15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Cómo más o menos. Lo vio desde la esquina, esperándola junto a la entrada. Estaba con un traje claro y una corbata violeta, que tal vez fuera brillante pero que el lugar desteñía. También de lejos exhalaba fuerza e imperio, aunque el índice de la mano derecha rascara siempre una ceja, pensativo, y él mismo pareciera estar en otra parte, lejos de allí, tal vez en el punto donde ella estaba ahora, con un vestido demasiado ligero y sandalias: casi desnuda. –Sí, hijo -contestó mi papapa-. Por favor, hijo. -Lo pensaré -dije-. Lo pensaré con mucho cuidado. Reina salió hacia Bogotá dos días más tarde y al tercero Llegó a San Vicente del Caguán, la polvorienta aldea desde la que se abrían los senderos de la guerrilla. Jamás había visitado un lugar tan inhóspito ni creía que existiera otro igual en el mundo. El aire denso olía a cloaca y lo cruzaban nubes de moscas gordas e inquietas. Caía un sol tan incandescente que sólo por milagro la sangre no entraba en ebullición. La primera noche, en el hotel donde Reina y sus compañeros se alojaban por designio de los guerrilleros, ella sudó tanto que se levantó antes del amanecer a exprimir las sábanas empapadas. No podía dormir más y salió a tomar el fresco al porche de la entrada. Germán, el editor bogotano, estaba allí meciéndose en una hamaca y fumando con serenidad, como silo hiciera dormido. Apenas la vio, le ofreció un sitio a su lado para que se tendiera. Reina lo hizo sin vacilar. Sentía una confianza instintiva en él, la certeza súbita de que el mundo podía empezar y acabar en su cuerpo anguloso, de huesos demasiado grandes y unos ojos tan azules que casi se podía ver lo que había al otro lado. Era una hora de silencio unánime en la aldea, porque ya el último borracho se había desmayado en la última taberna, y Germán le enseñó a distinguir los sonidos de la selva cercana, donde los monos aullaban como lobos y los papagayos reían como hienas. Esa tarde, mientras esperaban al guía que iba a llevarlos al campamento de Tirofijo, bailaron los vallenatos del Dúo de Dos en un salón de fiestas que se llamaba La Perdición, y salieron a beber cerveza con un enano de circo que le ofreció a Reina sus dientes de oro por una sola noche de amor. Después, ella y Germán caminaron hacia el hotel por la calle principal, donde los vendedores de arepas y frutas tropicales estaban recogiendo sus tiendas entre perros que se perseguían para fornicar y de pronto quedaban inválidos y lastimeros, pegados por las ventosas del coito. Al toparse con el río Caguán se dieron cuenta de que habían equivocado el camino y desandaron unas cuadras tomados de la mano con naturalidad, como si fueran amigos de muchos años, aunque Reina sintió que Germán se estremecía cada vez que los dedos cambiaban de posición y que el roce de las palmas, aun sudadas y pringosas, tenía una intensidad sexual que antes jamás había sentido. La necrología que escribió Enzo Maestro para El Diario no mencionaba a Reina Remis ni los tres años que ella y Camargo vivieron sin separarse casi, yendo de un lado a otro del mundo. Reina estuvo ahí todo el tiempo, en el centro de esa vida, y sigue siendo raro que los demás vean la historia de amor que los unió como si nadie la hubiera vivido y los personajes se hubieran retirado de ella, dejando sólo la historia. Ahora se sabe que la minuciosa investigación de Remis sobre el contrabando de armas también quedó en la nada, a pesar de las pruebas que ella y Camargo recogieron en los bancos de Zurich y en los archivos de las cancillerías balcánicas. El presidente penitente fue amenazado con la cárcel por el gobierno que lo sucedió, pero salvó el pellejo con facilidad. Todos los que debían juzgarlo habían sido nombrados por él, y estaban ansiosos por devolverle el favor. No tardaronen descubrir errores en los sumarios y con esa excusa invalidaron los procesos. También al nuevo gobierno le convenía que estuviera libre, para dividir a los opositores. La impunidad persistió. El parlamento siguió aprobando leyes que saqueaban el país hasta convertirlo sólo en un nombre vacío: el mismo desierto inútil que había sido cuatro siglos antes. –¿Me puedo ir, entonces? De tu absoluta entrega, en vida y alma y cuerpo, etcétera. –Uno setenta y dos, descalzo. Lo subieron a la camilla, lo taparon con una sábana, salieron a la biblioteca y por entre nosotros tomaron con él hacía la escalera. La tarde en que La Plaga me habló de Alexis en el salón de billares me contó del exterminio de su banda: diecisiete o no sé cuántos, que fueron cayendo uno por uno, religiosamente como se va rezando el rosario, y de los que no quedó sino mi niño. Ese "combo" fue una de las tantas bandas que contrató el narcotráfico para poner bombas y ajustarles las cuentas a sus más allegados colaboradores y gratuitos detractores. A periodistas, por ejemplo, de la prensa hablada y escrita con ánimos de "figuración" así fuera en cadáver; o a los ex socios del gobierno: congresistas, candidatos, ministros, gobernadores, jueces,alcaldes, procuradores, y cientos de policías que ni menciono porque son pecata minuta. Todos se fueron yendo, como avemarías del rosario. –No era un saludo -dije-. Es mi plegaria matutina. Dame un mate. Ladébochca vaciló un poco, y luego dijo: -Espere. -Se alejó, y mis tresdrugos habían bajado en silencio del auto y se acercaronjoroschó furtivos, y ya se estaban poniendo las máscaras, de modo que me puse la mía; y aquí fue suficiente meter la viejaruca y soltar la cadena, pues como había ablandado a estadébochca con migolosa de caballero, ella no cerró la puerta como tenía que haber hecho, pues éramos gente desconocida, que venía de la noche. Los cuatro entramos como una tromba, el viejo Lerdo haciéndose elschuto como de costumbre, dando cabriolas y canturreandoslovos sucios, y era una bonita ymalenca casita, debo reconocerlo. Entramos todossmecando en el cuarto donde había luz, y ahí estaba esadébochca como acobardada, un pedacito defilosa con unosgrudos verdaderamentejoroschós, y con ella estecheloveco también joven, conochicos de montura de carey, y sobre una mesa una máquina de escribir y papeles por todos lados; pero además una pequeña pila de papel que seguramente era lo que ya había dactilografiado, así que aquí teníamos otro inteligente, estilo hombre de libros como el que habíamostolchocado unas horas antes; peroéste escribía, no leía. Bueno, empezó a hablar: –Darío. –¿Qué estás esperando, entonces? Sentate a escribir sobre esa muerte. –Con esa cara no me vas a decir que tenés prejuicios sexuales. Salí, vos sos flor de reventado. Y éste también es un repodrido. ¿Quieren que les lea las manos?, traigan. Parece un casamiento. A ver. Nacho querría ser puto y no puede. Vos podrías y no queres. Che, qué fato jodido con la muerte y la locura tienen ustedes dos. Y esto, ¿con qué se come? Mamita querida -dijo de pronto-. Mamita querida..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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