15 de enero de 2025
Comentario destacado
How to do a good cover letter
El próximo muertico de Alexis resultó siendo un transeúnte grosero: un muchachote fornido, soberbio, malo que es lo que es esta raza altanera. Por Junín, sin querer, nos tropezamos con él. "Aprendan a caminar, maricas -nos dijo-. ¿O es que no ven?" Yo, la verdad, veo poco, pero Alexis mucho, ¿o si no cómo esa puntería? Pero esta vez, para variar, bordando sobre el mismo tema su consabida sonata no le chantó el pepazo en la frente, no: en la boca, en la sucia boca por donde maldijo. Y así, quién lo iba a creer, la última palabra que dijo el vivo fue "ven", como pueden ver volviendo a ver su frase. Nunca más vio. A estos muertos se les quedan los ojos abiertos sin ver. Y ojos que no ven, aunque uno los vea, no son ojos, como atinadamente observó el poeta Machado, el profundo. ¿Eso quiere decir que no va a volver? -¿No estás oyendo? Nos ha abandonado. Una víspera de Navidad, cuando Camargo tenía once o diez años y aún vivía en Tucumán, encontró al padre quemando todas las fotos, las ropas y las cartas que la madre había dejado. Desde hacía ya algunos meses, el padre le había prohibido que la nombrara, la dibujara o escribiera composiciones sobre ella en la escuela. Así, la madre se alejaba a coda velocidad de su memoria y era sólo una vaga sombra con la que Camargo hablaba en silencio, sin esperar respuesta. La había visto tan pocas veces que, al entrar en la adolescencia, no podía discernir si el recuerdo que le quedaba era inventado o real. A veces, cuando se miraba en el espejo, se esforzaba por ver, en la imagen que él mismo reflejaba, la cofia de enfermera, el delantal blanco tableado y los guantes de goma que siempre llevaba puestos. Soy mi madre, decía. Sólo cuando te vea voy a saber ser yo. –La historia, sin embargo, está llena de hijos de Dios. ¿Qué?, ¿Cuando nos muramos? -le preguntaba yo cuando todavía le hablaba, debilitado como un faquir o como una entelequia sidosa. XIV –No lo van a velar. La viuda se niega. Quiere que lo entierren cuanto antes, a mediodía si se puede. –Muy bien, hijo -dijo mi papapa-. Las cosas se harán como tú digas. Pero ahora cúrate. Con todos los ases en la mano, Camargo no tenía por qué perder la calma. –Para qué tomas esas porquerías. No tuve más remedio quesmecar realmentejoroschó,videando que ella tenía en laruca venosa un bastón de madera oscura que alzó, amenazante. Así que mostrándole lossubos blancos me le acerqué un poco más, sin prisa, y en eso vi sobre un estante unaveschita hermosa, la cosamalenca más linda que unmálchico aficionado a la música como yo hubiese podidovidear con los propiosglasos, pues era lagolová y losplechos del propio Ludwig van, lo que llaman un busto, unavesche como de piedra, con largos cabellos de piedra y losglasos ciegos, y la corbata suelta y ancha. Me le eché encima sin pensarlo, mientras decía: -Bueno, qué hermoso y todo para mí. -Pero al acercarme, losglasos clavados en lavesche, y laruca hambrienta extendida, no vi los platos en el suelo, metí el pie en uno y casi pierdo el equilibrio.- Huuup -dije, tratando de enderezarme, pero la viejitaptitsa se había acercado por detrás sin que yo la notara, con muchoscorro para su edad, y ahí comenzó a hacer crac crac sobre lagolová con el palo. Y entonces me encontré apoyado en lasrucas y las rodillas, tratando de incorporarme y diciendo: -Mala, mala, mala. -Y ella seguía crac crac, gritando:- Perverso piojo de albañal, metiéndose en las casas de la genteauténtica.-No me gustaba el crac crac crac, así que tomé un extremo del palo cuando volvió a bajarlo sobre migolová, y ella perdió el equilibrio y quiso apoyarse en la mesa, pero entonces se vino abajo el mantel con la jarra y la botella de leche, y se oyó splosh splosh en todas direcciones, y la viejaptitsa cayó al suelo gruñendo y gritando: -Maldito seas, muchacho, esto me lo pagarás. -Ahora todos los gatos comenzaron aspugarse , y corrían y saltaban aterrorizados, y se agarraban entre ellos, y habíatolchocos de gatos con mucha movida delapas , y ptaaaaa y grrrr y craaaaaarc. Me enderecé sobre lasnogas y ahí estaba la maligna y vengativaforellastarria con los pelos alborotados y gruñendo mientras trataba de levantarse del suelo, de modo que le di unmalenco puntapié en ellitso, y no le gustó nada, y gritó: -Guaaaaaah -y se podía videar que ellitso venoso y manchado se le ponía púrpura donde yo había aplicado la viejanoga. Momento en que apareció entre los árboles el padre Cherubini y dijo que aguaitaba, en obsequio nostro, poder asujetar la sua flammigera et mutabile naturaleza angélica. Onduló su formidable corpachón de un lado a otro, agitó el farolito y lanzó una carcajada capaz de deshojar un bosque. Agregó que, para la ocasión, era una especie de Fuego Fatuo, aunque sus palabras fueron ego sonno un variedat macho de la Fata Morgana, pareció repentinamente indeciso por algo, preguntó ¿dije bien? y siguió hablando con el astrólogo mientras Espósito comprendía que nada de eso estaba sucediendo, porque lo que habíacomenzado a suceder era la llegada al Cerro, estos árboles súbitamente reales, la amenazadora silueta de un hombre en una de las ventanas de la casa, un hombre maduro, alto, que incluso a esa distancia parecía irradiar su ominosa presencia sobre el parque, y Esteban volvió a sentir algo que ya había sentido en el ómnibus, como un cambio de perspectiva o desplazamiento, se vio a sí mismo, caminando a solas, pero también se vio entre el profesor Urba y el padre Custodio quien ahora decía haber decidido venir il mesmo pa sacarlo de la smarrita senda antes que il nostro dottore infernalelo llevara pal fondo et lo putrefalenciara, si es que en realidad lo decía, porque lo que sí oyó Esteban fue la voz que cantaba una zamba, un relincho, un trueno, un ladrido, y vio cosas que sólo podrían describirse por la negativa, árboles sin nombres grabados a cortapluma en su corteza, reflejos de agua sin nunca más camalotes ni islas resplandecientes en la otra orilla, terebintos y robles para siempre sin plazas en un barrio de Buenos Aires, un mundo a punto de saltar en pedazos sin nunca más el país de Jauja. Lo cual, ahijadito, no es ninguna consideración estupenda pero, intervino el astrólogo, se acerca bastante a la verdad. Y para el caso también sirven alegorías con incendios de naves, voladuras de puentes, saltos al vacío o baúles que se abandonan en un naufragio. Porque tu signo es ése, y el signo de nuestro tiempo es ése, al carajo con el iluminado mundo moderno y al carajo con el joven iluminado y antiguo, estamos al borde del milenio, en la peligrosa cornisa de la nada, sobre la cuerda floja del infierno, y yo te garanto que sobrevivir en este clima será como volar un puente, quemar un barco, abandonar las valijas, saltar a ciegas. Como dinamitarse el alma y ver qué armamos con los pedazos dispersos, si es que queda algún pedazo, y todo un poco rápido, antes que el buen planeta viejo de Santiago pegue toda la vuelta y se encuentre mirándose la nuca y nos sorprendan la noche primitiva, el hacha venidera de sílex y la caverna junto al pantano, así que afinadito si podemos, o si no a lo que salga. Ningún hombre supo nunca si estaría vivo en el próximo minuto, lo que ya era bastante duro de tragar, hoy ni siquiera sabemos si el mundo va a durar una semana, ¿qué puede hacerse, en un caso así? Apechugar et dentrar pa adentro!, dijoel padre Cherubini, mientras los tres subían la escalinata de la casa. –Mis propias palabras, doctor. Yo estuve detenido, señor mío. No hablo por resentimiento o frustración. Detenido es poco. Porque mi inerte cerebro no avanzaba para distinguir Perón de peronismo. ¿Le soy franco? En cierto modo estuve detenido hasta hace diez minutos. La conciencia es dialógica. Uno no sabe qué piensa de lo real hasta que salta de lo monológico a lo conversado. ¿Qué me iba a decir? No importa. La cuestión hay que plantearla así, le dije. San Martín, que yo sepa, nunca estuvo mayormente preso. Y no me va a comparar a Perón con animales como Fernando Séptimo. Por eso, doctor, yo opino como usted. Hay que dejarse de payasadas y de creer que porque Perón nos metió presos, San Martín, que andaba suelto; viene a ser una especie de acomodado. Ya lo sé, ya lo sé: "Nos levantábamos avergonzados cada mañana", como me dijo mi profesor de Botánica una tarde, en el jardín des Plantes. Durante doce años, nos levantábamos avergonzados cada mañana. Y creo que no mentía. Yo más bien me levanto tarde, pero sé qué es eso. Sueño cada cosa. No como San Agustín, que nunca se hizo responsable de sus sueños. Así que comprendo la vergüenza de mi viejomaestro, máxime cuando todo lo que sé de las monocotiledóneas lo aprendí de él, por eso no me animé a preguntarle "Qué has hecho de tu vida", como aquellos personajes patéticos y tremebundos de su amigo Roberto. Sí, doctor, no me diga nada. Ya sé que mi hombre estaba chocho e hice bien encallarme, pero lo malo es que en este país todo el mundo chochea. Y esto sí se lo dije, no a mi mentor sino al caballero del coche salón, pedazo de cínico, le dije, no ve que todos ustedes están chochos, los reblandeció equivocarse con el peronismo, creer en la revolución libertadora, votar a Frondizi, no saber qué hacer si Fidel Castro se declara comunista, sin contar que acá, después de los treinta años, se comienza a chochear por método, por miedo a perder el alma o a que nos vengan almorranas si nos asalta una gran pasión o una gran idea. Nada de grandeza. La grandeza no existe o de lo contrario yo soy enano. Y por eso nos levantábamos avergonzados cada mañana. Pero dígame un poco, doctor, le dije, cómo se levantaban antes, ¿felices?, ¿alelados?, ¿entumidos? ¿No sentían un poco de asco, cada mañana? ¿Y cómo se fueron a dormir la noche de Uriburu? ¿Y ahora? Y la semana que viene. Qué vamos a hacer todos, dentro de quince años, por la mañana, cuando nos despierten al compás de la marcha Capibarí y al afeitarnos nos encontremos con eso enjabonado, la jeta, pegada en el espejo, blanca como los sepulcros aquellos de que hablaba mi catecismo. Muy cierto lo que está pensando, doctor, tiene toda la razón del mundo, soy algo joven e inexperto para hablar con serenidad de estas cosas. La tetera mejora con los años, proverbio japonés. Pero quién dijo que en este país hace falta serenidad, y además, ¿yo qué tengo que ver con Perón?, si cuandosubió al poder yo estaba pupilo en un internado salesiano y cuando lo bajaron me encontré arriba de un caballo tirando tiros para cualquier parte y a la única que casi le acierto es a Josefa Bertolotti, hágame el favor, le dije -dije. Los pequeños altavoces de mi estéreo estaban todos dispuestos alrededor del cuarto, en el techo, las paredes, el suelo, de modo que cuando me acostaba en la cama paraslusar la música, estaba como envuelto y rodeado por la orquesta. Lo que primero deseaba escuchar esa noche era el nuevo concierto para violín, del norteamericano Geoffrey Plautus, tocado por Odiseo Choerilos con la Filarmónica de Macon (Georgia), de modo que lo saqué del estante, conecté y esperé, y entonces, hermanos, llegó la cosa. Oh, qué celestial felicidad. Estaba totalmentenago mirando el techo, lagolová sobre lasrucas , encima de la almohada, losglasos cerrados, larota abierta enéxtasis,slusando esas gratas sonoridades. Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de migolová las trompetas lanzaban lenguas de plata, y al Iado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos. Pe y eme en el dormitorio, al Iado, habían aprendido ahora a noclopar la pared quejándose de lo que ellos llamaban ruido. Yo les había enseñado. Ahora tomaban píldoras para dormir. Tal vez advertidos de la alegría que yo obtenía de mi música nocturna, ya las habían tomado. Mientrasslusaba , losglasos firmemente cerrados en eléxtasis que era mejor que cualquierBogo desynthemesco, entreví maravillosas imágenes. Eranvecos yptitsas , unos jóvenes y otrosstarrios, tirados en el suelo y pidiendo a gritos piedad, y yosmecaba con toda larota y descargaba la bota sobre loslitsos. Y habíadébochcas desgarradas ycrichando contra las paredes, y yo me hundía en ellas como unaschlaga , y cuando la música, que tenía un solo movimiento, llegó a su total culminación, yo, tendido en mi cama con losglasos bien apretados y lasrucas tras lagolová, sentí que me quebraba, yspataba, y exclamaba aaaaah, abrumado por eléxtasis. Y así la bella música se deslizó hacia el final resplandeciente. –Es do..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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