15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Adelante -dije yo-. Por lo menos, todavía estoy vivo. ¿Ya les hablé de la grieta en el mirador? –Perdón -dijo Santiago. Habló con absoluta seriedad. -Ando distraído. –Quién es el enano del vozarrón -le pregunté a Verónica. –Qué lenguaje -dijo lagolosa de otro que se estaba riendo, y ahí mismo recibí en plenarota untolchoco con el revés de una mano, que tenía anillo. Exclamé: –¿Qué noticias hay, m'hijo? -me preguntaba ansiosa cuando subía a saludarla de regreso. –Ajá, creo que sé lo que usted quiere. Buenas noticias, buenas noticias, ya llegó. -Y moviendo lasrucas como un eminente director se fue a buscarlo. Las dosptitsas jóvenes soltaron unas risitas, como hacen a esa edad, y yo les clavé unmalenco losglasos fríos. Andy regresó realmentescorro, agitando la gran cubierta blanca y brillante de la Novena, que mostraba, hermanos, ellitso adusto y fruncido como golpeado por un rayo del propio Ludwig van. -Aquí está -dijo Andy-. ¿Lo probamos? -Pero yo quería llevármelo a casa paraslusarloodinoco en mi estéreo, y sentía una prisa infernal. Saqué eldengo para pagar, y una de las pequefiasptitsas me dijo: Jugamos un rato fuera del centro, asustando a viejosvecos ychinas que cruzaban las calles, zigzagueando detrás de gatos y todo eso. Luego enfilamos por el camino hacia el oeste. No había mucho tránsito, de modo que continué dándole a la viejanoga casi hasta el piso, y el Durango 95 se tragaba el camino como espaguetis. Poco después corríamos entre árboles de invierno y sombras, hermanos míos, todo estaba oscuro, y en un lugar los faros alumbraron algo grande con unarota que gruñía y mostraba los dientes, y luego gritó y reventó bajo el auto, y el viejo Lerdo en el asiento trasero casi se orina de risa. «Jo, jo, jo.» Luego vimos a un jovenmálchico con unafilosa ,lubilubando bajo unárbol, de modo que paramos y los saludamos a gritos, les dimos a los dos un par detolchocos sin muchas ganas, haciéndolos gritar, y seguimos nuestro camino. Lo que queríamos hacer ahora era la vieja visita de sorpresa. Era la emoción auténtica, buena parasmecar y sentir el latigazo de lo ultraviolento. Bueno, al fin llegamos a una especie de aldea, y justo fuera de la aldea había una casita, separada de las demás, con un poco de jardín. La luna ya estaba bien alta, y pudimosvidear la casita que apareció claramente cuando paré el coche y frené, mientras los otros tres reían comobesuños , y entoncesvideamos que sobre la entrada a la casita se leía HOGAR, un nombre bastanteglupo . Bajé del auto, ordenando a misdrugos que acabaran las risitas y estuviesen serios, y después de abrir lamalenca puerta me acerqué a la entrada de la casa.Clopé suave y discreto y no vino nadie, de modo que insistí y esta vez pudeslusar unos pasos, y que retiraban un cerrojo; la puerta se abrió unos centímetros, y entonces pudevidear unglaso que me miraba, y la puerta estaba asegurada con una cadena. -¿Sí? ¿Quién es? -Era la voz de unafilosa, unadébochca joven por el timbre, de modo que dije con lenguaje muy refinado, lagolosa de un auténtico caballero: Pero Esteban no tenía ningún interés en darse cuenta de nada. Se había quedado mirando una pequeña lámina enmarcada que colgaba de la pared. San Jorge y el dragón. Cuatro –Estuvieron aquí toda la noche, muchachos -empezaron acrichar las viejas harpías-. Dios los bendiga, no hay muchachos más buenos y generosos. Se han pasado aquí toda la noche. Ni moverse los vimos. Verónica ya no estaba. Se publicará en un día o dos, con una foto que mostrará la dolorosa expresión de tu rostro. Tienes que firmarlo tú, pobre muchacho, para que se sepa lo que te hicieron. –Pero si no se tira, doctor, le advierto, la cuenta la paga usted. No nos vamos a acabar de gastar en otra semanita de hospital inútilmente la herencia de veinticinco hijos y doscientos cincuenta nietos más bisnietos. –El lugar es lo de menos -dijo Santiago. En lo alto de mi edificio, en las noches, mi apartamento es una isla oscura en un mar de luces. Lucecitas por doquiera en torno, en las montañas, palpitando en la nitidez del cielo porque aquí no hay smog: lo tumba la lluvia. Al atardecer nuestras montañas son tan nítidas, tan resaltadas, que haga de cuenta usted que las recortó un niño con tijeras de una foto del Colombiano. (El Colombiano es el periódico de Medellín, el que dalos muertos: tantos hoy, ¿mañana cuántos?) Sí señor, Medellín en la noche es bello. ¿O bella? Ya ni sé, nunca he sabido si es hombre o mujer. Lo que sea. Como esas lucecitas ya dije que eran almas, viene a tener más almas que yo: tres millones y medio. Y yo una sola pero en pedazos. "Virgencita niña de Sabaneta, que vuelva a ser el que fui de niño, uno solo. Ayúdame a juntar las tablas del naufragio". Las veladoras de María Auxiliadora palpitaban al unísono como las lucecitas de Medellín en la unánime noche, rogándole al cielo que nos hiciera el milagro de volver a ser. A serlos que fuimos. "Yo ya no soy yo, Virgencita niña, tengo el alma partida". Cruzamos una avenida, lloviznaba..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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