15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Eh, cómo. –Jujuy -digo-. Y vos cómo sabes la historia. –¿Qué les estás untando, hombre papi, con esa pluma de gallina a esas vaquitas? Sacó de la billetera una fotografía de bordes ondulados. Y yo sentí que todo aquello, sus palabras arrastradas y el tono intrascendente, sus gestos lerdos, su risa, por algún motivo que yo no podía comprender formaba parte de una gran broma secreta, una travesura colosal de la que el jujeño me hacía su cómplice al mismo tiempo que me excluía. O quizá no lo sentí ni podía sentirlo y lo imagino ahora. Miré la fotografía e hice un gesto afirmativo con la cabeza, como quien da el visto bueno o aprecia la cicatriz que el otro tiene en el brazo. –Te estás convirtiendo en una gran periodista, Reina. –Tuve una alucinación -dice Lalo. Camargo estudió con optimismo la información que le llevaron del archivo. Sí, algo se podría hacer. La dama protectora había muerto, era verdad, pero una de las hijas retenía aún sus privilegios originales y todos los años entregaba a los monjes donaciones generosas. Camargo no tenía idea de la clase deayuda que iba a pedirle cuando la llamó por teléfono. Ahora vamos a empezar nuestras lecciones de improvisar, le dijo a Reina con una voz lenta y dubitativa que desentonaba con su cara entusiasta. Esa historia delÑato que he contado fue la última cosa bella que viví con Wílmar. Después el destino se nos vino encima como esa carroza fúnebre y sus dos motos, atropellándonos envenenado. –Ah… -dije y entonces recordé que diez días antes, en Bogotá, habíamos ido a un laboratorio a hacernos el análisis-. ¿Y qué resultó? –Deberías dormir -dijiste. Te habías puesto de pie. -Tengo que hablar por teléfono a casa. Reina salió hacia Bogotá dos días más tarde y al tercero Llegó a San Vicente del Caguán, la polvorienta aldea desde la que se abrían los senderos de la guerrilla. Jamás había visitado un lugar tan inhóspito ni creía que existiera otro igual en el mundo. El aire denso olía a cloaca y lo cruzaban nubes de moscas gordas e inquietas. Caía un sol tan incandescente que sólo por milagro la sangre no entraba en ebullición. La primera noche, en el hotel donde Reina y sus compañeros se alojaban por designio de los guerrilleros, ella sudó tanto que se levantó antes del amanecer a exprimir las sábanas empapadas. No podía dormir más y salió a tomar el fresco al porche de la entrada. Germán, el editor bogotano, estaba allí meciéndose en una hamaca y fumando con serenidad, como silo hiciera dormido. Apenas la vio, le ofreció un sitio a su lado para que se tendiera. Reina lo hizo sin vacilar. Sentía una confianza instintiva en él, la certeza súbita de que el mundo podía empezar y acabar en su cuerpo anguloso, de huesos demasiado grandes y unos ojos tan azules que casi se podía ver lo que había al otro lado. Era una hora de silencio unánime en la aldea, porque ya el último borracho se había desmayado en la última taberna, y Germán le enseñó a distinguir los sonidos de la selva cercana, donde los monos aullaban como lobos y los papagayos reían como hienas. Esa tarde, mientras esperaban al guía que iba a llevarlos al campamento de Tirofijo, bailaron los vallenatos del Dúo de Dos en un salón de fiestas que se llamaba La Perdición, y salieron a beber cerveza con un enano de circo que le ofreció a Reina sus dientes de oro por una sola noche de amor. Después, ella y Germán caminaron hacia el hotel por la calle principal, donde los vendedores de arepas y frutas tropicales estaban recogiendo sus tiendas entre perros que se perseguían para fornicar y de pronto quedaban inválidos y lastimeros, pegados por las ventosas del coito. Al toparse con el río Caguán se dieron cuenta de que habían equivocado el camino y desandaron unas cuadras tomados de la mano con naturalidad, como si fueran amigos de muchos años, aunque Reina sintió que Germán se estremecía cada vez que los dedos cambiaban de posición y que el roce de las palmas, aun sudadas y pringosas, tenía una intensidad sexual que antes jamás había sentido. Tras el Gran Güevón entró al cuarto la Loca que lo parió. Y tras ella, en la hora que siguió, fueron llegando los otros -hijos, yernos, nueras, nietos-, a darse cuenta de lo irremediable, que se nos había acabado de derrumbar la casa y que ya no había salvación. Sigamos adelante. El resto del mundo recibió sus ejemplares a través de Gran Bretaña, y por eso la mayoría de las versiones (ciertamente las traducciones francesa, italiana, rusa, hebrea, rumana y alemana) tienen los veintiún capítulos originales. Ahora bien, cuando Stanley Kubrick rodó su película, aunque lo hizo en Inglaterra, siguió la versión norteamericana, y al público fuera de los Estados Unidos le pareció que la historia acababa algo prematuramente. No es que los espectadores exigieran la devolución de su dinero, pero se preguntaban por qué Kubrick había suprimido el desenlace. Muchos me escribieron a propósitode eso; la verdad es que me he pasado buena parte de mi vida haciendo declaraciones xerográficas, de intención y de frustración de intención, mientras que Kubrick y mi editor de Nueva York gozaban tranquilamente de la recompensa por su mala conducta. La vida, por supuesto, es terrible. Hoy no suenan las sambas, el engendro barbudo anda en otras cosas.¡Y pensar que fui yo el que le escogió el nombre cuando nació, el más español, el más rotundo, el más hermoso, avasallador como «La Fuerza del Sino» de mi viejo amigo y contertulio de café el Duque de Rivas! ¡Cómo no le puse Cristoloco en homenaje al rabioso que expulsó a fuete a los mercaderes del templo, al atrabiliario que pagaba igual a los que llegaban a trabajar temprano que a los que llegaban tarde, y sobre todo al imbécil que volviendo la otra mejilla abolió de un sopapo la ley del talión e instauró la impunidad sobre la faz de la tierra! Cristoloco Rendón Rendón escomo ha debido llamarse. Ahora tenía justamente la misma edad del Nazareno cuando éste se desató a decir y hacer pendejadas y su misma barba negra, espesa, estúpida, barba de hippie. Le había dado una tregua a las sambas y estaba conectado por el culo en silencio al Internet, del que Darío meempezó a hablar, a propósito, primores. Que le habían mandado sus amigos de Bogotá, cuando se enteraron de que estaba en Medellín tan enfermo, un compact disc por el Internet o sideroespacio. ¿Un compact disc? O yo no estaba enterado de los últimos adelantos de la ciencia, o el sida le estaba perturbando a Darío el juicio. Ya durante las incomodidades del proceso por un homicidio del que no es culpable, como ahora todos lo admiten, se le presentaron los síntomas de una enfermedad rarísima, que los médicos diagnosticaron con nombres impronunciables: polineuritis idiopática aguda o polirradículoneuritis, a la que también se conoce como síndrome de Guillain Barré. Lo de la belleza de Darío fue más grave porque la cuchillada que la belleza le mandó casi le llega al corazón: se la detuvo el esternón o una costilla. ¿Que cómo me enteré? Van a ver. íbamos por la Carrera Séptima de Bogotá, en un regreso mío posterior al que acabo de contar, cuando al llegar a la Terraza Pasteur, conseguidero de soldados y malvivientes, parada obligada diaria en nuestro diario viacrucis, nos tropezamos con su belleza. Y que le dice Darío. –Salgamos, por favor -dijiste. –No todos. Mitchum no leía a los valentinianos. Era Laughton. La voz de Verónica, unos pasos detrás de mí. Y si yo necesitaba algo para saber qué me estaba pasando desde que me quedé solo en aquella casa, esa palabra era suficiente. No sólo la palabra, el tono apagado de la voz, su sedoso imperativo de valva dorada. Lo que yo tenía era miedo. Me doy vuelta y la miro. Hay miradas y miradas. La mía pertenece enteramente a las del primer tipo. Es una mirada sorprendida, juvenil y tan kingdom by the sea, que, si no logro disimularla, voy a tener que tirarme a la calle por alguna ventana..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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