15 de enero de 2025
Comentario destacado
Illustration dissertation
Alcancé a agregar dos o tres proverbios y oí por fin el timbre de llamada para la última parte deLa Danza Macabra,de Strindberg. Ignoro qué ocurrió con exactitud mientras hablaba o cuál era la expresión del doctor Roque Cantilo. Y en cuanto a esto, mejor que lo ignore. Tampoco sé qué hizo Santiago ni por qué vos tardaste tanto en hablar por teléfono. Me acuerdo mejor de tus ojos, afantasmándose entre el humo, y de cómo, más tarde, Verónica no apartó su brazo cuando, en un movimiento casual, su brazo quedó junto al mío en la oscuridad. Verónica, que ahora, con los codos apoyados sobre la mesa y el rostro entre las palmas de las manos, como dentro de un tulipán abierto en dos, y mirándome desde un fiordo noruego, está preguntando de qué conversábamos, con tanta animación. –No. Seguí hablando. Ignorando su primer apellido (y el tercero y el cuarto y el quinto y el sexto y el enésimo y Último) el Gran Güevón era Rendón Rendón Rendón Rendón. Todos los genes responsables de la imbecilidad rabiosa se habían dado en él sin atenuantes, sin que un solo alelo no Rendón enfrente contrarrestara al menos uno de ellos. No. Los alelos no Rendones estaban en él silenciados. El Gran Güevón era una piedra roma, un Rendón puro, un verdadero fenómeno de la genética. Y ahora, sin respetar que Darío y yo nos estábamos muriendo, prendía el loro infecto y lo ponía a tocar sambas. De lo primero que se apoderó fue de la sala, donde estaba el piano, y del estudio del órgano, que daba al jardín. Cuando papi se murió se siguió con la casa. En el estudio instaló el loro y una cosa que llaman «Internet». –Tal vez, pero ya estoy acá. Ella vaciló, como si no entendiera las sutiles insinuaciones del menú, y al final dijo: -Lo mismo. Quiero lo mismo. Nadie hubiera dicho que al viejo le quedaban fuerzas, pero en aquel momento parecía dispuesto a levantarse y a noquear a un peso pesado en el ring. Un viento impetuoso y ciego soplaba dentro de él: un viento que arrastraba los silencios, las desesperaciones, el desamor de todos los años que había perdido. Ya no le prestaba atención a Camargo. Todo el ser que le quedaba se había concentrado en Reina. Me agregué dos años, fue todo lo que pude hacer. –Ya me lo dijiste -dijo. –Qué quiere decir "acá o en París qué cambia". Lo miraste. –Pero no te pongás triste, hermano, que hoy amaneció muy bonito, brillando el sol y cantando un pájaro. El pájaro Gruac. ¿Si lo oís en esa rama? Colombia por lo menos poco más jodía con los trámites de los entierros. En eso la Ley allá era bastante comprensiva, humana. Si no dejaba vivir, al menos dejaba morir. Por lo demás, donde a las ratas del Congreso colombiano les diera por regular también los entierros, ésta es la hora en que no tendríamos menos de cinco millones de cadáveres insepultos, apilándose en diferentes grados de descomposición en las casas: unos más podridos que otros. ¡Qué tentación para los gallinazos! ¡Pobres! Como si a mí me pusieran un colegio de muchachitos en pelota enfrente y no los pudiera ni tocar. –Bien -dijo este Rubinstein-. Vístete y salgamos. -Lerdo lerdo lerdo -murmuraba F. Alexander-. –Se trata de películas especiales -explicó este doctor Branom-. Películas muy especiales. La primera sesión será esta tarde. Sí -dijo, enderezándose, porque estaba inclinado sobre mí-, parece que estás en muy buenas condiciones. Quizás un poco subalimentado. Culpa de la comida de la prisión. Ponte otra vez la chaqueta del piyama. Después de cada comida -dijo, sentándose al borde de la cama- te daremos una inyección en el brazo. Facilitará las cosas. -Me sentía realmente agradecido a este doctor Branom tan amable, y le dije: Quince días llevaba con el televisor prendido mientras papi se moría, y yo viéndola, negándome a creer. –Estás enfermo. Estás loco. Soy un ser humano,?podés entender eso? Tengo sentimientos, razón. No soy tu objeto. –Remis. Qué haces acá. Llegás tarde. Ya ha pasado todo lo que tenía que pasar. –Caramba, las dos y media. No voy a poder mostrarle el planetario. Bueno, puede verlo por sí mismo, si quiere. ¿Qué le contesté? Que tenía razón. Yo me daba cuenta perfectamente de lo que él sentía. ¿Y sabe lo que me dijo? Me dijo: Lo raro de esto, Cantilito, es que vos, con esa cara, me entiendas a mí, pero yo no pueda entenderte a vos. Vi de tan cerca tus grandes ojos pardos que casi pude contemplar la trama del iris, su tejido traslúcido, los diminutos pigmentos que se constelaban alrededor de la pupila, dilatada hasta causar vértigo, como una luna negra o como un espejo circular en el que, de pronto, vi mi propia cara. Otra víctima de los tiempos modernos. Te traeré un poco de whisky, y después trataremos de limpiarte las heridas. -Eché una ojeada a la habitaciónmalenca y cómoda. Ahora estaba casi totalmente llena de libros, y había una chimenea y un par de sillas, y no se sabía por qué, pero unovideaba que allí no vivía una mujer. Sobre la mesa había una máquina de escribir y un montón de papeles, y recordé que esteveco era unveco escritor.La naranja mecánica,sí, así se llamaba. Extraño que me hubiese quedado en la memoria. Pero yo no debía abrir larota, pues ahora necesitaba ayuda y bondad. Los horribles ygrasñosbrachnos de aquel terriblemesto blanco me habían hecho así, obligándome a necesitar bondad y ayuda, e imponiéndome el deseo de dar yo mismo bondad y ayuda, si alguien quería recibirlas..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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