15 de enero de 2025
Comentario destacado
Extended essay abstract
Todos los personajes y lugares de esta novela, aun los que parecen tomados de la realidad, corresponden al orden de la ficción. Leerlos de otro modo violentaría su naturaleza. –¿Adónde se supone que vamos? –Sí, me pasa algo. Me pasa que te están esperando. En tu casa. Y que dentro de diez o doce horas nos veremos en el Cerro de las Rosas. Suponiendo que no me atropelle un auto. O el tílburi de la familia Rivarola. Si es que ahora mismo no estoy muerto, porque sospecho que tengo cierto tipo de percepciones que no pertenecen del todo a este mundo. Y en el Cerro de las Rosas tal vez te encuentre siempre que te reconozca entre dos o tres mil fantasmones doctísimos y elegantísimos, amigos tuyos. Y, si te encuentro, razonaremos a cuatro metros de distancia sobre el hibridaje del ser nacional, que es un buen tema. –No -contesté, y luego-: Será toda una sorpresa para los dos, ¿verdad? Yo entro por la puerta y digo: «Aquí estoy, otra vez unveco libre».Sí, realmentejoroschó. Desde hace días, Camargo ha prescindido del chofer que lo llevaba de un lado a otro. Ahora maneja él mismo los automóviles del diario, para disimular sus visitas a la calle Reconquista. En verdad, podría caminar las pocas cuadras que separan su despacho del departamento. Pero, yendo a pie, no podría darsecuenta de quién lo sigue. Lerdo se acercó a ladébochca, que seguía haciendo crich crich crich, y le sujetó lasrucas a la espalda, mientras yo le desgarraba esto y aquello, y los otros largaban los ja ja ja, y vimos que tenía unos buenosgrodosjoroschós, que exhibían unosglasos sonrosados, oh hermanos míos, entre tanto yo me sacaba los pantalones y me preparaba para la zambullida. Mientras me zambullia pudeslusar los gritos de sufrimiento, y alveco escritor lleno de sangre que Georgie y Pete sostenían y que casi se soltaba, aulIando comobesuño las palabras más sucias que yo conocía y algunas que él estaba inventando. Después de mí era justo que le tocase el turno al viejo Lerdo, y lo hizo resoplando y jadeando como una bestia, sin que se le moviera un centímetro la máscara de Pebe ShelIey, mientras yo sujetaba a lafilosa. Después hicimos cambio de parejas, el Lerdo y yo aferramos al baboseanteveco escritor, que ya no luchaba casi, y apenas musitaba algúnslovo aquí y allá, como si estuviese muy lejos, en el bar donde sirven la leche-plus, y Pete y Georgie tuvieron lo suyo. Luego, todo se serenó, y nosotros estábamos llenos de algo parecido al odio, de modo quecracamos lo que todavía quedaba sano -la máquina de escribir, la lámpara, las sillas- y el Lerdo, como era ya típico en él, apagó el fuego orinando y se disponía a cagar sobre la alfombra, pues por allí abundaba el papel, pero yo dije no. -Fuera fuera fuera -aullé. Elveco escritor y suchina no estaban realmente en sus cabales, lastimados, ensangrentados, y haciendo ruidos. Pero vivirían. Camargo se desentendió. Ordenó a la amedrentada casera que guiara al chofer hacia la cocina y pusiera en fuentes de servir el gazpacho, el pavo frío y la ensalada rusa que había traído de Buenos Aires. Así que el celular se le había agotado: esa coartada era difícil de verificar. Pensaste, entonces: puedo encontrar su huella. Si se quedó en Temuco, su paso ha de estar registrado en hoteles, líneas aéreas, restaurantes. Sicardi descifrará esos enigmas con un par de llamadas. Vas a pedírselo apenas la mujer se aleje, pero te detiene algo en el tono de lo que ahora te dice: familiar y a la vez distante, sonidos en desarmonía con su sentido: –Uno, dos, tres, cuatro, cinco -iba contando Argemiro a medida que iban saliendo de su mujer los quintillizos o quíntuplas, como usted prefiera, pues en esto hay discrepancia en el idioma. Pero cuando bajé del camastro y lo moví con minoga desnuda, tuve una sensación de fría rigidez, de modo que me acerqué a la litera del doctor y lo sacudí; siempre le costaba mucho despertarse por la mañana. Pero esta vez salió del camastro bastantescorro, y lo mismo hicieron los otros, excepto la Pared, que dormía como un muerto. -Muy lamentable -dijo el doctor-, seguramente fue un ataque al corazón. -Luego continuó, recorriéndonos con los ojos:- Realmente, no debieron pegarle así. La verdad, no fue una idea muy buena. -Pero Jojohn dijo: algo menos transparente que la común. Según ella, es la sustancia de la que se alimentan las reinas de la colmena: rebosa de proteínas, grasas, y unas hormonas imprecisas. «Por qué no prueba la miel con la cera, doctor Camargo?», lo incita la repostera. «Si las reinas toman de allí toda la fuerza que necesitan para volar muy alto, imagínese el efecto que podrían tener en usted, que es un príncipe.» Camargo no responde. Aunque siente repugnancia por esas misteriosas secreciones del abdomen de las abejas obreras, pide por la tarde que le lleven un trozo cualquiera de panal. Con una lupa, observa una por una las prodigiosas celdillas hexagonales, de paredes fragilísimas y sin embargo elásticas. Le gustaría descubrir, por azar, la larva de alguna reina en ciernes, para clavarle de inmediato un alfiler. –No quiero perder mi trabajo en el diario, doctor -dijo, con un tono resignado-. Y si me enredo en una historia de la que no sabría cómo salir, lo voy a perder. Lamento lo que empezamos. No lo voy a seguir. –Si yo fuera su amigo, le aconsejaría que no lo haga. –¡Ah, yo no sé! Digamos que con Irma. –Qué interesante -dijo Verónica-. Mejor me voy. Hay temas que son demasiado para mí. –No entremos -dije. –Soy yo, papá. Yo la traje. A veces su habla se contamina de palabras que ha copiado de libros españoles -guapo, listo, enfado-, pero en ella nada parece artificioso. Su soltura te asombra siempre. Ahora, mientras aún está de pie, quitándose el abrigo, exhala una seguridad imperial..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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