15 de enero de 2025
Comentario destacado
Compare and contrast art essay
Por ahora nada. Tu demencia por ahora es puro embellecimiento, frivolidad y miedo. Hay, no lo niego, cierta rareza de alma, cierta alteración fisicoquímica en la actividad nerviosa superior, pero, en los hechos, es despreciable. No estás ni más ni menos maduro que, cuando de chico, leyendo a Lombroso, te palpabas los parietales y el occipucio para ver si eras criminal. Pero, del mismo modo que el crimen reclama una conducta criminal hay también una praxis de la locura. Y tanto bajo esas bóvedas como bajo las del cielo, ya no se trata de describir, sino de transformar. Tu enfermedad es teórica. Algún promisorio chisporroteo, advertido a veces en el segundo sistema de señales, es un mero coquetear idealista, neorromántico, y su resultado más bien flatulencial. Hyblis aún no ha entrado en lucha con el Gran Enemigo; pero, también acá, sin violencia no hay modificaciones. No hay revolución. Se exige el primer acto de terrorismo, el delito de lesa majestad cerebral. O espiritual. O del alma. Como te guste llamarlo. Y después: el gran estallido. Cambiar de mano los procesos de excitación e inhibición, ponerse de cabeza, darse vuelta como un guante, subvertir todos los valores de lo que hasta nuestro ómnibus hemos llamado salud, cordura, equilibrio, vida, sentimientos normales. Y tomar el poder sobre ese caos. Y mantenerlo. Tu esfera luminosa, aquella cualidad de la materia altamente organizada -el cerebro-, psicopatológicamente hablando carece aún de líderes. Hyblis, formidable caudillo, tiene la palabra. E Hyblis, el maldito orgullo, se paró y dijo: Ahora es el momento. Después el Diluvio. O el orden nuevo. No siendo así, tu locura es un chiste de salón. Hay, lo repito, rasgos ciertamente promisorios, curiosidad perversa por lo maligno, ambiguo y peligroso, cierta vocación, no localizada todavía en un punto morboso estable, a trabar relaciones con un tipo de estímulos, y, singularmente, sólo con ellos. Y además, la infinitesimal libélula hereditaria, el gen -la locura de mamá-, la manía silbatoria de papá sus deambulaciones nocturnas que solían terminar de cabeza contra la pared y la incontenible risa infantil que a pesar del miedo nos causaba el espectáculo. ¿Y los sueños? Demasiado vividos y vividos, a veces, demasiado proféticos, harto lúcidos para ser sólo sueños, sobre todo cuando pensamos que si uno tiene los ojos abiertos debe estar despierto. ¿Y esas ideas raras, que acosan con la violencia y la claridad de certezas, pero mejor no compartir con nadie? Ah, sí, calla lo que sabes, muérdete la lengua antes de murmurar a nadie lo que sueñas o sabes, dijo el Salmista. Muy bien, hijo. En esas oscuras y peligrosas aguas encontrarás la esperma de tu ballena, tu perseguida materia de encender lumbre. Las características o taras ya enunciadas, y una temprana propensión (que te fomentamos) a la lectura de cierto tipo de biografías ilustres, al punto que, de diez citas que se nos ocurren, nueve pertenecen a locos furiosos, borrachos, criminales, homosexuales, malformados o suicidas, tales características configuran el aura, el territorio fértil: las condiciones revolucionarias. Lagenus anormalis vatum.Pero tener aire de familia no significa ser pariente. Pobre Santiago. Falta el acto, la lesión violenta, esa parte de la tragedia que los griegos llamaban catástrofe y que aquí, en espera de mejor nombre, llamaremos trauma psíquico. Romper bien rota tu alma, dicho sea en versión libre aunque literal. El último eslabón de la cadena etiopatogenética. Tu locura, por ahora, es una forma nacional de la demencia precoz, síndrome sudamericano de características esencialmente retóricas que aparece en la adolescencia, da material para un librito y se cura por completo alrededor de los treinta años. Sin dejar el menor rastro. En los casos agudos, no dando resultado el librito, se recomienda cojer un poco más seguido. La cama matrimonial es el mejor sanacabezas de los artistas argentinos. Tu demencia, por ahora, es literaria. Pero como aquí se trata precisamente de esto, y como nadie ignora que mis cláusulas se graban de puño y letra en un documento escrito con sangre, todo lo cual es quizá una figura de las bellas letras, y como lo único que se les pide a ustedes es bellas figuras escritas con sangre, testamentos, papeles armoniosos y sangrientos por los cuales se salven, o se pierdan, se justifiquen o se condenen para siempre, me parece que hemos vuelto a la cuestión de fondo. Comenzamos hablando de la fidelidad. –¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí? Y se marcharon, hermanos. Fueron a ocuparse de sus asuntos, que según me pareció eran la política y toda esacala, y yo me recosté, completamenteodinoco y muy tranquilo. Ahí estaba acostado, con la corbata suelta. También me había descalzado lossabogos , y me sentía muy aturdido y sin saber qué clase dechisna me esperaba. Y toda clase de cosas me pasaban por lagolová, cosas de los diferenteschelovecos que había conocido en la escuela y en lastaja, y de las diferentesvesches que me habían ocurrido, y de que en todo elbolche mundo no había un soloveco en quien uno pudiese confiar. Y entonces medio me dormí, hermanos. El que se llamaba Insiarte le hizo señas de que se callara, pero Durán preguntó: –Fíjense en Mateo -dijo-. La segunda venida de Cristo, que en griego se llama Pamsía, debe estar precedida por guerras, hambres y terremotos. Hasta ahí el vidente podría tener razón, porque nos ha caído poco o mucho de todo eso. Pero también Mateo advierte, citando a Jesús, que habrá falsos profetas y falsos cristos creando la ilusión de la segunda venida. Sobre ese punto Mateo es muy escrupuloso. Lean con atención el capítulo 24. No hay que creer, dice, a los que anuncian que Cristo ha vuelto a predicar en los desiertos o está yendo y viniendo por las casas. Porque cuando deveras llegue, se abrirá el cielo, se llenará de luz y lo veremos todos. La epístola de san Pablo es todavía más elocuente. Sabremos que Cristo ha vuelto, dice, porque un arcángel hará sonar la trompeta de Dios, y el Señor descenderá en compañía de todos los justos resucitados. No es eso lo que ha pasado en Olivos, ¿no? Lo que el presidente vio en el limonero, si es que vio algo, fue un espejismo. O está mintiendo. O se le apareció el demonio. Cualquier aprendiz de teología puede explicar eso mejor que yo. Me extraña que no hayan protestado más obispos. O que Juan Pablo II no se haya quejado desde Roma. –El hombre propone y Dios dispone -dice el doctor Cantilo-. Situación curiosa, ¿no? –Sí -dice Verónica-, dijo attenti piatti. Y antes dijo que va a llover. –Tal vez. Ya salió la sentencia del divorcio, ate lo dijo Sicardi? Brenda se quedó con todo el dinero que yo tenía en los Estados Unidos, los bonos al portador, los plazos fijos. Sólo me ha dejado la casa de San Isidro. Para qué quiero un lugar tan grande. acuerdo? –No me importaría si estuviera más lejos -dijo con un tono de falsa ingenuidad, para que Camargo no descubriera el sentido de lo que decía-. No me importaría que estuviera en otro mundo. –Y yo no puedo cambiar de planes. Llevo dos meses detrás de esa entrevista. No me la van a postergar. Tampoco quiero que la posterguen. –¿Qué le parece? -preguntó uno de losvecos doctores. Encerrada entre rejas para que no se la robaran en un descuido de su guardián (por ejemplo cuando iba al baño), la casetera tocaba día y noche sin parar vallenatos, la música predilecta de los difuntos cuando pasaron por aquí abajo todos ventiados. Al que iban dejando entrar de la calle le mostraban unálbum de fotografías en color acabadas de tomar y revelar de los muertos calienticos: primeros planos como de Hollywood, closeups. Si alguna se parecía al desaparecido vivo, entonces podían pasar por la siguiente puerta, a la siguiente sala, a reconocer al aparecido muerto. El hombre invisible pasó. Era una sala alta, espaciosa, la de necropsias, con unas treinta mesas de disección ocupadas todas por los del último turno. Se perdieron al entrar en Los Toldos, a las tres de la tarde. Con el sol clavado en el centro del cielo, todas las construcciones se vetan iguales: los almacenes y los zaguanes se repetían, idénticos; en ninguna esquina encontraban el nombre de las calles, y en las dos casas donde se detuvieron a preguntar les respondió un silencio de muerte. Las ciudades cambian más rápido que las personas, se dijo Reina. Me ha sucedido que entré a un cine en Buenos Aires y salí de la misma función a otro cine de México, pero esa ciudad no ha cambiado en décadas. Es un laberinto sin dibujo: el peor de los laberintos. A eso de las tres y veinte el chofer condujo hacia atrás por la misma calle que los había llevado otras veces a un paredón sin salida, y la inversión del movimiento les permitió oír un altoparlante remoto que difundía hacia el oeste una melodía perdida en el tiempo, La chica de la boutique, cantada por Heleno. Con cierta vergüenza, Reina se acordaba de haberse contoneado al compás de ese horror en alguna fiesta de la adolescencia temprana, pero ahora le hacía gracia que fuera la brújula gracias a la cual llegaron de pronto a la plaza central, con la estatua ecuestre del Libertador alzándose sobre la copa de algunos árboles moribundos. Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par. Seis hombres vestidos con los hábitos púrpuras de los jueves santos salieron en procesión llevando en hombros a Cristo crucificado. Detrás, precedidas por un cura que agitaba el incensario con delicadeza para no ensuciar sus encajes litúrgicos, se arrastraba un coro de viejas chillonas cantando ellas también Cristianos venid, en tenaz competencia con el altoparlante que repetía La chica de la boutique. En el café contiguo a la iglesia les indicaron cómo volver a la ruta provincial y desviarse hacia la Azotea de Carranza. Las cuatro menos cuarto ya, dijo Reina. Y a las siete son los rezos de Vísperas. –No voy a abrir -dice ella-. Sea quien sea, no pienso abrir..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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