15 de enero de 2025
Comentario destacado
College essay format
–Muy amable, licenciado. Gracias. Al Difunto también me lo regalaron, recién salido del ataúd, y no eran sino los restos de lo que fue, del joven fornido y sano. Y ahora exangüe, anémico, fantasmal… ¡Pero qué, quién se resiste a acostarse con el ahijado de la Muerte! Siempre es bueno tener abogados que intercedan por uno ante tan caprichosa señora. ¿Pero a santo de qué estoy hablando de éste? Ah, porque dizque nos iban a matar en Aranjuez, un barrio alto pero muy bajo: alto en la montaña y bajo en mi consideración social. Ahí, cuando yo nací, terminaba esta ciudad delirante. Ahora ahí empiezan las comunas, que son la paz. –Conoció a Arlt, le dice Roberto. En seguida te lo cuenta. Eso y lo de la cárcel. No le vayas a nombrar a Perón. Hermanos, dormí toda la noche realmentejoroschó, sin ninguna clase de sueños, y la mañana amaneció clara y fría, y sentí el agradablevono del desayuno que estaba friéndose allá abajo. Me llevó cierto tiempo saber dónde estaba, como ocurre siempre, pero pronto recordé, y entonces me sentí caliente y protegido. Pero mientras estaba tendido en la cama, esperando que me llamaran a desayunar, pensé que tenía que conocer el nombre de esteveco bondadoso, protector y casi maternal, así que caminé por el cuarto con lasnogas desnudas buscandoLa naranja mecánica,que seguramente tenía escrito elimya delveco, ya queél era el autor. En mi dormitorio no había más que una cama, una silla y una lámpara, de modo que caminé hasta una puerta que daba al dormitorio delveco, y allí vi a la mujer en la pared, unabolche foto ampliada, de modo que me sentí unmalenco enfermo recordando. Pero también había dos o tres estantes de libros, y tal como lo había pensado, encontré un ejemplar deLa naranja mecánica,y en el lomo del libro, como en la columna vertebral, estaba elimya del autor: F. Alexander. GranBogo, pensé, es otro Alex. Recorrí las hojas del libro, de pie, en piyama y con lasnogas desnudas, pero no sentía nada de frío pues la casita estaba tibia. Yo no podía entender de qué trataba el libro. Parecía escrito en un estilo muybesuño, de Ah Ah y Oh Oh y toda esacala, pero lo que se sacaba en limpio era que ahora estaban convirtiendo en máquinas a todos losliudos, y que en realidad todos -usted y yo yél y bésame losscharros- tenían que ir creciendo de manera natural, como una fruta. Según parece, F. Alexander pensaba que todos crecemos en lo que él llamaba el árbol del mundo y el jardín del mundo, que el mismoBogo o Dios había plantado, y así estábamos allí, porqueBogo o Dios nos necesitaba para satisfacer el amor ardiente que tenía por nosotros, o algunacala por el estilo. No me gustó elchumchum de todo eso, oh hermanos míos, y me pregunté hasta qué punto estaríabesuño este F. Alexander, quizá porque la mujer habíasnufado. Pero en eso me llamó desde abajo con unagolosa de tipo en sus cabales, con mucha alegría y amor y toda esacala, y abajo fue Vuestro Humilde Narrador. Todo estaba dentro de la más normal normalidad, la vida seguía su curso en Medellín. Algún día acabarán lo inconcluso y cruzará el tren elevado sobre mi ciudad deslizándose por sus aceitados rieles como volando, transportando gente y más gente y más gente. Yo ya no estaré para preguntarles: ¿Adonde van con tantaprisa, ratas humanas? ¿Qué se creen que se volvieron? ¿Pájaros? Nota final ¿Y mañana? Ah, no quisieras dejar ni un hilo suelto en tus planes para mañana. Apenas entrás en tu oficina querés ver a Sicardi. Quizás él solo pueda resolver todo lo que te inquieta. No podés evitar que su nariz te ponga nervioso: un pimiento enorme, a punto de reventar. La moralidad de Sicardi es un terreno inexplorado, de modo que vas moviendo tus palabras con delicadeza, como si las hicieras caminar sobre carbones ardientes. No se preocupe, doctor, te dice, podemos tener los pasaportes mañana por la tarde. Falsos, por descontado. Voy a ubicar los que robaron del consulado polaco.¿Esos malandros que vamos a sacar del país son croatas, dijo usted: serbios, montenegrinos? Nadie se va a dar cuenta, entonces, de la diferencia. Serbios, polacos, búlgaros: es la misma resaca. Te resignás a dejar las puntadas finales en manos de Sicardi: las fotografías, la invención de los nombres, las fechas probables de nacimiento, entre 1954 y 1960. Quisieras que no haya errores de traducción al escribir los datos en los papeles, le has advertido: esos detalles podrían arruinar todo el esfuerzo cuando pasen por el filtro de Migraciones. Mire que hay letras raras en esas lenguas, Sicardi: y griegas con acento agudo, efes con rayas transversales, haches circunflejas. Doctor, no se preocupe, te tranquiliza. ¿Acaso alguna vez le hemos fallado? –La casa del marqués -dijiste. –No es así, no es así. Si quiere, alguna vez lo hablamos. Un día menos difícil que hoy. Cuando Bastián volvió a hablar me pareció notar algo extraño. Como si hablara a pesar de sí mismo, o como si ya no tuviese ganas de hacerlo. No quería discutir con Santiago. No públicamente. No quiere, sentí, tener razón a costa del jujeño. Estamos hartos de un país lleno de prohombres agonizantes yde jóvenes excepcionales de buena conciencia. Algún día, dijo, íbamos a recordar estos años como la única oportunidad que tuvimos de estar vivos. ¿O no se daban cuenta de que esta misma Aula Magna era un signo, el indicio de algo inquietante? El buen señor que hace un momento se levantó escandalizado, ése lo sabía. Sintió profanado este recinto centenario. ¿Quién se lo profanaba? Esos pulóveres y esas barbas, la palabra historia y la palabra homosexualidad y la palabra mierda (aplausos), profanación o amenaza que perciben no sólo nuestros prohombres agonizantes sino también ciertos rebeldes impolutos, en la cara mal afeitada de un hombre que se deja crecer la barba o el pelo porque se le antoja (aplausos), porque se atreve a asumir el comportamiento que le dictan sus ganas y su libertad. No se equivoquen al aplaudir, yo no digo mierda para que ustedes, sentados ahí, se sientan menos burgueses (bueno, pensé, este hijo de puta es bastante inesperado), ni quiero ganarme la simpatía de nadie; lo que yo quiero es señalar lo que hay detrás de todo esto. Y siguió hablando en ese mismo tono, apagado e hipnótico, mientras yo pensaba que seguramente tenía razón, pero que mi problema era otro. Me hubiera gustado saber cuál. Como aquel personaje que tenía dolor de muelas mientras contemplaba cómo crucificaban a Cristo. Sólo que ése sabía, por lo menos, que le dolían las muelas. Bastián y Santiago tenían algo en común, un secreto parecido o un parentesco secreto, que los hermanaba entre ellos y los separaba de todos los demás. Ese gesto de Santiago, hace un momento, cuando comenzó a hablar Bastían. O el de los dos, a la mañana, cuando el Poeta Místico le atribuyó a Dios la versificación de sus sonetos. Un gesto hastiado o burlón, el mío, ahora, al sorprenderme pensando que quizá este hastío y este cinismo fácil, esta risa que nos dábamos a nosotros mismos fuese un dato, una pista para rastrear aquella cosa escurridiza -lo argentino-, esa quimérica esencia que hacía divertir a Lalo o delirar al Poeta Místico o asquearse a Bastían, pero que todos andábamos buscando desde hacía ciento cincuenta años. Qué disparate, pensé, y oí la voz de la señorita Cavarozzi que pedía un poco de orden y le cedía la palabra a alguien del público, quien, por lo visto, también parecía notar que una generación como la nuestra era un síntoma inequívoco de enfermedad y decadencia nacional, y exigió respeto por las niñas y damas allí presentes, lo que ocasionó un pequeño tumulto y dio lugar a que algunas de las niñas, hinchando sus nubiles carrillos como los angelitos cólicos de los mapas antiguos, emitieran un discreto pedorreo. Sí, tal vez Bastián tenía razón. Tal vez todo aquello era el símbolo o la envoltura de algo, o yo estaba inventando las causalidades y los símbolos, ¿un argentino? ¿Desde cuándo me importaba lo argentino? a ver si resultaba nomás que Córdoba era el ombligo ontológico de lapatria y yo había ido a parar a ella como una limadura de hierro atraída por un imán. Pero aun suponiendo que Santiago y Bastián, y también el architipejo y las desmelenadas chicas resoplantes tuvieran algo en común, en qué se parecían a ese viejo cascajo anacrónico que ahora hablaba de lagrandeza de la Patria, o al Poeta Místico, esa caricatura de un antiguo radical dedicado a hacer sonetos a la Virgen, y qué hacíamos con el honorable doctor Cantilo, especialista en pasturas intensivas y en soldaditos de madera. O quizá ahí estaba justamente la clave. Porque esa mañana, en laCiudad Universitaria, yo había pensado Grandes Monos, y ahora sentía que ellos, el viejo cascajo, el doctor Cantilo, todos los innumerables fósiles de esa especie, eran al fin de cuentas nuestros Grandes Monos, hijos de los remotos gorilas que se hacían saltar la cabeza a hachazos en las montoneras del abuelo Laureano, vencedor de Artigas, vencedor de Lamadrid, parecido a Ramírez y corriendo una carrera con Dios hace ciento cuarenta años junto a una mujer que pudo llamarse Delfina pero que era rubia y se llamó Aasta. Me volví hacia Verónica: Tenés que contarme bien lo de tu abuelo Laureano, dije, como quien hace un apunte en un cuaderno. Verónica no me prestó atención y yo me di cuenta de que mi pensamiento iba dando saltos de canguro a impulso de las palabras que resonaban en aquella sala, ya que, allá adelante, alguien hablaba de la herencia de las montoneras y de Facundo Quiroga, tan orondo, yendo en coche al muere. ¿Quién comanda esta partida? Y el otro arrimó caballo y dijo yo, y ahí nomás le descerrajó un trabucazo entre las cejas. Qué bárbaros éramos. Hubo una época en que hasta la palabra bárbaros quería decir algo, se pusiera uno del lado de adentro del coche o del de afuera. Tengo que romperme bien rota el alma con ese tipo, con Bastían, ¡¡ene mucha razón Santiago, deduje súbitamente. Ellos, Bastían y Santiago, son algo así como el eslabón perdido. Un estado intermedio entre Cantilo o los cascajos y quienes vendrán después de mí. Quién sabe, a lo mejor el país ya está maduro para dar una pareja adámica de argentinos. Lo malo es pensar, como ahora, qué tengo que ver yo con todo esto. O tal vez ser argentino sea justamente esta soledad. Como ir a contramano en una escalera mecánica mirando la cara de los otros. Una cualidad negativa: no ser algo. Ni europeo ni americano. Cuántos vamos a quedar todavía en el camino para que se dé el primer antepasado. Lo curioso de nuestra condición: no tener historia o tener una historia de tres por cinco y, sin embargo, sentir que todo lo realmente nuestro pertenece al pasado. Y al mismo tiempo no encontrar el pasaje hacia el origen. Como decía Lalo, los alemanes descienden de los germanos, los franceses de los galos, hasta los gallegos tienen linaje, hasta los mexicanos, celtíberos o aztecas, únicamente los argentinos descienden de los barcos. América había venido mal parida, decía Lalo, qué se puede esperar de un anormal que se embarcó con unos delincuentes rumbo a la isla de Cipango y se encontró con esto, y encima se llamaba Cristóforo Colombo. ¿Me miraron bien?, preguntaba Lalo. Mido un metro ochenta y cinco, soy rubio y de ojos grises, qué cornotengo que ver con el negro Falucho o con Santos Vega y no lo digo por tilinguería sino por desesperación, ser argentino es como ser hijo de nadie y, como opinaba un hombre sabio, ser hijo de nadie es ser un hijo de puta. Desesperación, desesperanza ¿no serían precisamente ésas las palabras clave para descifrar el sentido de lo que otros llamaban la tristeza argentina? Porque descender de los barcos no era sólo una broma, era una alegoría del destierro. Aquellos españoles y, más tarde, todos aquellos europeos rotosos y desesperados que habían abandonado una aldea de España o un pueblito de Sicilia y subieron a esos barcos, aquellos sirios, armenios, judíos, libaneses, aquellos alemanes que viajaron hasta la Rusia de Catalina y de allá vinieron a dar a esta tierra de desolación sin recordar ya cuál era su origen, habían traído con ellos la melancolía de lo perdido para siempre, la nostalgia del lugar al que no se regresa. ¿De quiénes éramos hijos? De aquellos iniciales delincuentes españoles y de estos otros rotosos que llegaron después, que descendieron de sus barcos y nos dieron por alma la memoria de su tristeza. Había entonces, pese a todo, un espíritu argentino, una memoria colectiva así como hay una memoria personal; tal vez es eso lo que da forma a lo que llamamos historia. Y entonces tenían razón Bastían y hasta el architipejo cuando hablaban de darle un sentido nuevo a la historia, de empezar a ser; de hacer algo con lo que se había hecho de nosotros. Y, sin embargo, en el fondo de toda esta necesidad de existir, qué manera de odiarnos unos a otros, cuánto rencor y resentimiento. Sectas, clanes, cofradías, tribus, castas. No había más que echar una ojeada a esa misma Aula Magna para sentirlo. La inteligencia del país, estaba diciendo ahora la Cavarozzi, lo mejor de la inteligencia argentina y de una nueva y pujante generación cuyas obras ya hablan por sí mismas (¿qué obras?, ¿a quién hablan?, ¿por qué estoy perdiendo el tiempo con estos disparates?). Cada uno una república personal, en guerra con todos los otros. Qué manera de malquerernos y despreciarnos, sobre todo despreciarnos, yo a Bastían y a Cantilo y al architipejo, Bastían a mí, Santiago a todos. Ahora sé que Santiago a todos. –No, salesiano. Cuando armaba la tienda de sábanas y reinstalaba a mi hermano en su hamaca, me puse a recordar a Tales, a Anaximandro, a Zenón, a Heráclito, a Demócrito, olvidados amigos de una olvidada Facultad de Filosofía y Letras de mi lejana juventud, y a preguntarme por la realidad de la realidad y si de veras Darío y yo estábamos vivos o éramos el espejismo de un charco. Un vaho denso ascendía del empedrado del jardín, la respiración de las piedras. Entonces, haciéndole eco el espejismo de adentro al espejismo de afuera, creí entender algo que otros antes de mí también creyeron que habían entendido, en Mileto, enElea, en Éfeso, en Abdera: los que digo, hace milenios. Nada tiene realidad propia, todo es delirio, quimera: el viento que sopla, la lluvia que cae, el hombre que piensa. Esa mañana en el jardín mojado que secaba el sol, sentí con la más absoluta claridad, en su más vívida verdad, el engaño. Mientras Darío se moría el vaho ascendía de las piedras, vacuo, falaz, embustero, y en su ascenso hacía el sol mentiroso se iba negando a sí mismo como cualquier pensamiento. –Te das cuenta o no -dijiste. –Entonces decíme a quién querés más: a él o a mí. El jujeño me miró y miró a Bastián. –¡Cómo! ¿No sabias? ¿En qué mundo andás, hermano? Vos viviendo aquí y yo viviendo afuera y te tengo que enterar de los muertos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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