15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Por sobre la barahúnda de los claxons de pronto sonaron unos tiros y el rostro se le suavizó: –A las ocho y media. Tal como la secretaria le había dicho, el funeral era a las doce, pero a las doce menos cinco ya estaba el cortejo en el cementerio. La humedad era atroz. Los mármoles destilaban musgo, y había más desamparo fuera que dentro de las tumbas. Salvo su diario, ningún otro mencionaba el suicidio. Las radios citaban el hecho depaso y no daban detalles, lo que era rarísimo. Parecía una muerte que todos querían pasar por alto, como si no existiera. Con tanto sigilo, era explicable que hubiera poca gente en el entierro. Poca y conspicua: el presidente de la República y sus guardaespaldas, los jueces favoritos del gobierno, algunos colegas del difunto. Sobre el ataúd no había una sola flor. Nadie se animó a improvisar un discurso. Uno de los edecanes consiguió de apuro a un cura sordo, que no parecía entender para qué estaba allí y que rezó un responso veloz. ¡Qué! ¿Así de pobres son ustedes que no tienen muebles? No, es que somos ascéticos. Es más, desde hace años no comemos, y la ropa que lava una lavadora la plancha el viento que la seca. La loza se quedaba sin lavar días y días porque la Loca la iba acumulando para economizar agua y electricidad hasta que se le llenaba un enorme lavaplatos automático que sólo entonces prendía. ¿Y por qué tanta loza sucia si no comían? He ahí una aparente contradicción: es que la Loca era especialista en ensuciar loza aun sin comer. Tal era su vocación de caos. SEGUNDA PARTE. SANTIAGO O LAS MÁQUINAS QUE CANTAN –¿Y aquí? Ahora la ha puesto de espaldas. Avanza las imágenes a voluntad, despacio, una por una, tratando de adivinar qué hay más allá del cuerpo, qué espacios del alma se abren al otro lado de estos bordes físicos que no puede traspasar, cuáles de sus recuerdos, aflicciones y felicidades se ocultan al escrutinio de la cámara. Se detiene en este lunar de la pierna y en la casi invisible mancha rosada que se extiende al centro de la espalda, junto a la espina dorsal, y luego va más rápido, se abre paso hacia las nalgas, se mueve con tanta ansiedad que los muslos de la mujer, cuando ella se despereza, parece que estuvieran temblando. El efecto de aceleración de la imagen es sin embargo imperfecto, la irrealidad se despierta en él como el aleteo de un pájaro inoportuno y, aunque extiende las manos para tocar a la mujer, sabe que ella no está ahí, que su cuerpo es sólo un dibujo de la luz sin olor ni sabor, y que alguna vez tendrá que contarle todo lo que ha hecho con esas imágenes y todo lo que esas imágenes le han hecho. –Claro que es lo de menos. -Hablé con vos. -Elijan ustedes. Tu sangre ya sublevada se desborda. No sentís tu cuerpo ni te importa. Sólo sentís tu indignación invencible. La mujer alza las manos, tratando de cubrirse, pero vos sos más rápido. Descargás toda tu fuerza en un revés que le alcanza los labios, de pleno, y se los parte. Ella te observa atónita, demudada, con ojos de cordero sacrificado. Va a decirte algo pero no se lo vas a permitir. Arrojás sobre la mesa un billete de cincuenta pesos y salís casi corriendo de ese infierno, entre el murmullo de los yuppies imbéciles. Vos sos quien sos, Camargo. Nadie puede dejarte. Esa mañana tuvimos cuatrolonticos de religión carcelera, pero elchaplino no me dijo una palabra más acerca de la técnica de Ludovico, fuera lo que fuese, oh mis hermanos. Cuando terminé miraboto con el estéreo, se limitó agoborarme unos pocosslovos de agradecimiento, y luego meprivodaron de regreso a la celda del bloque 6, que era mi muy roñoso y estrecho hogar. Elchaso en realidad no era unveco muy malo, y cuando abrió la puerta no metolchocó ni pateó, y se limitó a decirme: -Aquí estamos, hijito, de regreso en el viejo agujero. -Y así volví con mis nuevosdrugos, todos muy criminales pero,Bogo sea loado, ninguno inclinado a las perversiones del cuerpo. Ahí estaba Zofar en su camastro, unveco muy delgado y pardusco, que hablaba y hablaba y hablaba con unagolosaáspera, de modo que nadie se molestaba enslusarlo. Lo que ahora estaba diciendo al aire era: -Y entonces uno no podía conseguir un poggy (quién sabe qué era eso, hermanos), aunque estuviese dispuesto a pagar diez millones de archibaldos, y entonces qué hago, eh, me voy a lo del Turco y le digo que esa mañana conseguí este s p rugo, saben, ¿y qué puede hacer él? -En realidad, lo que hablaba era el lenguaje de los viejos criminales. También estaba allí la Pared, que tenía un sologlaso, y se arrancaba pedazos de las uñas de los pies en honor del domingo. Y el Gordo Judío, unveco muy grasiento y ancho que parecía como muerto, tirado en el camastro. Además, era la celda de Jojohn y el doctor. Jojohn era menudo, ágil y seco, y se había especializado en ataques sexuales, y el doctor afirmaba que podía curar la sífilis, y la gonorrea, pero sólo inyectaba agua, y así había matado a dosdébochcas; bueno,¿acaso no había prometido quitarles esa pesada carga? Realmente, eran una pandillagrasña y terrible, y no me gustaba convivir con ellos, oh hermanos míos, tanto como ahora no les agrada a ustedes, pero no sería por mucho tiempo. –El gobierno está podrido, él no. Tiene el defecto de la lealtad, y lo exagera. Le lamía los zapatos al presidente. Ahora va a lamer los míos. Se sintió aliviado. De pronto, recordó que no se había despedido de las mellizas y pidió a las secretarias que las llamaran, para no tropezar de nuevo con la voz quejumbrosa de Brenda. ¿Qué clase de vida era su vida, atada a los teléfonos? ¿Sabría su vida alguna vez abrir los brazos a la felicidady a la desdicha? El escritorio era una fronda enloquecida de papeles y maquetas, pero siempre se las arreglaba para que el portarretratos de las hijas creara un oasis limpio frente a él. Apenas las había visto aprender a caminar, a hablar, a leer. Apenas las había visto y, sin embargo, eran el único amor que tenía. Le preocupaba la más débil de las dos, Ángela, que un par de semanas antes había caído en cama con una fiebre rebelde y un dolor de huesos que no la dejaba en paz. Se había vuelto de pronto melancólica y huidiza. Así sonó en el teléfono, como una niña desamparada. Tenía trece años y parecía de diez. –Ojalá tenga razón, doctor -le dijo-. Ojalá el diagnóstico sea un error. Así que fui a la cabinamalenca donde uno podíaslusar los discos que quería comprar, y elveco me puso un disco, pero no era la Cuarenta sino la Praga -elveco había sacado lo primero de Mozart que encontró en el estante, pensé- y eso empezó arasrecearme de veras, y tenía que cuidarme por miedo al dolor y a las náuseas, pero lo que yo había olvidado era algo que no debía de haber olvidado, y ahora me dieron ganas de acabar de una vez. Era que esosbrachnos doctores habían dispuesto las cosas de modo que cualquier música que me emocionara tenía que enfermarme, lo mismo que sivideara o quisiera recurrir a la violencia, y esto porque todas esas películas de violencia tenían música. Y recordé especialmente la horrible película nazi con la Quinta de Beethoven, último movimiento. Y ahora descubría que el hermoso Mozart se había convertido también en algo horrible; salí corriendo de la tienda mientras losnadsatssmecaban y elveco del mostradorcrichaba: -iEh eh eh!- Pero no le hice caso y me fui, y tambaleándome como un ciego, crucé la calle y di vuelta la esquina, hacia el bar lácteoKorova.Yo sabía qué me hacía falta. ¿Qué es lo que está diciendo este vallenato que oigo por todas partes desde que vine, al desayuno, al almuerzo, a la cena, en el taxi, en mi casa, en tu casa, en el bus, en el televisor? Dice que "Me lleva a mí o me lo llevo yo pa que se acabe la vaina". Lo cual, traducido al cristiano, quiere decir que me mata o lo mato porque los dos, con tanto odio, no cabemos sobre este estrecho planeta. ¡Aja, conque eso era! Por eso andaba Colombia tan entusiasmada cantándolo, porque le llegaba al alma. No había reparado en la letra, yo sólo oía la carraca. Por este restico de año, por lo que falta, hasta año nuevo, Colombia seguirá cantando alegre, con amor de fiesta, su canción de odio. Ya después se le olvidará, como se le olvida todo. –No, Custodio -dice serenamente el profesor Urba-. No se trata de ese tiempo. Ese es el cotidiano y tranquilizador tiempo de los amaneceres que preceden a los atardeceres, de los solsticios y de las estaciones de siembra y de cosecha, el tiempo antiguo y venerable en que el canto de los pájaros anunciaba, acá abajo, el pequeño y conmovedor ciclo del día del hombre, y el Sol y la Luna, allá arriba, gobernaban las espigas, las mareas, la sangre generadora de las mujeres; y Dios, más arriba y más tranquilizadoramente todavía, trazaba la órbita de las esferas y su música. En el bote de la basura tiré el frasco de Eutanal vacío y la jeringa. Un olor a naranjas podridas, a felicidad fermentada, ascendió del bote cuando lo abrí. La vida seguía pues su curso y el sol girando en torno de la tierra, subiendo, cayendo, subiendo, cayendo, trazando día tras día el mismo arco manido en el cielo como con un compás. ¡Ay, tan original! –Está bien, está bien -dijo elveco importante. Luego se volvió al director y continuó: -Empezaremos con este joven. Es audaz y perverso. Lo pondremos mañana en manos de Brodsky, y ustedes podrán observar también. El sistema funciona, no se preocupen. Lo cambiaremos tanto a este joven y maligno granuja que no podrán reconocerlo..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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