15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Te apartaste sin brusquedad, lo suficiente para mirarme. No vi tus ojos porque la luz me daba de frente. No me gusta imaginar tu mirada en ese momento. Y mucho menos mi cara. Tengo un talento especial para la ridiculez, eso no iba a poder negármelo nadie. –Fragmentos de una vieja jerga -dijo el doctor Branom, que ya no tenía un aire tan amistoso-. Algunas palabras gitanas. Pero la mayoría de las raíces son eslavas. Propaganda. Penetración subliminal. ¿Tenía una compensación ese tormento a que me sometía Alexis, mi éxodo diurno por las calles huyendo del ruido y metido en él? Sí, nuestro amor nocturno. Nuestras noches encendidas de pasión, yo abrazado a mi ángel de la guarda y él a mí con el amor que me tuvo, porque debo consignar aquí, sin jactancias ni presunción, lo mucho que me quería. Es de poca caridad, ya sé, exhibir la dicha propia ante la desgracia ajena, contarle historias de amor libre a quien vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y cinco hijos comiendo, jodiendo y viendo televisión. Mas dejemos el aparato y sigamos, exhibiendo plata ante el mendigo. ¡Y qué! ¡Los pobres pobres son y por la verdad murió Cristo! La noche queél ha elegido para la filmación también está la pareja estorbándole el paso. El hombre tiene menos de cuarenta años y desentona con el desamparo en que vive. Sus brazos son fuertes, la mirada es rebelde y cobradora, y los ojos, siempre hinchados, observan el mundo con un desencanto tan hondo que tal vez sea anterior al mundo. Tanto a él como a su compañera se les han caído los dientes. A ella sólo le quedan tres incisivos de abajo; a él, un canino absurdo, que le desfigura los labios. La vagabunda lleva ya semanas enferma y el hombre pasa despierto la mayor parte de la noche, cuidándola y acariciándola. Ella es mucho mayor que él pero no tanto como para ser su madre. Tampoco se le parece en nada. Su cuerpo está cubierto de escaras: hay una sobre el omóplato, en especial, que se le abre como una segunda boca. Una noche, el sin techo ha salido corriendo en busca de una ambulancia y, como no le han permitido ir con la mujer al hospital, se queda esperando el amanecer de pie, como si al amanecer los hechos pudieran rehacer la realidad tal como era un día antes. Quién sabe dónde esos dos pobres seres han encontrado fuerzas para volver semanas más tarde y yacer otra vez en su cama de ruinas, la noche en que él lleva un gramo de fenobarbital dividido en cuatro sobrecitos y entra en el departamento de la mujer sin que nadie lo vea, como siempre. A Mercedes Casanovas, El que se llamaba Insiarte le hizo señas de que se callara, pero Durán preguntó: Y se tomó el agua deliciosa de vinagre y sal, saboreándosela, y renovándole las maldiciones de paso a «ese país miserable donde una raza maldita pare y mata», palabras de él. El que no me pudo adormecer en las noches que siguieron nada: ni somníferos, ni bendiciones, ni maldiciones, ni cabezazos Rendones contra la pared. Simplemente se me había ido para siempre el sueño. Y sobre el desierto del insomnio, la zarabanda endemoniada de los zancudos que armaba noche a noche el perro López con sus ínclitos. Tratando de escaparme de ese horror, me iba entonces de recuerdo en recuerdo con Darío al pasado, y así volvía, por ejemplo, de su mano, al Admiral jet de la Calle 80 del West Side de Nueva York, un edificio de réprobos donde vivimos, a dos cuadras del Central Park y su orgía continua de maricas entre los árboles, un verano. ¡Qué temporadita, Su Santidad, tan desgraciada pero tan maravillosa! Será que todo tiempo pasado fue mejor. Nunca entendió Darío mi amor por los animales. No tuvo tiempo. Sus múltiples devociones se lo impidieron: muchachos, aguardiente, basuco, marihuana… Una sola de ésas da para una vida, se lo digo yo que de todas he probado y que las he dejado por el amor que digo. Y que quede claro para terminar con este penoso asunto que los demagogos obnubilados tacharán de «racista», que yo a los negros heroinómanos de Nueva York no los odio ni por negros ni por heroinómanos ni por ser de Nueva York, sino por su condición humana. Unos seres así no tienen derecho a existir. O por lo menos no lo tienen a que los siga manteniendo el Social Security mientras nosotros los colombianos, por virtud de Colombia la generosa que nos echó, tengamos que lavar en la susodicha ciudad de mierda los inodoros. Punto y aparte, señorita, y no me le vaya a quitar al párrafo ni una palabra que por la verdad murió Cristo. Es lo mismo. Fidelidad. Fidelidad fanática, hasta la muerte. Lealtad al signo primordial regidor de la cabeza y del fuego. Todo lo que no tenga que ver con esto, vaderretro, evade el recto destino combustible de tu estirpe. Coexisten, en tu tipo astral, dos Esteban: el superior y el otro, el deleznable. Y como es obvio, amén de redicho, en ese microcosmos paradojal nosotros gobernamos al Esteban superior; él, el elegido para las tareas luminosas, es quien va a casa de Verónica, sonríe cuando no debe, irradia frescura cuando le arden las zonas del sentimiento y, para darte un ejemplo lastimoso de esto último, decide leer alcamarada Lenin en vez de armar una bomba casera, cuando descubre que Josefa Bartolotti lo que tiene es hambre. Él huye por las escaleras en calzoncillos, no honra al padre ni a la madre, codicia mujer e ideas ajenas, no ama a su prójimo ni mucho menos a sí mismo, se olvida de santificar sus propias fiestas, sus efemérides, motivo por el cual deja plantada a la niña de Plaza Irlanda junto a un alegórico relieve, añorando sus anillitos. No interrumpas. Me refiero al impuro, humano, vivo, contradictorio Esteban con antorcha. Porque el artista, fíjate bien, el artista, para sobrevivir en este mundo y en el que se avecina, ha de poseer una fuerte dosis de inmoralidad. De ahí lo de la falta de principios. Inmoralidad -y empleo nomenclaturas a nivel burgués para facilitarte la comprensión jesuíta de conceptos cuyo sentido, en los hechos, te resulta desde antiguo familiar- inmoralidad, o quizá amoralidad, que si bien permitirá a un gran artista obtener espléndidos resultados en la construcción de una catedral en homenaje a la Sagrada Familia, pongo por caso, y no al azar, le impedirá en cambio no ya salvar el alma, que para eso nunca hizo falta la divertida gente del subsuelo, sino también fundar una. Espósito consiguió ladear un poco la cara. Con sus mullidos, aterciopelados pasos de silencio, sin levantar el polvo que la desidia de la Loca había dejado acumular, había entrado pues a mi casa, una vez más, la temida Muerte, mi amada Muerte, mi esperada Muerte, mi señora. –Eso es todo lo que sabés, Remis? ¿También la idea de la Parusfa te vino de aquellos evangelios que leíste a los quince, dieciséis años? He aquí el retrato hablado del monstruo: siete pisos con treinta apartamentos de cartón en riesgo permanente de quemarse y de irse al cielo en pavesas con sus ocupantes, otros tantos negros y puertorriqueños excretores de ambos sexos, la hez de esta especie bípeda que no sé qué dependencia demagógica del municipio pretendía curar de su adicción a la heroína en un experimento dizque «piloto», para el que contrataron a Darío, inmigrante sin papeles, con el sueldo mínimo y el trabajo de «super» o portero, más limpiapisos, sacabasuras, destapainodoros y juez de paz. Yo, desocupado hermano de la victima, y como él sin donde caer muerto, le ayudaba a sobrellevar la carga. Y ahí me tiene con un balde de sirvienta y una sonda de plomero destaquiando inodoros de negros, Su Santidad. ¿Que sabe lo que son? Igualitos a los de los blancos, la cosa no cambia. En las humildes funciones excretorias los blancos no difieren de los negros, los perros de las ratas, los infieles de usted. Dios en eso a todos los mortales nos hizo iguales. –Bueno -dijo Santiago-. Las langostas suelen comer de todo. Mientras uno esté sobrio y la cosa esté realmente ahí… –Vamos -dije-. No entiendo. Los viejos tiempos están muertos y enterrados. Ya me castigaron por lo que hice. Y me han curado. Hombre vea, yo le digo, vivir en Medellín es ir uno rebotando por esta vida muerto. Yo no inventé esta realidad, es ella la que me está inventando a mí. Y así vamos por sus calles los muertos vivos hablando de robos, de atracos, de otros muertos, fantasmas a la deriva arrastrando nuestras precarias existencias, nuestras inútiles vidas, sumidos en el desastre. Puedo establecer, con precisión, en qué momento me convertí en un muerto vivo. Fue un anochecer, bajo las lluvias de noviembre, yendo con Alexis a lo largo de una avenida del barrio Belén por cuyo centro corría una quebrada descubierta, uno de esos arroyos de Medellín otrora cristalinos y hoy convertidos en alcantarillas que es en lo que acaban todos, arrastrando en sus pobres aguas la porquería de la porquería humana. –Quién es quién -preguntaste. 102897 El trueno sacudió la casa entera. Gritos ahogados de mujeres. La luz tembló y la música del tocadiscos pareció el gemido de un animal agónico. Por un segundo, Espósito creyó ver que la lanza de San Jorge se clavaba hasta el mango en la fétida garganta del dragón, pero vos te apretaste contra su brazo y tus ojos se interpusieron entre los de él y la lámina, tus ojos(…No hacía falta esta clase de colaboración)en los que brillaba el recuerdo de aquellas palabras absurdas, la noche anterior, en la Cañada. Ibas a apartarte; pero él te retuvo. Las luces se habían apagado casi por completo y la música dejó de oírse..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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