15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Y hablaste un rato en la jerga de los monos. El egoísmo de esta mujer destornillada que se creía infalible, dueña de la verdad como Papa, se expandía con una insanía tal que mucho cuento era que no estallara y nos volara en una explosión iracunda la casa. La naranja mecánica exprimida de nuevo –Dejen de tratarme como si quisieran aprovecharse de mí y nada más. No soy un idiota ni haré lo que ustedes me manden, estúpidosbrachnos. Losprestúpnicos comunes son estúpidos, pero no soy común ni lerdo de entendederas, ¿meslusan? –No -repliqué-. Sólo se muere una vez, y el Lerdo murió antes de nacer. Esecrobo colorado parará muy pronto. -Porque en realidad no le había cortado los cables principales, y sacando untastuco limpio delcarmano le vendé laruca al pobre, viejo y moribundo Lerdo, que aullaba y gemía, y elcrobo paró como yo había dicho, oh hermanos míos. Así que ahora sabían quién era el amo y líder, o así lo creía yo. –Encantado -dijo Esteban-. Una costumbre muy cordobesa mandar a las jóvenes de excursión al Viejo Mundo, para probar su fe religiosa. Los argelinos de Montmartre. Las ruinas de Pompeya. –Pero soy yo el que decide. Y decido que no voy a ir a Buenos Aires. Si me quieres como has dicho, te espero mañana en Río. Y si no es así, ya nos cruzaremos en otra parte. Tenemos la vida entera por delante. –Quítele ya el sonido, doctor Camargo -dijo Reina-. Revuelve el estómago. ¿Oyó cuando hablaban de chacras feraces? ¿Usted fue allí alguna vez? ¿Vio lo que es eso? Seis leguas cuadradas de tierra arenosa, cortada por pantanos. Casi no hay ganado. A los treinta años, los indios parecen desetenta. –Ay Darío, ya estás como los viejitos, viviendo para recordar. Yo estaba aturdido, oh hermanos míos, y no podíavidear muy claro, pero me parecía que había conocido antes en algúnmesto a estosmilitsos. El que me sostenía, diciendo: -Vamos, vamos, vamos- en la puerta principal de labiblio pública, era unlitso nuevo, aunque parecía muy joven para estar con losmilitsos. Pero los otros dos tenían unas espaldas que yo habíavideado antes, estaba seguro. Repartían golpes a loschelovecosstarrios y lo hacían con mucho placer y alegría, y losmalencos látigos silbaban, y lasgolosascrichaban: -Vamos, muchachos desobedientes. Esto les enseñará a no provocar desórdenes perturbando la paz del Estado, individuos perversos-. Así empujaron de regreso a la sala de lectura a losstarrios vengadores, jadeantes, gimientes y casi moribundos; luego se volvieron,smecando todavía, luego de tanta diversión, y mevidearon. El mayor de los dos exclamó: Sabe que la mujer nunca sale de su trabajo antes de las once y, si vuelve a la casa porque necesita arreglarse para alguna cena, lo hace entre las ocho y las nueve. Va a tener, entonces, tiempo suficiente para entrar en el departamento y preparar la filmación. Una pareja sin techo duerme desde hace meses a la entrada del edificio contiguo al de la mujer, debajo de un balcón curvo, donde funciona una tintorería que cierra temprano. La pareja tiende con canto desparpajo sus cartones y frazadas ruinosas, marca su espacio con un instinto de propiedad tan férreo, que para llegar a la puerta del departamento hay que saltar sobre ellos. Cuando es invierno, pasa un camión municipal y los lleva a los refugios, pero los sin techo siempre regresan. Quizás ese nicho de la ciudad oscuro y sucio donde duermen es el único que les permite ser ellos mismos, sentir que están vivos. Echó la cabeza hacia adelante y le escupió la cara. 7 –Sí, sí, sí, llámelos, protéjame de estos viejos locos. -Observé que elveco empleado no tenía muchas ganas de meterse en ladratsada ni de salvarme de la rabia y la locura de esosvecosstarrios; de modo que enderezó para la oficina, o para el lugar donde estaba el teléfono. Ahora los viejos jadeaban mucho, y me pareció que si les daba un empujón se irían al suelo, pero me dejé sujetar, muy paciente, por todas esasrucasstarrias, cerrando losglasos y sintiendo los débilestolchocos en ellitso, yslusando también las viejasgolosas jadeantes y agitadas quecrichaban: -Puerco joven, asesino, matón, bandido, liquídenlo. -En eso recibí untolchoco realmente doloroso en la nariz, así que me dije al diablo al diablo, abrí losglasos y empecé a pelear para librarme, lo que no fue difícil, hermanos, y me fui corriendo ycrichando a la especie de vestíbulo que estaba fuera de la sala de lectura. Pero losstarrios vengadores vinieron detrás, jadeando como moribundos, alzando las garras animales que trataban de clavarse en Vuestro Amigo y Humilde Narrador. Allí tropecé y caí al suelo, y me patearon otra vez, y entoncesslusé lasgolosas de unosvecos jóvenes quecrichaban: -Está bien, está bien, basta ya -y comprendí que había llegado la policía. –Nada. Te nombro. Así que nos largamos a la gran noche invernal y descendimos por el bulevar Marghanita, y luego doblamos entrando en la avenida Boothby, y allí encontramos justo lo que buscábamos, una bromamalenca para empezar la noche. Era unveco tipo maestro de escuela,starrio y tembleque, con anteojos y larota abierta al frío aire de lanaito . Llevaba unos libros bajo el brazo y un paraguas raído y daba vuelta a la esquina viniendo de labiblio pública, frecuentada por no muchosliudos en esos tiempos. Después del anochecer no se veían demasiados tipos del viejo estilo burgués, por la escasez de policía y por nosotros los magníficos y jóvenesmálchicos que rondábamos, y estecheloveco de tipo profesoral era elúnico que caminaba en toda la calle. Así quegulamos haciaél y le dijimos muy corteses: -Disculpe, hermano. íbamos por la Avenida La Playa entre el gentío -por la calle lateral izquierda para mayor precisión, e izquierda mirando hacia el Pan de Azúcar- cuando de frente, zumbando, atronadora, se vino sobre nosotros la moto: pasó rozándonos. "¡Cuidado! ¡Fernando!" alcanzó a gritarme Alexis en el momento en que los de la moto disparaban. Fue lo último que dijo, mi nombre, que nunca antes había pronunciado. Después se desbarrancó por el derrumbadero eterno, sin fondo. Jirones de frases y colores siguieron, rasgados, barridos en el instante fugitivo. Alcancé a ver al muchacho de atrás de la moto, el "parrillero", cuando disparó: le vi los ojos fulgurantes, y colgando sobre el pecho, por la camisa entreabierta, el escapulario carmelita. Y nada más. La moto, culebriando, se perdió entre el gentío y mi niño se desplomó: dejó el horror de la vida para entrar en el horror de la muerte. Fue un solo tiro certero, en el corazón. Creemos que existimos pero no, somos un espejismo de la nada, un sueño de basuco. –¿Escribiendo otro libro, señor? -pregunté..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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