15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Y eso, esa especie de pis de gato que corre ahí abajo, de qué torrente se trata. Durante unos segundos la sentí dócil, en esa actitud indefensa, como de recuperada castidad, con que en momentos como aquél la mujer reaparece sobre la tierra, en estado de pureza. De pronto, se puso rígida. Abrió muy grandes los ojos. Me pareció que había llorado, pero no fue eso lo que me asustó: fue su gesto, como de terror Pregunté qué pasa, y ella, tapándome la boca con la mano murmuró callate. Abajo, en el jardín, el ruido de un motor. Era tan absurdo que me tranquilizó. Innecesariamente, la interrogué con la mirada, sin poder evitar una sonrisa. Vestite, dijo Verónica, vestite rápido, por Dios. Era, en efecto, el doctor Cantilo. Una vieja novela francesa, pensé. Si esto no me pasa a mí, no le pasa a nadie. Julien Sorel, querido lector, saltará en calzoncillos por la ventana y lo perseguirán a pistoletazos. En cinco segundos consideré por lo menos tres posibilidades. Yo, muerto. O extraordinariamente encerrado en un histórico ropero barroco portugués. O enfrentando con frialdad la reacción poderosa del doctor Roque Cantilo: me vi, en esta parte, desnudo y jugándome en los labios una sonrisa glacial; pulverizando con un ademán los arrestos del estupefacto o enloquecido esposo. Pero, por instinto comprobéa priorique la situación era insostenible. Un ser humano en cueros ante otro totalmente vestido que lo increpa, que blande quizá la manija del coche o le da una patada, ni aunque fuera Casanova se hallaría en igualdad de condiciones. Supongamos que lo desarmo y lo mato. Era peor. –Yo también soy de Aries. –Darío -le aconsejé-. Al próximo que le des un varillazo, medilo bien, no se te vaya a ir la mano o te vas a la silla eléctrica. ¿Creta en verdad Camargo lo que estaba diciendo? Reina volvió a desconcertarse. No sabía si consolarlo, si tomarle las manos, decirle: «Váyase, doctor, vaya. Haga lo que tiene que hacer», o echarle en cara la falta de sentimientos, la negación idiota de la realidad. Una hija, pensó. Quién sabe en cuántas novelas había leído que nada es tan desgarrador como la muerte de un hijo. Y Camargo le hablaba de la situación política. A lo mejor se daba cuenta y no quería sufrir, pobrecito. A lo mejor prefería irse de sí mismo antes que sufrir. Lo miré de cierto modo. –No hay mucho que decir, señor -empecé, muy humilde-. Me metí en una travesura tonta e infantil, y mis llamados amigos me convencieron o más bien me obligaron a entrar en la casa de una viejaptitsa; una dama, quiero decir. No queríamos hacer nada malo. Por desgracia, la dama hizo trabajar demasiado su buen corazón cuando quiso expulsarme, a pesar de que yo estaba muy dispuesto a salir por las buenas, y luego murió. Me acusaron de ser la causa de su muerte. Y entonces, señor, me mandaron a la cárcel. –Bien jodido -pensaba yo-. Llevado de la hijueputa. Por fin alguien tenía un gesto de dignidad. La Argentina estaba enferma hasta los huesos. Pero una sola muerte no cambiaría el orden de las cosas. Y solo, sin amanuenses ni computadora ni Internet, no bien termine esta obrita de teología me voy a levantar el imponente «Inventario Detallado de los Muertos», los míos, completos, que presides tú, por supuesto, la siempreviva, la compasiva, la artera, mi señora Muerte, cabrona. Bienvenida seas a esta casa, mi casa, tu casa, en el barrio de Laureles, ciudad de Medellín, departamento de Antioquia, país Colombia, que es el cielo pero en infierno, y cuya puerta te abrió de par en par un día, o mejor dicho una noche, mi hermano Silvio: la noche en que se voló de un tiro la cabeza. Después fuimos siguiendo todos, uno por uno, como dicen que van cayendo las ovejas al desbarrancadero, aunque yo, la verdad, con tanto que he andado, vivido y visto aún no las he visto caer. En el cuarto de Darío había una cama, un closet y un escritorio: el closet lleno de la ropa de Carlos, el quinto hijo, mi cuarto hermano, que vivía perdido en las montañas con un amor del sexo fuerte; y el escritorio atestado de remedios, los costosos remedios para el sida que si sirven, pero para salvar del hambre a los sidólogos. Y en el cuarto mío una cama escueta y basta, eso era todo. De la biblioteca traje el sillón de la abuela (el sillón donde se sentó la abuela en sus últimos años a morir) y una silla para poner mi ropa. En cuanto al estudio de en medio, nada, vacío como mi alma. –Sobre todo si la mujer se ha sacado los zapatos. Te agachaste a recoger tus sandalias. Tuve la sospecha de que ibas a entrar en el aula llevándolas en la mano. Se sintió aliviado. De pronto, recordó que no se había despedido de las mellizas y pidió a las secretarias que las llamaran, para no tropezar de nuevo con la voz quejumbrosa de Brenda. ¿Qué clase de vida era su vida, atada a los teléfonos? ¿Sabría su vida alguna vez abrir los brazos a la felicidady a la desdicha? El escritorio era una fronda enloquecida de papeles y maquetas, pero siempre se las arreglaba para que el portarretratos de las hijas creara un oasis limpio frente a él. Apenas las había visto aprender a caminar, a hablar, a leer. Apenas las había visto y, sin embargo, eran el único amor que tenía. Le preocupaba la más débil de las dos, Ángela, que un par de semanas antes había caído en cama con una fiebre rebelde y un dolor de huesos que no la dejaba en paz. Se había vuelto de pronto melancólica y huidiza. Así sonó en el teléfono, como una niña desamparada. Tenía trece años y parecía de diez. 1 ¿Y cómo decirle ahora a papi, que se moría, que lo quería, si en una vida entera nunca me dio la oportunidad? Al final le hablaba y no me oía; una bruma de tristeza lo envolvía y no le llegaban mis palabras. La clepsidra inexorable chorreaba sus últimas arenillas. Después lo conectamos a una botella de suero y el tiempo empezó a contarse en goticas de solución glucosada. Una, otra, otra iban cayendo indecisas, dudando, como su corazón cansado. Entonces entendí que lo que no había sido ya no iba a ser..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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