15 de enero de 2025
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Hay tanto peso de realidad en la imagen, que sus sentidos parecen haberse desplazado otra vez al cuarto de la calle Reconquista en vez de que darse conél en la sala de videos de la casa de San Isidro, junto a la galería de geranios. Cada vez tiene menos deseos de volver a este lugar. Los salones se suceden interminables, la soledad funeraria del dormitorio le quita el sueño, y si no fuera porque tiene a la mujer atrapada en su cámara, si no pudiera reproducirla cada vez que se le da la gana en el televisor de cuarenta y dos pulgadas, traerla hacia sí o acercarse a los pliegues de ese cuerpo que le pertenece cada vez más, a las axilas, a las suaves lomas y hondonadas de la entrepierna, mientras la oye respirar infinitamente, infinitamente, porque ha logrado que los seis canales de audio sigan emitiendo la respiración de la mujer cuando él congela la imagen o la agranda, si no pudiera internarse en los laberintos del pelo como un guardabosque sin brújula, si su imagen mil veces multiplicada no estuviera siempre a su alcance, entonces se habría marchado ya de la casa. –Bien, ya ves, hijo, Joe pagó el alquiler del mes próximo. Es decir, no importa lo que hagamos, pero no podemos decirle a Joe que se marche, ¿no es así, Joe? -Y este Joe contestó: Laureano no la miró. Habló con mucha lentitud. –¡Hijo de puta! -grita-. ¡Hijo de puta! Te lanza una mirada de desprecio y corre en busca del alazán. El mundo helénico, según el profesor Urba, o mejor, la Casa universal que los griegos habían construido para el hombre, comenzó a rajarse desde adentro. Y el padre Cherubini dejó en suspenso el acto de sonarse la nariz cuando el astrólogo agregó que la había rajado el Mal. "II male o il Malo?", preguntó el padre Cherubini. "Vos la rajaste?" El Mal, repitió el astrólogo. La noción del Mal. Para Sócrates, la idea del Mal era un puro concepto negativo, no era nada; era la estupidez pura o la ignorancia. Con el judeocristianismo, con nosotros, dijo enigmático y sonriente el astrólogo, el Mal comenzó a ser una fuerza espiritual activa, un componente esencial del alma del hombre concreto. "Ecco", dijo el padre Cherubini, y se sonó. De cualquier modo, aun en los orígenes del cristianismo, el armónico ámbito de las esferas tolemaicas y sus números y su música, es decir, el viejo hogar construido hacía siglos por Pitágoras, Platón y Aristóteles, seguía siendo habitable; cabían en él el hombre y su alma doble, aunque en ella ya combatieran el ángel bueno y el otro. Al decir estas palabras, el astrólogo señaló al padre Cherubini, tocándole con un dedo la barriga, y luegose señaló. "Negó!", tronó el padre Cherubini, "Vos et yo sernos la mesma substancia, sernos la dual epiphanía de uno solo spíritu. Ego son la epiphanía positiva et non poluta y tú venís a resultar la antistrofa, la contradanza. O non evocas lo libro de fob?" El profesor Urba, pacientemente, dijo que ésa era otra cuestión y que por favor no lo interrumpiera o no iba a terminar nunca. "Oyó silente", dijo sumiso el padre Cherubini. "Trai el boteyón." Un nuevo crujido estremeció la Casa en el siglo IV. San Agustín, aunque consiguió tapar aquella primera grieta e incorporar el Mal a la concepción metafísica del hombre de la Edad Media, tuvo la premonición de que la morada se estaba rajando también por el lado de afuera. Y aunque no vió el Espacio, sintió el Tiempo. Porque la otra grieta fue el Tiempo. Había algo, algo inquietante en el Tiempo de su tiempo, que lo alarmaba y desconcertaba. Sínema ex me quaerat, scio-, si quaerenti explican velim, nescio.Si no se lo preguntaban, lo sabía; si quería explicarlo… "No me ofendas traduciendo", dijo el padre Cherubini y agregó de corrido Quid est enim tempus? Quis hoc facile breviterque explicaverit? Quis hoc ad verbum de illo referendum vel cogitatione comprehenderit? y dijo que ahora sí se quedaba callado aunque no sin antes agregar chúpate esta mandarina. Sí, quién podría, pensaba Agustín, explicarlo fácil y brevemente; quién podía comprender el tiempo en el pensamiento para hablar luego de él. Y por eso Agustín fue el primer hombre que planteó, en primera persona, el problema del Mal y del pecado, y el primero que sintió el Tiempo como el ámbito problemático de la existencia. Para el mundo antiguo, para el mundo precristiano, la verdad, las ideas morales, la belleza estaban por encima del tiempo, eransub specie aeternitatis, yla eternidad era la perfección del tiempo. El tiempo era una degradación de lo eterno, más o menos como el hombre era los escombros de Adán. Una caída. Una imagen móvil y evanescente de lo Absoluto. En cuanto al Espacio, no era nada. O casi nada. Era el sitio que ocupaba la mansión, lo finito, el borde que dibujaba lo real. El hombre, acostumbrado a ver las montañas sobre el fondo de la luz, el ábside de los templos contra el azul del cielo, sólo concebía el lugar donde aparecían, netas y claras, las obras de Dios y sus propias obras. Lo infinito era lo imperfecto, tan imperfecto como el Mal. La grieta en elespacio apareció después. Antes, se oyó el crujido del primer milenio. La Iglesia, mi santa madre¡"Tu agüela", murmuró haciéndose el distraído el padre Cherubini) ya había conseguido poner, a su manera, la casa en orden. El Mal era una necesidad del Bien, la Tierra, redonda y quieta, era como un plato que flotaba sobre un mar inmóvil; las estrellas resplandecían sobre nuestras cabezas para que recordáramos la grandeza decorativa del Creador. Y el Tiempo, el angustioso tiempo de Agustín, se articulaba por fin con la eternidad: si el Papa era Vicario de Dios, que es lo eterno, y era soberano del mundo, que es lo temporal, podíamos dedicarnos a la quietud, a la contemplación, a iluminar los libros que guardaban para siempre todo el saber, y a estudiar, en la lengua incorruptible, las artes liberales. "E a descogotarnos en los torneos, apestarnos con la Peste, et expoliar a los poveros campesinitos, pa no fablar de los ostrogodos y otros raudos caualleros vandálicos", dijosin poder contenerse el padre Cherubini, a lo que el profesor Urba, asintiendo con una sonrisa, respondió que por el momento sólo le interesaba la superestructura espiritual del problema. "Ma", dijo el padre Cherubini, "non érades marxista?" En cierto modo, dijo el profesor Urba. "Ego te absolvo, pichón", dijo el padre Cherubini. Y fue justamente ahí, fue en ese milenario instante de casi perfecta quietud, cuando, sin saber lo que hacía, un pequeño monje benedictino quiso rematar la alta cúpula de la casa de la Fe y demostrar, con la razón, lo indemostrable. "San Anselmito!", prorrumpió exultante el padre Cherubini. "Largomento ontológico: ese cristalito diamantino con il cuale le pusimo la tapa a lo Insensato et probamos, urbi et orbi, la existencia de Tata Dios." Exacto, convino el astrólogo. "Anhelas que te lo recite?", preguntó el padre Cherubini y antes de que el astrólogo pudiera impedirlo lo recitó en latín y en pancocoliche, pidió más vino y se dispuso a seguir escuchando. El argumento ontológico, sí, dijo casi con melancolía el profesor Urba, argumento que fue, en rigor, la primera noticia que tuvieron los hombres de la muerte de Dios. "Ma, qué dice la Bestia?", se escandalizó el padre Cherubini. Digo que te calles, Custodio, y digo que en el momento preciso en que Dios necesitó ser demostrado por la razón, como si fuera un teorema, como si fuera un cálculo matemático, en ese mismo momento se oyó en lo alto del cielo un gemido de agonía que conmovió las estrellas, la casa volvió a crujir, y el mundo, que más o menos habían recompuesto la teología, el papado y la espada de los príncipes, comenzó a ser este mundo. En ese momento, que duró tres siglos, apareció el espacio. Y apareció por los cuatro costados de la casa. Los viajes, las cruzadas, la construcción de las ciudades, según el profesor Urba, hicieron del atemporal e inmóvil mundo medieval un mundo cambiante y sometido a las leyes de la historia, y el espacio plano, la tierra, dejó de ser el lugar que ocupaban las cosas para transformarse en el medio por elque se desplazaban los hombres y las cosas. Bastó, una noche, alzar la mirada y contemplar el cielo, para sentir la angustia y el esplendor del espacio. La noción de inmensidad, el terror y la fascinación de lo infinitamente extenso, conmovieron la casa hasta sus cimientos. Y eso fue el Renacimiento. La infinita divinidad de Nicolás de Cusa, el sistema de Copérnico, los inagotables orbes fulgurantes de Giordano Bruno, iban por fin, a dilatar el mundo en todas direcciones. El arte, como siempre, intuyó mucho antes esa transformación, y creyendo contar un descenso al Infierno o inventar la perspectiva, cantó y pintó el drama de su tiempo: la rajadura que se abría en el techo, en el piso, en las paredes de la casa del hombre. –Se nota -sonreía. Se rascó la mejilla con un gesto, rápido, una especie de tamborileo. -Por tu modo de hablar ahí adentro. Los autodidactas son tipos curiosos, ¿no? Quiero decir, raros. Saben cosas, muchísimas. Hablan y hablan. Como si necesitaran demostrar, no sé, algo. Me parece. –Entiendo -le dijiste-. Llevamos una vida de mierda. –El abad no recibe a nadie -intervino el editor de Política-. Tiene ya setenta pedidos de entrevistas. Si de las comunas la que más me gusta es la nororiental, de los presidentes de Colombia el que prefiero es Barco. Por sobre el terror unánime, cuando plumas y lenguas callaban y culos temblaban le declaró la guerra al narcotráfico (él la declaró aunque la perdimos nosotros, pero bueno). Por su lucidez, por su memoria,por su inteligencia y valor, vaya aquí este recuerdo. Pensando que todavía era ministro del presidente Valencia, que gobernó veintitantos años atrás, le expresaba lo siguiente al doctor Montoya, su secretario, el suyo: "Voy a aconsejarle al presidente, en el próximo Consejo de Ministros, que le declare la guerra al narcotráfico". –¡Eh, carajo, aquí si no hay ni quien le traiga a una un café! –¿Eh? ¿Quién? Un sorbito y eso era todo, que no quería más, que le sabía raro, que todo le olía a vaca, que tal vez por el remedio que le estaba dando. Según El Heraldo, el presidente había cancelado una cena con empresarios alemanes y, a las diez de la noche, se había retirado a su dormitorio a ver televisión. Puso un documental sobre Carlos Salinas de Gortari grabado en marzo de 1995 y se deprimió. «Dese cuenta de lo que pudieron hacer la inquina y la envidia con un gran hombre», le dijo al mayordomo que le llevó la cena. Se veía a Salinas barbudo y ojeroso tendido sobre una humilde cama de Monterrey, con una bandera mexicana al fondo. A los pocos meses de abandonar el gobierno, su hermano había sido acusado de crímenes y desfalcos sin nombre. Para restaurar el honor de la familia y de su propia presidencia, a Salinas de Gortari no le quedaba otro recurso que la huelga de hambre. Había llamado a la puerta de una mujer leal, Rosa Coronado, y le había pedido asilo. Al rato, el sitio estaba lleno de periodistas. «Voy a matarme de hambre», les dijo a los enviados de Televisa. «Lo que se ha hecho conmigo es una indignidad. Voy a suicidarme.» La huelga de hambre duró menos de veinticuatro horas porque en seguida llegaron a Monterrey emisarios del presidente sucesor para eximir a Salinas de toda culpa en los males que México había padecido bajo su mandato. Al verlo marcharse de Monterrey cabizbajo, aún más ínfimo e íngrimo que de costumbre, con la misma campera de cuero negro que vestía al llegar, el presidente argentino lloró en Olivos. «Sintió que a todos los hombres de bien les cae tarde o temprano sobre los hombros la cruz de la injusticia», decía el ripioso cronista de El Heraldo. ((Sintió que en este mundo de desgracias hay siempre un alma gemela. Se asomó al balcón y creyó distinguir una luz blanca, entre los árboles del parque. Serían las once de la noche. Vio flotar entre las ramas de un limonero la imagen cegadora de Jesucristo. Ah, Dios mío, Dios mío, atinó a decir el presidente. Nuestro Señor levitaba cubierto sólo por un taparrabos, como en las pinturas de la crucifixión, e inclinaba la cabeza en señal de sufrimiento. Cuando, de pronto, abrió los brazos y se elevó en el aire transparente de la medianoche, el presidente reconoció, con toda claridad, los estigmas del calvario: la herida de la lanza en el costado, las desgarraduras sangrantes de la corona de espinas, las manos y los pies atravesados por clavos. Una fuerza celestial lo hizo caer de rodillas mientras la luz se perdía entre las nubes. Rezó un padrenuestro y un avemaría. Luego, aún estremecido por la visión, Llamó al capellán de Olivos y le pidió que lo acompañara al árbol del milagro. Allí encontraron, al pie del limonero, un crucifijo de oro manchado con un finísimo hilo de sangre. Aunque es julio, el árbol estaba lleno de azahares que fueron evaporándose como luciérnagas.» Parecías realmente alegre. Tu buen humor crecía en la misma proporción con que Espósito perdía el suyo..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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