15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Me devolví a constatar la identidad del caído, pero me fue imposible llegar: el cerco de curiosos, festivo, jubiloso, se había acabado de cerrar, y no había arrimadero ni para un inspector de policía que viniera a levantar un cadáver. Cuadras adelante me encontré con Wílmar y estaba radiante, jubiloso, riéndose de felicidad, de dicha. Con una dicha que le chispeaba en sus ojos verdes. Mi niño era el enviado de Satanás que había venido a poner orden en este mundo con el que Dios no puede. A Dios, como al doctor Frankenstein su monstruo, el hombre se le fue de las manos. –Ya aprendí. No habrá. –Alex, fuiste demasiado impetuoso. Ese puntapié final fue una cosa muy fea. -Al oír esto sentí que elrasdrás me nublaba losglasos, y dije: –Vos quedate -le dijo a Reina-. A improvisar se aprende. Te voy a dar lecciones. Vamos a entrar juntos en esta historia. Vade retro. Cuando salimos delDuque de Nueva Yorkvideamos al Iado de la iluminada vidriera principal del bar un viejo y gorgoteantepianitso o borracho, aullando las sucias canciones de sus padres y eructando blerp blerp entre un trozo y otro, como si guardase en la tripa podrida y maloliente una hedionda y vieja orquesta.Ésa es unavesche que nunca pude aguantar. Nunca pude soportar la vista de uncheloveco roñoso, tumbado, eructando y borracho, fuera la que fuese su edad, pero muy especialmente cuando era de verasstarrio comoéste. Estaba como aplastado contra la pared, y tenía losplatis en un estado vergonzoso, arrugados y en desorden, cubiertos de cala y barro, de roña y alcohol. Bueno, lo agarramos y le encajamos unos pocostolchocosjoroschós, pero siguió cantando. La canción decía: La mujer ha vuelto a ponerse de pie frente al espejo del dormitorio y ahora mueve la cabeza de un lado a otro. Tal vez esté también oyendo música, U2, REM o cualquiera de esos sonidos que a él lo desesperan. El pelo largo y oscuro de la mujer, rozándole los hombros, es un viajero desorientado en el mar de ninguna parte, y las ubres indefensas de corderita alzan los pezones en busca de aire fresco, marcadas por las estrías largas que él ha observado más de una vez. ¿Cómo unos pechos tan escuetos pueden tener estrías? Calmado el aguacero y el ventarrón del campo volvimos a instalar la hamaca y el parasol y reanudamos la conversación interrumpida. ¿En qué estábamos? Todo o nada. Como siempre. –Mañana, pedile a Cantilo que te muestre los soldaditos -murmura Santiago a mi lado, en la oscuridad. Esta es, por fin, la encrucijada. –Ahora no puedo, Reina. Has visto cómo está el país, ¿No? Sería un irresponsable si me fuera. Y podría suceder que se hayan equivocado con los análisis. Que le hayan atribuido a mi hija los resultados de otro enfermo. A veces pasa. Santiago, sentado al borde de mi cama, alzó las cejas con curiosidad. Tenía un mate en la mano. Los ardores del largo día ahogan a Camargo. Se quita toda la ropa de una vez, qué alivio, deja caer al piso la corbata y la camisa almidonada con puños de gemelos. En el perchero de la entrada cuelga, por costumbre, el traje cruzado de franela azul que lleva desde la mañana. Tal vez podría tirarse a descansar un rato. Nunca se ha quedado a dormir allí aunque a veces ha esperado el amanecer en el sillón de su mirador, sin apartar la vista de la mujer, y luego se ha dado una ducha antes de regresar al diario. Prefiere su cama al otro lado de la ciudad, en San Isidro, junto a las galerías de geranios donde se inclina la brisa del río, la enorme cama muerta que ya no comparte con nadie pero en la que, sin embargo, es un hombre de poder y no el sombrío satélite de la ventana de enfrente. En el cuarto anónimo donde está ahora hay sólo un catre de monje, mudas de ropa, un baño, una heladera y botellasde whisky. Puede hacer allí lo que le dé la gana porque el guardián del edificio va a permitirle lo que sea, yo estoy acá para obedecerlo, doctor Camargo, pero lo que él de verdad quiere está fuera de los limites que vigila el guardián, al otro lado de la calle, no en el cuerpo de la mujer sino en la imagen que ella sigue proyectando. La espadaña del monasterio de Las Teresas, de una hermosura casi sobrenatural esa mañana, al menos vista de golpe desde mi festivo corazón manierista. Palomas. Las torres de la Compañía de Jesús y, de perfil, la encumbrada silueta de Fray Fernando, escribiendo alguna cosa en el aire pálido de octubre, de pie junto a su alto pupitre invisible. Todo bajo un sol casi demasiado benévolo. ¿Cómo puede causar inquietud sentirse alegre? Me estaba haciendo esta pregunta cuando vi una librería de viejo junto al inesperado cartel de un club nocturno.La cueva de la Sibila. Night Club.El nombre de la librería también resultaba un pequeño anticlímax.Fausto.Librería y papelería. Textos usados y religiosos. Menos mal que debajo de la palabraFaustose veían dos paisanos jetones de Molina Campos, compartiendo un porrón a la sombra de un arbolito. Bueno, pensé, por lo menos se trata del Fausto Criollo, pero por qué usados y religiosos. Y tan cerca de la cueva. No volvió a ofrecerme mate ni habló más. Al alma. –Vamos -dije-. No entiendo. Los viejos tiempos están muertos y enterrados. Ya me castigaron por lo que hice. Y me han curado..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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