15 de enero de 2025
Comentario destacado
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No conocemos el alimento de losángeles –Yo, Juana. –Vos dirás, entonces. …como si al entrar así en el pasado hubiera tropezado con un laberinto, sin un hilo para guiarlo, donde a cada paso amenazaba el Minotauro; un laberinto que a cada vuelta conducía infaliblemente a un precipicio en cuyo fondo estaba el abismo. Con breve gesto de cabeza asintieron y me acerqué al ataúd. Lo abrí. Y en efecto, era El Ñato, el mismo hijueputa. Las bolsas bajo los ojos, la nariz ñata, el bigotico a lo Hitler… Igualito. Era porque era. Pero si habían pasado treinta años, ¿cómo podía seguir igual? Ahí les dejo, para que lo piensen, el problemita. Antes de poner los pies en el primer bar supo que jamás había entrado allí una mujer. Lo supo al ver la hilera de mesas junto a la pared de ladrillos sin revocar, agrietados y mugrientos, el humo espeso que debía de llevar años inmóvil en el cielo raso, y el corrillo de jugadores de naipes en la penumbra, con arrugas hondas como las de la tierra que seguía deshaciéndose fuera. Lo supo porque hasta el olor de una mujer era hostil para aquellos hombres, que habían dejado a las esposas en sus casas y llevaban ya dos o tres horas bebiendo y fingiendo que no estaban en ningún tiempo ni lugar. Unas pocas lámparas de veinticinco vatios despedían una luz muerta, filtrada por las cagadas de las moscas. En un nicho que se abría a la mitad de aquella cueva de murciélagos, un cantinero rengo sacaba y ponía las botellas en los estantes con tanta negligencia que había restos de alcoholes derramados por todas partes. A veces su habla se contamina de palabras que ha copiado de libros españoles -guapo, listo, enfado-, pero en ella nada parece artificioso. Su soltura te asombra siempre. Ahora, mientras aún está de pie, quitándose el abrigo, exhala una seguridad imperial. Todas las sutilezas de la mandonería hipócrita las cultivaba. No decía, por ejemplo, «Caliénteme un café», Sino «¿me calienta un café?», que suena menos perentorio. Y «¿m'hija?» ¡Ay, tan cariñosa! ¡Mentirosa! ¡Si las odiabas! Las odiabas tanto como te odiaban ellas a vos. Esa mandonería insidiosa era lo que les revolvía la barriga a las sirvientas, y a mí lo que me reventaba el saco de la hiel. Papi, la finquita que tuviste en compañía con el doctor Espinosa yendo hacía Caldas y que sembraste de hortensias, esas flores de corimbos terminales y corolas azuladas que eran tan tristes que no servían ni pa flores de cementerio y nadie te las compraba, ¿cómo era que se llamaba, si te acordás? ¡Claro que se acordaba! Yo soy el que no me acuerdo ahora, y no hay forma de que él vuelva a contestar. –¿Qué pasa,druguitos? -pregunté-. ¿Qué nueva ideabesuña se traen ahora? -Los dos se miraron con una sonrisa avergonzada y se sentaron a cada lado de la cama y abrieron el libro. En la primera página sevideaba la fotografía de un nido con huevos. Este apartamento mío está rodeado de terrazas y balcones. Terrazas y balcones por los cuatro costados pero adentro nada, salvo una cama, unas sillas y la mesa desde la que les escribo. "¡Cómo! -dijo Alexis cuando lo vio-. ¿Aquí no hay música?" Quien tenga una idea del modo en que Estanislao López y Lamadrid batieron al caudillo Ramírez, puede, alterando una o dos circunstancias secundarias, figurarse la táctica que emplearon en Ojo de Agua para enfrentar a las tropas del abuelo Laureano. Estanislao López, como se sabe, antes de tener sus primeras líneas frente a Ramírez había emboscado sus mejores hombres, con los blandengues y dragones del coronel Lamadrid, detrás de sus líneas. Acá también las emboscó; pero delante. Para comprender esto hay que imaginar el sitio. Una vasta planicie triangular, interrumpida suavemente, a mitad de camino entre la base y el vértice, por una ligera lomada que, si bien permite ver allá lejos las líneas de López como las vio riéndose el abuelo, oculta cualquier cosa que estéinmediatamente detrásde esa loma. Todo lo cual equivale, en escala argentina, a la célebre rodada aquella con que Víctor Hugo, interrumpiendo por sorpresa la narración de Losmiserables,explica la derrota de Napoleón en Waterloo, rodada que vino a acontecer más o menos donde Waterloo formaba el travesaño de la gran A, sólo que allá era una hondonada y en Ojo de Agua una lomita. No se crea, sin embargo, que Lamadrid cometió el desatino de esperar a la caballería de Laureano ahí mismo. El declive no estan pronunciadocomopara que, al acercarse el abuelo, sus hombres no advirtieran a tiempo la emboscada, y los blandengues y dragones no eran tantos como para presentar batalla de primera intención. La idea fue otra. Y si uno se imagina la Historia Nacional como si la viera desde arriba, comentó el astrólogo esa noche en el Cerro de las Rosas, mientras Lalo contaba los hechos y desplegaba con precisión militar ilusorias baterías y tropas de soldaditos de madera sobre la piel de oso dela alfombra, si uno se imagina esta fábula o enxiemplo desde la horqueta de la Vía Láctea, resulta un espectáculo hermoso. Porque mientras Laureano avanzaba desde el sur hacia el travesaño de la gran A, hacia la loma, los jinetes de Lamadrid, ocultos del otro lado, abriéndose en dos alas, se apartaban lentamente hacia los costados del triángulo e iban como dándole paso mientras López venía desde el norte, y ellos, los blandengues y dragones, volvían a juntarse al sur de la loma, detrás de Laureano, y comenzaban a subir la cuesta a espaldas del abuelo. Si Laureano, como era previsible, arrollaba a las tropas de López, no tendría más remedio que reorganizar a su gente, como una fatalidad, en algún lugar del valle, es decir, prácticamente debajo de la caballería de Lamadrid, a la que ahora debería quebrar no sólo con López recomponiéndose a su espalda sino subiendo él la cuesta, con varios cientos de hombres menos y los caballos y los brazos cansados. Quebrar a Lamadrid o resignarse a quedar en el medio, esperando la muerte entre dos cargas. Estas cosas van a suceder, sin que nadie pueda evitarlo, una madrugada del año 1821. Ahora todavía es el atardecer del día anterior, y Laureano, desde un improvisado mirador del campamento observa, allá lejos, los movimientos de López. Ladrón de vacas, piensa. Y piensa que sin Ramírez y Artigas la causa de la Confederación ya no existe. Mansilla traicionó a Ramírez; Carreras se volvió a Chile, si es que no lo degollaron; López lo traicionó a él, y ahí está defendiendo las vacas de Buenos Aires con un ejército de santafecinos. Diez años antes, o incluso tres o cuatro años antes, todo era claro todavía. Teníamos un designio y un destino, piensa el abuelo. Se trataba de expulsar a los españoles del suelo americano y hacer de las provincias unidas del sur una nación confederada e independiente, aun cuando las palabras América y Nación fueran, en la cabeza de aquellos hombres, comarcas nebulosas y vagas que el pensamiento era incapaz de abarcar. Sobre todo, quizá, la palabra Nación. Una tierra interminable que se alargaba hacia el sur desconocido y tenía la forma invertida de este campo de batalla que Laureano recorría ahora con sus ojos desde lo alto del mangrullo: su forma geométrica y también la forma de su amenazante misterio. ¿Qué era el sur? El sur, para el abuelo, era la pampa, y a la izquierda de la pampa -tal como Laureano imagina el mapa de la Argentina desde allá arriba-, al este, contra el Atlántico, una ciudad arrogante y autoritaria que desde hacía años venía decidiendo el destino de toda esta tierra. Y desangrándola y robándola, pensó Laureano,y éstas sí fueron exactamente las palabras que se formaron en su cabeza. Una ciudad poblada de hombres incomprensibles que a veces le parecían más extranjeros que cualquier godo o realista que aún quedara en América o que cualquier gringo que viviera más arriba del Perú. Los porteños. Con sus Directorios y sus intelectuales leguleyos y sus Constituciones. Porque el problema, explicó Lalo esa noche en el Cerro mientras colocaba unos soldaditos de caballería en el morro del oso y murmuraba "López", el problema fue la Constitución de 1819, espero que tengan alguna idea sobre la historia del país en que viven. Y acá al norte de la loma, dijo después, la caballería oculta del abuelo Gregorio. "Querrá decir Laureano", lo interrumpió alguien, pero Lalo dijo que no. Gregorio. Gregorio Aráoz de Lamadrid, que es o fue algo así como mi tío tatarabuelo; Laureano es éste y es el abuelazo de Verónica y por ahora está meditando acá, en este florero, que viene a ser el mangrullo. ¿En qué piensa el abuelo? Piensa en los constitucionales del 19, habitantes de un país fantástico que estaba sólo en sus cabezas, quienes imaginaron una constitución monárquica y aristocrática en un país sin rey ni aristocracia, retóricamente democrática en un país sin opinión pública, y básicamente unitaria en un país hecho de tradiciones territoriales casi salvajes, un país instintivamente federal hasta cuando era colonia española. Ni el santafecino Estanislao López ni el entrerriano Ramírez ni el viejo Artigas aceptaron esa constitución. Ni siquiera la aceptó Manuel, recordaba con orgullo Laureano mientras veía ponerse el penúltimo sol de sus días. ¿O no había sido Laureano Zamudio uno de aquellos jefes del Ejército del Alto Perú ante quienes el cansadoy enfermo general Belgrano dijo: "Esta constitución y la forma de gobierno adoptada por ella no es en mi opinión la que conviene al país, pero habiéndola sancionado el Soberano Congreso Constituyente, seré el primero en obedecerla y hacerla observar"? Palabras que el montonero jujeño que había en el corazón del abuelo interpretó como una tácita apelación a su libertad de conciencia, y esa misma noche licenció por su cuenta a sus paisanos, cruzó el río abrazado al cogote de su caballo y volvió a formar un ejército propio, y se unió a López y a Ramírez y a Artigas, porque sabía que el absolutismo español ya estaba medio muerto, pero sentía que acababa de nacer el absolutismo porteño. Tal vez me equivoqué, piensa el abuelo viendo allá lejos, muy detrás de la loma, el movimiento de las líneas de López: tal vez tiene razón Estanislao que pactó con Buenos Aires y ahora está allá enfrente convidándome a peliar. Tal vez tiene razón Mansilla, que abandonó a Ramírez como una vez Ramírez abandonó a Artigas y como yo mismo abandoné a Manuel. Tal vez sea imposible volver a atar los caballos a la pirámide de Mayo y demostrarles a los porteños que la patria es más grande que esa plaza desde la que imaginan gobernar la tierra. Si hasta Rosas se volvió a su estancia y ahí anda, pialando terneros y jugando al domador en Los Cerrillos. Tal vez me equivoqué yo o nos traicionaron o la patria ya no tiene destino, o yo dejé de entender los tiempos que vivimos, pero mañana, en cuanto aclare, cargo contra ese santafecino ladrón de vacas y lo deshago, y uno de estos días me amanezco en Buenos Aires y lo peleo al gobierno si hace falta. Y se bajó del mangrullo. Si sólo llegara Ramírez, piensa. Pasaron el invierno y el comienzo de la primavera sin que ella regresara a la casa de los geranios, en San Isidro. No la extrañaba, y tampoco extrañaba la vida infeliz que había compartido con Camargo, pero a la vez la perturbaba la soledad de sus dos cuartos en la calle Humberto Primo, donde había ido acumulando ropa, libros, computadoras y equipos de música con los que tropezaba a cada paso. Decidió al fin alquilar un departamento más amplio, en un barrio menos bohemio y apartado que San Telmo. Fue a ver covachas oscuras, con ventanas que daban a patios internos de ventilación y cocinas con escamas de grasa centenaria, por las que se pedían depósitos altísimos porque los inquilinos se quedaban cuatro, seis meses sin pagar, y luego resistían el desalojo. –Un desplazamiento del espacio, sí. Como un vértigo, pero hacia el costado. –Entre el Eufrates y el Tigris -dijo Santiago-; el viejo jardín del Abuelo. -Le dio el último mordiscón a su especial de salame y queso. -Qué asquerosidad es comer después de comer. Cancelaste el viaje a Brasil. Siempre que tropezás con un mal signo preferís mover el orden de tus citas y empezar de nuevo. Además, ahora no tenés ganas de ir a ninguna parte porque el mismo domingo del crimen la mujer de la ventana de enfrente, en la calle Reconquista, ha regresado luego de una semana de ausencia. Sus nuevas rutinas te inquietan. En un rincón del dormitorio, casi fuera del alcance de tu telescopio, hace ejercicios de yoga y toma un vaso de jugo de naranja cuando vuelve por las noches. Después, con sólo un camisón corto sobre el cuerpo desnudo, se sienta ante la computadora y escribe un email tras otro, a veces hasta las dos o tres de la madrugada. Imprime con dedicación tanto las cartas que envía como las que recibe y las guarda en el maletín que lleva siempre consigo. Si las oculta con tanto esmero es porque se trata de algo que debe manejar con sigilo y delicadeza: inversiones de negocios o mensajes deamor. Cuanto más lo piensas, más seguro estás de que viaja para encontrarse con algún amante. No puede ser de otro modo. Sólo un amor recién descubierto puede transmitirle esa felicidad tan escurridiza, tan avergonzada que ahora la envuelve como un halo. Apenas te convencés de que ésa es larazón, querés saberlo con certeza. Has decidido entrar en su departamento cuando ella no esté. Si revisás bien todos los escondrijos posibles -entre las ropas, el doble fondo de los cajones, los libros y los envases sospechosos de la cocina-, vas a encontrar sin dudas las señales que estás buscando: los mensajes desechados al Otro (¿o será Otra?), una foto, una voz en la grabadora del teléfono. Una generación innoble, había dicho Bastían y ahora lo repetía. Somos una generación innoble, rota. ¿Qué nos dejaron? Basura y retórica. Nos engañaron con Perón y fue como si nos violaran. El chico no nos vio hasta que estuvimos junto a él; Verónica, increíblemente atenta a la voz de Bastían, tampoco. La señorita Etelvina, desde la cátedra, me llamó con la mano; Santiago me miraba. Él también quiere que vaya, pensé: está solo. Pero a mí qué me importaba la soledad de Santiago. Hice una seña negativa y me llevé dos dedos a la frente como quien dice que le duele la cabeza, revienten, murmuré, mátense entre ustedes. El chico, al verme, se había levantado; te dijo algo que no entendí. "Sí, en la quinta", respondiste con voz mecánica. Él pasó a mi lado con los ojos bajos. Me senté en su lugar. "Venís risueño", murmuró Verónica. En la mesa, la voz cambió; pero el sentido de las palabras era el mismo. Y Santiago allá. Lo van a hacer pedazos en cuanto abra la boca, son una Cofradía. El que hablaba era uno de esos homúnculos blanduchos y verdosos, perteneciente a la subespecie de los tipejos; parecía la caricatura o el Arquetipo del ratón de biblioteca. Arquetipejo. Una laucha sapiens de grandiosos anteojos. Familia: enanus revolucionarius; fingen ser marxistas para inspirar pavor a la tía Eglantina. Cuando el pueblo argentino llevó a Perón al poder, oí, teníamos diez años; cuando la oligarquía lo derrocó… Y levanté la cabeza: aquellas eran mis propias palabras de la noche anterior cuando hablé del peronismo con Cantilo, o no eran exactamente las mismas palabras: la intención era idéntica. Sólo que en mi versión yo era inocente y en la de este tipo no se salvaba nadie. Y mucho menos yo. Desde hacía cien años en la Argentina no había más que cómplices, sólo que nosotros, dijo, ni siquiera teníamos la excusa de la irresponsabilidad. Nuestra generación, ya lo había señalado Bastían, había nacido estigmatizada por la desesperanza entre los escombros del mundo moderno y estigmatizada, además, por la marca de Caín denuestra propia historia, pero era lúcida de ese estigma, y algo debíamos hacer con lo que hicieron de nosotros. En la Argentina sólo quedaban tres caminos: la revolución, el exilio o el suicidio. Aplausos a rabiar. Epa, pensé. Un señor intervino desde el público para señalar que el tema de la mesa redonda estaba siendo desvirtuado, que él no había venido para oír hablar de política. Entonces vayase, le gritó desde la cátedra el ratón, con una voz cuyo volumen y autoridad no correspondían a su aspecto físico. El señor, digno y finisecular, se levantó y se fue. Aplausos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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