15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–No tengo nada que perder. El veco Rubinstein me respondió: Mí profunda convicción de que la sulfaguanidina servía para la criptosporidiosis del sida y mi éxito fulminante en el caso de mi hermano se chocaban contra una coraza de escepticismo y mezquindad. La caterva de charlatanes doctorados se negaba a aceptar que viniera a desbancarlos un sabio sin diploma: yo. –Yo creo que tu amigo Santiago tenía razón -dijo Espósito sin mirarlo, y pensaba por qué había dicho tu amigo, por qué tu amigo y no simplemente Santiago o el jujeño, y sobre todo por qué había dichotenía-.Mucha razón. –Oh, sólo avidear que sucede en el gran exterior -dije. Pero por alguna razón, hermanos míos, me sentí enormemente aburrido y algo desesperado, y esos días me había sentido así a menudo. De modo que me volví alcheloveco sentado junto a mí en el largo asiento de felpa que corría alrededor delmesto, uncheloveco somnoliento que barboteaba, y le aticé unos puñetazos en el estómago, ac ac ac, realmentescorro. Peroél ni los sintió, hermanos, y barbotó: «Carretea la virtud, ¿dónde en el extremo de las colas yacen las palopalomitas?» Así que nos largamos a la gran noche invernal. Cerca de la central eléctrica municipal nos topamos con Billyboy y sus cincodrugos . Ahora bien, en esos tiempos, hermanos míos, los grupos eran de cuatro o cinco: cuatro, un número cómodo para ir en auto; y seis, el límite máximo de una pandilla. A veces las pandillas se juntaban, formando ejércitosmalencos para la guerra nocturna, pero en general era mejor moverse por ahí con poca gente. Nada más que verle ellitso gordo y sonriente a Billyboy me enfermaba, y siempre despedía ese vaho de aceite muy rancio que se ha usado para freír una y otra vez -y olía así aunque estuviera vestido con sus mejoresplatis, como ahora. Nosvidearon al mismo tiempo que nosotros a ellos, y ahora nos medíamos en completo silencio. Esto sería la cosa verdadera y real, usaríamos elnocho , elusy y labritba , no sólo los puños y las botas. Billyboy y susdrugos interrumpieron lo que tenían entre manos, que era prepararse para hacerle algo a una llorosa y jovendébochca a la que tenían allí, y que no pasaría de los diez años, y estabacrichando con la ropa todavía puesta. Billyboy la sostenía de unaruca, y su lugarteniente Leo de la otra. Probablemente estaban en la parte de losslovos sucios, antes de iniciar un trozomalenco de ultraviolencia. Cuando nosvidearon llegar, soltaron a la pequeñaptitsa lloriqueante -de donde ella venía había muchas más- y la chica corrió con las delgadas piernas blancas relampagueando en la oscuridad, siempre gritando oh oh oh. Yo dije, con una sonrisa amplia ydruga : Sin alias, sin apellido, con su solo nombre, Alexis era elÁngel Exterminador que había descendido sobre Medellín a acabar con su raza perversa. "Vaya a buscar a su superior -le aconsejé al pobre policía jovencito cuando lo vi tan perplejo- y le cuenta lo que pasó, y que después decidan ellos, con cabeza fría, cómo ocurrieron las cosas". Y seguí mi camino tras Alexis, y sin más tomamos el primer taxi que pasó. "¿Qué pasó?" preguntó el desgraciado taxista viendo el tropel que se armaba afuera, y subiéndole instintivamente al radio a ver si daban la noticia. "Nada -contesté-. Cuatro muertos. Y apague el loro que venimos supremamente ofuscados". Se lo dije en uno de esos tonos que he cogido que no admiten réplica, y dócil, sumiso, vil, lo apagó. –Sí -contesté-, y quégrasño mundovonoso. -Cerré fuerte losglasos, como si me dolieran, y dije:- Ahora váyanse. Pensaré en eso de volver. Pero las cosas tendrán que ser muy distintas. –Tal vez -admite. Por unos segundos se me detuvo el corazón. Cuando volvió a andar ya sabía que tenía que matarlo. Claro que era, claro que sí, claro que lo conocía, eso lo sentí desde el primer momento en que nos tropezamos por Palacé, allí abajo, cerquita de Maracaibo. ¿Que por qué lo llamaban así, con ese apodo tan absurdo? le pregunté por preguntar, por decir algo, por seguir hablando sin pensar, y me contestó que porque se parecía al muchacho de esa película. "Ah… -repliqué-. Nunca la vi. Hace años no voy a cine". Entonces salió el otro con los pasteles y me despedí de La Plaga. Oigo tus palabras y el sonido apagado de tu risa, pero en esta habitación, oigo tus palabras abriéndose paso desde las hojas de un cuaderno cuadriculado entre los ruidos de la calle y la lluvia y losKindertotenliederde Mahler horrorosamente deformados por la estática de la radio, veo los relámpagos en la ventana y el empapelado de luces de las paredes, oigo tu voz oscura y risueña y siento el leve golpecito de unos dedos sobre el dorso de la mano. "Dónde estás." Como si me tocara una alucinación o una muerta. –El presidente ya lo sabe. Se lo advenimos nosotros mismos. Para salir del paso, nos amenazó con un juicio. Le dije que lo haga. Peor para él. Tenemos las pruebas. La invitás a un bar al que fuiste otras veces, con amantes de paso, cuando te daba claustrofobia la imagen funeraria de Brenda esperándote en la cama de San Isidro. Hay en ese lugar tantas voces que tratan de encaramarse unas sobre otras, tantos yuppies pavoneándose con sus vasos de whisky que hasta alguien tan notorio como vos puede pasar inadvertido si encuentra libre uno de los cubículos que se abren frente al mostrador. Son espacios de sonido muerto, a los que el estrépito de afuera llega tan sólo como eso: un oleaje, un cotorreo indiscernible. –¿Eso? Su feudo era una circunferencia de paredes de vidrio blindado, temible como un acuario de tiburones, en el vigésimo piso de una torre sobre la avenida del Libertador. Allí abajo había dormido Eugene O'Neill, en la intemperie de la recova, y Borges había imaginado en alta voz la última línea trivial de su meditación sobre la memoria: Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar, mientras caminaba hacia la casa de sus amigos Adolfito y Silvina para una cena tardía. Todo ese pasado te pertenece, Camargo, la frase de Borges, la botella de ginebra que O'Neill bebía bajo los arcos de la recova con elSmitty deBound East for Cardiff, la costa de Uruguay a lo lejos. Aunque no pensara en ella, la corriente inmóvil y espesa del Río de la Plata estaba siempre allí, ignorante de la ruina que lame sus orillas. Camargo la borró con un ademán. Tomó el control remoto y bajó las persianas. La oficina quedó en penumbras. Encendió los televisores y las noticias de la mañana empezaron a repetirse como uncanon de Bach. Cuatro mil soldados chinos avanzaban hacia la frontera de Hong Kong. Se acababa el dominio británico de cien años. Un millar de goletas, juncos y sampanes iban y venían del puerto de Victoria a la península de Kaulún enarbolando la bandera de la República Popular. El locutor dijo con voz ronca: El pasado, ah el pasado. ¿Hay en nosotros algo que no sea el pasado?. –¿Siempre te despenas así?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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