15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Cómo puedo estar seguro? -replica en su media lengua. –Cómo qué más. Te parece poco un elefante. Otras emisoras aseguraban que el presidente se había retirado del convento benedictino después de la plegaria de Sextas, hacia la una de la tarde, con tantas precauciones de seguridad que un doble -el mismo doble que lo sustituía repartiendo bendiciones y promesas en las provincias remotas- había asistido al oficio de Vísperas. Según esas versiones, había viajado en el avión de un amigo desde un campo cercano a Los Toldos hasta Jáchal, en San Juan. Una vez allí, el presidente había empezado a comportarse de un modo extraño. Ordenó que no lo siguieran. Pidió prestado el auto de un senador y nadie sabe cómo, a eso de las cuatro de la tarde, llegó a la cabaña del guardián del Valle de la Luna. Iba vestido con un hábito blanco, de beduino, la cabeza cubierta por una capucha de monje y sandalias franciscanas. El guardián contó por la radio, con una voz sin entresijos de mentira, que había tratado de detenerlo mientras el presidente iba y venía por las depresiones del valle, rezando como un poseído bajo el sol enloquecedor. Uno de los móviles de la televisión de San Juan había llegado hasta las vallas tendidas por el ejército y mostraba al presidente desde lejos, trepando por los riscos. A falta de acción, las cámaras insistían en describir la intensidad religiosa de las rocas, en cuyas formas estaba inscripta la historia del mundo: hongos, lámparas, cavernas por las que asomaban lenguas de piedra negra, aves siamesas, parejas copulando, naves cilíndricas abandonadas después de los viajes de Dios. –Creo que ya sé quién eres -dijo elveco-. Si eres quien creo, amigo, has venido al sitio que te conviene.¿No apareció tu foto en los diarios esta mañana? ¿No eres acaso la pobre víctima de esa horrible técnica nueva? Si es así, te envió la providencia. Torturado en la prisión, y luego arrojado a la calle para que te torture la policía. Mi corazón está contigo, pobre muchacho. -Hermanos, yono entendía ni unslovo, aunque tenía larota bien abierta para responder a todas las preguntas.- No eres el primero que viene apremiado por las dificultades -dijo el veco-. La policía trae a menudo a sus víctimas a las afueras de esta aldea. Pero es providencial que tú, que eres también una víctima de otra clase, hayas venido aquí. ¿Tal vez me conoces? –Se llamaEl boulevard de la Desilusión-dijo Verónica. –…obsoletas -dice el profesor Urba, en el otro extremo de la sala. Y ahora viene lo insólito: bajaron por la falda una carroza de funeraria y dos motocicletas dando chumbimba a toda verraca, ametrallando la fachada de la casa del Ñato. ¿Para qué le disparaban si no era una fachada de cartón, si era una fachada de cemento? Las balas no podían pasar rumbo a los deudos del interior… No, es que no era para que pasaran, era por su valor simbólico. Una especie de gesto de afirmación. Y que casi nos cuesta la vida de paso a Wílmar y a mí porque por un pelo no nos llevan, nos arrastran, en su bajada endemoniada el carro fúnebre y sus dos motos. Lo más preocupante de esto es que: Que aquí te disparan desde donde menos lo piensas. ¡Hasta desde un carro de funeraria! En la esquina de La Perla del Once aún quedaban ejemplares de El Diario. En la primera página estaba el artículo sobre el oficio de Vísperas dominando las columnas superiores, a la derecha. El editor nocturno había subrayado su firma, Reina Remis, ilustrándola con una foro en la que se veía más joven, casi adolescente, resignada a una sonrisa que delataba sus encías. Sólo Camargo, llamando por el celular desde la Azotea de Carranza, podía haber dado la orden de que destacaran su nombre y la convirtieran, por ese simple pase de magia, en la periodista del momento. Sin embargo, esta inesperada fama no se debe a lo que ha sucedido entre los dos, se dijo Reina. Me la debo a mí, a la destreza con que deshice la farsa del presidente penitente. No estaba arrepentida de la intimidad con Camargo, para nada. Ella también había descubierto placeres de los que no se creía capaz, pero ahora pensaba que esos sentimientossiempre se apagan la misma noche en que se encienden y que lo mejor sería tratar al director de El Diario como si lo estuviera viendo por primera vez. Jamás pedirla nada, no quería nada. A la gloria fugaz del primer artículo seguirían otras, estaba segura, porque su ambición la llevaría ahora a cualquier parte, ella misma era un viento que subiría a cualquier cielo, pero no de la mano de Camargo sino arrastrada por los ángeles de su propia inteligencia, como en el sueño de Jacob. –Te llevo. A Mercedes Casanovas, La señorita Cavarozzi me está preguntando al oído de qué me río. Le susurro que no, que es una mera sonrisa. Siempre me río. Y menos mal que estoy sentado en punta de banco y vos has quedado algo lejos porque debo taparme la boca con el pañuelo; y morderlo, y trato de recuperar la seriedad pensando en la locura de Strindberg, en el terror con que debió escribir estos disparates, método que misteriosamente dio resultado inmediato. "No serás tan imbécil", dice inquieto el Capitán, "como para creer en… ciertas cosas"; quiere hacerse el agresivo pero se ve que está asustado. La cara quepone Kurt no me gusta nada, le va a contestar alguna porquería. "¿No crees en el infierno y estás metido en él?" ¿No te dije? Y ahora hace mutis, o sea que es. Pero este diálogo es del primer acto, no del segundo, esta obra marcha en sentido contrario y además por qué Kurt vase, si falta que el Capitán grite que no quiere morirse. Es una adaptación, me explica la Cavarozzi, una adaptación libre del instituto. ¿Qué instituto? De lenguas germánicas, ella misma les ayudó a los alumnos del elenco, ahora venía la parte del ventarrón, yo iba a ver en seguida qué lindo el efecto del cuervo contra la ventana y el barómetro fluorescente. "Chisstt, Ethel", murmuró Cantilo, y el Capitán, que ya se barruntaba lo del viento, dice: "Ya me lo barruntaba". Y yo siento que me voy a morir, lo barrunto. Cierro los ojos y trato de recordar cosas tristes. Una vez me mataron un conejo y me hicieron comerlo, yo no sabía que era mi conejo, hijos de puta, lo del conejo nunca me pasó pero surte efecto. Estoy llorando. La señorita Etelvina a mi lado, también llora. El cielo truena, el mar brama, el cuervo de Poe aletea contra el frágil vidrio de la ventana del mundo Y yo lloro con los ojos cerrados junto a la señorita Etelvina que medio me palmea la mano, aunque también llora, a ella seguramente sí le han hecho comer engañada el muslo de su pollo favorito, la pechuga de su ave del paraíso, el ala de su ángel guardián, tiene todo el tipo. Así que Georgie y Pete dejaron las grasientaspischas sobre la mesa, entre los papeles rotos, y se echaron sobre el veco escritor, cuyosochicos de armazón de carey estaban rajados pero seguían sosteniéndose, mientras el viejo Lerdo bailoteaba y hacía temblar los adornos de la chimenea (de un golpe los barrí todos, y ya no pudieron seguir temblando, hermanitos), y trabajando con el autor deLa naranja mecánica,de modo que ahora tenía ellitso todo púrpura, y soltaba sangre como una clase muy especial de fruta jugosa. Y conforme iba diciendo iba haciendo, tirando medía farmacopea del siglo XX a un bote de basura. Sobre el nochero, sobre la cómoda, en el piso, aquí y allá, impúdicas colillas de marihuana dejadas a la buena de Dios y a la vista de todos como condones flácidos recién usados, recién tirados, con mil millones de hijueputas potenciales muertos adentro. Cruzar una calle puede ser algo más que cruzar una calle. La segunda vez que lo pensaba esa mañana. Tener cuidado, pensé, obrar con mucho cuidado. Tocar apenas tu cintura al cruzar esta calle. Contacto tan imperiosamente leve que no podías dejar de sentirlo más allá de la piel. Un cuerpo ahí, otro cuerpo acá. Y entre esas dos islas, la casi inexistente complicidad del tacto. Volvíamos de algún lugar de La Cañada, del fantasma de un murallón español que, hace tres siglos, protegía a la ciudad de las inundaciones y hoy es un nombre y un montón de piedras. El Calicanto, dijiste, la ruina de la ruina de lo que fueun dique. Cruzamos. En dirección opuesta a la nuestra, venía caminando un muchacho. Un adolescente delgado, alto, de ojos oscuros y grandes. Sonreía con familiaridad; es decir: te sonreía. Había un ligero matiz de burla en su cara. Lo vi un segundo más tarde de lo necesario, pero fue suficiente. –Lo que ustedes digan, porque me tienen en susrucas. Pero empecemos y terminemos de una vez, hermanos. -La verdad, ahora quería salir de esemesto llamado HOGAR. Estaba empezando a no gustarme ni unmalenquito la mirada de losglasos de F. Alexander. Responda, doctor, responda, suplica Reina, hasta que por fin alguien atiende. Se deshace en disculpas. No molestaría a esta hora si no se tratara de algo grave. ¿Cuán grave?, pregunta el médico, desconfiado. Me han violado en mi propia casa, ¿puede imaginar el terror que siento? Claro que se acordaba, nos acordábamos, andábamos muy bien de la memoria, funcionándonos a todo vapor la locomotora, echando humo y arrastrando al tren. Y nos acordábamos de fulanito, de zutanito, de menganito, del Pájaro, el Gato, el Camello, el zoológico colombiano entero que vivía en Queens. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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