15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Oigo los truenos y veo los relámpagos. Me refería a otra cosa. –Supongo que no me hiciste quedar después de la reunión para decirme eso. Ya me lo dijo Sicardi, gracias. Hago mi trabajo. Esto es todo lo que tengo y a lo mejor también es todo lo que soy. Iban a cruzar la calle y abrazó a Reina por la cintura. La sintió estremecerse primero y tensarse luego. Era un cuerpo difícil, con mareas que se iban antes de llegar. En el celular del diario se habían acumulado quince mensajes. Estaba seguro de que todas eran consultas de Enzo Maestro sobre el tratamiento que se debía dar a la crisis de gabinete. Cuando lo llamó, sin embargo, el tono de voz sombrío le hizo pensar en algo peor. –Por otra parte, no veo qué tiene de malo. –Darío, hermano -le suplicaba-, uno tiene que escoger en la vida lo que quiere ser, si marihuano o borracho o basuquero o marica o qué. Pero todo junto no se puede. No lo tolera el cuerpo ni la sufrida sociedad. Así que decidíte por uno y basta. –La vida del padre Damián. Siempre cuento lo mismo, es más fácil. Un cura salesiano, el padre Molina, me recomendó que leyera la historia del padre Damián. Para templar mi carácter. Damián de Veuster, que dio su vida por cuidar a los leprosos de Molokaki. -Y pensé dos días no, no dos días sino seis o siete horas sumando todos nuestros encuentros, qué estaba haciendo con el único tiempo que teníamos. -El padre Molina era mi director espiritual. Tenía una mano enorme, dos manos; pero yo me acuerdo que nos bendecía con una mano enorme, tipo camión. -Seis o siete horas, pensé,y lo que falta de la tarde y quizá la noche. -Una mano como para caminar de la mano hasta más allá de la tumba. Los chicos lo mirábamos como a un santo. "Si lo das todo, menos la vida, has de saber que no diste nada", decía. Un día lo destinaron a Tierra del Fuego. Hace unos años supe que estaba otra vez en el colegio y volví a verlo, realmente no sé para qué volví. Necesito decirle que soy ateo, padre; no se lo dije así, claro. Le debo de haber dicho: Perdí la fe. Lo que recuerdo bien es que se rio, menos que eso: sonrió como desde lejos. Como en otro idioma. "Expósito", dijo al rato, marcando la equis. "Vos eras aquel rubiecito que tenía un tío secretario de un ministro; te traían en un gran auto negro." No, padre, ése era el alemancito Hermann, yo estaba pupilo, yo era su alumno predilecto, usted me dio a leer la historia del padre fosé Damián de Veuster que sacrificó su vida por amor a Dios y a los leprosos de la isla Molokaki, en Hawaii, yo tengo el pelo más negro que su alma y usted es un hijo de puta que no tiene redención, padre. Naturalmente, tampoco se lo dije. "Sí", decía él, "sí." Miraba por la ventana grande de la rectoría hacia los patiosy los claustros. "Ya no los comprendo más", dijo después; le pareció que debía agregar: a los chicos. –Para mí que él se lo está rompiendo a ella -digo yo. –¡Eh! ¿Y por qué me tienen que llevar la cuenta? ¿Es que ustedes pagan la luz? –Ya no podemos -dijiste después con naturalidad. Santiago venía hacia nosotros. Dijo que el caballero nos invitaba a compartir su mesa. No había pensado hasta ahora que la soledad tiene un peso, un centro de gravedad, una tensión que empuja hacia el abismo. Está sintiéndola en su carne y no sabe cómo sacarla de allí. Podría llamar a Germán, pero ¿qué le diría? ¿Que alguien ha entrado en su casa por la noche, y ella no tiene conciencia de lo que ha sucedido? La han violado, está segura de eso, y le han manchado de sangre las sábanas, aunque no ha podido encontrarse ninguna herida, sólo un ardor atroz en el vientre. Germán pensará cómo un acto tan terrible no la ha despertado. No sé, le dirá ella, cal desmayada. La explicación es inverosímil. De codos modos, ¿cómo no va a llamado? Sabe que su teléfono, en Bogotá, está lejos del dormitorio, en el estudio, y que a esa hora sólo podría dejarle un mensaje. ¿Qué le digo?, se repite. Piensa en frases que no expliquen demasiado pero que, a la vez, transmitan su deseo imperativo de verlo, de refugiarse en sus brazos. El le ha prometido una y mil veces que volará a su lado cuando lo necesite. «Siempre», le ha dicho,,«siempre,». Reina sonríe cuando recuerda la extrañeza de sus adjetivos: «Qué berraco es el amor que siento por ti, muchacha, qué amor tan tenaz». ¿Por qué no usar, entonces, el mismo lenguaje? «Mi amor tenaz», le dice, apenas le abren paso los bips bips de la máquina, «¿podrías viajar ya mismo a Buenos Aires? Cuanto antes. Hoy, por favor: en el primer vuelo. No es un capricho, Germán. No es sólo porque me haces falta. Eres la única persona con la que cuento en el mundo y ha pasado algo terrible. Contéstame, contéstame. Voy a estar casi todo el día en casa, desde las diez o las once de la mañana. Te quiero». –Para aromatizar el ambiente. El trueno sacudió la casa entera. Gritos ahogados de mujeres. La luz tembló y la música del tocadiscos pareció el gemido de un animal agónico. Por un segundo, Espósito creyó ver que la lanza de San Jorge se clavaba hasta el mango en la fétida garganta del dragón, pero vos te apretaste contra su brazo y tus ojos se interpusieron entre los de él y la lámina, tus ojos(…No hacía falta esta clase de colaboración)en los que brillaba el recuerdo de aquellas palabras absurdas, la noche anterior, en la Cañada. Ibas a apartarte; pero él te retuvo. Las luces se habían apagado casi por completo y la música dejó de oírse. A mediados de los años ochenta fue nombrado consejero principal para asuntos públicos en el Banco Mundial y en 1995, ya separado de su esposa y con dos hijas mellizas, regresó a San Pablo para dirigir la redacción de Gazeta Mercantil, el diario económico más prestigioso de Brasil En octubre de 1997 fue contratado, con ese mismo cargo, por O Estado de Sao Paulo. –No tenga dudas. –¿Pasa algo? -se protegió la chica-. Trabajé una barbaridad. Verifiqué dato por dato. A eso de las nueve de la mañana, la noticia ya había sido repetida tantas veces que todas las otras luces de la realidad se fueron apagando. Cayeron en el olvido los altares donde se lloraba a Lady Di y a la Madre Teresa de Calcuta, las cartas del Unabomber contra la sociedad de consumo, el juicio de los lamer rojos al agonizante Pot Pot, la caldera racial de Kosovo, y también el depósito de Juan Manuel Facundo en el banco de Singapur. El presidente penitente ocupó las pantallas. La televisión lo siguió hasta la entrada de la capilla benedictina donde el abad y diez monjes estaban aguardándolo. Las imágenes dela llanura aparecían teñidas por una luz pálida, tenue, anterior a todas las luces del mundo. El abad se adelantó a recibirlo con los brazos abiertos, pero el presidente esquivó el saludo fraternal y cayó de rodillas, besándole las manos. Luego, las puertas de la capilla se cerraron, y las cámaras se alzaron hacia la cruz del campanario y hacia el cielo sin nubes. La escena era repetida una y otra vez por los canales adictos al gobierno. Desayuno en unmesto, pensé, pues todavía no había comido en la mañana, ya que todos losvecos habían tenido tantas ganas detolchocarme mostrándome el camino de la libertad. Sólo habíapiteado unachascha dechai. Esastaja se alzaba en un sector muy tétrico de la ciudad, pero por todas partes habíamalencos cafés para obreros, y pronto descubrí uno, hermanos míos. Era muycaloso yvonoso, con una lamparilla en el techo y la suciedad de las moscas como oscureciendo la luz, y algunosrabotadores tempranos que sorbíanchai y devoraban unas salchichas repulsivas, atragantándose con trozos deklebo, trag trag trag, y luegocrichando más. Los servía unadébochca muycalosa, pero que tenía unosgrudos muybolches, y algunos de losvecos que estaban allí comiendo trataban de tocarla, y hacían ja ja ja y ella respondía je je je, y el espectáculo me dio náuseas, hermanos. Pero pedí unas tostadas y jalea ychai, todo muy cortésmente y con migolosa de caballero, y me senté en un rincón oscuro a comer ypitear. Fincas tuvo varias, a cuál más mal negocio. Desde que tengo memoria lo recuerdo fantaseando con una finca, castillo de naipes, de sueños, de viento. La Esperanza se llamó una, otra La Cascada, otra La Solita que ya les dije, y otras y otras que ya olvidé. Les ponía agua, luzeléctrica, pesebrera, y trapiche si eran de caña o «beneficiadero» si eran de café. Les sembraba un platanal, un naranjal, un limonero, desyerbaba, fumigaba, abonaba, poseído por una furia maniática de construcción. Y cuando ya las tenía sembradas, desyerbadas, fumigadas, abonadas, instaladas, y veía que le iban a empezar a producir, las vendía por lo que le costaron o menos. ¿Mal negocio? ¡Qué mal negocio iba a ser! Eran el negocio de su vida puesto que se la llenaban y le mantenían encendida, como la veladora del Divino Rostro, día y noche, sin descanso, La Esperanza. Que pongo con mayúscula por su finca, en la que él había corporizado la segunda virtud teologal. –Si hay algo más, no lo sé. Quizá pensé que usted iba a leer el artículo y quise llamarle la atención..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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