15 de enero de 2025
Comentario destacado
Business plans handbook
–¿Qué pasa, hijo? ¿Qué problema es ése? –Basta, entonces. Mi vida es mi vida. Se trata de lo que ha pasado entre vos y yo, ¿no es cierto? Supongo que es eso lo que te interesa. Fue una equivocación, Camargo. Un espejismo. Una mañana me desperté, te vi el par de venas que te cruzan la frente, el pelo encanecido, la barbilla de pavo, y me dije: ¿qué estoy haciendo al lado de este hombre? ¿Qué he hecho de mi vida? No tenía intenciones de dejarte, sin embargo. Se me cruzó el amor, el verdadero, y te hice a un lado. Ahora andate. Quiero montar este alazán. –Muchacho, ya verás que el Partido no olvida. Oh, no. Al final descubrirás una pequeña sorpresa muy aceptable. Espera y verás. –Alta. El Lerdo largó la vieja música labial, y yo mismo tuve quesmecar . Así que comencé a rasgar las hojas y desparramar los pedazos por el suelo, y elveco escritor se volvió casibesuño y se me tiró encima rechinando lossubos y sacando las uñas como garras. Era el momento de la acción para el viejo Lerdo, y se movió sonriendo, y haciendo eh eh y ah ah ah apuntó el puño a larota temblorosa delveco, primero el puño izquierdo y después el derecho, de modo que nuestra viejadruga la colorada -la colorada que brota igual por todas partes, como producida por la misma antigua y gran empresa- comenzó a derramarse y manchó la linda alfombra nueva, y los pedazos del libro que yo continuabarasreceando . Aquí ladébochca, la amante y fiel esposa, estaba como paralizada al lado de la chimenea, y ahora había empezado a largar menudos ymalencoscrichos , como acompañando la música de los puñetazos del viejo Lerdo. Entonces aparecieron Georgie y Pete, viniendo de la cocina, los dos masticando, aunque con las máscaras puestas; no era necesario quitársela para comer. Georgie con unalapa fría de algo en unaruca , y media hogaza deklebo ymaslo encima en la otra, y Pete con una botella de cerveza que echaba espuma, y un trozojoroschó de tarta de ciruelas. Comenzaron a hacer ja ja ja cuandovidearon al viejo Lerdo que bailoteaba y descargaba puñetazos sobre elveco escritor, y elveco escritorplacaba que le habían arruinado la obra de su vida, y hacía buu juuu juu con larota toda ensangrentada; pero las risas de Georgie y Pete eran el jo jo jo medio ahogado del que está comiendo, y hasta se podían ver trozos de lo que comían. No me gustó la actitud, porque era sucia y babosa, así que dije: –Quién es. –Llegaste tarde -dije-. Eso se llamaMozart y Salieri,y lo escribió Puschkin. El taxista detuvo el motor. El astrólogo tenía la cara al nivel del borde inferior de la ventanilla, junto a la palma de mi mano. Levantó los ojos, me miró de allá abajo con mucha fijeza, volvió a bajarlos. Sujetándome la muñeca, sacó de alguna parte una lupa descomunal. Después fueron cuarenta y nueve, cuarenta y ocho, cuarenta y siete… Y se los iba anotando con un bolígrafo en una pared. –Las mujeres, hermano, son gallinas ponedoras. Bonitos o no (eso poco más importa pues en caso de necesidad cualquiera sirve), los muchachos son lo más hermoso del paseo. Más que Mozart, más que Gluck. Abrí los ojos, no los cerrés que con los ojos cerrados nadie ve. Otra víctima de los tiempos modernos. Te traeré un poco de whisky, y después trataremos de limpiarte las heridas. -Eché una ojeada a la habitaciónmalenca y cómoda. Ahora estaba casi totalmente llena de libros, y había una chimenea y un par de sillas, y no se sabía por qué, pero unovideaba que allí no vivía una mujer. Sobre la mesa había una máquina de escribir y un montón de papeles, y recordé que esteveco era unveco escritor.La naranja mecánica,sí, así se llamaba. Extraño que me hubiese quedado en la memoria. Pero yo no debía abrir larota, pues ahora necesitaba ayuda y bondad. Los horribles ygrasñosbrachnos de aquel terriblemesto blanco me habían hecho así, obligándome a necesitar bondad y ayuda, e imponiéndome el deseo de dar yo mismo bondad y ayuda, si alguien quería recibirlas. Elmesto,starrio ycaloso, tenía dos partes, una para los libros que prestaban, y otra para leer, con atriles degasettas y revistas, y yo no recordaba haber estado allí sino cuando era unmálchicomalenco, a la edad de seis años. Losvecos, muystarrios, tenían en losplotos unvono de vejez y pobreza; estaban de pie frente a los atriles de lasgasettas, resoplando y eructando ygoborando entre dientes, y volviendo las páginas para leer con tristeza las noticias, o sentados a las mesas mirando las revistas o fingiendo leerlas, algunos dormidos y uno o dos roncando de verasgronco. Al principio casi no pude recordar qué quería, y después comprendí un poco impresionado que habíaiteado aquí buscando el modo desnufar sin dolor, así que me acerqué al estante de lasvesches de consulta. Había muchos libros, pero ninguno tenía un título, hermanos, que me sirviera realmente. Saqué un libro de medicina, pero cuando lo abrí estaba lleno de dibujos y fotografías de heridas y enfermedades horribles, y ahí nomás empecé a sentirme un poco enfermo. Así que lo devolví a su sitio y retiré el libro grande que llaman Biblia, creyendo que me haría sentir un poco mejor, como había ocurrido en los viejos tiempos de lastaja (en realidad no había pasado tanto tiempo, pero ahora me parecía que era mucho), y me acerqué vacilando a una silla. Pero lo único que encontré fueron cosas acerca de castigar setenta veces siete, y la historia de un montón de judíos que se maldecían ytolchocaban unos a otros, y todo eso me trajo náuseas otra vez. Así que casi me echo a llorar, y uncheloveco muystarrio y raído sentado enfrente me preguntó: –No te permito -dice él. –Qué -digo secamente. Otras emisoras aseguraban que el presidente se había retirado del convento benedictino después de la plegaria de Sextas, hacia la una de la tarde, con tantas precauciones de seguridad que un doble -el mismo doble que lo sustituía repartiendo bendiciones y promesas en las provincias remotas- había asistido al oficio de Vísperas. Según esas versiones, había viajado en el avión de un amigo desde un campo cercano a Los Toldos hasta Jáchal, en San Juan. Una vez allí, el presidente había empezado a comportarse de un modo extraño. Ordenó que no lo siguieran. Pidió prestado el auto de un senador y nadie sabe cómo, a eso de las cuatro de la tarde, llegó a la cabaña del guardián del Valle de la Luna. Iba vestido con un hábito blanco, de beduino, la cabeza cubierta por una capucha de monje y sandalias franciscanas. El guardián contó por la radio, con una voz sin entresijos de mentira, que había tratado de detenerlo mientras el presidente iba y venía por las depresiones del valle, rezando como un poseído bajo el sol enloquecedor. Uno de los móviles de la televisión de San Juan había llegado hasta las vallas tendidas por el ejército y mostraba al presidente desde lejos, trepando por los riscos. A falta de acción, las cámaras insistían en describir la intensidad religiosa de las rocas, en cuyas formas estaba inscripta la historia del mundo: hongos, lámparas, cavernas por las que asomaban lenguas de piedra negra, aves siamesas, parejas copulando, naves cilíndricas abandonadas después de los viajes de Dios. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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