15 de enero de 2025
Comentario destacado
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La mujer seguía respirando a ritmo normal. Tenía la boca más abierta que de costumbre, acaso porque faltaba el aire en el cuarto. De vez en cuando intentaba débiles cambios de posición, y eso tranquilizaba a Camargo. La había obligado a beber un vaso de agua antes de marcharse, sosteniéndole la cabeza con los guantes de látex que había usado todo el tiempo, y no se vetan signos de que hubiera vomitado. Sin duda iba a sonar muchas veces el teléfono durante la mañana, pero ella no tendría conciencia suficiente para oírlo. La llamaría Sicardi para reprenderla por no haber asistido a la reuniónde editores, y luego la llamaría Maestro, pidiéndole que cubriera las dos nuevas renuncias que esa mañana habían sacudido el frágil árbol del gabinete. En vano, en vano. Pensarían que, ofendida por las recriminaciones de Sicardi, había decidido adelantar el viaje a Río. Me costó mucho no enfermarme de veras, pero lagolová me dolía de lo peor, y sentía larota tan seca que me vi obligado a beberscorro un trago de la botella de leche que estaba sobre la mesa, y este Joe dijo: -Modales de cerdo sucio. –¡Hijo de puta! -grita-. ¡Hijo de puta! Te lanza una mirada de desprecio y corre en busca del alazán. –Adiós, querida -dijo la chica que descendía de Bustos. Los pequeños altavoces de mi estéreo estaban todos dispuestos alrededor del cuarto, en el techo, las paredes, el suelo, de modo que cuando me acostaba en la cama paraslusar la música, estaba como envuelto y rodeado por la orquesta. Lo que primero deseaba escuchar esa noche era el nuevo concierto para violín, del norteamericano Geoffrey Plautus, tocado por Odiseo Choerilos con la Filarmónica de Macon (Georgia), de modo que lo saqué del estante, conecté y esperé, y entonces, hermanos, llegó la cosa. Oh, qué celestial felicidad. Estaba totalmentenago mirando el techo, lagolová sobre lasrucas , encima de la almohada, losglasos cerrados, larota abierta enéxtasis,slusando esas gratas sonoridades. Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de migolová las trompetas lanzaban lenguas de plata, y al Iado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos. Pe y eme en el dormitorio, al Iado, habían aprendido ahora a noclopar la pared quejándose de lo que ellos llamaban ruido. Yo les había enseñado. Ahora tomaban píldoras para dormir. Tal vez advertidos de la alegría que yo obtenía de mi música nocturna, ya las habían tomado. Mientrasslusaba , losglasos firmemente cerrados en eléxtasis que era mejor que cualquierBogo desynthemesco, entreví maravillosas imágenes. Eranvecos yptitsas , unos jóvenes y otrosstarrios, tirados en el suelo y pidiendo a gritos piedad, y yosmecaba con toda larota y descargaba la bota sobre loslitsos. Y habíadébochcas desgarradas ycrichando contra las paredes, y yo me hundía en ellas como unaschlaga , y cuando la música, que tenía un solo movimiento, llegó a su total culminación, yo, tendido en mi cama con losglasos bien apretados y lasrucas tras lagolová, sentí que me quebraba, yspataba, y exclamaba aaaaah, abrumado por eléxtasis. Y así la bella música se deslizó hacia el final resplandeciente. –Anda a cagar a los yuyos -dijo Santiago. De los muertos que cargaba Alexis en su conciencia (si es que tenía) cuando nos conocimos, yo no soy culpable. De los de este niño, los suyos propios, tampoco. Allá ellos con sus muertos que de los que aquí tenemos compartidos ustedes son testigos. Le dije a Wílmar que en mi opinión ya no tenía objeto seguir en Medellín, que esta ciudad no daba para más, que nos fuéramos. ¿Que para dónde? Para donde fuera. El mundo no se acababa aquí, era bien grande. 102897 –¿La Cuarenta qué, amigo? –¿Y si ella estaba tan enferma y su papá tan sano, por qué el sano murió y la enferma sobrevivió. Y descargás la segunda bala, ahora de cerca, sobre el lunar. –Bogo los aplaste,brachnosvonosos , malolientes.¿Dónde están los demás? ¿Dónde están misdrugos hediondos y traidores? Uno de mis malditos ygrasñosbratos me dio con la cadena en losglasos. Agárrenlos antes que escapen. Ellos quisieron hacerlo, hermanos. Casi me obligaron. Soy inocente; queBogo termine con ellos. -Aquí todos estabansmecándose con ganas, y la mayor perfidia, y así,tolchocándome, me empujaron al interior del auto, pero yo continué hablando de esos supuestosdrugos míos, y entonces comprendí que era inútil, porque todos estarían ya de vuelta en la comodidad delDuque de Nueva York,metiendo café y menjunjes y whiskies dobles en losgorlos sumisos de las hediondasptitsasstarrias, mientras ellas decían: -Gracias, muchachos, Dios los bendiga, chicos. Aquí estuvieron todo el tiempo, muchachos. No les quitamos los ojos de encima ni un instante. –La viuda lo encontró de rodillas, al lado de la cama, con un tiro en la boca. No dejó ninguna carta. Eso es lo que dicen. Camargo, que andaba siempre encorvado y con el labio inferior saliente, despectivo, como en los retratos de Dante Alighieri, trató de caminar erguido cuando vio a Reina ya sentada bajo la escalera, con un vestido floreado de polleras anchas que le daba un aire campesino e inofensivo. En la mesa había dos pequeñas velas encendidas. La atmósfera era cálida, silenciosa. Al centro del restaurante se abría un claro que a veces ocupaba un dúo de bandoneón y violín, o alguna imitadora de Edith Piaf. Sin preguntar la opinión de Remis, Camargo ordenó una botella de cabernet. Desde las terrazas de mi apartamento, con el cielo arriba y Medellín en torno, empezamos a contar (a descontar) las estrellas. "Si es verdad que cada hombre tiene una estrella -le decía a Alexis-, ¿cuántas has apagado? Al paso a que vas, vas a callar el firmamento". Para hacer un cascado se necesita una simple bala más un revólver, y mucha, mucha, mucha voluntad. Cuando salimos al frío de la calle, decidieron que no irían en ómnibus, oh no, querían un taxi, de modo que les di el gusto, aunque con una sonrisa interior verdaderamentejoroschó, y llamé un taxi estacionado en la fila. El chofer, unvecostarrio y bigotudo con losplatis muy manchados, dijo cuando nos vio: –…obsoletas -dice el profesor Urba, en el otro extremo de la sala. –¿Y ahora qué pasa, eh? –Quiero saber quién lo hizo. El gesto de Verónica fue casi de contrariedad. Tan leve y ambiguo que podía significar cualquier cosa. En La Pintada hay dos farallones picudos como dos tetas, que se yerguen apuntando al cielo, tentando a Dios. Por entre ellos surge la luna, la luna loca, la luna roja, roja de sangre. Las nubes se apartan a su paso y el astro demente sube y alumbra al mundo. Entonces el machete y la tea toman posesión de la noche: tumban cabezas, queman veredas, hacen de las suyas. Colombia, la gran alcahueta, los deja hacer. Que acaben con lo queda, hasta con el nido de la perra como decía mi abuela..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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