15 de enero de 2025
Comentario destacado
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¿Creta en verdad Camargo lo que estaba diciendo? Reina volvió a desconcertarse. No sabía si consolarlo, si tomarle las manos, decirle: «Váyase, doctor, vaya. Haga lo que tiene que hacer», o echarle en cara la falta de sentimientos, la negación idiota de la realidad. Una hija, pensó. Quién sabe en cuántas novelas había leído que nada es tan desgarrador como la muerte de un hijo. Y Camargo le hablaba de la situación política. A lo mejor se daba cuenta y no quería sufrir, pobrecito. A lo mejor prefería irse de sí mismo antes que sufrir. Me levanté de la cama y me dirigí a un rincón del cuarto donde no me pudiera ver. Allí saqué la jeringa del bolsillo y le quité el protector a la aguja. Luego regresé a su lado y a la botella de suero: sus ojos vidriosos, perdidos, miraban al techo. Entonces hundí la aguja en el tubo de plástico, presioné el émbolo, y con la última gotica de suero que caía empezó a entrar el Eutanal. Verónica y vos se besaron, cosa que en ciertas mujeres resulta inquietante. O a mí me inquieta. Ligeramente es pornográfico, pero así: como si a través de la mujer que está con uno, uno tuviera acceso a la del otro, el otro a la de uno, y ellas a su vez a cada uno de nosotros. –No sé si te entiendo. –El tío Patricio, Esteban Espósito. Él es el papá de Mariano. Me llevó a Europa cuando en casa tenían miedo de que me hiciera monja, todo lo que ya te conté. –No sé por qué me cuesta tanto querer. –Graciela Oribe -dijo la señorita Etelvina. Camargo se levantó de la mesa con la taza de té y dio unos pasos hacia la cocina. Luego se volvió, dejó la taza sobre la mesa y puso una mano sobre los hombros de Reina. Elmesto,starrio ycaloso, tenía dos partes, una para los libros que prestaban, y otra para leer, con atriles degasettas y revistas, y yo no recordaba haber estado allí sino cuando era unmálchicomalenco, a la edad de seis años. Losvecos, muystarrios, tenían en losplotos unvono de vejez y pobreza; estaban de pie frente a los atriles de lasgasettas, resoplando y eructando ygoborando entre dientes, y volviendo las páginas para leer con tristeza las noticias, o sentados a las mesas mirando las revistas o fingiendo leerlas, algunos dormidos y uno o dos roncando de verasgronco. Al principio casi no pude recordar qué quería, y después comprendí un poco impresionado que habíaiteado aquí buscando el modo desnufar sin dolor, así que me acerqué al estante de lasvesches de consulta. Había muchos libros, pero ninguno tenía un título, hermanos, que me sirviera realmente. Saqué un libro de medicina, pero cuando lo abrí estaba lleno de dibujos y fotografías de heridas y enfermedades horribles, y ahí nomás empecé a sentirme un poco enfermo. Así que lo devolví a su sitio y retiré el libro grande que llaman Biblia, creyendo que me haría sentir un poco mejor, como había ocurrido en los viejos tiempos de lastaja (en realidad no había pasado tanto tiempo, pero ahora me parecía que era mucho), y me acerqué vacilando a una silla. Pero lo único que encontré fueron cosas acerca de castigar setenta veces siete, y la historia de un montón de judíos que se maldecían ytolchocaban unos a otros, y todo eso me trajo náuseas otra vez. Así que casi me echo a llorar, y uncheloveco muystarrio y raído sentado enfrente me preguntó: Ladébochca vaciló un poco, y luego dijo: -Espere. -Se alejó, y mis tresdrugos habían bajado en silencio del auto y se acercaronjoroschó furtivos, y ya se estaban poniendo las máscaras, de modo que me puse la mía; y aquí fue suficiente meter la viejaruca y soltar la cadena, pues como había ablandado a estadébochca con migolosa de caballero, ella no cerró la puerta como tenía que haber hecho, pues éramos gente desconocida, que venía de la noche. Los cuatro entramos como una tromba, el viejo Lerdo haciéndose elschuto como de costumbre, dando cabriolas y canturreandoslovos sucios, y era una bonita ymalenca casita, debo reconocerlo. Entramos todossmecando en el cuarto donde había luz, y ahí estaba esadébochca como acobardada, un pedacito defilosa con unosgrudos verdaderamentejoroschós, y con ella estecheloveco también joven, conochicos de montura de carey, y sobre una mesa una máquina de escribir y papeles por todos lados; pero además una pequeña pila de papel que seguramente era lo que ya había dactilografiado, así que aquí teníamos otro inteligente, estilo hombre de libros como el que habíamostolchocado unas horas antes; peroéste escribía, no leía. Bueno, empezó a hablar: Era un remedio para los gusanos de las vacas. Y santo remedio para las angustias existenciales del cristiano.¡De dónde saca uno tiempo para morirse con tanta cosita por hacer' Había en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta. Bien que lo conocí porque allí cerca, a un lado de la carretera que venía de Envigado, otro pueblo, a mitad de camino entre los dos pueblos, en la finca Santa Anita de mis abuelos, a mano izquierda viniendo,transcurrió mi infancia. Claro que lo conocí. Estaba al final de esa carretera, en el fin del mundo. Más allá no había nada, ahí el mundo empezaba a bajar, a redondearse, a dar la vuelta. Y eso lo constaté la tarde que elevamos el globo más grande que hubieran visto los cielos de Antioquia,un rombo de ciento veinte pliegos inmenso, rojo, rojo, rojo para que resaltara sobre el cielo azul. El tamaño no me lo van a creer, ¡pero qué saben ustedes de globos! ¿Saben qué son? Son rombos o cruces o esferas hechos de papel de china deleznable, y por dentro llevan una candileja encendida que los llena de humo para que suban. El humo es como quien dice su alma, y la candileja el corazón. Cuando se llenan de humo y empiezan a jalar, los que los están elevando sueltan, soltamos, y el globo se va yendo, yendo al cielo con el corazón encendido, palpitando, como el Corazón de Jesús. ¿Saben quién es? Nosotros teníamos uno en la sala; en la sala de la casa de la calle del Perú de la ciudad de Medellín, capital de Antioquia; en la casa en donde yo nací, en la sala entronizado o sea (porque sé que no van a saber) bendecido un día por el cura. A él está consagrada Colombia,mi patria. Él es Jesús y se está señalando el pecho con el dedo, y en el pecho abierto el corazón sangrando: góticas de sangre rojo vivó, encendido, como la candileja del globo: es la sangre que derramará Colombia, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén. –Bailemos, vení -dijiste. –Decile Darío a ese engendro, vos que todavía le hablás, que ponga por lo menos el Réquiem de Mozart. Porque de este lado del puente de piedra vos habías estado hablando de un elefante o un león, ya no recuerdo, pero sé que era poderoso y feroz y vivía en el lavadero o en la leñera de tu casa, aunque sólo por la noche. Había venido de África (¿cómo?) caminando, cómo iba a ser, los elefantes no vuelan, y si vos querías, él (¿quién?), el león, o de qué estábamos hablando, yo no debía ser tan papamoscas y debía poner mucha atención en las cosas que me contabas, él era capaz de realizar actos prodigiosos, o inesperados y malignos, como casarse con Ana Laura (¿Ana Laura?), naturalmente, pero eso cuando eras chica porque un día habías crecido y los actos prodigiosos y malignos ya fueron de otra naturaleza y la leñera era un pabellón de caza, aunque los encuentros seguían siendo siempre por la noche, y su poder sobre vos era inmenso (¿qué te pedía que hicieras?), nada, ninguna mujer hace nada si no quiere o porque alguien se lo pida (¿y él?), el león también hacía las cosas sin que nadie se las pidiese, a un ser tan sobrenatural no se le pueden andar exigiendo demostraciones, pero tal vez yo era de veras un poco ganso y no comprendía que lo extraordinario de tener un amor secreto y extraordinario era justamente eso, que una podría pedirle todo, si quisiera..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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