15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Cómo sabes -pregunté. –Te van a comer los gusanos de Dios. Al levantar mi cabeza del muerto y apartarme ligeramente del ataúd, dos loras que había en una percha lo vieron. Y que lo ven y se sueltan: "¡Hijueputa! -le gritaban-. ¡Malparido! ¡Marica!", y se la remachaban con sus lenguas gruesas. Y un rosario de insultos, una andanada pero de vulgaridades tales que no las puedo repetir aquí por pudor de idioma. Una de las dos señoritas viejas se acercó entonces a la caja, y discretamente le bajó la tapa. Y santo remedio, dejaron de verlo las loras y el chaparrón de insultos escampó. –Me han amenazado por teléfono, Sicardi. Imitaron la voz de Octavio, el director de El Heraldo, y cuando atendí, me dijeron: Si te metés con Remis sos boleta. Te puede pisar un auto o cuando toques tu televisor puede haber un cortocircuito. Ahora, tiene que completar lo que ha venido a hacer. Antes de cerrar la puerta del departamento, examina con esmero que todo siga tal como la mujer lo dejó. Ella es desordenada, pero cualquier objeto fuera de lugar podría ponerla sobre aviso. Llama el ascensor y observa de reojo si nadie anda por allí. Rara vez se ha cruzado con alguien. El edificio es nuevo y casi no tiene ocupantes. Cuando quiere trasponer la puerta de calle, tropieza con la pareja sin techo, que está desplegando sus posesiones: un almohadón destripado, ropa húmeda, frazadas, tiras de espuma de goma. Trata de esquivarlos, pero sus cuerpos le bloquean la salida y, sin prestarle la menor atención, siguen hablando en una lengua remota, de la que él no entiende una sola palabra. Dajte mi vino, cree que está diciendo la mujer, novae, vino, los sonidos se parecen a los de una película que no puede recordar. Odia el departamento al que debe volver ahora. Odia las barandas cromadas de las escaleras, el ascensor silencioso, las paredes pintadas de blanco cadavérico, la asepsia, los espejos. Odia el desamparo de la calle que está debajo y la opresión de las noches en las que nada sucede, salvo la desdicha: podría estar en la intemperie de la llanura y todo sería menos impuro que ese núcleo de la ciudad en el que durante el día hay una vida virtualy, por las noches, la pesadez de la muerte verdadera. Pero ahora no puede marcharse. Tampoco tiene adónde ir. La madre le diría: ¿Cómo podes pensar así, con todo lo que hemos hecho para cuidarte y educarte? ¿Acaso nuestra casa no es tu casa? ¿Acaso ya no re gusta los domingos ir a Longchampscon tu padre y galopar en el alazán que alimentamos y lavamos sólo para que vos puedas montarlo? Imaginar el regreso a la casa familiar le infunde más miedo aún que la enfermedad o la miseria: dejaría de ser ella misma, retrocedería al estado de ninfa, al convento de la obediencia, a las reglas de la implacable hermana superiora. Sobre la lisura del cielo reinada un dios único y se apagaría la libertad de pensar en los mesías gemelos, en el mundo creado por un Principio Femenino y en la victoria final de los pobres sobre los poderosos. Sin libertad sólo habría resentimiento y desdicha, y ella no sería ella sino su madre. No. Es imperioso volver al departamento que odia porque allí, junto a la cama que quisiera destruir e incendiar, está el teléfono al que Germán va a llamarla, si acaso no la ha llamado ya. No le iba a ser tan fácil liberarse de la mujer. Al tenderse de nuevo en su catre monacal de la calle Reconquista, Camargo creyó que había exorcizado para siempre la traición y la ingratitud de Reina. Sin embargo, no conseguía relajarse. ¿Como, por un instante, había supuesto que era posible abandonar a un hombre como él? ¿Con qué derecho esa mierdica pretendía darle lecciones de desdicha? Se levantaba, iba al baño, volvía a examinar el glande, por si asomaba alguna mancha, y de tanto en tanto miraba por la ventana. –Yo también, doctor, y ése es el origen de uno de nuestros peores malentendidos. Me refiero a los argentinos, no a usted y a mí, se entiende. Pensándolo bien, qué tiene que ver el país. ¿Qué es el país? Nada, un abstracto. Este país y cualquier país es su gente. Usted, ese gordo, la señorita Cavarozzi. Hasta yo mismo soy el país. ¿Adonde quiero llegar? Permítame. -Yo estaba dispuesto a hablar del peronismo con aquel hombre antes de que acabara el entreacto o aunque debieran suspender el drama de Strindberg. Pero tal vez ha llegado el momento de ser justo. Si hubiera sabido,esa primera noche, dos o tres de las cosas que hoy sé, a este libro le faltarían unas cuantas páginas. Una de las cosas que sé es que Cantilo no es como yo lo estoy viendo; y me adelanto a escribirlo por miedo de olvidar sus soldaditos. Cantilo tallaba soldaditos de madera. Húsares, patricios,paisanos montoneros del alto de un pulgar, legionarios. A esto le llamaba con un poco de vergüenza suhobby,y era en realidad una conmovedora forma de la locura que era también un arte. Tenía un tallercito casi secreto en el Cerro de las Rosas y ahí, sábados y domingos, se entregaba como un demiurgo un poco mamarracho a aserrar y pulir e iluminar guerreros de una perdida epopeya nacional microcósmica. Este agrónomo de grandes calzoncillos que por alguna razón muy superior a mi entendimiento también era odontólogo, y por alguna otra razón, que descubrí o creí descubrir al día siguiente, aceptaba que su mujer se acostara con tipos como yo, merece un poco de respeto. Eso es lo que quiero decir, y a su modo ya me lo había adelantado Santiago. -No sea tan ansioso, doctor, si no me deja redondear el concepto va a dar la impresión de que habla usted solo. Y el conocimiento es más amigo del silencio que de la palabra, como dicen los árabes. Tiempo al tiempo. No se siente la utilidad de las nalgas hasta que nos nace un forúnculo. La boca del sabio está en su corazón. Hoy mismo, por ejemplo, en el tren que me traía a Córdoba, vea lo que me pasa. Me encuentro en el coche salón con un señor, uno de esos caballeros, fíjese, asépticos. Pulcros. Que más bien parecen una farmacia. -El jujeño se ahogó con el vino. Vos y Verónica, lejos, allá en la oscuridad de la barra. Y oyendo toser a Santiago pensé: Un amigo, uno de esos remotos amigos de adolescencia con los que bastaba una mirada, un gesto subrepticio de complicidad, sin que hubiera que explicar nada. Ahí está lo que falta en esta mesa. -¿Me sigue? Bueno, que el hombre hablaba, como nosotros, del país. De este país. Y, por supuesto, a los diez minutos se la agarró ¿con… qué? Exacto, doctor. Con el peronismo. Sólo en un país como éste, ¿no es cierto?, podría darse un fenómeno de circo como el peronismo. Él no era el país. Mongo Aurelio era el país. –Yarboclos -dijo el Lerdo, burlándose-.Yarboclosbolches para ti. No tenías ningún derecho. Te pelearé con la cadena, elnocho o labritba cuando quieras. No me sorprenderás contolchocos inesperados, y ya verás entonces. –No. Si salís de joda no tengo más remedio que volarte la cabeza. Un hombre como yo tendría que pasarse la vida en cana por el capricho de una mina como vos. Inconcebible, ¿no? Yo antes había dicho: –Sí, sí, sí, llámelos, protéjame de estos viejos locos. -Observé que elveco empleado no tenía muchas ganas de meterse en ladratsada ni de salvarme de la rabia y la locura de esosvecosstarrios; de modo que enderezó para la oficina, o para el lugar donde estaba el teléfono. Ahora los viejos jadeaban mucho, y me pareció que si les daba un empujón se irían al suelo, pero me dejé sujetar, muy paciente, por todas esasrucasstarrias, cerrando losglasos y sintiendo los débilestolchocos en ellitso, yslusando también las viejasgolosas jadeantes y agitadas quecrichaban: -Puerco joven, asesino, matón, bandido, liquídenlo. -En eso recibí untolchoco realmente doloroso en la nariz, así que me dije al diablo al diablo, abrí losglasos y empecé a pelear para librarme, lo que no fue difícil, hermanos, y me fui corriendo ycrichando a la especie de vestíbulo que estaba fuera de la sala de lectura. Pero losstarrios vengadores vinieron detrás, jadeando como moribundos, alzando las garras animales que trataban de clavarse en Vuestro Amigo y Humilde Narrador. Allí tropecé y caí al suelo, y me patearon otra vez, y entoncesslusé lasgolosas de unosvecos jóvenes quecrichaban: -Está bien, está bien, basta ya -y comprendí que había llegado la policía. Frrshsbomborombom… booom!.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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