15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Ahora la ha puesto de espaldas. Avanza las imágenes a voluntad, despacio, una por una, tratando de adivinar qué hay más allá del cuerpo, qué espacios del alma se abren al otro lado de estos bordes físicos que no puede traspasar, cuáles de sus recuerdos, aflicciones y felicidades se ocultan al escrutinio de la cámara. Se detiene en este lunar de la pierna y en la casi invisible mancha rosada que se extiende al centro de la espalda, junto a la espina dorsal, y luego va más rápido, se abre paso hacia las nalgas, se mueve con tanta ansiedad que los muslos de la mujer, cuando ella se despereza, parece que estuvieran temblando. El efecto de aceleración de la imagen es sin embargo imperfecto, la irrealidad se despierta en él como el aleteo de un pájaro inoportuno y, aunque extiende las manos para tocar a la mujer, sabe que ella no está ahí, que su cuerpo es sólo un dibujo de la luz sin olor ni sabor, y que alguna vez tendrá que contarle todo lo que ha hecho con esas imágenes y todo lo que esas imágenes le han hecho. La dama de los botincitos pensaba seguramente que no había hablado lo bastante alto. Empezó a pasar dos o tres noches a la semana en San Isidro. Le gustaba levantarse al amanecer y caminar sobre el césped de la casa hasta una glorieta desde la que se veían los veleros tempranos del río y la mansa niebla destrenzándose de la corriente. Reina sentía entonces que el ser de antes se le evaporaba y no sabía si este nuevo ser que ahora entraba en ella podía ser feliz alguna vez, con Camargo pesándole como una sombra. Su vida de antes había sido gris y ésta también lo era, aunque de otro modo: en la vida de antes corría y corría sin poder avanzar, y en la de ahora avanzaba sin poder correr. Le parecía que un invencible aro de hierro la asía de los tobillos, mientras el viento se la llevaba de un lado a otro. En noviembre Camargo y ella volvieron a viajar juntos, a Venecia y a Paris, donde se tomaron fotos y jugaron en los hoteles a ser padre e hija. Celebraron la llegada del 2000 en un crucero a los glaciares del sur de Chile, y desde la cubierta, abrazados, contemplaron la gloria de los fuegos artificiales en la bahía de Puerto Montt después de haberse extasiado, en el televisor del barco, con las réplicas iluminadas de los globos Montgolfier que volaron sobre la torre Eiffel de Paris y los muros de fuego que se deshicieron en Berlín a un lado y otro de la puerta de Brandeburgo. Esa noche se hablaron por primera vez en una lengua que sólo tenía significado para los dos. Reina había empezado a estudiar la gramática canaanita e inventaba frases a partir de los sonidos que le dictaban sus deseos. Estaban ya borrachos o más bien colocados -como decía Reina- y se desnudaron en la cabina para que el nuevo siglo los bañara con la luz de felicidad y desconcierto que tiene todo lo que empieza. Ella le acarició las piernas y le dijo, de pronto: «Maná pussa astiy». «¿Maná pussa?», preguntó Camargo. ¿Qué es pussa?» Ella le mintió: «Quiero tocar tu animalito. Pussa significa animalito». La expresión en arameo es más dulce, significa «es mi hijo», pero a ella le dio vergüenza confesar que el animalito le parecía pequeño y en estado de perpetua necesidad. «Bringueame la plusidra, entonces», siguió Camargo, besándola. Ella lo apartó: «Eso no vale. Es glíglico, el horrendo invento de Cortázar. Si nos hablamos, que sea en mi lengua, maru legrabas, con sintaxis, con núcleos: voz de seres humanos,.»Si es así, te fuqueo, Queenie, musaraño ta coquina.» «Así es mejor, urduno», suspiró ella. ¿Las aceras? Invadidas de puestos de baratijas que impedían transitar. ¿Los teléfonos públicos? Destrozados. ¿El centro? Devastado. ¿La universidad? Arrasada. ¿Sus paredes? Profanadas con consignas de odio "reivindicando" los derechos del "pueblo". El vandalismo por donde quiera y la horda humana: gente y más gente y más gente y como si fuéramos pocos, de tanto en tanto una vieja preñada, una de estas putas perras paridoras que pululan por todas partes con sus impúdicas barrigas en la impunidad más monstruosa. Era la turbamulta invadiéndolo todo, destruyéndolo todo, empuercándolo todo con su miseria crapulosa. "¡A un lado, chusma puerca!" íbamos mi niño y yo abriéndonos paso a empellones por entre esa gentuza agresiva, fea, abyecta, esa raza depravada y subhumana, la monstruoteca. Esto que veis aquí marcianos es el presente de Colombia y lo que les espera a todos si no paran la avalancha. Jirones de frases hablando de robos, de atracos, de muertos, de asaltos (aquí a todo el mundo lo han atracado o matado una vez por lo menos) me llegaban a los oídos pautadas por las infaltables delicadezas de "malparido" e "hijueputa" sin las cuales esta raza fina y sutil no puede abrir la boca. Y ese olor a manteca rancia y a fritangas y a gases de cloaca… ¡Qué es! ¡Qué es! ¡Qué es! Se ve. Se siente. El pueblo está presente. –Yo no estaría tan seguro. La gente que enviamos ahí sigue con las manos vacías. Nadie puede acercarse a la entrada de esa fortaleza. La dama benefactora llamó al abad y le anunció que vas al oficio de Vísperas. Me hizo prometer que no vas a preguntarle nada a nadie, que si abrís la bocasólo va a ser para rezar. Tiene pendiente un préstamo para maquinarias agrícolas y no quiere pleitos con el gobierno. Si me lo hubiera dicho antes, no te había mandado. –Soy Camargo -le dijo. Era casi imposible pero habías venido y todo encajaba a las mil maravillas en aquel rompecabezas de manicomio. Cuando volví a verte, casi dos horas más tarde, ni siquiera me asombró comprender que durante el tiempo que permanecí en el hotel hablando con el señor Ripul o mirando el cielo raso de mi cuarto, vos estabas enfrente, en un café, a menos de diez metros de mi cama. ¿Cuánto tiempo es casi dos horas en una historia de amor que abarca poco más de un día? Ulises viajó por el mar menos de lo que yo estuve solo en esa cama. ¿Y por qué no me viste entrar en el hotel? Tal vez has ido hasta el baño; tal vez en las paredes del baño hay inscripciones inmundas. Estás leyendo las atrocidades que escriben o dibujan las mujeres en los baños y yo vengo de negarme a entrar en la casa de Dios por la Puerta del Cielo. Hay otras posibilidades, naturalmente. Hablando en general son peores. El mundo real no me gusta, nunca me gustó. Ha de saber Dios que todo lo ve, lo oye y lo entiende, que en su Basílica Mayor, nuestra Catedral Metropolitana, en las bancas de atrás se venden los muchachos y los travestis, se comercia en armas y en drogas y se fuma marihuana. Por eso, cuando está abierta, suele haber un policía vigilando. Pregúntenle a ver si invento. ¿Y Cristo dónde está? ¿El puritano rabioso que sacó a fuete a los mercaderes del templo? ¿Es que la cruz lo curó de rabietas, y ya no ve ni oye ni huele? Al olor sacrosanto del incienso se mezcla el de la marihuana, la que sopla desde afuera, desde el atrio, o la que se fuma adentro. La mezcla te produce cierta religiosa alucinación y ves o no ves a Dios, dependiendo de quien seas. En el diario casi todos tenían la maldita costumbre de dirigirse a él en plural. –Dónde están los otros? -preguntó. Las comunas son, como he dicho, tremendas. Pero no me crean mucho que sólo las conozco por referencias, por las malas lenguas: casas y casas y casas, feas, feas, feas, encaramadas obscenamente las unas sobre las otras, ensordeciéndose con sus radios, día y noche, noche y día a ver cuál puede más, tronando en cada casa, en cada cuarto, desgañitándose en vallenatos y partidos de fútbol, música salsa y rock, sin parar la carraca. ¿Cómo le hacía la humanidad para respirar antes de inventar el radio? Yo no sé, pero el maldito loro convirtió el paraíso terrenal en un infierno: el infierno. No la plancha ardiente, no el caldero hirviendo: el tormento del infierno es el ruido. El ruido es la quemazón de las almas. –¿No nos está saliendo una conversación algo descomunal, considerando la hora? -dijo Santiago. –Preciosa reunión -dijo la japonesita-. Adiós..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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