15 de enero de 2025
Comentario destacado
Dissertation management
La«campana» era la campanilla del carro de la basura; la «basura» eran nuestros costalados de naranjas podridas que había que sacar a la calle; y «alguno» era el que pasara por entre su radio de acción. Sobra decir que si el que pasaba era yo, «alguno» se transformaba en mis oídos en «ninguno», «nadie». Cuando me iba algo le cayó de arriba a Sam y se encendió el loco. El loco, el monocorde, el energúmeno, el malgeniado, el maniático, el monotemático. Y como se pone un perro rabioso a ladrar se puso a triturar. ¡Más bolsitas, por Dios, qué pesadilla! Había llegado instantáneamente, como a través de un sueño. Un sueño exasperado y barroco, uno de esos sueños poblados de imágenes indescifrables que se olvidan súbitamente al despertar. "Una señorita preguntó por usted." Como un perro que al salir del agua se sacude frenéticamente en todas direcciones, al ver la cara regordeta del hotelero traté de organizar este nuevo aspecto del mundo a mi alrededor. Este hombre se llamaba Ripul. Era bajito y tenía manos de bebé enorme. Usaba unos pantalones extraordinarios, muy anchos en la cintura. Lo que unido al hecho de sujetárselos con tiradores causaba la molesta impresión de imaginarlo colgado. O de que alguien lo hiciera flotar tironeándolo desde arriba con un mecanismo sujeto a la entrepierna. Daba un poco de miedo. Como si Humpty Dumpty estuviera a punto do transformarse en Peter Lorre. Susurraba. "Una señorita preguntó por usted", dijo. Como si acabara de almorzar algodón. Una señorita, por mí. Hacía unos minutos que nos habíamos separado en la esquina del Colegio Monserrat. Era imposible, o por lo menos bastante improbable, que hubieras venido a buscarme a un hotel que no conocías. VIII –Supongo que porque era todo lo contrario de lo que ya soñaba. Llegó al diario de pésimo humor. Llamó a los jefes de sección para que se reunieran de inmediato en su despacho, pero ninguno había vuelto de almorzar. Ordenó a las secretarias que los cazaran donde estuvieran, a través de los celulares. Un día de mierda. El calambre reverberaba aún en la cadera. Lo mejor sería ver al médico, pero no ahora. Ahora quería prepararse para su propia guerra. El senador Valenti había negociado la venta de un cargamento de armas a Costa Rica y Panamá, donde no las necesitaban porque no había ejército. Era evidente que antes de llegar a sus destinos, las armas iban a ser desviadas hacia otra parte. Una comisión del Senado aprobó el negocio y el decreto final fue firmado por el presidente pero no publicado en boletín alguno, con el pretexto de que afectaba la seguridad del Estado. A Valenti lo habían filmado mientras negociaba la transferencia dedieciséis millones de dólares a una de sus cuentas en Luxemburgo con el emisario de un país impreciso que podía ser Croacia, Albania o Serbia. El video había llegado a manos de un diputado opositor. Durante meses, la prensa estuvo especulando con la idea de que Valenti era el testaferro de algún poder superior y que parte de la coima se había repartido con otros senadores. La tajada mayor debía estar en los bolsillos del presidente, pero eso ni siquiera se podía insinuar. Un juez por fin, arriesgando la vida, sentenció que Valenti era el organizador de una asociación ilícita y ordenó su arresto. Camargo quería investigar ahora si el suicidio era genuino o si el presidente lo había mandado matar para que no soltara la lengua. –Eh -dijo Santiago con modestia. –Descansa, descansa, pobre muchacho -contestó él, y abrió el grifo, de modo que todo se llenó de vapor-. Hay pecado supongo, pero el castigo fue del todo desproporcionado. Te han convertido en algo que ya no es una criatura humana. Ya no estás en condiciones de elegir. Estás obligado a tener una conducta que la sociedad considera aceptable, y eres una maquinita que sólo puede hacer el bien. Comprendo claramente el asunto… todo ese juego de los condicionamientos marginales. La música y el acto sexual, la literatura y el arte, ahora ya no son fuente de placer sino de dolor. –Me puso al mando -siguió Insiarte-. Por eso me dio el celular. –Te pertenecés a vos porque pertenecés a otro. –Bueno, siempre se aprende, ¿verdad? Siempre aparece algo nuevo, ¿no? Vamos, amiguito, levántate de la cama, y pégame. Realmente, me gustaría. Un buen golpe a la mandíbula. Oh, vamos, me muero de ganas. -Pero lo único que pude hacer, hermanos, fue quedarme tendido sollozando juuu juuu juuu.- Basura -rezongó burlón el veco-. Mierda. -Y me alzó por el cuello de la chaqueta del piyama, y yo estaba muy débil y agotado, y luego levantó y descargó laruca derecha, de modo que recibí un lindo y viejotolchoco justo en ellitso.- Esto -dijo- es por sacarme de la cama, basura. -Y elveco se frotó lasrucas una contra la otra suich suich suich y salió. Clic clac hizo la llave en la cerradura. –Oh, sólo avidear que sucede en el gran exterior -dije. Pero por alguna razón, hermanos míos, me sentí enormemente aburrido y algo desesperado, y esos días me había sentido así a menudo. De modo que me volví alcheloveco sentado junto a mí en el largo asiento de felpa que corría alrededor delmesto, uncheloveco somnoliento que barboteaba, y le aticé unos puñetazos en el estómago, ac ac ac, realmentescorro. Peroél ni los sintió, hermanos, y barbotó: «Carretea la virtud, ¿dónde en el extremo de las colas yacen las palopalomitas?» Así que nos largamos a la gran noche invernal. Camargo se puso de pie. –No puede evitarlo -replicó el doctor Branom-. El hombre destruye lo que ama, como dijo el poeta-prisionero. Quizás hemos encontrado el factor personal de castigo. Esto seguramente complacerá al director. Cuando iniciábamos la subida por la carretera de Rionegro se soltó a llover: una lluvia densa, cerrada, que ocultaba el paisaje. Así que la última vez que vi a Antioquia fue unas semanas atrás, bajando a Medellín del aeropuerto, a mi llegada. ¡Quién iba a decirlo, quién iba a saber! –La tormenta. Nos vamos. Camargo hizo rodar hacia atrás su sillón unos centímetros y puso los pies sobre el escritorio: su pose preferida para pensar. Necesitaba estrategias nuevas de investigación. O un golpe de dados que fecundara el azar. ¿Por qué no buscar al tipo que filmó el video? El video había llegado a manos del diputado opositor enun sobre anónimo, y los agentes de inteligencia del gobierno no habían conseguido rastrear al responsable. Quizás en la embajada de Estados Unidos supieran algo, pero si el video se había filtrado desde allí -como suponía Camargo-, nadie soltada la lengua. Los editores tomaban notas afanosas en sus libretas, y los televisores, a sus espaldas, repetían las mismas historias: soldados de la República Popular China entrando en Hong Kong, el culo de Salma Hayek, neumáticos cruzados en la ruta 9, cerrando el acceso a la ciudad de Salta. –No necesitamos seguir, señor. -Astuto, yo había cambiado unmalenco el tono.- Ya me demostraron que toda estadratsada y la ultraviolencia y el asesinato están mal, mal, terriblemente mal. Aprendí la lección, señores. Ahora comprendo lo que nunca había visto antes. Estoy curado, gracias a Dios. -Y levanté piadosamente losglasos al techo. Pero los dos doctores menearon tristemente lasgolovás, y el doctor Brodsky dijo: Desde tuúltima visita, la mujer ha colgado en la pared cuatro fotografías, a la vista del escritorio donde trabaja: una es la que vos mismo tomaste a la entrada del museo de Orsay, en Paris, un mediodía de enero. La ves con el abrigo oscuro, de paño inglés, que le compraste la tarde antes en la Rue duFaubourg Saint Honoré, y el tailleur escocés con la bufanda atigrada que tantas veces ha usado en los viajes a Europa. Está radiante, con el pelo partido al medio y la sonrisa infantil que te sedujo la noche del primer encuentro en el bodegón francés, cerca de la placita Cortázar. Al pie ha escrito una palabra inexplicable: Farsante. Otras dos fotos han sido tomadas en la selva colombiana. Al fondo se divisa un caserío de paredes cariadas y techos de palma. La mujer viste, como sus acompañantes, un uniforme de camuflaje. Te gustada saber cuál de los que están allá es Germán,pero todos se parecen: los guerrilleros, los periodistas, los campesinos. ¿Será acaso el que clava en la cámara, desafiante, unos ojos azules demasiado felices? Has decidido que irás la próxima vez al departamento con una cámara y copiarás esas fotos, para que Sicardi identifique al intruso en la embajada colombiana. Querés saber su nombre completo, la historia de su familia, e irrumpir con una maza en los cristales de su vida. La cuarta foto, que la mujer ha colgado sobre las otras, al centro, muestra a una niña de tres o cuatro años montada sobre un pony. Alguien que sin duda es la madre la sostiene por detrás: debía tener entonces la misma edad que la mujer tiene ahora, treinta y dos años, y se le parece con tanta exactitud, con un efecto de realidad tan persuasivo, que la hija de ahora bien podría ser la madre de aquel entonces, coma si el pasado siguiera durando en elpresente y se estableciera, entre las dos épocas, una férrea identidad. Comprendés de pronto que ese juego de espejos sucede no sólo en el tiempo sino también en el espacio. La mujer es un calco de su propia madre y a la vez es un calco de la tuya. La imagen recóndita de la enfermera con delantal blanco tableado y los guantes de goma que se acercaba a tu cama por las mañanas, cuando volvía del hospital, reaparece ahora, nítida, tal como era cuando la dejaste caer en los fosos de tu conciencia. No recordabas su cara desde entonces ni estás seguro tampoco de que es una ilusión lo queves ahora, una industria cruel de tus deseos, pero el hecho de que tu padre también la haya reconocido te inquieta. Y si la madre de la mujer fuera también tu madre? ¿O peor, todavía, si la mujer, desplazándose en el tiempo, se las hubiera arreglado para ser tu madre y huir de vos en la infancia, como vuelve a hacerlo ahora? Por un momento, la idea te horroriza. Luego, volvés a examinar la foto con atención y re das cuenta de que la madre que aferra la montura del pony, si aún vive -y la mujer re ha dicho más de una vez que vive, te ha mencionado la tenacidad con que la llama por teléfono para preguntarle cómo está, aunque jamás se ha molestado en ir a visitarla-,no puede tener mis de sesenta y cuatro años, mientras la tuya, Camargo, está ya cerca de los noventa. ¿O yerras otra vez en tus cálculos? ¿O tal vez ambos, tu madre y vas, nacieron al mismo tiempo? Puta, decís, con una voz desgarrada que te sale en sordina, más hacia dentro que hacia fuera: puta, ¿por qué has sido tan puta siempre? ¿Por qué me has hecho esto? –Hombre, Darío, la próstata es un órgano estúpido. Por ahí empiezan casi todos los cánceres de los hombres, y como no sea para la reproducción no sirve para nada. Hay que sacarla. Y mientras más pronto mejor, no bien nazca el niño y antes de que madure y se reproduzca el hijueputica. Yde paso se le sacan el apéndice y las amígdalas. Así, sin tanto estorbo, podrá correr más ligero el angelito y no tendrá ocasión de hacer el mal..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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