15 de enero de 2025
Comentario destacado
Is the death penalty effective argumentative essay
¿Y qué se ganaba José Antonio con ese entrar y salir de muchachos, de criminales, por su casa? ¿Que le robaran? ¿Que lo mataran? ¿O es que acaso era su apartamento un burdel? Dios libre y guarde. José Antonio es el personaje más generoso que he conocido. Y digo personaje y no persona o ser humano porque eso es lo que es, un personaje, como sacado de una novela y no encontrado en la realidad, pues en efecto, ¿a quién sino a él le da por regalar muchachos que es lo más valioso? "Los muchachos no son de nadie -dice él-, son de quien los necesita". Eso, enunciado así, es comunismo; pero como él lo ponía en práctica era obra de misericordia, la decimoquinta que le faltó al catecismo, la más grande, la más noble, más que darle de beber al sediento o ayudarle a bien morir al moribundo. –Lamento el presente, no el pasado. –Ya sé que se queda -dijo Patricio. Tal vez debiste impedir que se publicara esa historia, fingir que no había sucedido. Pero antes de que lo pensaras ya estaba fuera de tus manos. Todos los otros diarios la difundieron con amplitud al día siguiente de los hechos -el tuyo sólo repitió la escueta información de las agencias-, y el lenguaje que emplearon fue tan desconsiderado, tan irrespetuoso con Pimenta, que tuviste la tentación de escribir un suelto para defenderlo. Hasta los hombres más sensatos pueden sucumbir a una ráfaga de locura, pensaste. Un domingo, el 16 de noviembre de 1980, el filósofo francés Louis Althusser estaba dándole un masaje en el cuello a su esposa Hélene, con la que había convivido más de treinta años, cuando advirtió que la cara de la mujer estaba rígida y la punta de la lengua asomaba, apacible, entre los dientes. Sin darse cuenta, la había estrangulado. No lo culparon por eso. Lo declararon irresponsable de sus actos. También Dilermando de Assis fue absuelto por segunda vez cuando hirió de muerte, en 1916, a un hijo de Euclides da Cunha que trataba de vengar la ya olvidada honra de su padre. Las pasiones son siempre insensatas y se apoderan de los seres humanos del mismo modo fatal e inevitable que las enfermedades. No se puede culpar a nadie por eso. Sin embargo, cuando un redactor de O Estado te llamó para preguntar qué pensabas del crimen, el mismo día en que Pimenta admitió que lo había cometido, dijiste: «Hacer justicia con las propias manos es propio sólo de las sociedades primitivas». Cuanto más lo piensas, más te gusta esa reflexión: insinúas que la acción de tu amigo es justa y, a la vez, señalas que su inteligencia había retrocedido en el momento del crimen a un estado casi animal, prehistórico. ¿Por qué castigar a un ser humano que deja de ser él mismo y permite que, durante un relámpago de tiempo,sus instintos tomen el lugar de sus pensamientos? Mientras almorzábamos los dos faquires le pregunté su nombre: ¿Se llamaba Tayson Alexander acaso, para variar? Que no. ¿Y Yeison? Tampoco. ¿Y Wílfer? Tampoco. ¿Y Wílmar? Se río. ¿Que cómo lo había adivinado? Pero no lo había adivinado, simplemente eran los nombres en voga de los que tenían su edad yaún seguían vivos. Le pedí que anotara, en una servilleta de papel, lo que esperaba de esta vida. Con su letra arrevesada y mi bolígrafo escribió: Que quería unos tenis marca Reebock y unos jeans Paco Ravanne. Camisas Ocean Pacific y ropa interior Kelvin Klein. Una moto Honda, un jeep Mazda, un equipo de sonido láser y una nevera para la mamá: uno de esos refrigeradores enormes marca Whirpool que soltaban chorros de cubitos de hielo abriéndoles simplemente una llave… Caritativamente le expliqué que la ropa más le quitaba que le ponía a su belleza. Que la moto le daba status de sicario y el jeep de narcotraficante o mafioso, gentuza inmunda. Y el equipo de sonido ¿para qué? ¡Para qué más ruido afuera con el que llevábamos adentro! ¿Y para qué una nevera si no iban a tener qué meter en ella? ¿Aire? ¿Un cadáver? Que se tomara su sopita y se olvidara de ilusos sueños… Hay en el jardín de mi ex casa una enredadera tupida que cubre dos muros. Cuando regresé a Colombia porque Darío se estaba muriendo le traía de México un remedio, una planta milagrosa proveniente del Brasil que aquí venden, escasísima, carísima, pero que lo cura todo y que se llama «uña de gato». Curael cáncer, el sida, el lupus eritematoso sistémico y la corrupción oficial, que de hecho ya va cediendo. La venden picada y en capsulitas, y es más valiosa, en peso bruto, que la cocaína y el azafrán. Y hablaste un rato en la jerga de los monos. –Era un modo de decir -expliqué-, señor. Años hace que no venía a esta catedral al Oficio de Difuntos, a rezar por Medellín y su muerte, pero ahora Alexis, mi niño, me acompaña. He dejado de ser uno y somos dos: uno solo inseparable en dos personas distintas. Es mi nueva teología de la Dualidad, opuesta a la de la Trinidad: dos personas que son las que se necesitan para el amor; tres ya empieza a ser orgía. Viniendo de la catedral, en el parque de Bolívar donde Junín desemboca a éste, en ese Centro Comercial de ladrillo que construyeron sobre el sitio mismo en que se levantaban, siglos ha, arqueológicamente, las dos cantinas de mi juventud, el Metropol y el Miami, ahí presenciamos la escena: un gamincito sucio y grosero insultaba llorando a un policía: "¡Gonorrea! -le decía-. ¡Por qué me pegaste, gonorrea!" Y tres de los espectadores del corrillo defendiéndolo. Son esos defensores de los "derechos humanos", o sea los de los delincuentes, que aquí surgen por todas partes espontáneamente para sumársele al "defensor del pueblo" que instituyó la nueva Constitución que convocó el bobo marica. Yo no sé por qué le pegaría el policía y si le pegó, pero la palabra en boca de ese niño era la más cargada de rencor y de odio que he oído en mi vida. ¡Y miren que he vivido! "¡Gonorrea!" El infierno entero concentrado en un taco de dinamita. "Si este hijueputica -pensé yo- se comporta así de alzado con la autoridad a los siete años, ¿qué va a ser cuando crezca? Éste es el que me va a matar".Pero no, mi señora Muerte tenía dispuesto para esta criaturita otra cosa esa tarde. El policía, uno de esos jovencitos bachilleres que están reclutando ahora para lanzarlos, sin armas y atados de manos por las alcahueterías de la ley, al foso de los leones, no sabía qué hacer, qué decir. Y los tres defensores enfurecidos, abogando por el minúsculo delincuente y cacariando, amparados desde la valentía cobarde de la turbamulta, que dizque estaban dispuestos que dizque a hacerse matar, que dizque si fuera necesario, del que no tenía armas. Pues se hicieron pero del que sí: sacó el Ángel Exterminador su espada de fuego, su "tote", su "fierro", su juguete, y de un relámpago para cada uno en la frente los fulminó. ¿A los tres? No bobito, a los cuatro. Al gamincito también, claro que sí, por supuesto, no faltaba más hombre. A esta gonorreíta tierna también le puso en el susodicho sitio su cruz de ceniza y lo curó, para siempre, del mal de la existencia que aquí a tantos aqueja. –Se equivoca, señor. Se confunde dijo Reina. –A las diez. Dejales tu teléfono a las secretarias. Ellas después te avisan cuál es el restaurante. –La noche de que te hablo, la noche anterior a la batalla. Vos tenías razón -dijo después, mirando hacia arriba-. Es medio lelo. Tiene que haber algo más en algún lugar del departamento, ahora que lo piensa, porque ella se ha comportado de un modo extraño en los últimos días. Sus gestos ante el espejo han sido más morosos, más insinuantes, y a veces camina de un cuarto a otro distraída, como si se hubiera perdido a s(misma. Si hay algo, tiene que estar en el escritorio: fotos, copias de cartas, recortes de revistas, allí guarda todo lo que podría delatarla. Además, no se le cruza por la cabeza la sospecha de que estén espiándola. Se siente a salvo. Fuera de la empleada de la limpieza, nadie más entra en la casa. La mujer ha preservado ese espacio para ella sola y no recibe visitas. Habría que averiguar si el aislamiento es voluntario, si de veras está contenta así o sólo finge. Sonreías. –Mis propias palabras, doctor. Yo estuve detenido, señor mío. No hablo por resentimiento o frustración. Detenido es poco. Porque mi inerte cerebro no avanzaba para distinguir Perón de peronismo. ¿Le soy franco? En cierto modo estuve detenido hasta hace diez minutos. La conciencia es dialógica. Uno no sabe qué piensa de lo real hasta que salta de lo monológico a lo conversado. ¿Qué me iba a decir? No importa. La cuestión hay que plantearla así, le dije. San Martín, que yo sepa, nunca estuvo mayormente preso. Y no me va a comparar a Perón con animales como Fernando Séptimo. Por eso, doctor, yo opino como usted. Hay que dejarse de payasadas y de creer que porque Perón nos metió presos, San Martín, que andaba suelto; viene a ser una especie de acomodado. Ya lo sé, ya lo sé: "Nos levantábamos avergonzados cada mañana", como me dijo mi profesor de Botánica una tarde, en el jardín des Plantes. Durante doce años, nos levantábamos avergonzados cada mañana. Y creo que no mentía. Yo más bien me levanto tarde, pero sé qué es eso. Sueño cada cosa. No como San Agustín, que nunca se hizo responsable de sus sueños. Así que comprendo la vergüenza de mi viejomaestro, máxime cuando todo lo que sé de las monocotiledóneas lo aprendí de él, por eso no me animé a preguntarle "Qué has hecho de tu vida", como aquellos personajes patéticos y tremebundos de su amigo Roberto. Sí, doctor, no me diga nada. Ya sé que mi hombre estaba chocho e hice bien encallarme, pero lo malo es que en este país todo el mundo chochea. Y esto sí se lo dije, no a mi mentor sino al caballero del coche salón, pedazo de cínico, le dije, no ve que todos ustedes están chochos, los reblandeció equivocarse con el peronismo, creer en la revolución libertadora, votar a Frondizi, no saber qué hacer si Fidel Castro se declara comunista, sin contar que acá, después de los treinta años, se comienza a chochear por método, por miedo a perder el alma o a que nos vengan almorranas si nos asalta una gran pasión o una gran idea. Nada de grandeza. La grandeza no existe o de lo contrario yo soy enano. Y por eso nos levantábamos avergonzados cada mañana. Pero dígame un poco, doctor, le dije, cómo se levantaban antes, ¿felices?, ¿alelados?, ¿entumidos? ¿No sentían un poco de asco, cada mañana? ¿Y cómo se fueron a dormir la noche de Uriburu? ¿Y ahora? Y la semana que viene. Qué vamos a hacer todos, dentro de quince años, por la mañana, cuando nos despierten al compás de la marcha Capibarí y al afeitarnos nos encontremos con eso enjabonado, la jeta, pegada en el espejo, blanca como los sepulcros aquellos de que hablaba mi catecismo. Muy cierto lo que está pensando, doctor, tiene toda la razón del mundo, soy algo joven e inexperto para hablar con serenidad de estas cosas. La tetera mejora con los años, proverbio japonés. Pero quién dijo que en este país hace falta serenidad, y además, ¿yo qué tengo que ver con Perón?, si cuandosubió al poder yo estaba pupilo en un internado salesiano y cuando lo bajaron me encontré arriba de un caballo tirando tiros para cualquier parte y a la única que casi le acierto es a Josefa Bertolotti, hágame el favor, le dije -dije. Después de la conversación con Brenda salís en busca de los sin techo: el tiempo te muerde los talones. Son las diez de la noche y hace ya semanas que las rutinas han cambiado en el departamento de enfrente, quizá porque la mujer está enamorada y prefiere no distraerse de sí misma. Llega temprano de la oficina, rara vez acepta invitaciones a cenar, y desde el alba pasa muchas horas escribiendo. Los domingos, sin embargo, sus hábitos son los de siempre: monta a caballo y regresa cuando oscurece. Oye música, se desnuda ante el espejo. Está más interesada que antes en el cuidado de su cuerpo: la ves estirarse en una barra cuando se levanta, hacer flexiones, untarse cremas en las piernas y en el pecho antes de ir a la cama..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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