15 de enero de 2025
Comentario destacado
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El bandoneón deslizó la melodía de Griseut. La cara de Reina estaba bañada en lágrimas. Un momento después yo conocía la historia. Madura profesora enamorada de alumno canalla. Cómo no se me había ocurrido antes. La señorita Etelvina tiene el tipo exacto para ese género de catástrofes. La imagino guardando violetas aplastadas entre las páginas de Bécquer; casi puedo verla, durante las clases, mirando furtivamente a un previsible desalmado que por lo visto, se parecía a mí. "Total, que se enamoró como una retardada", dice Verónica sin contemplaciones mientras la señorita Etelvina, a mis espaldas, simula reírse de sí misma con un cloqueo capaz de partir en dos una piedra basáltica. "Y el muy turro", dice Verónica, "jugó una apuesta y se acostó por fin con ella", pero cuando lo dice la pobre señorita Etelvina ya se ha ido y el boceto está terminado. Verónica y yo estarnos solos en la casa vacía. –Porque estaba vivo y somos muchos y ya no cabemos. Hay que matar para abrir campo donde acomodar a los que nazcan pues el espacio es finito. ¡Además vaya uno a saber qué cuentas pendientes tendría el viejo, qué culebras! Aparte de vos, abuela, en este mundo hoy por hoy no hay inocentes. Vos sos la última que queda y ya te nos vas a morir. –Si a esta niña no le falla el desván de arriba, la calamorra -le diagnostiqué a Manuel-, pinta para bombero o lesbiana. Pero no te preocupés, hermano, que si te sale bombero, pa que apague incendios; y si te sale lesbiana, mejor, en este país lo que sobran son paridoras. Hay veinticinco millones. Mas tus tres mujeres. Lo raro era la confusión sobre el lugar. A dos de los enviados especiales, el presidente les había pedido que lo acompañaran a la estancia La Unión, situada a tres kilómetros de Los Toldos, donde, luego de arrodillarse ante las ruinas del catre donde Evita Perón naciera casi ochenta años atrás, se tendió sobre una bolsa de dormir y bebió un vaso de agua. Los enviados le oyeron decir con un hilo de voz: «Penitencia, penitencian. Les pareció que sollozaba, pero nunca lo supieron con certeza: una repentina escolta militar en uniforme de fajina los alejó del sitio con malos modales. –Muchachitas, me voy, hasta más tarde. A las diez viene una belleza del Central Park a visitarnos. ¡Y dejen la pichadera que ya no caben y se acabó el arroz! Le di la dirección que me dio El Difunto: a la falda tal de Manrique Oriental. "Falda" llaman en esta ciudad insensata a una subida, a una calle en pendiente. ¡Díganme si están o no están de atar! Falda, hasta donde yo entiendo, es la de las mujeres, corta o larga, larga o corta, ¿pero una subida? En fin, que ahí vamos por Manrique que es un barrio cuesta arriba como esta vida, una pared parada, buscando entre sus faldas esa falda. –Si no me das de comulgar ya, en el acto, me voy -amenazaba la multípara-. Tengo quince hijos y no me puedo soplar una misa entera, ¿o es que crees que me sobra el tiempo como a vos? Primero la obligación que la devoción, cura hijueputa. –De irnos, y no siendo a la montaña, yo propongo un sitio fluvial y frutal, algo entre… –Ese chico tiene acá una empresa de importación y exportación que se llama Rosa de los Libres. Es un sello de goma para lavar dinero. Hace tres días depositó siete millones cien mil dólares a nombre de la empresa en la sucursal de un banco de Singapur. Ayer quiso transferir cinco millonesa otro banco, en Uruguay, y la operación se está demorando. Anoche salió a festejar y gastó una pequeña fortuna. ¿Qué te parece? –Que hable, pues. Lo comprendo, joven, no crea que no lo comprendo, había dicho la noche anterior el doctor Cantilo, llamado Roque, odontólogo y catedrático de la especialidad pasturas intensivas en la universidad experimental de Ascochinga, interesante distancia, no la que mediaba entre estas dos disciplinas sino la que había hasta aquella localidad, suponiendo que fuera Ascochinga y no Fraile Muerto o Laboulaye, distancia en kilómetros que por alguna razón o, para decirlo mejor, por si acaso, fiché mentalmente mientras miraba a su mujer, Verónica, quien, en el otro extremo de la mesa, hablaba con vos de alguna cosa que era como una telaraña que avanzaba amenazadoramente sobre nosotros. Sobre Santiago y yo. Entonces supe qué era lo que me había molestado al llegar a la mesa, porque Santiago, aquella primera noche, no era todavía Santiago sino apenas el poeta jujeño. Sonó un timbrazo, comenzaron a bajar las luces y debí postergar mi conferencia destinada al doctor Cantilo, sobre la cuestión del peronismo. Cuestión en la que nunca había pensado hasta ese momento de mi vida, pero que aquella noche, aclarada en mi alma súbitamente y para siempre por algún whisky, dos benzedrinas y el anisete de la señorita Cavarozzi, que me tomé alpasar mientras nos poníamos de pie, sentí que era un deber moral exponer ante Cantilo, Estábamos entrando en la sala del teatrito y yo, ahora, escuchaba a mi lado la voz apagada de Verónica. Tenía, en efecto, la voz apagada, bella y casi grave. Había en ella, no sólo en la voz, en toda la mujer y hasta en sus gestos, algo impúdico pero casual, inquietante, de sereno estilo clásico. Cuando habló de la fiesta, por ejemplo, no habló conmigo: se dirigió a vos. La artesanía era meticulosa y sutilmente provocativa: no me hablaba a mí, hablaba de mí. Como contar un secreto para que sea transmitido en el acto, sólo que aquí se sumaba el refinamiento de que por más que vos no me lo transmitieras yo no podía dejar de escucharlo. Candilejas, spots. Detrás del torreón el mar está agitado: un centinela monta guardia junto a las baterías con su hermoso casco bávaro, y por lo tanto esto es el segundo acto deLa Danza Macabra,de Strindberg, y noPentesileade von Kleist como imaginé o recordé hasta hoy. Mar de tormenta y ruido de olas, sea. Y Verónica. Verónica que en voz muy baja te está diciendo algo de una fiesta en el Cerro de las Rosas. Una fiesta a la que debías invitar al pescadito de color, a mí, la noche siguiente. El Capitán, delirando durante el sueño, pretendía haber resuelto el enigma del Universo; ya amanecido, descubrió la inmortalidad del alma. "Cállate", murmuró el doctor Cantilo a Verónica, suavemente, con el acento en la primera a. Por Alexis volví pues a Sabaneta, acompañándolo, la mañana que siguió a la noche en que nos conocimos. Puesto que las peregrinaciones son los martes, nos tuvimos que conocer un lunes: en el apartamento de mi lejano amigo José Antonio Vásquez, sobreviviente de ese Medellín antediluviano que se llevó el ensanche, y cuyo nombre debería omitir aquí pero no lo omito por la elemental razón de que no se pueden contar historias sin nombres. ¿Y sin apellido? Sin apellido no te vayan a confundir con otro y por otras cuentas después te maten. –No, Darío, a mí el aguardiente me causa vómito con ese saborcito de anís. Me sabe a borracho, a asesino, a Colombia. La Loca era más dañina que un sida. Sus infinitas manos de caos se extendían hasta los más perdidos rincones de la casa como el pulpo de Víctor Hugo en «Los Trabajadores del Mar». Era la encarnación viviente de las leyes de Murphy: todo en mi casa siempre podía salir mal porque para eso siempre estaba ahí ella, su incontrolable presencia. Así la mano incapaz de alargarse para apagar una lámpara metía solicita el pescado al congelador. Su mano era una pata. No bien acabe este recuento de desdichas, con la venía de Tomás de Aquino y Duns Scotto teólogos y de Kant filósofo, me voy a escribirun tratado de teología inspirado en ella: «Critica de la Maldad Pura». La Loca era el filo del cuchillo, el negror de lo negro, el ojo del huracán, la encarnación de DiosDiablo, y se había confabulado con su engendro del Gran Güevón para matar a mi hermano. Cuando no era ella la que metía el filosófico pescado al congelador se lo comía el engendro, que de tanto alzar pesas vivía hambreado. ¿Y para qué levantaba pesas Cristoloco? ¿Para pegarme a mi? ¡Que se atreviera! Y este su servidor apacible mantenía lista una varilla de hierro para enderezarle al forzudo sus torcidas intenciones cuando se le quisieran expresar. –Debe ser un gran tipo. –Adelante -dije yo-. Por lo menos, todavía estoy vivo. ¿Ya les hablé de la grieta en el mirador? –No era un nogal -dijo Esteban. Un buen momento de casi desnudez, pensó, el momento justo para que se le acerque Mariano. El que se te acercó no fue Mariano, fue un elegante y alto señor canoso, el tío Patricio, sólo que a esa altura de la noche Espósito no podía saber que ése era el tío Patricio. Lo que significa que después de todo, ciertas cosas, si realmente ocurrieron, debieron ocurrir de otra manera en otro orden, pero no se trata de que el recuerdo imponga sus propias disparatadas leyes a estas páginas, como escribirá muchos años después, se trataba ya entonces de algo que parecía ocurrir con la realidad desde el mismo instante en que pisó Córdoba. Como si la noción de tiempo careciera de significado. Como si la ciudad organizara las cosas a su modo. "Vos seguí mezclando whisky con anfetaminas", le había dicho Santiago esa tarde, en el café frente al hotel, "y voy a tener que ir con mi libretita a visitarte también a vos a Open Door", pero tampoco se trataba de las tres noches sin dormir, de la Benzedrina, del whisky, sino de que ahora, al escribirlo, yo podría decir que Santiago pronuncia estas palabras, las está pronunciando, y que él y yo estamos sentados a las tres de la tarde en este café frente al hotel, pero que Esteban Espósito sigue en la fiesta del cerro junto a Verónica mirándote hablar con un elegante y maduro señor desconocido, y, si lo escribiera de ese modo, acaso estaría tocando por fin la verdad central de aquellos dos días, porque no es sólo el tiempo lo que carece de sentido, pensó Espósito esa noche, sino la noción de lugar, y no podía saber al pensarlo que, efectivamente, muchos años más tarde, en un hospital neuropsiquiátrico, alguien le diría que el espacio y el tiempo son nociones….

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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