15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Ah -dije-, tengo que pensarlo. -Pero alvidear la expresión de las viejasbábuchcas , que esperaban ansiosas un poco de alc gratis, encogí losplechos, saqué el dinero delcarmano de los pantalones, billetes y monedas revueltos, y los dejé caer tintineando sobre la mesa. Y ahí comprendí, antes que me lo dijeran. La viejaptitsa de loscotos y lascotas había pasado a mejor vida en uno de los hospitales de la ciudad. Parece que se me había ido un poco la mano. Bien, bien, eso era todo. Pensé en loscotos y lascotas que pedíanmoloco, y ya nadie les hacía caso, ya no por lo menos laforellastarria. Eso era todo. La había hecho buena. Y yo apenas tenía quince años. –El presidente ya lo sabe. Se lo advenimos nosotros mismos. Para salir del paso, nos amenazó con un juicio. Le dije que lo haga. Peor para él. Tenemos las pruebas. –Un momento -responde-. Voy a bajar el volumen de la música. –Qué le anda pasando, chango -dice Santiago. Habla sin detenerse ni mirarme, sonriendo con aquel gesto socarrón y algo distante. Nos hemos cruzado en el pasillo del hotel. Trae una toalla sobre los hombros y un mate en la mano. –Ya sé. Me lo dijiste. Te llevo. Germán encendió un cigarrillo en el otro extremo del porche y le sonrió, con una mezcla de compasión y complicidad. Ella lo miró como si estuviera dentro de él y pudiera oír las destilaciones de su pensamiento. Lo oyó como si en la realidad no hubiera otro sonido que el de ese pensamiento. Cuando él la abrazó preguntándole «Jodo está bien?» y la besó en la boca con una fiebre invasora, ella lo dejó hacer. Dejó que la llevara a su cuarto y la desvistiera y la tocara. Era todo tan natural, tan fácil, que por un momento le extrañó que aquel cuerpo fuera el de ella y no el de otra, porque había dejado que su cuerpo se fuera y no imaginó que, al volver, iba a pertenecerle tanto. Hicieron el amor sobre una cama que crujía sin que les importaran los vapores calcinados de la noche, el asedio de las moscas ni nada de lo que sucedía en el mundo. Durmieron una hora y volvieron a sentir la urgencia de penetrarse y lamerse, y así habrían seguido sin darse tregua si a las seis de la mañana el gula guerrillero no los hubiera llamado para decirles que el Mono Jojoy y Tirofijo estaban esperándolos en el abismo de la selva. –Qué lenguaje -dijo lagolosa de otro que se estaba riendo, y ahí mismo recibí en plenarota untolchoco con el revés de una mano, que tenía anillo. Exclamé: SEGUNDA PARTE. SANTIAGO O LAS MÁQUINAS QUE CANTAN Fernando Vallejo ¡Qué la iba a tumbar ni qué demonios! Berrinches a lo Argemiro. El Padre Eterno es un Argemiro Rendón berrinchudo, y a uno así se le trata así: se le habla fuerte y si no atiende se le propina una patada en el culo. La susodicha no fue necesaria esta vez. No más increpé al Súrsum Corda, alDivino Plasmador, al Altísimo, y el Monstruo se serenó, se le bajó a Don Comemierda Rendón la iracundia. Y escampó como quien dice, telúricamente hablando. Unos cuantos libros se habían caído de los libreros y eso fue todo. –Fragmentos de una vieja jerga -dijo el doctor Branom, que ya no tenía un aire tan amistoso-. Algunas palabras gitanas. Pero la mayoría de las raíces son eslavas. Propaganda. Penetración subliminal. Bien. Algún antepasado mío fue arrojado a la alcantarilla y de allí lo recogieron; aunque, si se lo mira con calma, ésta también es una idea narcisista. Dejemos la alcantarilla. El hecho es que un hombre remoto cumplió la mayoría de edad y, al salir del orfelinato, el Señor del Escritorio dijo: Atención, guachito, vamos a darte un apellido. Te llamarás Expósito. Con equis. Y él, que seguramente tenía el humor siniestro de casi toda mi familia, pensó gracias, Spicciafuocco es peor. Sin contar con que si uno se llama Gambastorda o Roncaforte puede jurar por Dios que no pertenece a la casa de Alba. Yo, en cambio, soy mi propio origen, me celebro y me fundo a mí mismo. Que vengan a probarme que no desciendo de Alfonso el Sabio o de Bernal Díaz del Castillo, gran prosista. Y él salió a la calle, miró en torno y dijo: Todos los argentinos somos expósitos. Guacho: gaucho. Un orfanato planetario de 3694 kilómetros de largo por 1460 en su anchura máxima, limitado al norte y al poniente con otros asilos de desolación, al este con el exilio y al sur con la Nada. Lo cual explica muchas cosas; entre otras, nuestra falta de orgullo nacional, nuestro sensiblero amor a la madre y nuestra moral de carpe diem. Veamos, reflexionó. Ontología patria. Expósito Ixpiacoc, el abuelo primordial, intenta echar raíces. Oye una fanfarria, ve a distancias telescópicas un árbol copudo, observa a unos niños rotosos y gambeteadores disputándose con pasión una pelota. ¿Qué ha percibido? Himno nacional que celebra de los rudos campeones los rostros, Marte mismo parece animar. No es un himno, es una payasada. Para no hablar de la Marcha de San Lorenzo, con Febo, que asoma, y un sordo ruido que oír se deja. De corceles. Ñatos matungos petisos y unos paisanos chuecos que vienen aser las Huestes. Cero en historia. El árbol es un ombú, que ni es árbol ni pertenece al paisaje. Es una planta, un yuyo, un arbusto a escala de dinosaurios. Solo y anacrónico como los leones de don Quijote. Algo lo desarraigó de la selva y lo empujó hacia el sur, Dios, o el azar, o su propia voluntad de gigante loco que se puso a caminar contra el pampero por contrariar a la naturaleza. No sirve ni para leña ni para empalizada ni para muñirse de garrote. Fofo como una madre, sólo da sombra. Y asilo. Una planta desarraigada para el descanso de la huida de un huérfano trasplantado. Deporte típico: foot ball. Balompié es peor. Boca juniors. Algo así como un concubinato monstruoso entre Garibaldi y la Reina Victoria. Qué país, manes de Atahualpa. Si hasta él, zorzal criollo, el bronce que sonríe. Viejo Garlitos, cómo nos hiciste la porquería de nacer en Francia. Habría que fundar todo otra vez, dijo. Y creció y se multiplicó y perdió la equis. Hasta que, en la conmoción oscura y violenta de una siesta pueblerina: el Gran Misterio del Galpón. Jodienda y cachondeo sobre las tibias amarillas pajas. Ellos, los microzoos metafísicos. Conmigo a la cabeza. Eran miles, somos miles, cientos de miles arremetiendo juntos. Nunca imaginó nadie jornada más gloriosa. Un batifondo de epopeya conmoviendo los valles de la uretra, Falopio que soplaba su trompeta; los hocicos resollantes de las tencas. Y él, Güemes bicrobiano, Estebanzoide, dando feroces alaridos épicos. Y él era yo. Los otros rodearon suicidas los últimos reductos, de cabeza locamente se lanzaban hasta que las resistencias cayeron con fragor, y yo, que entonces era él, advertí de pronto la Puerta Estrecha, la grieta franca y enigmática. ¡Ábranse!, debí de gritar mientras pensaba para mis adentros: Y ahora, qué. Me derrumbó la noche. Oremus. Esbebanzoide ha muerto. Te llamarás Estebanfeto. Bien. Y él fue como los pólipos. Y él durmió, y al despertar fue como el pez de pupila alucinada. Y soñó. Y al despertar fue como los renacuajos. Entonces, meditó. Encogido sapo, filósofo uterino, reflexionó acerca de profundos misterios. Quién, qué soy, se interrogó clamando en la honda noche húmeda, de dónde vengo, para qué. Y cantó en las tinieblas su canción acuática: Oh lejana irrecuperable infancia, yo era el alegre delfín cola de pez, había sitio en el universopara mí y ahora todo tan remoto y sumergido. Porque se encontraba a punto de tomar una resolución, y Esteban, como la Naturaleza, cuando está triste o desorientado canta. Pero a veces sus cantos son espantosos. Y la resolución que él debía tomar era crecer. Y creció. Y él mismo fue en sí mismo y dentro del claustro materno todo el origen de todas las especies, y la naturaleza evocó y repitió en él sus primeros repugnantes tanteos, sus horrorizadas vueltas atrás y sus deformidades. Un día le borró la cuerda dorsal como ya otra vez había diezmado los peces de enormes caparazones. Y, delirante, al día siguiente, le inventó riñones gigantescos, esponjas bestiales que poblaron hasta casi reinar en ella, la bóveda del peritoneo. Y tuve un hígado titánico, un hígado prometeico. que combatió por su mundo visceral: un hígado como para mil buitres. Y tuve una cabeza de pesadilla, fantástica en su pavorosa degeneración, una cabeza del tamaño del vientre de mi madre, que reinó y mandó sobre mi triste cuerpo. Cosa que aún me pasa y que es algo molesta para vivir, hablando en general. Pero no quemar etapas. Natura non faecit saltum. Estamos aún en el planeta húmedo, en el fangoso y demencial período de agigantamientos, época incoherente y monstruosa que, en la panza usada por mis equinodermos y moluscos y medusas para dar una forma nueva y un alma inmortal, corresponde a las noches ciegas y horrorosas en que la vida planetaria borroneaba histéricamente bestias descabelladas, reptiles con plumas, quimeras fuera de toda lógica, bichos heteróclitos, abortando sin amor sueños infames que eran simultáneamente pájaros y caimanes y algas devoradoras y mamíferos y reyes del agua. Entonces, y no antes, comenzó la Creación: la equilibrada música, el ordenador principio masculino del arte frío y de la naturaleza diurna. Los peces de enormes caparazones, los gusanos altos como árboles de gelatina y miedo, los pobres seres gigantescos con cerebros de pollo que aprendieron a mamar de madres como montañas, fueron descartados como capítulos de borrachera y locura, y yo, que entonces era todos ellos, sentí disolverse el riñón primitivo, la vesícula umbilical, los apéndices teratológicos e irrumpió en mí o yo irrumpí en la forma, el más inexplicable secreto del universo: cayó como una magia en el centro de mi repulsión y operó fría, cautelosa, corrigiendo errores y brutalidades. Y él creció y envejeció en sus pantanos. Y una mañana, al crepúsculo del alba, fue el Diluvio microcósmico, el estallido de las bóvedas fetales, el líquido amniótico desbordado a torrentes de los ríos del cielo. Y todo era otra vez comosiempre había sido. Él pensó: Voy a morir, lo sé. Lo último que sintió fue una presión formidable en la cabeza y un relámpago que lo dejó ciego. Edades glaciales se precipitaron sobre el caliente mundo. Lo deslumbró la blancura de la muerte mientras pensaba: ¿Y ahora, qué? Nací el 27 de marzo de 1935. rip. Te llamarás Esteban Espósito. Y ahora qué. Qué estupidez. Eso no significa, suponiendo que signifique algo, más que el vulgar reemplazo de una moral por otra. –Oh -dijo, todo agitado-. ¿De veras? Ah, comprendo. -Y siguió mirándonos, y se encontraba en medio de un grupo muy sonriente y cortés..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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