15 de enero de 2025
Comentario destacado
College diversity essay
–Vos dirás, entonces. Es muy fácil, doctor, estar loco y que los demás se jodan. Y si no véame a mí aquí ahora, hablando, desbarrando, abusando y usted oyendo. Es que yo creo en el poder liberador de la palabra. Pero también creo en su poder de destrucción pues así como hay palabras liberadoras también las hay destructoras, palabras que yo llamaría irremediables porque aunque parezca que se las lleva el viento, una vez pronunciadas ya no hay remedio, como no lo hay cuando le pegan a uno una puñalada en el corazón buscándole el centro del alma. ¿Como por ejemplo cuál? Como por ejemplo, doctor, ese «hijueputa» que nos regalaba la Loca, tan maternal, tan dulce, tan tierno que usted no tiene ni idea ya que las palabras, aunque poderosas, a veces se empantanan en su semántica como el lodo en un charco, y no pueden expresar los múltiples matices del paisaje ni apresar los ¡res y venires del viento. Y no le mando, doctor, de paciente a la Loca del bumerang porque lo enloquece como enloqueció al doctor Botero. No hay alienista que la resista. Se impacientan, pierden el equilibrio mental, caen al suelo, se suben al diván a hablar y los papeles se truecan. Al doctor Pedro Justo Botero Restrepo Restrepo Botero, un antioqueño a carta cabal, sólido como un roble al cuadrado, discípulo de un discípulo de Freud y de la mujer de Jung, y especialista en traumas de la Segunda Guerra Mundial y de la Primera Guerra Colombiana del Narcotráfico (curtido como quien dice en mil combates contra mil pacientes), yo lo vi, lo vi con estos ojos, arrancarse a mechones los pelos de la cabeza y descolgar el diploma de la pared por culpa de la Loca. ¿Salud mental frente a la Loca? Permítame, doctor, que me ría. ¡Jua! El hierro con ser tan hierro también tiene su punto de fusión y los continentes semueven. Unaúltima llamada a Maestro te advierte que la mujer ha salido ya del diario, sin duda hacia su departamento. A eso de las diez, mientras aún verificaba algunos detalles de su crónica -«Un trabajo irreprochable, Camargo. Permitime que no despida a Remis todavía: dejame darle una segunda oportunidad,,-, ella ha pedido una cena fría. Después, mientras esperaba la aprobación de Maestro, ha llamado a un servicio de taxis: Dijo que iba a la calle Reconquista. Es ahí donde vive, ¿no es cierto? –Todo eso me contaste, sí. También lo de las meninges. –Quién es ese chico -mi voz fue como un disparo. Me miraste con gesto de no comprender. Verónica ya no sonreía; aquello la desconcertó, y hasta es probable que la haya atemorizado. -Quién es -repetí. Entonces, cuando estábamos en estos razonamientos profundos, que se nos aparece ¿saben quién? ¡El Difunto! "Difuntico, ¿tú por aquí? ¡Qué milagro! ¡Y fuera de tus dominios, en mi barrio de Boston! Yo te hacía ya muerto". Que no, que andaba de vacaciones en La Costa. Que el que sí se murió, esta mañana, fue El Ñato. "¿Cuál Ñato?" "Pues el tira de Junín, que detestaba a los maricas". Que en el cruce de Maracaibo con la Avenida Oriental, desde una moto unos sicarios lo quebraron. "¡No puede ser! -exclamé asombrado-. Al Ñato sí lo mataron, y ahí, en ese mismo punto del espacio, pero hace treinta años, cuando ni siquiera habían abierto la Avenida Oriental, que era una calle estrecha. Más aún: él fue de los con que inauguraron esta modalidad de disparar desde una moto. Fue el pionero". Que no, que ése sería otro, que el que él decía lo acababan de matar donde dijo, esta mañana. Que fuera al entierro a ver si no era cierto. Y me dio la dirección de la casa donde lo iban a velar. Le dije que pensaba ir por la tarde, pero que aparte de eso ¿qué más? ¿No irían a venir enseguida también, por nosotros, los de la moto? Que no, que por hoy no me preocupara. Entonces te vi. Sentada en la penumbra del café ante un vaso que no era daikiri ni calvados ni pernod, vestida totalmente de negro, a mediodía, con el largo pelo sobre la cara, pero sentada ante un gran vaso de leche, rodeada de ningún misterio, en una mesa desde la que se podía vigilar la puerta de entrada a mi hotel, terminando de comer algo que en el mejor de los casos podía ser torta de manzanas y, en el peor, una porción de pizza. En silencio me senté a tu lado. –Muy bien, creo que esa lección bastará -dijo, y entornó los ojos paravidear alveco golpeado que estaba en el suelo-. Tal vez ahora está soñando que en el futuro lo mejor será comportarse bien. -Todos volvimos a nuestros camastros, pues nos sentíamos muy cansados. Lo que soñé, oh hermanos míos, era que yo estaba en una orquesta muy grande, con centenares de músicos, y el director era una mezcla de Ludwig van y G. F. Handel, y parecía muy sordo y ciego y cansado del mundo. Yo estaba con los instrumentos de viento, pero lo que tocaba era como un fagot blanco y rosado, hecho de carne y que me salía delploto, justo en medio de la barriga, y cuando soplaba tenía quesmecar ja ja ja muy alto, porque me hacía como cosquillas, y entonces Ludwig van G. F. se irritaba y se ponía besuño. Acercaba larota a militso y mecrichaba fuerte en eluco, y yo me despertaba sudando. Por supuesto, elchumchum muy alto resultó ser el timbre de la prisión que hacía brrr brrr brrr. Era una mañana de invierno, y yo tenía losglasos pringosos de sueño, y cuando los abrí me dolieron mucho por la luz eléctrica que habían encendido en todo el zoo. Bajé los ojos y vi al nuevoprestúpnico sobre el suelo, ensangrentado y sucio, y todavía fuera fuera fuera de combate. Recordé la noche anterior, y la idea me hizosmecar un poco. VII Por ahora nada. Tu demencia por ahora es puro embellecimiento, frivolidad y miedo. Hay, no lo niego, cierta rareza de alma, cierta alteración fisicoquímica en la actividad nerviosa superior, pero, en los hechos, es despreciable. No estás ni más ni menos maduro que, cuando de chico, leyendo a Lombroso, te palpabas los parietales y el occipucio para ver si eras criminal. Pero, del mismo modo que el crimen reclama una conducta criminal hay también una praxis de la locura. Y tanto bajo esas bóvedas como bajo las del cielo, ya no se trata de describir, sino de transformar. Tu enfermedad es teórica. Algún promisorio chisporroteo, advertido a veces en el segundo sistema de señales, es un mero coquetear idealista, neorromántico, y su resultado más bien flatulencial. Hyblis aún no ha entrado en lucha con el Gran Enemigo; pero, también acá, sin violencia no hay modificaciones. No hay revolución. Se exige el primer acto de terrorismo, el delito de lesa majestad cerebral. O espiritual. O del alma. Como te guste llamarlo. Y después: el gran estallido. Cambiar de mano los procesos de excitación e inhibición, ponerse de cabeza, darse vuelta como un guante, subvertir todos los valores de lo que hasta nuestro ómnibus hemos llamado salud, cordura, equilibrio, vida, sentimientos normales. Y tomar el poder sobre ese caos. Y mantenerlo. Tu esfera luminosa, aquella cualidad de la materia altamente organizada -el cerebro-, psicopatológicamente hablando carece aún de líderes. Hyblis, formidable caudillo, tiene la palabra. E Hyblis, el maldito orgullo, se paró y dijo: Ahora es el momento. Después el Diluvio. O el orden nuevo. No siendo así, tu locura es un chiste de salón. Hay, lo repito, rasgos ciertamente promisorios, curiosidad perversa por lo maligno, ambiguo y peligroso, cierta vocación, no localizada todavía en un punto morboso estable, a trabar relaciones con un tipo de estímulos, y, singularmente, sólo con ellos. Y además, la infinitesimal libélula hereditaria, el gen -la locura de mamá-, la manía silbatoria de papá sus deambulaciones nocturnas que solían terminar de cabeza contra la pared y la incontenible risa infantil que a pesar del miedo nos causaba el espectáculo. ¿Y los sueños? Demasiado vividos y vividos, a veces, demasiado proféticos, harto lúcidos para ser sólo sueños, sobre todo cuando pensamos que si uno tiene los ojos abiertos debe estar despierto. ¿Y esas ideas raras, que acosan con la violencia y la claridad de certezas, pero mejor no compartir con nadie? Ah, sí, calla lo que sabes, muérdete la lengua antes de murmurar a nadie lo que sueñas o sabes, dijo el Salmista. Muy bien, hijo. En esas oscuras y peligrosas aguas encontrarás la esperma de tu ballena, tu perseguida materia de encender lumbre. Las características o taras ya enunciadas, y una temprana propensión (que te fomentamos) a la lectura de cierto tipo de biografías ilustres, al punto que, de diez citas que se nos ocurren, nueve pertenecen a locos furiosos, borrachos, criminales, homosexuales, malformados o suicidas, tales características configuran el aura, el territorio fértil: las condiciones revolucionarias. Lagenus anormalis vatum.Pero tener aire de familia no significa ser pariente. Pobre Santiago. Falta el acto, la lesión violenta, esa parte de la tragedia que los griegos llamaban catástrofe y que aquí, en espera de mejor nombre, llamaremos trauma psíquico. Romper bien rota tu alma, dicho sea en versión libre aunque literal. El último eslabón de la cadena etiopatogenética. Tu locura, por ahora, es una forma nacional de la demencia precoz, síndrome sudamericano de características esencialmente retóricas que aparece en la adolescencia, da material para un librito y se cura por completo alrededor de los treinta años. Sin dejar el menor rastro. En los casos agudos, no dando resultado el librito, se recomienda cojer un poco más seguido. La cama matrimonial es el mejor sanacabezas de los artistas argentinos. Tu demencia, por ahora, es literaria. Pero como aquí se trata precisamente de esto, y como nadie ignora que mis cláusulas se graban de puño y letra en un documento escrito con sangre, todo lo cual es quizá una figura de las bellas letras, y como lo único que se les pide a ustedes es bellas figuras escritas con sangre, testamentos, papeles armoniosos y sangrientos por los cuales se salven, o se pierdan, se justifiquen o se condenen para siempre, me parece que hemos vuelto a la cuestión de fondo. Comenzamos hablando de la fidelidad. –Doctor, ella se tira por el balcón si está aquí, en esta casa que tiene balcón. Pero si está en el hospital se tira por un décimo piso. ¿Usted qué prefiere? Andaba por la selva del Amazonas en plena zona guerrillera con una mochilita al hombro, llena de aguardiente y marihuana y sin cédula, ¿se imagina usted? Nadie que exista, en Colombia, anda sin cédula. En Colombia hasta los muertos tienen cédula, y votan. Dejar uno allá la cédula en la casa es como dejar el pipí ¡quién con dos centigramos de cerebro la deja! –Uno de mis amigos edita un semanario en Bogotá. Le han ofrecido una entrevista con los dos jefes de la guerrilla, Tirofijo y el Mono Jojoy, pero no quieren dársela a él solo. Le piden que haya además diarios de Venezuela y de la Argentina, vaya a saber por qué. Si estás de acuerdo, podríamos mandar a Insiarte. Cuando Bastián volvió a hablar me pareció notar algo extraño. Como si hablara a pesar de sí mismo, o como si ya no tuviese ganas de hacerlo. No quería discutir con Santiago. No públicamente. No quiere, sentí, tener razón a costa del jujeño. Estamos hartos de un país lleno de prohombres agonizantes yde jóvenes excepcionales de buena conciencia. Algún día, dijo, íbamos a recordar estos años como la única oportunidad que tuvimos de estar vivos. ¿O no se daban cuenta de que esta misma Aula Magna era un signo, el indicio de algo inquietante? El buen señor que hace un momento se levantó escandalizado, ése lo sabía. Sintió profanado este recinto centenario. ¿Quién se lo profanaba? Esos pulóveres y esas barbas, la palabra historia y la palabra homosexualidad y la palabra mierda (aplausos), profanación o amenaza que perciben no sólo nuestros prohombres agonizantes sino también ciertos rebeldes impolutos, en la cara mal afeitada de un hombre que se deja crecer la barba o el pelo porque se le antoja (aplausos), porque se atreve a asumir el comportamiento que le dictan sus ganas y su libertad. No se equivoquen al aplaudir, yo no digo mierda para que ustedes, sentados ahí, se sientan menos burgueses (bueno, pensé, este hijo de puta es bastante inesperado), ni quiero ganarme la simpatía de nadie; lo que yo quiero es señalar lo que hay detrás de todo esto. Y siguió hablando en ese mismo tono, apagado e hipnótico, mientras yo pensaba que seguramente tenía razón, pero que mi problema era otro. Me hubiera gustado saber cuál. Como aquel personaje que tenía dolor de muelas mientras contemplaba cómo crucificaban a Cristo. Sólo que ése sabía, por lo menos, que le dolían las muelas. Bastián y Santiago tenían algo en común, un secreto parecido o un parentesco secreto, que los hermanaba entre ellos y los separaba de todos los demás. Ese gesto de Santiago, hace un momento, cuando comenzó a hablar Bastían. O el de los dos, a la mañana, cuando el Poeta Místico le atribuyó a Dios la versificación de sus sonetos. Un gesto hastiado o burlón, el mío, ahora, al sorprenderme pensando que quizá este hastío y este cinismo fácil, esta risa que nos dábamos a nosotros mismos fuese un dato, una pista para rastrear aquella cosa escurridiza -lo argentino-, esa quimérica esencia que hacía divertir a Lalo o delirar al Poeta Místico o asquearse a Bastían, pero que todos andábamos buscando desde hacía ciento cincuenta años. Qué disparate, pensé, y oí la voz de la señorita Cavarozzi que pedía un poco de orden y le cedía la palabra a alguien del público, quien, por lo visto, también parecía notar que una generación como la nuestra era un síntoma inequívoco de enfermedad y decadencia nacional, y exigió respeto por las niñas y damas allí presentes, lo que ocasionó un pequeño tumulto y dio lugar a que algunas de las niñas, hinchando sus nubiles carrillos como los angelitos cólicos de los mapas antiguos, emitieran un discreto pedorreo. Sí, tal vez Bastián tenía razón. Tal vez todo aquello era el símbolo o la envoltura de algo, o yo estaba inventando las causalidades y los símbolos, ¿un argentino? ¿Desde cuándo me importaba lo argentino? a ver si resultaba nomás que Córdoba era el ombligo ontológico de lapatria y yo había ido a parar a ella como una limadura de hierro atraída por un imán. Pero aun suponiendo que Santiago y Bastián, y también el architipejo y las desmelenadas chicas resoplantes tuvieran algo en común, en qué se parecían a ese viejo cascajo anacrónico que ahora hablaba de lagrandeza de la Patria, o al Poeta Místico, esa caricatura de un antiguo radical dedicado a hacer sonetos a la Virgen, y qué hacíamos con el honorable doctor Cantilo, especialista en pasturas intensivas y en soldaditos de madera. O quizá ahí estaba justamente la clave. Porque esa mañana, en laCiudad Universitaria, yo había pensado Grandes Monos, y ahora sentía que ellos, el viejo cascajo, el doctor Cantilo, todos los innumerables fósiles de esa especie, eran al fin de cuentas nuestros Grandes Monos, hijos de los remotos gorilas que se hacían saltar la cabeza a hachazos en las montoneras del abuelo Laureano, vencedor de Artigas, vencedor de Lamadrid, parecido a Ramírez y corriendo una carrera con Dios hace ciento cuarenta años junto a una mujer que pudo llamarse Delfina pero que era rubia y se llamó Aasta. Me volví hacia Verónica: Tenés que contarme bien lo de tu abuelo Laureano, dije, como quien hace un apunte en un cuaderno. Verónica no me prestó atención y yo me di cuenta de que mi pensamiento iba dando saltos de canguro a impulso de las palabras que resonaban en aquella sala, ya que, allá adelante, alguien hablaba de la herencia de las montoneras y de Facundo Quiroga, tan orondo, yendo en coche al muere. ¿Quién comanda esta partida? Y el otro arrimó caballo y dijo yo, y ahí nomás le descerrajó un trabucazo entre las cejas. Qué bárbaros éramos. Hubo una época en que hasta la palabra bárbaros quería decir algo, se pusiera uno del lado de adentro del coche o del de afuera. Tengo que romperme bien rota el alma con ese tipo, con Bastían, ¡¡ene mucha razón Santiago, deduje súbitamente. Ellos, Bastían y Santiago, son algo así como el eslabón perdido. Un estado intermedio entre Cantilo o los cascajos y quienes vendrán después de mí. Quién sabe, a lo mejor el país ya está maduro para dar una pareja adámica de argentinos. Lo malo es pensar, como ahora, qué tengo que ver yo con todo esto. O tal vez ser argentino sea justamente esta soledad. Como ir a contramano en una escalera mecánica mirando la cara de los otros. Una cualidad negativa: no ser algo. Ni europeo ni americano. Cuántos vamos a quedar todavía en el camino para que se dé el primer antepasado. Lo curioso de nuestra condición: no tener historia o tener una historia de tres por cinco y, sin embargo, sentir que todo lo realmente nuestro pertenece al pasado. Y al mismo tiempo no encontrar el pasaje hacia el origen. Como decía Lalo, los alemanes descienden de los germanos, los franceses de los galos, hasta los gallegos tienen linaje, hasta los mexicanos, celtíberos o aztecas, únicamente los argentinos descienden de los barcos. América había venido mal parida, decía Lalo, qué se puede esperar de un anormal que se embarcó con unos delincuentes rumbo a la isla de Cipango y se encontró con esto, y encima se llamaba Cristóforo Colombo. ¿Me miraron bien?, preguntaba Lalo. Mido un metro ochenta y cinco, soy rubio y de ojos grises, qué cornotengo que ver con el negro Falucho o con Santos Vega y no lo digo por tilinguería sino por desesperación, ser argentino es como ser hijo de nadie y, como opinaba un hombre sabio, ser hijo de nadie es ser un hijo de puta. Desesperación, desesperanza ¿no serían precisamente ésas las palabras clave para descifrar el sentido de lo que otros llamaban la tristeza argentina? Porque descender de los barcos no era sólo una broma, era una alegoría del destierro. Aquellos españoles y, más tarde, todos aquellos europeos rotosos y desesperados que habían abandonado una aldea de España o un pueblito de Sicilia y subieron a esos barcos, aquellos sirios, armenios, judíos, libaneses, aquellos alemanes que viajaron hasta la Rusia de Catalina y de allá vinieron a dar a esta tierra de desolación sin recordar ya cuál era su origen, habían traído con ellos la melancolía de lo perdido para siempre, la nostalgia del lugar al que no se regresa. ¿De quiénes éramos hijos? De aquellos iniciales delincuentes españoles y de estos otros rotosos que llegaron después, que descendieron de sus barcos y nos dieron por alma la memoria de su tristeza. Había entonces, pese a todo, un espíritu argentino, una memoria colectiva así como hay una memoria personal; tal vez es eso lo que da forma a lo que llamamos historia. Y entonces tenían razón Bastían y hasta el architipejo cuando hablaban de darle un sentido nuevo a la historia, de empezar a ser; de hacer algo con lo que se había hecho de nosotros. Y, sin embargo, en el fondo de toda esta necesidad de existir, qué manera de odiarnos unos a otros, cuánto rencor y resentimiento. Sectas, clanes, cofradías, tribus, castas. No había más que echar una ojeada a esa misma Aula Magna para sentirlo. La inteligencia del país, estaba diciendo ahora la Cavarozzi, lo mejor de la inteligencia argentina y de una nueva y pujante generación cuyas obras ya hablan por sí mismas (¿qué obras?, ¿a quién hablan?, ¿por qué estoy perdiendo el tiempo con estos disparates?). Cada uno una república personal, en guerra con todos los otros. Qué manera de malquerernos y despreciarnos, sobre todo despreciarnos, yo a Bastían y a Cantilo y al architipejo, Bastían a mí, Santiago a todos. Ahora sé que Santiago a todos. Una mañana se le ocurrió que tal vez fuera mejor comprar algo. Buenos Aires estaba llena de balcones con letreros de venta, los préstamos hipotecarios eran fáciles para las personas de ingresos fijos y, si no encontraba un departamento nuevo a su gusto, podría reformar algún otro, abriendo ventanasy derribando paredes. Necesitaba cartas de El Diario para empezar los trámites y cuando se las pidió a Sicardi intuyó que había dado un paso fatal: Camargo lo sabría al instante. Durante meses se había mantenido lejos de él. Ahora, la interrogaría. Lo que para otros eran azares simples de la vida para ella podían volverse puertas del infierno..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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