15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Los domingos, ella se queda cabalgando hasta muy tarde y llega al departamento con ropa de montar. Lucha largo rato para quitarse las botas y, cuando al fin consigue liberar los pies menudos, Camargo siente una felicidad insuperable, porque la mujer, al apartarse del espejo, depende sólo de su mirada. Los edificios de alrededor están vacíos, ella podría morir sin que nadie lo supiera, y si por un instante él la desprendiera de su atención, la dejaría huérfana en el océano del mundo. En esas largas horas no se aparta jamás del telescopio, observando los ligeros sobresaltos de la respiración y los temblores de los músculos. En los otros rituales, los domingos son idénticos a cualquier día: ella se quita la blusa por arriba de la cabeza, explorando los olores de las axilas. Camargo aprovecha entonces el intenso paréntesis para observar en detalle la cicatriz que la mujer tiene debajo del ombligo, sobre el nacimiento del vello. Por lo que ha podido averiguar, es el vestigio de una operación de apendicitis mal suturada en la niñez. Al menos, eso es lo que la mujer acostumbraba explicar. Pero él sospecha que se debe a una secreta cesárea. Bajé el puente y entré a un galpón inmenso que no conocía. Era la famosa terminal de buses intermunicipales atestada por los muertos vivos, mis paisanos, yendo y viniendo apurados, atareados, preocupados, como si tuvieran junta pendiente con el presidente o el ministro y tanto qué hacer. Subían a los buses, bajaban de los buses convencidos de que sabían adonde iban o de dónde venían, cargados de niños y paquetes. Caminaba mirándose la punta de los botines, con las manos cruzadas en la espalda, su gran carpeta negra bajo el brazo y el diario de la mañana asomándole del bolsillo del saco. Misiles, leí. Cuba. –No le hables así a tu madre, hijo -dijo mi papapa-. Después de todo, ella te trajo al mundo. –¿Dónde te huele a vaca? Había que hacer un gran esfuerzo para que las cosas, no sólo los objetos sino la gente, y hasta el pasado, se quedaran quietos en un lugar. Un mundo como telones de papel transparente, un telón detrás del otro y yo de este lado, detrás del último. Se veían, bastante nítidos, el mundo real y sus criaturas. Pero a veces una forma anacrónica se traslucía allá atrás, yuxtapuesta a otras, un árbol de otra realidad o la sombra de un pájaro o una cara. El árbol adquiere entonces el color de esa cortina, ahí, se lo ve opaco y ondulado en los pliegues del paño, un árbol púrpura o un pájaro de río que vuela detrás del inmóvil torero pintado en la pared del café. Hasta que en cualquier momento, al cerrar por descuido los ojos, al abrir por descuido una puerta, de cabeza al otro lado. Se corre, incluso, el peligro de pasar de largo y caer junto a otro árbol, que está todavíamás atrás y sobre el que vuelan otros pájaros; se corre el peligro de ir hasta el final y reconocer por fin esa cara. Caramba con la realidad, pensé. Sin contar con que si uno se atreviera a dar vuelta la cabeza cuando está allá, ¿entonces qué? Ha de ver esto, estas figuritas. Sólo que al revés, como un negativo. Lo que aquí estaba a la derecha lo ha de ver a la izquierda. –Verónica miró hacia el lugar donde Graciela hablaba con Patricio. -Supongo -agregó. Fue entonces cuando la Loca comentó desde el segundo piso, desde su ventana: –No necesitas ser vulgar -dijiste. Entramos a una explanada.¿Llano Grande? Las llantas del taxi seguían surcando los charcos, y la lluvia doliente cantando su salmodia. Sonó el teléfono y contesté: era Carlos para darme la noticia de que acababa de morir Darío. En ese instante entendí que se acababan de cortar mis últimos vínculos con los vivos. Eltaxi se iba alejando, alejando, alejando, dejándolo atrás todo, un pasado perdido, una vida gastada, un país en pedazos, un mundo loco, sin que se pudiera ver adelante nada, ni a los lados nada, ni atrás nada y yendo hacía nada, hacía el sin sentido, y sobre el paisaje invisible y lo que se llama el alma, el corazón, llorando: llorando gruesas lágrimas la lluvia. Yésa fue una de las sorpresas que recibió Laureano, fuera de que lo degollaran, según me había explicado Verónica un rato antes en el parque, porque de esa berlina acababa de bajar, como ataviada para un baile, Aasta Solbaken, la mujer del abuelo. "Qué hace acá y dónde quedó el chico", parece que preguntó él, sin tutearla. "Yo he venido a verlo a usted, y nuestro hijo está con mi familia, en Salta", dijo Aasta. Tenía un levísimo acento escandinavo, poco más de veinte años, el pelo muy claro y unos cuantos centímetros más que el abuelo. Él se apartó unos pasos y la miró un momento. "Bueno", dijo por fin, "ya me ha visto; ahora va a tener que volverse". Después reunió veinte hombres, les ordenó que cargaran patacones y plata, volvieran a subir a la berlina el arcón de la muchacha y llevaran todo a Salta. "Por lo que putas pudiese", murmuró. "Vos", le dijo a uno, "te afeitas al llegar y me le das un beso al muchacho. Y usted m'hija", le dijo a ella con el tratamiento de los grandes momentos y sin mirarla, "usted mueva otra vez en el carrito y se me vuelve a Salta con esa gente." Ella se rio, delante de todos. "Qué está diciendo", dijo. El abuelo se agachó sobre una mesa de campaña, como para verificar un mapa. "Vea, santita", murmuró en tono neutro, como si no hablara, "hace unos cuantos años que usted vino de su tierra, ya conoce bien el idioma del país. No le es tan difícil entender lo que estoy diciendo, pues". Ella dijo que entendía. "Pero que ésos bajen otra vez el baúl, porque lo que es yo, señor, me quedo." También la Delfina presenciaba las batallas de Ramírez, dijo Lalo, sólo que la Delfina era portuguesa y murió en su cama. –Cierto cierto cierto -dijo Georgie. Pero el viejo Lerdo parecía un poco aturdido, y hasta llegó a decir: -¿Saben?, podría habérsela dado a ese bastardo con miusy, pero se me interpuso unveco -como si hubiese estadodratsando con otro y no conmigo. Dije entonces: Y de pronto vos y yo estamos solos en esa calle y vos estás diciendo que hay algo en él, en Santiago, algo que aparece a ráfagas y como a su pesar. Los dos muchachos han desaparecido. Oigo la voz del profesor Urba que habla del trazado original de Córdoba, del plano imposible de setenta manzanas dibujado por Suárez de Figueroa en 1577 Pongan atención, dice, mirándome de reojo. Casi todas las manzanas de ese dibujo están parceladas. Sólo once no han sido divididas en absoluto: la de la Plaza Mayor, que representa el Sol, y otras diez, diseminadas en distintos lugares del plano de manera que forman, alrededor de la plaza, una elipse donde cada manzana completa corresponde a un orbe del sistema solar de tal modo que la Tierra con su luna, Marte, Venus y el resto de los planetas ocupan el exacto lugar que les corresponde en el cielo.Verbi gratia,Mercurio viene a caer en actual manzana del Convento de la Compañía, y Plutón, el último, en la última manzana del oeste, sobre la calle Juijuí. Lalo nos hace señas con la mano desde su auto. El astrólogo agrega que, sin embargo, ese damero misterioso no sólo habla del espacio celeste, sino también, y quizá sobre todo, del tiempo. No se me distraigan. Casi todas las manzanas de la ciudad original están parceladas en cuatro partes. Sólo tres lotes fueron divididos en tres parcelas; están dibujados en lo alto del plano y parecen rotar al borde de un cuadrilátero de doce manzanas de perímetro que simboliza los doce meses del año. El primer mes, enero, es naturalmente la Plaza Mayor y, contando en el sentido de las agujas del reloj -alegóricamente, en el sentido del tiempo- marzo, agosto y diciembre coinciden justamente con esas tres manzanas. Marzo, agosto, diciembre: el Tiempo Absoluto de los antiguos. Por no abundar, el total de parcelas de la ciudad suma doscientos veinte.¿Osea? El número de millones de años que tarda el Sol en girar alrededor de la galaxia, dice suspirando el profesor Urba, lo que no sería nada si el mapita, además, no estuviera misteriosamente orientado al revés, con el norte hacia abajo y con el imperioso dibujo de un monolito como una flecha que en laPlaza Mayor, apuntando a lo alto, señala el sur. Orientación rara en un mapa, pero mucho más rara e inquietante en el plano de una ciudad que trazó un europeo, por más vasco que fuera, junto al astrólogo caminan Verónica y la señorita Cavarozzi. Santiago, solo, va un poco más adelante. ¡El sur!, repite el doctor Urba, el exacto lugar del cielo donde a medianoche, en tiempos de la fundación, debió estar la constelación del Can Mayor, el símbolo más estremecedor de toda la antigüedad porque allí reina la más brillante estrella de la esfera celeste, Sirio, el punto cardinal de la ruta de iniciación que cruzaba Europa, puerto místico de los peregrinos de Compostela, en fin, la dirección secreta de la ciudad secreta que soñaron el enamorado Jerónimo y su arquitecto vasco. El astrólogo deja de hablar. Lalo sigue haciéndonos señas con la mano. Veo la cúpula del Observatorio y un laberinto de calles que suben y que bajan. Como si la tarde hubiera pegado una vuelta sobre sí misma y algo estuviese por ocurrir de otra manera. Corto una hojita de un cantero y la dejo caer. Santiago, más adelante, está mirando una ramita dorada y, después de titubear un segundo, se acerca a Verónica y se la da. Ella lo mira fijamente. Bastián se agacha a recoger algo, un trébol, tal vez. Hasta la gente como Bastián hace estas cosas… Dijo que no. –La marihuana, que no lo deja engordar -respondía yo..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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