15 de enero de 2025
Comentario destacado
Change management case studies
Santiago, sentado al borde de mi cama, alzó las cejas con curiosidad. Tenía un mate en la mano. Me asomé al parapeto. Un abismo bastante considerable, mucho más teniendo en cuenta que allá en el fondo no se percibía sino un tenue hilito de agua. La necrología que escribió Enzo Maestro para El Diario no mencionaba a Reina Remis ni los tres años que ella y Camargo vivieron sin separarse casi, yendo de un lado a otro del mundo. Reina estuvo ahí todo el tiempo, en el centro de esa vida, y sigue siendo raro que los demás vean la historia de amor que los unió como si nadie la hubiera vivido y los personajes se hubieran retirado de ella, dejando sólo la historia. Ahora se sabe que la minuciosa investigación de Remis sobre el contrabando de armas también quedó en la nada, a pesar de las pruebas que ella y Camargo recogieron en los bancos de Zurich y en los archivos de las cancillerías balcánicas. El presidente penitente fue amenazado con la cárcel por el gobierno que lo sucedió, pero salvó el pellejo con facilidad. Todos los que debían juzgarlo habían sido nombrados por él, y estaban ansiosos por devolverle el favor. No tardaronen descubrir errores en los sumarios y con esa excusa invalidaron los procesos. También al nuevo gobierno le convenía que estuviera libre, para dividir a los opositores. La impunidad persistió. El parlamento siguió aprobando leyes que saqueaban el país hasta convertirlo sólo en un nombre vacío: el mismo desierto inútil que había sido cuatro siglos antes. ¿Qué le pediría Alexis a la Virgen? Dicen los sociólogos que los sicarios le piden a María Auxiliadora que no les vaya a fallar, que les afine la puntería cuando disparen y que les salga bien el negocio. ¿Y cómo lo supieron? ¿Acaso son Dostoievsky o Dios padre para meterse en la mente de otros? ¡No sabe uno lo que uno está pensando va a saber lo que piensan los demás! Nos sentamos frente a la clase. La cátedra, un escritorio de color totalmente inadecuado, brillante, era demasiado pequeña para que nos ordenáramos cinco personas a su alrededor, a saber: la señorita Cavarozzi, Santiago y yo, un bigotudo poeta místico que había conocido la noche anterior y una persona de sexo indefinido que poralgún motivo comenzó a hablar sobre el Libro de Job y la palabra hebreaBehemot.Desde el jardín, un rayo de luz caía exactamente sobre un gran tintero y de allí a mis ojos. Behemot, maestro y copero mayor al que la Escritura describe como un monstruo fabuloso, símbolo de la glotonería, y al que algunos científicos identifican con el mastodonte, hoy extinguido. "Extinguido un cazzo", leí en los labios sonrientes del cura que estaba junto al doctor Urba. Volvió a sonarse y yo aproveché para pedirle al jujeño que me dejara sentar en su sitio. Hicimos, me parece, bastante ruido. Entonces me di cuenta de que aquello ya estaba en el aire: es decir, la clara relación entre tu ausencia y yo. Santiago no podía dejar de haberla advertido. Una o dos horas antes, ¿no me había preguntado por vos en el hotel? A qué venía esta repentina discreción. O yo era muy imbécil o carecía por completo de sentido que todavía no me hubiese dicho, irónicamente o incluso de buena fe, cómo era que vos no estabas. En algún momento -en el preciso momento en que nos cambiábamos de lugar- creí ver cierta chispita suspicaz en la mirada de la señorita Cavarozzi; ella también se había dado cuenta de algo. Y esto ya era demasiado. Un malestar violento y creciente fue apoderándose poco a poco de mi ánimo, sobre todo cuando comprendí que si yo estaba en aquella mesa era porque en cualquier momento iba a tocarme intervenir, y no tenía ni la más remota idea de qué era lo que se estaba discutiendo, si es que se estaba discutiendo algo. La voz había cambiado. El que hablaba ahora era el poeta místico de grandes bigotes. Mientras yo metía disimuladamente la mano en el portafolio, buscando el frasquito de Dexamil, oí no sé que cosa acerca de la misión redentora del artista, de su pureza esencial. Vi allá al fondo la mirada tártara y socarrona del doctor Urba; vi, ome pareció ver, la gorda manaza del goliardo cayendo amistosamente sobre el muslo del astrólogo. "Profesore", leí en sus labios, "aquesta mesa redonda e un reverendo sorete, me escabuyo a la cantina." Aplaudió, obligó a que todo el mundo aplaudiera, se levantó sonriente e, inclinando su cabeza de león hacia nosotros, se fue. El Poeta Místico, con redoblado fervor, hablaba ahora del Paráclito y de sí mismo, y para colmo el frasquito no aparecía por ningún lado. Miserable intermediario, oí, miserable intermediario entre Dios y los hombres. La idea me puso frenético, las dos ideas:la de Que Dios pudiera realmente hablar por boca de aquel bigotudo, y la idea de que me hubiese olvidado las anfetaminas en el hotel. De pronto las encontré. Él decía que la belleza sólo puede ser insuflada por el Ordenador de toda belleza, y yo, maniobrando con el pulgar y el índice dentro del portafolio, destapé por fin el frasquito, pero las pastillas se desparramaron cuando quité el algodón. Porque el artista verdadero no tiene nada que ver con la anormalidad y cómo no pensar, oí, a qué alturas hubiera llegado una pobre alma como la de aquel gran desdichado (¿cuál?) de haber sido no recuerdo qué, porque, al llevarme dos cápsulas a la boca, vi que la mirada astral del profesor Urba no había perdido uno solo de mis movimientos. Traté de correr hacia mí la carpeta con el temario y, sin ninguna razón, describiendo un semicírculo, el gran tintero rodó sobre el escritorio. –No. Las Malvinas eran un lugar secreto del parque, en la casa vieja. Pero no importa lo que eran, sino lo que pasó. –De cierta clase de hijos de puta -dijo Esteban. Verónica pareció a punto de decir algo. Se limitó a sacar un cigarrillo de una cajita labrada que había sobre una mesa. –¡No las agarra nadie! -decía. Que dizque el que subiera a agarrar las goteras le rompía las tejas. –Gracias, Leonel, merci beaucoup. El camioncito se había alejado hacia el poniente por una calle ondulada y sinuosa. De vez en cuando volvía a verse, un poco más diminuto, en algún recodo o en una loma. De un momento a otro iba a regresar; mientras tanto, oír sólo el rumor de los truenos y de los animales que ingresaban en la noche, era como unatregua. Te pedí que me hablaras de tu adolescencia. –No, es imposible -dije. Y entonces Billyboy, elmilitso Billyboy en quien yo no podía creer, dijo al jovenmilitso que me sujetaba, y a quien yo no conocía. –Yarboclos -dijo el Lerdo, burlándose-.Yarboclosbolches para ti. No tenías ningún derecho. Te pelearé con la cadena, elnocho o labritba cuando quieras. No me sorprenderás contolchocos inesperados, y ya verás entonces. –Son los indios -dijo la casera-. Están buscando sobras de comida. Es mejor que mi marido no los vea, porque les dispara con el rifle, como a los zorros, yen una noche baja a dos o tres. –¿Y dónde, para irlo a buscar? –Es probable. Confundo mis infancias, tuve por lo menos tres. Una la pasé en un internado salesiano, cuando mi madre. 7 Lo dijo con tanta naturalidad que me sentí impalpable. Era el tipo de adolescente que solemos amar con locura en el colegio secundario. El muchacho, con alguna peca y algo rojizo, tenía tal aspecto de ser su hermano que no podía ser más que su novio. Llevaba un libro de Gramsci bajo el brazo. La presentó a ella y se presentó..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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