15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Yo soy vos. No te podés separar de mí. Patricio andaba siempre de viaje por Europa y Mariano vivía casi todo el tiempo con nosotros. Por las tardes sólo estaban las muchachas que trabajaban en la casa y los más chicos, Mariano y yo jugábamos a los exploradores en el parque, muy viejo y muy descuidado, que era hermoso porque ya no era un parque. En el fondo, detrás de los eucaliptos, había un yuyal alto donde solían anidar los gansos de la Quinta Verde. Y un día, siguiendo el camino de los gansos descubrimos las Malvinas. Había dos, exactamente. Dos redondelas limpias en el yuyal más alto que nosotros. No eran nidos, eran mucho más grandes que nidos, eran dos islas. Una para Mariano y la otra mía. Les pusimos las Malvinas porque nunca habíamos oído de otras islas y las de los cuentos no se llamaban de ninguna manera, eran nada más que la isla, o tenían nombres que no significaban nada. No sé qué hacía Mariano en la suya, pero me acuerdo de mí, de la redondela mía del cielo y de mi cuerpo de espaldas sobre la tierra. Me quedaba horas y horas mirando pasar las nubes o esperando ver cruzar unos de esos lentos pájaros que vuelan como si volaran bajo el agua, horas enteras mirando el cielo a veces tan transparente y vacío que de veras parecía un mar quieto,y entonces la espera de una nube o un pájaro era esperar un barco que viniera a mi isla a rescatarme, hasta que la vela de un ala o una proa blanca aparecía muy despacio por uno de los bordes, allá arriba, y yo les gritaba en silencio socorro socorro pero el viento siempre los empujaba a buscar otras islas, tal vez la de Mariano, entonces yo volvía a esperar y no había nada más terrible ni más hermoso que esa espera, ese estar segura de que alguien llegaría por fin a mi isla, el miedo de que no me reconociera. No íbamos siempre ni siempre las encontrábamos, había que descubrirlas cada vez, tramar el viaje en la leñera, dibujar una rosa de los vientos en la tierra. Otras veces no hacía falta nada. Cuando menos lo imaginábamos y alguna de las muchachas de la casa gritaba entren todos a abrigarse o no se acerquen a la acequia, o nos buscaban porque andábamos escarmentando con mis primas a los más chicos o trepados a los árboles, me acuerdo de cómo y sin saber por qué nos mirábamos con Mariano y decíamos vamos a descubrir las Malvinas, no necesitábamos decirlo. Nunca supe qué hacía Mariano en su isla, tal vez hasta se aburriera un poco porque era nada más que varón y más chico, pero me acuerdo de mí, de la redondela mía del ciclo y de mi cuerpo sobre la tierra húmeda y, cuando hay viento, del rumor del viento entre los eucaliptos, y aunque entonces no pudiera sentirlo, me recuerdo como apoyada sobre la espalda del mundo, sé que era eso, la tierra palpitante debajo de mi cuerpo, papá en algún lugar de la casa y el ciclo que giraba alrededor de mi isla mientras el pasto alto y verde se ondulaba arriba como un túnel de borde suave. Un día, no sé cómo, las tías mayores se enteraron. Creo que lo contó Mariano o tal vez se lo sacaron a Mariano. Hablaron de lugares donde anidan los gansos y está el peligro de las víboras y Mariano contó todo y la tía Elenita dijo vamos a ver qué es esta imprudencia, como si tuviéramos poco con el accidente de ese alocado y los llantos de Ana Laura, a quién se le ocurre limpiar un arma a las tresde la mañana, vamos a ver qué es esa historia de la isla. Así me enteré de la muerte de papá y de que la tía Elenita sabía mucho de juegos pedagógicos y adecuados para las niñas, fue a ver las islas, dijo no, esto es un pajonal, volvió con el jardinero y un rastrillo y una azada, y limpiaron todo, por eso te digo que esto empezó ahí o tal vez el último verano del Faro, o a lo mejor ni siquiera se puede decir que nada haya empezado nunca, limpiaron todo, Esteban, pusieron unas hamacas y nos dieron bolsitas de colores con semillas para que las sembráramos, unas hamacas y un juego de croquet, o a lo mejor todo ya había terminado para siempre muchísimo antes…) La tarde en que La Plaga me habló de Alexis en el salón de billares me contó del exterminio de su banda: diecisiete o no sé cuántos, que fueron cayendo uno por uno, religiosamente como se va rezando el rosario, y de los que no quedó sino mi niño. Ese "combo" fue una de las tantas bandas que contrató el narcotráfico para poner bombas y ajustarles las cuentas a sus más allegados colaboradores y gratuitos detractores. A periodistas, por ejemplo, de la prensa hablada y escrita con ánimos de "figuración" así fuera en cadáver; o a los ex socios del gobierno: congresistas, candidatos, ministros, gobernadores, jueces,alcaldes, procuradores, y cientos de policías que ni menciono porque son pecata minuta. Todos se fueron yendo, como avemarías del rosario. –No, no creo que pueda -te contestó-. Tengo un problema con una ex jefa de sección en el diario. Me traicionó, vendió información, la eché, pero todavía sigue molestándonos. Si necesitas algo, Camargo, habla con Evoaldo, con Moacyr. Yo estoy desbordado, abrumado. Nada hiere tanto como la deslealtad. –Lo que viene a ser más o menos la cuarta parte de nuestra vida en común. Hay una mariposa que se llama Efímera. Vos. –No entiendo. Radio Diez lo ha visto en Jáchal, en la cabaña del guardaparque. Los de Mitre repiten que se ha refugiado acá, en La Unión. –Puede ser perfectamente. Uno habla en voz alta y se imagina que está pensando, o piensa demasiado fuerte y el otro oye. Casi todos los malentendidos entre la gente tienen su origen en no tomar en cuenta esta forma de comunicación. Oí por ejemplo lo que estoy pensando ahora. Estoy pensando que, aunque parezca mentira, todo es posible. Mientras vos todavía pensás en las estupideces que hice y dije anoche por no hablar de esta mañana y del resto del día, yo estoy pensando que Esteban Espósito y Graciela Oribe son posibles, qué te parece. Hay como un pasadizo o una puerta, algo parecido a un desvío que da a un lugar en el que nosotros dos somos posibles. Vos mírame con cara de que se me va a pasar pronto, yo hablo igual. Claro que nada de esto se puede explicar con claridad, y hasta me parece que no necesita ninguna explicación. De todas maneras, oír se oye. -Y siguió hablando mientras pensaba que sí, todo era posible, había un Esteban Espósito que acaso se iba al día siguiente y otro que seguramente se quedaba; había un Esteban que ni siquiera había viajado nunca a Córdoba y otro que sí, pero que no era éste, sino uno vislumbrado apenas durante unos segundos la noche anterior, en la oscuridad del teatro Arlequín, y por supuesto que era difícil de entender, pero, al menos en este momento, no hacía ninguna falta entenderlo. Me vaya o me quede esta historia que sólo ahora comienza a armarse va a suceder, lástima que si me voy nunca podré saber cómo, y si me quedo… -Pero ahora explícame por qué volviste hoy a buscarme al hotel. Nada más que eso. Y esto, por fin, es el puente.. –¿Qué noticias hay, m'hijo? -me preguntaba ansiosa cuando subía a saludarla de regreso. –Pásemelo debajo de la puerta. Sabe que la mujer nunca sale de su trabajo antes de las once y, si vuelve a la casa porque necesita arreglarse para alguna cena, lo hace entre las ocho y las nueve. Va a tener, entonces, tiempo suficiente para entrar en el departamento y preparar la filmación. Una pareja sin techo duerme desde hace meses a la entrada del edificio contiguo al de la mujer, debajo de un balcón curvo, donde funciona una tintorería que cierra temprano. La pareja tiende con canto desparpajo sus cartones y frazadas ruinosas, marca su espacio con un instinto de propiedad tan férreo, que para llegar a la puerta del departamento hay que saltar sobre ellos. Cuando es invierno, pasa un camión municipal y los lleva a los refugios, pero los sin techo siempre regresan. Quizás ese nicho de la ciudad oscuro y sucio donde duermen es el único que les permite ser ellos mismos, sentir que están vivos. Lo que sobresalta a Espósito es la palabra "señor". La oye como si fuera la primera vez en su vida. Y quizá lo es. O acaso se trata del tono, como si el guarda hubiera hablado en un semitono deliberadamente disonante. Tengo la certeza de que el día anterior, o incluso esa misma mañana, ese hombre habría dicho: "Su vuelto, joven". En el automóvil que los llevaba a una lujosa casa de Bethesda, al norte de la capital, Reina se enteró de que su enamorado le vigilaba hasta el olor de los excrementos. No vayas a descuidarte nunca porque yo sé todo lo que haces, le dijo. Sé con quiénes hablas por teléfono, conozco hasta la última palabra de las cartas que escribís, puedo repetir la lista de los libros que has leído en los últimos dos meses y las anotaciones que has dejado en los márgenes, cuáles son los resultados de tus análisis de sangre y de tus mamografías, qué secretos míos has contado a otros redactores. Hay tres hijos de puta que te mandan emails con insinuaciones sexuales sin que vos les hayas parado el carro. Uno de los tres está en Washington, ¿eh?, tanteó. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué me tengo que enterar por terceros de tus levantes clandestinos? Siglo XVIII La Razón. –¿Cómo? -preguntó Camargo. Lo que más te desconcertaba era el azar de haber llamado a Pimenta justo antes del crimen, cuando estaba en el tránsito de ser a ser, al borde de esa otra cosa que lo atraía como un abismo imantado. J'ai décidé d'étre ce que le crime a fait de moi, habrá pensado Pimenta sentado sobre aquel límite, he decidido que voy a ser lo que el crimen haga de mí. No te vetas con él a menudo pero siempre los encuentros eran intensos: acaso una vez al ano o tres veces cada dos, en el restaurante japonés de Rua Bandeira Paulista o en La Brigada de San Telmo. No hablaban de ustedes mismos ni tampoco, contrariando las costumbres del oficio, comentaban las mudanzas de los diarios que dirigían. Tu amistad con Pimenta se desviaba hacia afluentes que eran sólo de ustedes: las películas que habían visto y los libros que estaban leyendo. A él le impresionaban Pulp Fiction, L.A. Confidential y Underworld, la última novela caudalosa de Don De Lillo; vos preferías Los anillos de Saturno de W. G. Sebald, el duelo póstumo entre los diarios no censurados de Sylvia Plath y las Cartas de cumpleaños de su ex marido Ted Hughes, y una sutil película de Michael Polish llamada Twins Fall, Idaho, en la que actuaban el director y su propio hermano gemelo con una incesante conciencia de que los dos eran uno. Lo único decepcionante es el final, Pimenta, le dijiste. Tenés que levantarte de la butaca diez minutosantes de que termine. En algún momento de 1997 se enamoró de Sandra Gomide, editora de la sección Empresas amp; Negocios en Gazeta Mercantil; cuando pasó a O Estado se la llevó consigo. En pocos meses, Sandra vivió ascensos de vértigo. Su salario de redactora especial, mil dólares, subió casi cinco veces. Era una mujer llamativa y sensual y, al parecer, no menos altanera que Pimenta. Desde la infancia la llamaban Bambi, por sus movimientos cautelosos y elegantes, que recordaban los de un ciervo. Estaba haciendo estudios de posgrado en el Instituto de Investigaciones de San Pablo y sus artículos sobre las fusiones en las empresas brasileñas de aviación fueron citados por toda la prensa del país a comienzos de año..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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