15 de enero de 2025
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Bajamos en el centro y caminando lentamente volvimos al bar lácteoKorova,aullandomalenco y jugando a la luz de la luna, las estrellas y las lámparas, porque al día siguiente teníamos que ir a la escuela; y cuando entramos en elKorovalo encontramos más lleno que antes. Pero elcheloveco que había estadochumlando en su propio paraíso, con blanco osynthemesco o lo que fuera, seguía en el mismo asunto: «Pilletes descastados bajando a la nada en un tiempo platónico climatérico». Era probable que estuviese en la tercera o cuarta dosis de la noche, pues tenía ese aire pálido e inhumano, como si se hubiera convertido en unacosa;la cara delveco parecía de veras un pedazo de tiza tallada. En realidad, si quería pasarse tanto tiempo en el paraíso, debía haber ido a uno de los cubículos privados de la trastienda, en lugar de quedarse en elmesto grande, pues aquí algunos de losmálchicos querrían jugar un poco con él, aunque no mucho ya que en el viejoKorovahabía poderosos matones capaces de impedir cualquier desorden. De todos modos, el Lerdo se animó alveco, y mirándolo con una cara de payaso, mostrando la lengua, clavó elsabogo grande en el pie delveco. Pero elveco, hermanos míos, ni se enteró, pues andaba allá aniba, muy lejos de su propio cuerpo. Entonces te vi. Sentada en la penumbra del café ante un vaso que no era daikiri ni calvados ni pernod, vestida totalmente de negro, a mediodía, con el largo pelo sobre la cara, pero sentada ante un gran vaso de leche, rodeada de ningún misterio, en una mesa desde la que se podía vigilar la puerta de entrada a mi hotel, terminando de comer algo que en el mejor de los casos podía ser torta de manzanas y, en el peor, una porción de pizza. En silencio me senté a tu lado. –Qué clase de médico es usted? -replicás, indignado-. Le he pagado una fortuna para que cure a mi hija y ahora sigue diciéndome que debemos esperar.?Son ustedes los que se ocupan de ella o es su organismo el que se defiende solo? Si no lo ha intentado todo, inténtelo. ¿Por qué no le han hecho el trasplante de médula que me prometieron? –Estuve enferma. Pero no sé para qué te estoy dando explicaciones. Adiós. Ah, ya vamos entrando en tema. Las palabras. –Para despertarme -dijo Espósito. –Escríbalo así entonces. Que se mató de un tiro en la boca sin explicar por qué. –Mi madre lava, cocina, limpia la casa. Es una víctima. Y mi padre, no sé. ¿Qué hace de su vida? Tiene un taller mecánico a veinte kilómetros de acá. Viene poco y nada a Buenos Aires. No le interesa leer, no le interesa el cine, no le intereso yo. Su única pasión son los caballos. Bastían aflojó el cuerpo y dejó las manos colgando a los costados del bidet. Sonreía. El diario, sin embargo, es lo de menos. Lo de más es la culpa que podrías sentir si te quedás. ¿No será mejor que viajés a Chicago? Maestro es ingenioso pero no organizado. Desconoce a la tropa, ignora cuál de los redactores se entera por el celular de lo que pasa en Olivos mientras almuerza en su casa con la familia. No se fía tampoco de los consejos de Sicardi. Vas a tener que darle una mano con las escaramuzas de mañana. Le sugerís que ponga a Remis tras las huellas del vice dimitente. Le dejás por escrito un detallado plan de operaciones: que a las ocho de la mañana lo encuentre en el café de la esquina de su casa, donde acostumbra tomar el desayuno; que siga paso a paso la escritura de la renuncia, el llanto de la esposa, las llamadas infructuosas desde Olivos tratando de disuadirlo, la conferencia de prensa en la que se despide, la soledad del hogar y la congoja de la gente. ¿Remis?, se extraña Maestro. ¿No estamos por echarla? Sí, y eso qué importa?, respondes. Lleva meses trabajando con negligencia y además robándonos. Mañana démosle la oportunidad de devolver lo que nos debe. Ocupate de que cumpla. Que Sicardi confirme de tanto en tanto si está en su puesto. Y no la dejés irse hasta que no hayas enviado al taller el último punto y aparte de la historia. Vos la quedas, Camargo, se atreve a decir Maestro. Hasta hace poco la seguías queriendo. Por eso mismo, contestás. Nunca permito que los sentimientos se mezclen con el trabajo. Todavía es útil. Sabe narrar con la destreza de Victoria Ocampo y es tan insidiosa como Patricia Highsmith. También es dañina. Pero mi editor de Nueva York veía mi vigésimo primer capítulo como una traición. Era muy británico, blando, y mostraba una renuencia pelagiana a aceptar que el ser humano podía ser un modelo de maldad impenitente. Venía a decir que los norteamericanos eran más fuertes que los británicos y no temían enfrentarse a la realidad. Pronto se verían enfrentados a ella en Vietnam. Mi libro era kennediano y aceptaba la noción de progreso moral. Lo que en realidad se quería era un libro nixoniano sin un hilo de optimismo. Dejemos que la maldad se pavonee en la página y hasta la última línea y se ría de todas las creencias heredadas, judía, cristiana, musulmana o cualquier otra, y de que los humanos pueden llegar a ser mejores. Un libro así sería sensacional, y lo es. El acto de apertura, por lo visto, había comenzado hacía un buen rato y el rector de la Universidad, de pie a mí lado, acababa de nombrar a don Jerónimo Luis de Cabrera, ilustre fundador de Córdoba. Se interrumpió y me miró. Con una sonrisa yo le di a entender que mi pregunta no se refería al prócer y me zambullí detrás de un gran jarrón con flores y plantas que ornamentaba la mesa, buscando la oreja de la señorita Cavarozzi. No la encontré. Del otro lado de las flores estaba Santiago, el poeta jujeño. Noté que tenía una cara hermosa y patética. "Debemos parecer la Primavera de Botticelli", murmuró, y creo que era la primera vez que hablábamos, "te queda muy bien ese gladiolo en el ojo". La señorita Cavarozzi, apareciendo detrás de Santiago, también entre las flores, se llevó el dedo a los labios, aunque ya era para siempre nuestra cómplice. "¿Qué le pasa?", me dijo en un susurro. Señalé con la cabeza hacia la primera fila y repetí mi pregunta. Pero no me refería a vos. Vos llegaste en ese mismo momento, y años más tarde yo reflexionaré muchas veces sobre esto. Porque no hay casualidades, ahijadito, me dirá alguien en la quinta de Verónica la noche siguiente. Los anacronismos, las transposiciones de jugadas no existen. Hay un orden secreto: el demonio me lo dijo. Vistos desde la horqueta de la Vía Láctea ciertos encuentros y desencuentros, ciertas interpolaciones y hasta ciertas muertes, equivalen a sacrificar un peón en la apertura, perdonando la metáfora. Y cuando me lo dijo yo estaba sentado al pie de una escalera con una botella de whisky entre las piernas y afuera tronaba, pero antes habrá este Paraninfo donde aún resuenan ecos de cantos gregorianos y este ridículo congreso o seminario sobre la Simbólica del Mal o sobre la presencia o ausencia de algo en el arte contemporáneo o sobre la muerte de las ideologías o sobre todo eso junto, tan típico de intelectuales argentinos, mientras fuera del Paraninfo la realidad arde por los cuatro costados y el mundo está a punto de reventar como un tomate podrido y, dentro del Paraninfo, yo acabo de preguntar quién es esa muchacha (no vos), esa muchacha de ojos alarmantes que me había hecho recordar algo, una estampa, en un libro, esa muchacha que ahora sí sos vos, porque de pronto ya estabas allí, y las caras, los cuadros, los tirantes del techo, mis benzedrinas y hasta los gemidos y el crepitar del doliente mundo, todo se reorganizó a tu alrededor y yo escuché por primera vez tu nombre. Verónica dijo: Papi, la finquita que tuviste en compañía con el doctor Espinosa yendo hacía Caldas y que sembraste de hortensias, esas flores de corimbos terminales y corolas azuladas que eran tan tristes que no servían ni pa flores de cementerio y nadie te las compraba, ¿cómo era que se llamaba, si te acordás? ¡Claro que se acordaba! Yo soy el que no me acuerdo ahora, y no hay forma de que él vuelva a contestar. Y solo, sin amanuenses ni computadora ni Internet, no bien termine esta obrita de teología me voy a levantar el imponente «Inventario Detallado de los Muertos», los míos, completos, que presides tú, por supuesto, la siempreviva, la compasiva, la artera, mi señora Muerte, cabrona. Bienvenida seas a esta casa, mi casa, tu casa, en el barrio de Laureles, ciudad de Medellín, departamento de Antioquia, país Colombia, que es el cielo pero en infierno, y cuya puerta te abrió de par en par un día, o mejor dicho una noche, mi hermano Silvio: la noche en que se voló de un tiro la cabeza. Después fuimos siguiendo todos, uno por uno, como dicen que van cayendo las ovejas al desbarrancadero, aunque yo, la verdad, con tanto que he andado, vivido y visto aún no las he visto caer..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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