15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–¿No nos está saliendo una conversación algo descomunal, considerando la hora? -dijo Santiago. –Qué interesante -dijo Verónica-. Mejor me voy. Hay temas que son demasiado para mí. Reina sabía lo que iba a hacer. Lo había planificado desde mucho antes de hablar con Camargo, pero no quería decírselo. Sabía qué hacer pero no cómo. Identificó al abad, que estaba sentado en el escaño más alto de la fila derecha, apoyando la cabeza en un respaldo alto del que surgía una paloma de madera erizada de rayos. Cuando terminara el Salve Regina, pensaba arrodillarse ante él y besarle las manos. Le entregaría un sobre con una nota. Había prometido no pronunciar una sola palabra, pero si era preciso le diría: «Vengo de parte de la dama protectora». Ninguna falsía. La nota erabreve, elemental. Cada palabra debía mantener en vilo la atención del abad: «El presidente no pudo haber visto a Nuestro Señor Jesucristo. Al recibirlo en esta santa casa, usted se conviene en cómplice de la impostura. Relea la Primera Epístola a los Tesalonicenses, capitulo 4, versículos 1518. Fíjese en el capítulo 24 del Evangelio según san Mateo, repase el Libra de la Revelación. Recuerde que Cristo sólo puede volver a la Tierra cubierto de gloria y anunciado por los arcángeles el Día del Juicio Final. Este no es el Juicio Final. El presidente está abusando de su buena fe y va a dejar en ridículo a la Orden de San Benito». Firmaba: «Reina Remis, enviada de la dama protectora)). HOGAR, decía, y tal vez aquí encontrase unveco que me prestara ayuda. Abrí la puerta del jardín y a los tumbos recorrí el sendero, y parecía que la lluvia se convertía en hielo, y luego llamé a la puerta con un golpe leve y patético. No vino ningúnveco, así que golpeé unmalenco más largo y más fuerte, y entonces oí elchumchum de unasnogas que se acercaban. Fue aquel bodegón el primer sitio que se le vino a la cabeza cuando invitó a comer a Reina Remis para seguir discutiendo la necrología de Robert Mitchum. Era un martes y no habría nadie, pero igual ordenó a las secretarias que le reservaran una mesa debajo de la escalera de caracol que estaba en el centro y dieran la dirección a Remis por teléfono. ¡Y vuelta al beethoveniano redoble de timbales en apoteosis! Le salían en la frente unos tremendos chichones como de marido engañado. Camargo se levantó de la mesa con la taza de té y dio unos pasos hacia la cocina. Luego se volvió, dejó la taza sobre la mesa y puso una mano sobre los hombros de Reina. –Vos dirás, entonces. –Levántate de ahí. Cerró los ojos y repitió los versos en un inglés que parecía dicho por el propio John Milton. El polvo seguía dando vueltas por la llanura y se infiltraba en la casa con tenacidad de perro. No sé si entre aquellas casitas campesinas que quedaban estaba la del pesebre, o sea, quiero decir, la del pesebre más hermoso que hayan hecho los hombres desde que se estableció la costumbre de armar en diciembre nacimientos o belenes para conmemorar la llegada a esta mísera tierra a un establo, auna pesebrera, del Niño Dios. Todas las casitas campesinas de la carretera, desde que salíamos caminando de Santa Anita hacia Sabaneta tenían pesebre, y abrían las ventanas de los cuarticos que daban al corredor delantero para que lo viéramos. Pero ningún pesebre más hermoso que el de la casita que digo yo: ocupaba dos cuartos, el primero y el del fondo, llenos de maravillas: lagos con patos, rebaños, pastores, vaquitas, casitas, carreteritas, un tigre, y arriba de la montaña, en lo más alto, la pesebrera en la que el veinticuatro de diciembre iba a nacer el Niño Dios. Pero estábamos apenas a dieciséis, en que empezaba la novena y en que hacíamos los pesebres, y faltaban exactamente ocho días para el día, la noche, más feliz. Ocho días de una dicha interminable en espera. –Leonel, ¡hace aquí abajo un calorón! Nada quisieras tanto como acabar con Momir, pero aún lo necesitas. Aunque le has explicado hasta el cansancio lo que debe hacer, volvés a repetírselo por señas, mientras desvestís a la mujer y la exponés a su lascivia. –Fue en un informe de Inteligencia del Estado, estoy segura. Me revisaron el departamento de arriba abajo, me robaron papeles, plata en efectivo, calzones. Yo había escrito esa frase. Ahí la leíste, entre mis despojos. Luego se iba a la iglesia a comulgar. Pero como vivía tan ocupada manteniendo en orden su casa y educando a tantos hijos, quería comulgar de primera (sin confesarse por supuesto, porque ¿de qué?), y así se lo exigía al cura en el introito o comienzo de la misa, y faltando cuando menos medía hora para la comunión: que le dieran de comulgar rápido que ella no tenía tiempo que perder en liturgias. Y como los curas, claro, se negaban, la olvidadiza les gritaba desde el atrio yéndose: «¡Curas maricas!». Todo o nada. Como siempre..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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