15 de enero de 2025
Comentario destacado
Hummingbird movie review
Has dejado que pase una semana para que ella relaje sus costumbres. Sabés que, en ese lapso, ha llamado dos veces al editor colombiano desde el teléfono de su oficina, gastando dinero ajeno en su amorfo. Presenta el viaje a Río de Janeiro como un trabajo de investigación urgente, para que la empresa a la que sirve le pague los gastos. Además de puta es ladrona. No merece la menor piedad. –Vos dirás, entonces. –Como cuáles. Laureano no la miró. Habló con mucha lentitud. –Si, doctor, mas no bendita. La de las pilas de las iglesias, con todo y lo bendita, bulle de todos los gérmenes habidos y por haber. Dios nos libre y guarde de ella. No hay bendición de obispo que mate a un microbio. Hermanos, dormí toda la noche realmentejoroschó, sin ninguna clase de sueños, y la mañana amaneció clara y fría, y sentí el agradablevono del desayuno que estaba friéndose allá abajo. Me llevó cierto tiempo saber dónde estaba, como ocurre siempre, pero pronto recordé, y entonces me sentí caliente y protegido. Pero mientras estaba tendido en la cama, esperando que me llamaran a desayunar, pensé que tenía que conocer el nombre de esteveco bondadoso, protector y casi maternal, así que caminé por el cuarto con lasnogas desnudas buscandoLa naranja mecánica,que seguramente tenía escrito elimya delveco, ya queél era el autor. En mi dormitorio no había más que una cama, una silla y una lámpara, de modo que caminé hasta una puerta que daba al dormitorio delveco, y allí vi a la mujer en la pared, unabolche foto ampliada, de modo que me sentí unmalenco enfermo recordando. Pero también había dos o tres estantes de libros, y tal como lo había pensado, encontré un ejemplar deLa naranja mecánica,y en el lomo del libro, como en la columna vertebral, estaba elimya del autor: F. Alexander. GranBogo, pensé, es otro Alex. Recorrí las hojas del libro, de pie, en piyama y con lasnogas desnudas, pero no sentía nada de frío pues la casita estaba tibia. Yo no podía entender de qué trataba el libro. Parecía escrito en un estilo muybesuño, de Ah Ah y Oh Oh y toda esacala, pero lo que se sacaba en limpio era que ahora estaban convirtiendo en máquinas a todos losliudos, y que en realidad todos -usted y yo yél y bésame losscharros- tenían que ir creciendo de manera natural, como una fruta. Según parece, F. Alexander pensaba que todos crecemos en lo que él llamaba el árbol del mundo y el jardín del mundo, que el mismoBogo o Dios había plantado, y así estábamos allí, porqueBogo o Dios nos necesitaba para satisfacer el amor ardiente que tenía por nosotros, o algunacala por el estilo. No me gustó elchumchum de todo eso, oh hermanos míos, y me pregunté hasta qué punto estaríabesuño este F. Alexander, quizá porque la mujer habíasnufado. Pero en eso me llamó desde abajo con unagolosa de tipo en sus cabales, con mucha alegría y amor y toda esacala, y abajo fue Vuestro Humilde Narrador. Ni médicos ni curas soporto yo. Ni politicos ni burócratas ni policías, etcétera, etcétera. Parada frente a La Perla del Once, sintió que la gente clavaba la mirada en ella y la reconocía por la foto publicada en la tapa de El Diario. Tuvo ganas de releer su crónica del monasterio bebiendo un capuchino en una de las ilustres mesas de La Perla, donde ochenta años atrás Borges había aprendido las lecciones de idealismo de Macedonio Fernández, para quien no había materia duradera detrás de las apariencias del mundo ni un yo que percibiera las apariencias. Allí mismo solían citarse los Montoneros a comienzos de los años setenta, desafiando a los escuadrones de la muerte, para escribir sus gacetillas de prensa clandestina, y algunos músicos de rock habían imaginado junto a la ventana las primeras letras de escarnio contra la dictadura. Nada de todo eso queda en pie, se dijo Reina al descubrir una mesa de formica libre pero aún sucia de medialunas y diarios cortados en tiritas. Los que gastaban la mañana eran desocupados ojerosos, que volvían de formar filas inútiles antes del amanecer en las escasas oficinas con vacantes, o padres de familia en busca de alguien que les ofreciera una changa para pagar el almuerzo, cualquier cosa, desde gestiones en la aduana a buscar botones raros en las mercedas. Lo que más abundaba, sin embargo, eran los mendigos. Se colaban bajo las sillas como los gatos, a la caza de algún mendrugo suelto, esquivando la cólera de los mozos. También aquella Perla del Once se había convertido en la capital de la desdicha -capitale de la douleur, diría Paul Eluard-, enun país que se cata a pedazos. Las mesas en las que Xul Solar había inventado un castellano práctico, pero impronunciable e ilegible, sólo registraban ahora historias de menesterosos. Ni siquiera eran las mismas mesas: la noble madera había sido reemplazada por viles caballetes de plástico y aluminio, que se ladeaban fatalmente por más soportes que se pusieran bajo las patas. El capuchino que le llevaron a Reina estaba frío y las moscas se posaban sobre las páginas del diario con terquedad de lectoras. Prefirió marcharse cuando iba por el tercer párrafo de su articulo y había echado apenas una ojeada a los balbuceos de Insiarte, relegados a la página siete. Y que te vaya bien, que te pise un carro o que te estripe un tren. Esa noche, Brenda se ha esmerado en la elección de los platos. Uno de los invitados es Enzo Maestro, que siempre la trató con delicadeza, sobre todo en vísperas del juicio por homicidio, cuando Camargo se negaba a recibirla. Ella le ha devuelto la cortesía convenciendo al marido que ceda la dirección de El Diario a su amigo leal. La decisión no podría haber sido más acertada: cuando se le dala gana, Camargo llama por teléfono y da órdenes sobre algún título de tapa, pero no quiere que lo consulten ni aun cuando las noticias son graves. Prefiere mantenerse a distancia del ajetreo cotidiano. Poco después del crimen, llamó a Maestro desde el hospital donde lo habían internado para protestar porque El Heraldo estaba informando sobre el caso con más rigor y más detalles que El Diario. «¿Tengo que estar yo ahí para que sepan lo que deben hacer?», le dijo. «¿Ya no tenés a nadie que cuente bien una historia de amory de traición?» El incidente parece inverosímil, pero cualquiera que consulte los semanarios de aquella época verificará que es cierto. Tras de cinco hijos varones seguidos, se le metió en el testaferro a la Loca que iba a ajustar los doce apóstoles. De sexto le nació una niña, Glorita, cortándole el chorro que prometía hacer de papi lo que en la vieja España llamaban un «hidalgo de bragueta». Si en vez de cinco hijos varones hubiera tenido cinco niñas, ¡se habría puesto a ajustar las once mil vírgenes! Que tenga cuantos hijos quiera, decía yo, el primogénito, pero eso si, mientras la turba desbocada me obedezca a mí. –Sí -dije yo-. Imágenes que siempre vuelven. Vuelven o uno vuelve a ellas, como si se cayera en un pozo. Y es raro. Al fin de cuentas ni siquiera nací en ese pueblo y me fui a los dieciocho años. PRIMERA PARTE –¡Qué pasó, niño! ¿Por qué no me avisaste que estabas tan mal? Yo llamándote día tras día a Bogotá desde México y nadie me contestaba. Pensé que se te había vuelto a descomponer el teléfono. Supongamos por lo tanto que dentro de este (poréste) vehículo voy a perderme y a perderte, Graciela Oribe alta lunar enemiga de la serpiente, supongamos, teniendo en cuenta mis tres últimas noches sin dormir, el efecto paradojal de la Benzedrina y mi natural propensión a la fiebre por aquello de las meninges, supongamos que en este ómnibusestá ocurriendo lo que al parecer ocurre. Qué es, veamos, lo que ocurre..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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