15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Así que fui a la cabinamalenca donde uno podíaslusar los discos que quería comprar, y elveco me puso un disco, pero no era la Cuarenta sino la Praga -elveco había sacado lo primero de Mozart que encontró en el estante, pensé- y eso empezó arasrecearme de veras, y tenía que cuidarme por miedo al dolor y a las náuseas, pero lo que yo había olvidado era algo que no debía de haber olvidado, y ahora me dieron ganas de acabar de una vez. Era que esosbrachnos doctores habían dispuesto las cosas de modo que cualquier música que me emocionara tenía que enfermarme, lo mismo que sivideara o quisiera recurrir a la violencia, y esto porque todas esas películas de violencia tenían música. Y recordé especialmente la horrible película nazi con la Quinta de Beethoven, último movimiento. Y ahora descubría que el hermoso Mozart se había convertido también en algo horrible; salí corriendo de la tienda mientras losnadsatssmecaban y elveco del mostradorcrichaba: -iEh eh eh!- Pero no le hice caso y me fui, y tambaleándome como un ciego, crucé la calle y di vuelta la esquina, hacia el bar lácteoKorova.Yo sabía qué me hacía falta. Sentía una vaga turbación delante de ella, cierto remoto pudor que lo devolvía a la adolescencia, y a la vez, esa noche, una sensación de libertad que le lavaba el alma, tal vez porque Brenda y las mellizas ya se habían despegado de su vida y volaban suspendidas sobre Asunción o los esteros de Mato Grosso, o porque tenía el presentimiento de que la madre estaba cerca, Gatito, ya no estoy tardando canto. Vaya a saber por qué Reina lo turbaba. Su tipo físico era lo contrario de todo lo que a él le gustaba: ninguna opulencia, la boca estrecha, la barbilla excesiva, los tobillos gruesos y unos pechos que parecían pequeños. ¿Qué o quién era este Lerdo? -Subí de verasscorro y me vestí en dos segundos justos. Luego salí con estos tres y me metí en un auto. Rubinstein a un lado y Z. Dolin haciendo cashl cashl cashl al otro, y D. B. da Silva manejando, y fuimos a la ciudad y a un edificio que en realidad no estaba muy lejos del bloque donde yo había vivido.- Vamos, muchacho, baja -dijo Z. Dolin, tosiendo de modo que elcancrillo que tenía en larota le brilló como un hornomalenco-. Aquí te instalarás. -Entramos, y en la pared del vestíbulo había otra de esasvesches de la Dignidad del Trabajo, y subimos en el ascensor, y nos metimos en una casa que era como todas las casas de todos los bloques de la ciudad. Muy muymalenca, con dos dormitorios y un cuarto para vivir-comer-trabajar, pero aquí la mesa estaba cubierta de libros y papeles y tinta y botellas y toda esacala.-Éste es tu nuevo hogar -dijo D. B. da Silva-. Instálate, muchacho. Comida encontrarás en la alacena. Hay piyamas en un cajón. Descansa, descansa, espíritu perturbado. Parada frente a La Perla del Once, sintió que la gente clavaba la mirada en ella y la reconocía por la foto publicada en la tapa de El Diario. Tuvo ganas de releer su crónica del monasterio bebiendo un capuchino en una de las ilustres mesas de La Perla, donde ochenta años atrás Borges había aprendido las lecciones de idealismo de Macedonio Fernández, para quien no había materia duradera detrás de las apariencias del mundo ni un yo que percibiera las apariencias. Allí mismo solían citarse los Montoneros a comienzos de los años setenta, desafiando a los escuadrones de la muerte, para escribir sus gacetillas de prensa clandestina, y algunos músicos de rock habían imaginado junto a la ventana las primeras letras de escarnio contra la dictadura. Nada de todo eso queda en pie, se dijo Reina al descubrir una mesa de formica libre pero aún sucia de medialunas y diarios cortados en tiritas. Los que gastaban la mañana eran desocupados ojerosos, que volvían de formar filas inútiles antes del amanecer en las escasas oficinas con vacantes, o padres de familia en busca de alguien que les ofreciera una changa para pagar el almuerzo, cualquier cosa, desde gestiones en la aduana a buscar botones raros en las mercedas. Lo que más abundaba, sin embargo, eran los mendigos. Se colaban bajo las sillas como los gatos, a la caza de algún mendrugo suelto, esquivando la cólera de los mozos. También aquella Perla del Once se había convertido en la capital de la desdicha -capitale de la douleur, diría Paul Eluard-, enun país que se cata a pedazos. Las mesas en las que Xul Solar había inventado un castellano práctico, pero impronunciable e ilegible, sólo registraban ahora historias de menesterosos. Ni siquiera eran las mismas mesas: la noble madera había sido reemplazada por viles caballetes de plástico y aluminio, que se ladeaban fatalmente por más soportes que se pusieran bajo las patas. El capuchino que le llevaron a Reina estaba frío y las moscas se posaban sobre las páginas del diario con terquedad de lectoras. Prefirió marcharse cuando iba por el tercer párrafo de su articulo y había echado apenas una ojeada a los balbuceos de Insiarte, relegados a la página siete. ¿Qué pasó en últimas con el capo vaticano, el farsante Wojtyla, el tartufo, el beato, el travesti polaco, que no lo veo cantando en estas alturas azules entre los angelitos de Dios? ¿Finalmente murió? Si murió ha de estar entonces en la oscuridad de los profundos infiernos. –La música -dijo el doctor Brodsky, como hablándose a sí mismo-. De modo que le gusta la música. No sé nada de música, excepto que intensifica bien las emociones. Bueno, bueno. ¿Qué opina, doctor Branom? No alcanzó a ver, no pudo. Esa noche le dio el cuarto infarto y mi señora Muerte se lo llevó, dejándomelo grabado en lo más hondo de la cabeza, para siempre, mientras me siga bombeando sangre el corazón. –Qué sé yo -le ha dicho ella, impaciente-. Cuando llegué, ya había empezado. –Se llamaEl boulevard de la Desilusión-dijo Verónica. Le sorprende, al cortar, que dentro de ella sólo haya vacío y cansancio: una planicie sin fin más allá de la cual se termina el mundo. Tiene el espíritu exhausto: eso que los mesías gemelos llamaban espíritu quizás ha llegado al límite, al precipicio donde todas las formas y todas las experiencias se niegan y se afirman. Dos negaciones bastan para construir una afirmación, escribió Nietzsche. Y tres negaciones, ¿qué construyen? ¿Qué fuerza puede derivar de un ser que ha sido violado, expulsado del trabajo y expulsado del amor en d viento de unas pocas horas? Luz de sala. Yo tengo que irme. En cualquier momento esto se llena de amazonas y elefantes. Sentí un sacudón. Tanto tiempo ha estado contemplando el cuerpo desnudo de la mujer que la luz ya se ha movido de lugar y la miel transparente de la tarde se ha convertido en oscuridad cerrada. Todos los sonidos se han retirado y sólo queda el vaivén de sus entrañas, el temblor eléctrico de su respiración. A veces, cuando ella se pone de costado, su garganta deja escapar un ronquido animal que desafina con la nobleza de su expresión: tal vez una de esas quejas atávicas que las mujeres pierden en el pasado y que regresan cuando menos se las espera. Ahora que contempla el cuerpo a su gusto, que ella está desnuda y a la intemperie de su mirada, puede examinar sin apuro los huesos de la pelvis y de las costillas, las tibiezas cóncavas que se abren al pie de esos arrecifes, y descender hacia el abdomen resistente, trabajado en los gimnasios, hasta alcanzar los muslos, más delgados de lo que se supondría cuando ella se sienta, y en los que hay senderos húmedos, sumisos al tacto. –Mi madre tuvo otro infarto -le dijo-. Acaban de avisarme que está muriendo. Tengo que salir esta noche misma para Michigan. Me voy con las chicas. Espero que no te importe, ¿eh? ¿Por qué digo eso? Claro que no te importa. –¿De veras, mamita? -le pregunté..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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