15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Le contesté: -Me duele un poco lagolová . Me arreglaré durmiendo y después estaré perfectamente. Tiene la cara bañada en lágrimas pero qué importa: el temple, la fuente del fuego, nada de eso ha sido tocado por la desdicha. Toma el teléfono y, ahora sí, siente que empieza el día. Llamará al jefe de redacción de El Heraldo y al director del semanario Época. Alguna vez le han dicho que, cuando ella lo desee, le tenderán una alfombra dorada y le abrirán el paso para que escriba lo que quiera. –¿Ésos fuimos nosotros? ¡Cuánta agua ha arrastrado el río! XIX –Fue en un informe de Inteligencia del Estado, estoy segura. Me revisaron el departamento de arriba abajo, me robaron papeles, plata en efectivo, calzones. Yo había escrito esa frase. Ahí la leíste, entre mis despojos. –Vení, vení -me dicen y con el índice me jalan, arrastrándome hacía su negra noche con una cuerdita invisible de eternidades. Y volveré a mi nena, a mi nena, –«Se estrelló un Concorde en Paris: 113 muertos.» Y abajo: «Cayó sobre un hotel. Iba a Nueva York. Es el primer accidente del avión supersónico». –Quién -pregunté. Al escándalo de la declaración se sumaba la desvergüenza, porque casi todos los bienes estaban en manos de terceros, registrados en codicilos secretos que los escribanos debían ejecutar por separado con cada uno de los albaceas. El difunto admitía que su fortuna real era enorme, pero los herederos legítimos no podrían reclamarla porque estaba en manos inaccesibles. Asignaba al hijo un millón y medio y otro tanto a la segunda esposa. El resto se dividía en donaciones para clubes de fútbol, fondos para la creación de un circuito automovilístico de Fórmula Uno, la compra de un canal de cable dedicado a los deportes que debía llevar su nombre, y un legado especial para que se construyera, en la montaña más alta de su provincia natal, un monumento con su efigie, similar a los de Washington y Jefferson en el monte Rushmore. Como el suicidio, esas decisiones póstumas eran un dedo del medio alzado contra la opinión del mundo. Tal vez fuera eso, pensé. Tal vez me estaba volviendo demasiado viejo para la clase dechisna que había llevado hasta entonces, hermanos. Acababa de cumplir dieciocho años. Con dieciocho ya no era tan joven. A los dieciocho el viejo Wolfgang Amadeus había compuesto conciertos, sinfonías, óperas y oratorios y toda esacala, no, nocala, música celestial. Y estaba también el viejo Felix M. con la obertura de suSueño de una noche de verano.Y había otros. Y estaba ese poeta francés citado por el viejo Benjy Britt, que había escrito sus mejores poemas antes de los quince años, oh hermanos míos. Su primer nombre era Arthur. Dieciocho no era una edad tan tierna entonces. ¿Pero qué haría? Su inteligencia no ha perdido los reflejos geniales del pasado, pero la realidad ya no le interesa: sabe que las noticias de un día serán barridas por las noticias del siguiente, y que casi ninguna se detendrá en la memoria, porque también las tragedias del mundo están condenadas a morir tarde o temprano, como los seres vivos. Ahora prefiere pasar el tiempo en la sala de videos, junto a la galería de geranios, repasando en DVD las películas de Hitchcock, Fellini, Visconti y Buñuel que nunca había podido volver a ver. Una tarde juntó fuerzas y puso en el aparato La noche del cazador, de Charles Laughton, pero aunque desde el comienzo le siguió pareciendo una obra maestra, detuvo la proyección en la escena del sermón de Robert Mitchum sobre el Amor y el Odio, y arrojó el pequeño disco a la basura. A veces prefiere leer: no pasa por alto una sola novela de la joven literatura inglesa, en especial las de Ishiguro y McEwan, y se ha aficionado a los ensayos de un filósofo francés, Gilles Deleuze, suicida y desdichado como Louis Althusser, por cuya historia criminal siente tanta fascinación. A ratos perdidos, corrige las crónicas que piensa agregar a su libro ya clásico, El abandono. Un día especialmente ocioso, de ocio absoluto, mis hermanos y yo, que vivíamos hartos de rezar el rosario y no sabíamos qué hacer con nuestras vidas, bajamos del zarzo los grandes tomos de El Poder, y en una hoguera espléndida en el patio los quemamos. Casi se siguen las llamas con la casa. A cubetazos de agua logramos apagar el incendio, pero un poco más y El Poder nos deja durmiendo a la intemperie. Ésa era una casa vieja de tapia, que arde de lo más bien. –Mira. Pensó que debía de estar muy mal en el fondo, porque vio que la cara se le convertía en una nuez llena de arrugas. Habría seguido demacrándose si él, llevando la mano a la barbilla, no le hubiera devuelto la compostura. El Purgatorio, se dijo Reina. Fui elegida para esto, per lui campare; y no hay otro camino. Se le encogía el corazón. Ángela, Ángela, si fueras mi melliza te salvarías. Volvió a darme la espalda, después me miró de frente. Allá en Manrique tuvo mi abuelo una casa que yo conocí, pero de la que no recuerdo nada. O sí, una sola cosa que se me había borrado de la memoria: su piso de baldosas rojas por las que me ponían a caminar derecho, derechito, siguiendo la línea, la raya que separaba dos hileras de ellas para quedespués cuando creciera, continuara igual por el resto de mi vida, recto, derecho, siempre derecho como un hombre de bien y que nunca se torciera mi camino. ¡Ay abuelo, abuela!… Wílmar no lo podía entender, no lo podía creer. Que alguien llorara porque el tiempo pasa… "¡Al diablo con la bomba de Bombay y los recuerdos! -me dije secándome las lágrimas-. ¡Nada de nostalgias! Que venga lo que venga, lo que sea, aunque sea el matadero del presente. ¡Todo menos volver atrás!" –En casa. La sospecha de un segundo atrás se transformó en una certeza absoluta. ¿Por qué se te ocurría que una cosa tan natural necesitara explicaciones? ¿Qué derecho tenía yo? Nuestro encuentro ya ni siquiera me pareció una casualidad. Yo había estado esperando verte pasar por ese café de la calle San Jerónimo, y no por cualquier otro, lo que tal vez significa que algo me llevó a elegirlo: un comentario de la noche anterior, una palabra, un ademán inconsciente mientras caminábamos hacia el teatro o a la salida del teatro, algo que vos podías recordar y te hizo buscarme. Pero aunque todo este razonamiento fuera una locura, ya que tu ausencia de la Ciudad Universitaria era una prueba algo sólida contra la hipótesis de esa búsqueda, siempre quedaba la casa del marqués, tu gesto de silenciosa complicidad al mostrarme la vidriera de este cambalache. Vidriera en la que ahora estoy viendo algo indescriptible. Una catacumba. Una catacumba de cartón pintado en la que unos soldados romanos de yeso flagelan y martirizan a un hombre casi desnudo. Del techo, suspendido por un hilo demasiado delgado, baja, volando, un ángel que trae una espada rutilante en la mano derecha. Ese hilo está a punto de cortarse. Claro que, si se cortara, el universo entero podría estar contrayéndose, simultánea y catastróficamente, con todos nosotros dentro. La resistencia de un hilo no es proporcional a su sección. El hilo se cortó y el ángel se descabezó contra el piso dela catacumba, y San Esteban, ya que el flagelado no era otro, quedó a merced de esas bestias, ante la mirada hipnótica del ojo de los Rivarola..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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