15 de enero de 2025
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Asintió con la cabeza y no dijo más. Y sin embargo, pese a los años transcurridos, aún me resuena en los oídos esa voz tumbal y hueca, sosegada, velada, de tonos suaves de terciopelo y asperezas de garlopa. Una voz inefable que me recuerda ¿la de quién? A ver, a ver, Alzheimer, ¿la de quién? ¿La de Hltler? No. ¿La de Churchill? No. ¿La de este puto Papa? No. ¡La de Xochitl! La reina Xochitl, reina de reinas, el travesti más portentoso que he conocido: Gustavo no sé qué ante el registro civil y a la luz del día, lenón de oficio al servicio de los más encumbrados funcionarios del PRI a los que les conseguía las mejores putas; voluminoso, carnoso, grasoso, hagan de cuenta un taquero, bastante innoble y vil él, aunque trabajo es trabajo. Pero en sus noches, ¡qué transfiguración! Gustavo se transmutaba en sus noches en la reina Xochitl, la reina de reinas, una mole del tamaño de la estatua de la Libertad y vestida como ésta de largo (a veces de verde esperanza, a veces de blanco de novia, a veces de negro luctuoso) y a la que una corte de travestis venidos de los cuatro rumbos del vasto México, del Bajio, el valle del Anáhuac, la península yucateca, la región Lagunera, le rendían pleitesía. No he conocido otra igual. Xochitl era la más bonita porque era la más horrorosa. Murió de una embolia, ahita de poder y sexo. Chasqueaba los dedos y corrían a atenderla cinco muchachones espléndidos que ya me los quisiera yo para mí. En fin, lo dicho, la difuntahablaba en vida con la voz con que me habló la Parca, poco y conciso para no ir a meter las patas. –Estás aburrida. –¿De qué se ríen? -preguntó con curiosidad la Muerte, que me había seguido retardada a la cocina y no había alcanzado a oír. Las llantas del taxi surcaban los charcos abriendo a su paso abanicos de agua. Ya sabía yo que nunca más iba a volver, que ése había sido mi último regreso. Le di a mi madrina una palmadita en las nalgas, y siguiendo un fino hilito de humo que me iba guiando seguí rumbo a la hamaca del jardín. Allí estaba Darío, extendido, fumando, lanzando al aire caliente las volutas indecisas, azulosas, de cannabis. Las volutas se rompían y se alargaban en los hilitos insidiosos, que metiéndosele por las narices iban a entorpecerle la cabeza y el recto juicio a laMuerte. Esa mañana tuvimos cuatrolonticos de religión carcelera, pero elchaplino no me dijo una palabra más acerca de la técnica de Ludovico, fuera lo que fuese, oh mis hermanos. Cuando terminé miraboto con el estéreo, se limitó agoborarme unos pocosslovos de agradecimiento, y luego meprivodaron de regreso a la celda del bloque 6, que era mi muy roñoso y estrecho hogar. Elchaso en realidad no era unveco muy malo, y cuando abrió la puerta no metolchocó ni pateó, y se limitó a decirme: -Aquí estamos, hijito, de regreso en el viejo agujero. -Y así volví con mis nuevosdrugos, todos muy criminales pero,Bogo sea loado, ninguno inclinado a las perversiones del cuerpo. Ahí estaba Zofar en su camastro, unveco muy delgado y pardusco, que hablaba y hablaba y hablaba con unagolosaáspera, de modo que nadie se molestaba enslusarlo. Lo que ahora estaba diciendo al aire era: -Y entonces uno no podía conseguir un poggy (quién sabe qué era eso, hermanos), aunque estuviese dispuesto a pagar diez millones de archibaldos, y entonces qué hago, eh, me voy a lo del Turco y le digo que esa mañana conseguí este s p rugo, saben, ¿y qué puede hacer él? -En realidad, lo que hablaba era el lenguaje de los viejos criminales. También estaba allí la Pared, que tenía un sologlaso, y se arrancaba pedazos de las uñas de los pies en honor del domingo. Y el Gordo Judío, unveco muy grasiento y ancho que parecía como muerto, tirado en el camastro. Además, era la celda de Jojohn y el doctor. Jojohn era menudo, ágil y seco, y se había especializado en ataques sexuales, y el doctor afirmaba que podía curar la sífilis, y la gonorrea, pero sólo inyectaba agua, y así había matado a dosdébochcas; bueno,¿acaso no había prometido quitarles esa pesada carga? Realmente, eran una pandillagrasña y terrible, y no me gustaba convivir con ellos, oh hermanos míos, tanto como ahora no les agrada a ustedes, pero no sería por mucho tiempo. El jujeño me miró y miró a Bastián. –Guárdate esos sobornos hediondos -dijo el veco-. No me convencerás de ese modo. -Me dio un golpe en laruca y labritba filosa cayó al suelo. Así que le dije: -Por favor, tengo que hacer algo. ¿Te limpio las botas? Mira, me agacho para lamértelas. -Y entonces, hermanos míos, créanlo o bésenme losscharros , me arrodillé y saqué un kilómetro y medio de miyasicca roja para lamerle las botasgrasñas yvonosas. Pero elveco me contestó con una patada -no muy fuerte- en larota. Entonces pensé que no vendrían las náuseas y el dolor si sólo le agarraba los tobillos con lasrucas y lo mandaba al suelo a estegrasñobrachno . Así lo hice y elveco se llevó una real ybolche sorpresa, porque se fue al suelo entre las risas del podrido público. Pero alvidearlo en el suelo sentí que me venía esa sensación horrible, de modo que le ofrecí laruca para que se levantarascorro, y arriba fue el tipo. Y cuando se disponía a darme untolchoco realmente feo y perverso en ellitso el doctor Brodsky dijo: «Ya nadie habla de las visiones místicas»: Camargo la llamó por teléfono a las ocho de la noche y le dio la noticia. «Ahora el presidente se ha entregado a la penitencia.» Reina estaba terminando su crónica y había escrito un borrador del párrafo final, pero necesitaba confirmarlo con el diario: La visión de Olivos fue una alucinación o un engaño: es imposible decirlo. Lo único seguro es que no fue verdadera. Al advenir que podía caer en pecado mortal por ser involuntario cómplice de ese error, el abad del monasterio de Los Toldos le pidió al presidente que abandonara su celda en menos de una hora. Los hechos sucedieron a las siete y media de la tarde, en la capilla. Un testigo presencial que se negó a dar su nombre oyó al abad gritar la palabra herejía, mientras se postraba ante el altar mayor, implorando el perdón de Dios. Y de la falta de principios. Y me quedé petrificado. "Aquí te regalo esta belleza -me dijo José Antonio cuando me presentó a Alexis-, que ya lleva como diez muertos". Alexis se rió y yo también y por supuesto no le creí, o mejor dicho sí. Después le dijo al muchacho: "Vaya lleve a éste a conocer el cuarto de las mariposas". "Éste" era yo, y "elcuarto de las mariposas" un cuartico al fondo del apartamento que si me permiten se lo describo de paso, de prisa, camino al cuarto, sin recargamientos balzacianos: recargado como Balzac nunca soñó, de muebles y relojes viejos; relojes, relojes y relojes viejos y requeteviejos, de muro, de mesa, por decenas, por gruesas, detenidos todos a distintas horas burlándose de la eternidad, negando el tiempo. Estaban en más desarmonía esos relojes que los habitantes de Medellín. Camargo estudió con optimismo la información que le llevaron del archivo. Sí, algo se podría hacer. La dama protectora había muerto, era verdad, pero una de las hijas retenía aún sus privilegios originales y todos los años entregaba a los monjes donaciones generosas. Camargo no tenía idea de la clase deayuda que iba a pedirle cuando la llamó por teléfono. Ahora vamos a empezar nuestras lecciones de improvisar, le dijo a Reina con una voz lenta y dubitativa que desentonaba con su cara entusiasta. –Pasen al aula -quiso decir. Yecamos de regreso a la ciudad, hermanos míos, pero justo a la entrada, no lejos de lo que llamaban el canal industrial,videamos la aguja indicadora del combustible que casi se caía, precisamente como nuestras propias agujas, ja, ja, ja, y el auto tosía cashl cashl cashl. Pero no había mucho de qué preocuparse, porque allí cerca las luces azules de una estación ferroviaria se apagaban y encendían, se apagaban y encendían. La cuestión era si dejaríamos el auto paraque losobiraran losmilitsos o si (ya que andábamos con ganas de destruir y matar) le daríamos una buenatolchocada hacia las aguasstarrias para presenciar un hermoso y ruidosoplesco antes que acabara la noche. Decidimos estoúltimo, y después de bajar y soltar los frenos, los cuatro lotolchocamos hasta el borde del agua sucia, que era como melaza mezclada con productos del agujero humano, y allí le dimos untolchocojoroschó y adentro se fue. Tuvimos que retroceder de un salto para que la roña no nos salpicase losplatis, pero allá fue, esplussssshhhh y glolp glolp glolp, discreta y suavemente. -Adiós, viejodrugo -exclamó Georgie, y el Lerdo lo acompañó con una gran risotada de payaso-: Ju ju ju ju. -Nos acercamos a la estación para abordar el tren al centro, como se llamaba entonces al sector medio de la ciudad. Pagamos sin chistar nuestros pasajes, y esperamos correctamente y sin escándalo en la plataforma,y el viejo Lerdo se puso a jugar con las máquinas tragamonedas, pues tenía loscarmanos llenos de pequeños níqueles; y si hubiese sido necesario se habría dedicado a distribuir barras de chocolate a los pobres y los necesitados, aunque no había ninguno por ahí, y luego llegó resoplando el viejo expreso, y subimos a un coche del tren, que parecía casi vacío. Para entretenernos durante el viaje de tres minutos jugamos con lo que ellos llamaban el tapizado, y arrancamos unos lindos yjoroschós pedazos de las tripas de los asientos, y el viejo Lerdo descargó la cadena sobre elocno , hasta que el vidrio crujió y saltó dejando entrar el aire invernal. Pero todos estábamos fuera de caja, cansados y aplastados, pues la noche nos había obligado a gastar un poco de energía, hermanos míos; sólo el Lerdo, como el payaso y animal que era, parecía mejor que nunca, todo sucio y despidiendo unvono de sudor que era una de las cosas que yo tenía contra el viejo Lerdo. –Tengo la impresión de que esta conversación no está sucediendo. ¿A usted, doctor, no le pasa lo mismo?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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