15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Había tendido largamente a sus tres mil hombres y bajándole las riendas al caballo galopó de un extremo a otro de la línea, y los arengaba. El indio que había en Laureano, remoto salvaje comedor de carne cruda, y el conquistador que había en Laureano, bárbaro cristiano salido de un ducado o de una cárcel de España, con la estirpe del sol incásico y del Toro en la discordia de su sangre apenas amansada en largas tardes del colegio Monserrat, subidos a un caballo, dieron esto: una cruza de gaucho y de soldado, un patrón de estancias que era a la vez general patriota, asesino, señor feudal, galopando a los gritos ante una guerrilla de hombres curtidos y silenciosos que lo miraban como a un dios o como al arquetipo casual de cualquiera de ellos. Dios lar o arquetipo inacabado, pero en sí mismo bárbaramente hermoso, ahí, bajo el fulgor colorado de los cerros. Laureano clavó el caballo y desmontó. Acantonó cien hombres en el campamento del mangrullo y, mientras daba instrucciones acerca del camino por el que debían escoltar a la muchacha hasta Salta, si pasaba algo, pidió otro caballo. "El moro me lo reservo para una más grande", dijo sonriendo. Pensaba en Rosas; no sabía que estaba hablando de la muerte. No esperó el amanecer, dijo Lalo, y ésa fue una equivocación. El caso es que volvió a montar, enfiló hacia la loma, vio ponerse en movimiento a las tropas de López y ordenó cargar. La resistencia de los santafesinos entraba en los cálculos del abuelo; pero no semejante resistencia. Aquellos hombres, sabiéndose apoyados por el ejército de Bustos que marchaba sobre Laureano desde algún lugar de Córdoba, sabiendo que ni Ramírez ni Carreras existían ya, y contando a las espaldas del jujeño con los blandengues y dragones de Lamadrid, peleaban como contentos, como si aquella guerra ya estuviera decidida o sólo fuera cuestión de tiempo. Dos horas después del amanecer, Laureano, injuriado por aquella resistencia, ordenó abrir sus tropas a derecha e izquierda y él mismo cargó por el centro con lo mejor de su caballería. Cuando López seretiró, la gente del abuelo lo persiguió un rato, no mucho, y más bien como de lujo, porque Laureano sabía que el norte significaba alejarse de Buenos Aires y de las tropas entrerrianas que, según confiaba, venían hacía el centro del país para marchar sobre la Capital. Motivo más que suficiente como para celebrarlo en la isla bebiendo vino en bota con ensalada de hinojo, robar nísperos del color de las abejas, andar los cuatro desnudos a medianoche, vos trenzar collares de ceibos y yo colgártelos, Santiago y yo pescar mojarritas de panza de plata, a ustedes darles lástima y volverlas a tirar al río, salir nosotros a cazar chanchos salvajes a garrotazos, comprar ustedes cosas inútiles en los remates de aduana y nosotros pagarlas sin mover un músculo… Y volvió a su tema, su consabido tema, insultar a ese pobre país bobalicón y estúpido. Sentado, alrededor de mediodía, en un café de calle San Jerónimo, esperando verte pasar. No hay ninguna razón para que pases por allí, pero tampoco hay ninguna razón para quenopases. Enfrente, una alta puerta devastada, hundida en la pared entre contrafuertes dobles y medias columnas rematadas en lo que alguna vez fue un gran penacho elevado sobre elático, intenta, desde hace un buen rato, parecerse a otra, vista por mí desde una ventana de café como ésta. La imagen se hizo casi sonora; revoloteó un segundo a mi alrededor y estuvo a punto de atraparme con su red de música trivial, de altoparlante fragoroso sobre una calle arbolada de plátanos. Una calle que desembocaba en una plaza. –¿De qué estás hablando? –Bien, ya ves, hijo, Joe pagó el alquiler del mes próximo. Es decir, no importa lo que hagamos, pero no podemos decirle a Joe que se marche, ¿no es así, Joe? -Y este Joe contestó: –Estamos borrachos -decía la señorita Etelvina. Si de las comunas la que más me gusta es la nororiental, de los presidentes de Colombia el que prefiero es Barco. Por sobre el terror unánime, cuando plumas y lenguas callaban y culos temblaban le declaró la guerra al narcotráfico (él la declaró aunque la perdimos nosotros, pero bueno). Por su lucidez, por su memoria,por su inteligencia y valor, vaya aquí este recuerdo. Pensando que todavía era ministro del presidente Valencia, que gobernó veintitantos años atrás, le expresaba lo siguiente al doctor Montoya, su secretario, el suyo: "Voy a aconsejarle al presidente, en el próximo Consejo de Ministros, que le declare la guerra al narcotráfico". –La mala sos vos -le dije, y fue lo último que le dije porque no le volví a hablar. Se acercó, familiarmente. Parecía otra vez reconciliada y segura, dispuesta a darme una explicación de persona adulta. Era su papel y le gustaba; yo acepté el mío. La puerta se abrió del todo, y vi una luz cálida y un fuego que hacía cracl cracl cracl. -Entre -dijo elveco-, no importa quién sea. Dios lo asista, pobre víctima, y veamos qué le pasa. -Entré tambaleándome, y esta vez, hermanos, no representaba una escena, porque me sentía realmente acabado. Esteveco bondadoso me pasó lasrucas por losplechos y me llevó al cuarto donde ardía el fuego, y entonces comprendí en seguida por qué elslovo HOGAR sobre la entrada me había parecido tan familiar. Miré alveco yél me miró con bondad, y entonces lo recordé bien. Por supuesto, él no podía recordarme, porque en aquellos tiempos yo y mis supuestosdrugos hacíamos todas nuestrasbolchesdratsadas, juegos ycrastadas con máscaras que eran disfraces realmentejoroschós. Era unveco más bien bajo, de mediana edad, treinta, cuarenta o cincuenta años, y llevabaochicos .- Siéntate al Iado del fuego -dijo-, y te traeré un poco de whisky y agua caliente. Dios mío, alguien estuvo golpeándote con verdadera saña. -Y me echó una mirada compasiva a lagolová y ellitso. –Dónde estás -oigo ahora. Además de los enemigos que les dejaron sus difuntos padres, hermanos y amigos, cada quien en las comunas se consigue por su propia cuenta los propios para heredárselos a su vez, todos sumados, a sus hijos, hermanos y amigos cuando lo maten. Es la herencia de la sangre, el río desbordado. Las comunassólo se pueden entender desenredando la trama enmarañada de estos odios. Cosa imposible e inútil. Yo no le veo a este asunto más solución ni remedio que cortar como hizo Alejandro, de un tajo, el nudo gordiano, e instaurar el fusiladero: una tapia larga, larga, encalada de blanco, que anuncie en letras grandes y negras la Urosalina, ese remedio milagroso de mi niñez que se deletreaba así, en el radio, a toda carrera: Uereoeseaeleienea. ¡Urosalina! Y que vayan cayendo los fumigados, y aterrizando sobre ellos los gallinazos. –¿Qué noticias hay, m'hijo? -me preguntaba ansiosa cuando subía a saludarla de regreso. Cuando llegué al pie de la escalera me sentí un poco sorprendido. Más todavía. Abrí la boca mostrando verdadero asombro. Habían venido a buscarme. Me esperaban junto a la pared garabateada, como ya expliqué:vecos ychinas desnudos en una actitud severa exhibiendo lanaga dignidad del trabajo, frente a las ruedas de la industria, y toda esa basura que les brotaba de lasrotas , obra de losmálchicos perversos. El Lerdo tenía en la mano una gruesa barra de color, y estaba dibujandoslovos sucios muy grandes sobre todo el cuadro, y estallando en las risotadas del viejo Lerdo, bu ju ju, mientras escribía. Pero se volvió cuando Georgie y Pete me saludaron, mostrándome lossubosdrugos y brillantes, y trompeteó: -Ya está aquí, ya ha venido, hurrah -e hizo una torpe pirueta que quería ser un paso de baile. IV.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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