijuí. Lalo nos hace señas con la mano desde su auto. El astrólogo agrega que, sin embargo, ese damero misterioso no sólo habla del espacio celeste, sino también, y quizá sobre todo, del tiempo. No se me distraigan. Casi todas las manzanas de la ciudad original están parceladas en cuatro partes. Sólo tres lotes fueron divididos en tres parcelas; están dibujados en lo alto del plano y parecen rotar al borde de un cuadrilátero de doce manzanas de perímetro que simboliza los doce meses del año. El primer mes, enero, es naturalmente la Plaza Mayor y, contando en el sentido de las agujas del reloj -alegóricamente, en el sentido del tiempo- marzo, agosto y diciembre coinciden justamente con esas tres manzanas. Marzo, agosto, diciembre: el Tiempo Absoluto de los antiguos. Por no abundar, el total de parcelas de la ciudad suma doscientos veinte.¿Osea? El número de millones de años que tarda el Sol en girar alrededor de la galaxia, dice suspirando el profesor Urba, lo que no sería nada si el mapita, además, no estuviera misteriosamente orientado al revés, con el norte hacia abajo y con el imperioso dibujo de un monolito como una flecha que en laPlaza Mayor, apuntando a lo alto, señala el sur. Orientación rara en un mapa, pero mucho más rara e inquietante en el plano de una ciudad que trazó un europeo, por más vasco que fuera, junto al astrólogo caminan Verónica y la señorita Cavarozzi. Santiago, solo, va un poco más adelante. ¡El sur!, repite el doctor Urba, el exacto lugar del cielo donde a medianoche, en tiempos de la fundación, debió estar la constelación del Can Mayor, el símbolo más estremecedor de toda la antigüedad porque allí reina la más brillante estrella de la esfera celeste, Sirio, el punto cardinal de la ruta de iniciación que cruzaba Europa, puerto místico de los peregrinos de Compostela, en fin, la dirección secreta de la ciudad secreta que soñaron el enamorado Jerónimo y su arquitecto vasco. El astrólogo deja de hablar. Lalo sigue haciéndonos señas con la mano. Veo la cúpula del Observatorio y un laberinto de calles que suben y que bajan. Como si la tarde hubiera pegado una vuelta sobre sí misma y algo estuviese por ocurrir de otra manera. Corto una hojita de un cantero y la dejo caer. Santiago, más adelante, está mirando una ramita dorada y, después de titubear un segundo, se acerca a Verónica y se la da. Ella lo mira fijamente. Bastián se agacha a recoger algo, un trébol, tal vez. Hasta la gente como Bastián hace estas cosas… –Nunca se sale de esa historia, o si se sale es peor. Las mujeres ni lo sospechan, porque en rigor no tienen recuerdos. Pensa en Verónica. A lo sumo tienen memoria y gracias. -Hablaba con vos y eso significaba algo; su tono risueño y distante o el hecho de que hablara conmigo como a través de un puente, porque vos no parecías escucharlo y estabas como detenida en otro lugar de las palabras. Lo comprendo, joven, no crea que no lo comprendo, había dicho la noche anterior el doctor Cantilo, llamado Roque, odontólogo y catedrático de la especialidad pasturas intensivas en la universidad experimental de Ascochinga, interesante distancia, no la que mediaba entre estas dos disciplinas sino la que había hasta aquella localidad, suponiendo que fuera Ascochinga y no Fraile Muerto o Laboulaye, distancia en kilómetros que por alguna razón o, para decirlo mejor, por si acaso, fiché mentalmente mientras miraba a su mujer, Verónica, quien, en el otro extremo de la mesa, hablaba con vos de alguna cosa que era como una telaraña que avanzaba amenazadoramente sobre nosotros. Sobre Santiago y yo. Entonces supe qué era lo que me había molestado al llegar a la mesa, porque Santiago, aquella primera noche, no era todavía Santiago sino apenas el poeta jujeño. Sonó un timbrazo, comenzaron a bajar las luces y debí postergar mi conferencia destinada al doctor Cantilo, sobre la cuestión del peronismo. Cuestión en la que nunca había pensado hasta ese momento de mi vida, pero que aquella noche, aclarada en mi alma súbitamente y para siempre por algún whisky, dos benzedrinas y el anisete de la señorita Cavarozzi, que me tomé alpasar mientras nos poníamos de pie, sentí que era un deber moral exponer ante Cantilo, Estábamos entrando en la sala del teatrito y yo, ahora, escuchaba a mi lado la voz apagada de Verónica. Tenía, en efecto, la voz apagada, bella y casi grave. Había en ella, no sólo en la voz, en toda la mujer y hasta en sus gestos, algo impúdico pero casual, inquietante, de sereno estilo clásico. Cuando habló de la fiesta, por ejemplo, no habló conmigo: se dirigió a vos. La artesanía era meticulosa y sutilmente provocativa: no me hablaba a mí, hablaba de mí. Como contar un secreto para que sea transmitido en el acto, sólo que aquí se sumaba el refinamiento de que por más que vos no me lo transmitieras yo no podía dejar de escucharlo. Candilejas, spots. Detrás del torreón el mar está agitado: un centinela monta guardia junto a las baterías con su hermoso casco bávaro, y por lo tanto esto es el segundo acto deLa Danza Macabra,de Strindberg, y noPentesileade von Kleist como imaginé o recordé hasta hoy. Mar de tormenta y ruido de olas, sea. Y Verónica. Verónica que en voz muy baja te está diciendo algo de una fiesta en el Cerro de las Rosas. Una fiesta a la que debías invitar al pescadito de color, a mí, la noche siguiente. El Capitán, delirando durante el sueño, pretendía haber resuelto el enigma del Universo; ya amanecido, descubrió la inmortalidad del alma. "Cállate", murmuró el doctor Cantilo a Verónica, suavemente, con el acento en la primera a. –Verónica miró hacia el lugar donde Graciela hablaba con Patricio. -Supongo -agregó. Que si, me decía desfalleciente con la cabeza y yo, sin perder un segundo, bajando a tumbos la escalera corría a prepararle el pescado que le había comprado la víspera y que tenía descongelándose desde por la mañana en el fregadero de la cocina en espera de que quisiera comer: no estaba, desapareció. –Adiós, joven -dijo el arquitecto. Verónica apareció junto a Esteban..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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