15 de enero de 2025
Comentario destacado
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En este punto, hermano, unplenio que estaba cerca del fondo dejó oír unchumchum de música labial -prrrrrp- y loschasos bestias se pusieron a trabajar sin demora, corriendo realmentescorro a la escena delchumchum, descargando feos golpes ytolchocando a derecha ya izquierda. Al fin loschasos cayeron sobre unplenio pobre y tembloroso, muy flaco,malenco ystarrio, y lo sacaron a la rastra, pero elplenio no paraba de crichar: -No fui yo, vean, fueél. -Nadie le hizo caso. Lotolchocaron a fondo y al final lo sacaron de la capilla, mientras elvecocrichaba como unbesuño. La otra vez, cuando volvía de Suiza, vi a un cristiano bajando a pie por una de esas carreteras como si anduviera en Grecia en una playa nudista, o sea como Dios lo echó al mundo a funcionar. Mi taxista no lo quiso recoger no fuera a ser un gancho para robarle el taxi. ¡Y yo convencido de que los taxistas eran los atracadores! No señor, o sí señor, aquí la vida humana no vale nada. Una mañana, vencido por la curiosidad, decidió mirar la sutileza de aquellas manos. Con desolación, con horror, advirtió que ella tenía puestos los guantes del hospital. Y supo que los guantes habían estado siempre allí, interponiéndose entre su cabeza y las manos de la madre. ¿También su placenta le habría servido para separarse de él antes de que naciera? ¿Para diferenciarlo de su cuerpo y no para contenerlo y abrigarlo? Y luego, ¿tendría los guantes puestos cuando acercó por primera vez los pezones a su boca? Aquel día deseó con toda su alma que la madre se muriera, llevándoseal otro mundo todas sus no caricias. Pero luego empezó a pensar que el ademán de acariciarlo era lo que valla, y concentró su odio en los guantes. La madre jamás se apartaba de ellos. Antes de dormir, se lavaba las manos con alcohol y dejaba los guantes dentro de una máquina de calor, como la que usaban los viejos peluqueros para esterilizar las tijeras y los peines. –¿Qué te ha parecido la visión mística? -dijo Camargo-. Estamos discutiendo qué vueltas darle al tema. –Pero si chupa de esa manera y no come se va a morir -dijo Quiroga-. Está hético. Velo si no parece la estampa de la Herejía. Le pones un cielo tormentoso y un marco, lo colgás de la pared y es propio uno de esos afiebrados que le salían al Greco. Dale, comete una, aunque sea a medias con Nacho. Mira que éstas las hice yo. Hice justo dos docenas para elegidos. Las de los guarangos son de la rotisería, mismo que comer picadillo de sorete envuelto en lona Pampero. Estoy hablando mucho, ya sé. Pero es que ustedes no hacen más que mirarse como tortugas y me pongo incómodo. Éstas son de hojaldre. Las otras te caen como un crimen en la conciencia. Agarra, dale. Transcurridos varios años de separación volví a encontrarme con Darío en Bogotá, lejos de ella, y entonces pudimos ser hermanos. Y en prueba de mi cariño le regalé su primer muchacho: de dieciséis añitos tiernos, con un mechón de cabello en la frente y ojos color de esmeralda. Cierro los míos, pardos, para evocarlo, y: –Como cuáles. Un cardenal afeminado no es un príncipe de la Iglesia, es un travesti, y su sotana una bata: así la siente. Bueno, lo último que quería hacer aquí esta eminencia nuestra pontificable antes de que se tuviera que escapar a Roma, era venderle al narcotráfico los predios de la Universidad Pontificia Bolivariana, que no era suya pero que valen una millonada, para comprárselos en joyas. Más joyas para él. Yo me lo imaginaba poniéndoselas ante un espejo de cristal de roca renacentista para irse luego a divisar, todo enjoyado, a la ciudad santa desde Villa Borghese. A ver volar palomas sobre las cúpulas, y entre esas palomas el Espíritu Santo. ¡Él allá disfrutando de semejante espectáculo, y yo aquí viendo volar gallinazos sobre los botaderos de cadáveres! No podía dormir de la indignación, no podía conciliar el sueño, no podía pegar un ojo. Desde un punto de vista estrictamente religioso, para acabar con este espinoso tema, yo prefiero a un cardenal cínico perfumado un cardenal humilde maloliente, que huela a rayos, que huela a diablos. Tomás Eloy Martínez –Ah, Reina, Reina, qué rencorosa sos. Aquel día, en Washington… ¿Tenemos que hablar de ese día? Me enceguecí, me volví otro. Puedo soportar lo que sea pero no soporto que me tengan lástima. –Yarblocos -respondí, gruñendo como un perrito-.Bolches y grandesyarblocos para ti. –Hay historias peores -dije-. Sin ir más lejos, Lagardére se acostó con la hija. –Te dejaré el desayuno en el horno. Ahora tengo que salir. -Lo cual era cierto, por esa ley según la cual los que no eran niños, o no tenían hijos pequeños o no estaban enfermos tenían que salir arabotar . Mi eme trabajaba en uno de los mercados estatales, como los llamaban, apilando en los estantes sopas y guisantes envasados, y toda esacala . Así que laslusé meter una fuente en el horno de la cocina, y después se puso los zapatos, y descolgó el abrigo colgado detrás de la puerta, y suspiró otra vez, y explicó: -Ahora me marcho, hijo. -Pero yo me dejé regresar al país de los sueños, y me adormilé realmentejoroschó , y tuve unsnito extraño y muy real, y no sé por qué pero lo cierto es que soñé con midrugo Georgie. En estesnito era mucho más viejo y muy áspero y duro, ygoboraba de disciplina y obediencia, y de que todos losmálchicos que estaban bajo susórdenes debían sometérsele sin chistar, y hacer el viejo saludo como en el ejército, y yo estaba en la línea, como los demás, diciendo sí señor y no señor, y entonces pudevidear clarito que Georgie tenía esas estrellas en losplechos y que era como un general. Y luego ordenó comparecer al viejo Lerdo con un látigo, y el Lerdo era mucho másstarrio y canoso, y le faltaban algunossubos, como se pudo ver cuandosmecó , alvidearme , y entonces midrugo Georgie me señaló y dijo: -Ese hombre tiene roña ycala en losplatis -y era cierto. Entonces me oí crichar: -No me peguen, por favor, hermanos -y eché a correr. Corría en círculos, y el Lerdo me perseguía,smecando ruidosamente y restallando el viejo látigo, y cada vez que yo recibía untolchoco verdadero yjoroschó sonaba una campanilla eléctrica muy sonora, ringringringring, y la campanilla también me hacía sufrir. –De madera, sí, largo. -Te entusiasmaste, (de noche se oía el agua, no se la veía) Después oí el hermoso Mozart, laJúpiter,y se presentaron otras imágenes de diferenteslitsos que yo derribaba y pisoteaba, y después se me ocurrió que escucharía un disco más antes de cruzar la frontera, y me vino el deseo de algostarrio y fuerte y muy firme, de modo que elegí J. S. Bach, elConcierto de Brandeburgo,por las cuerdas medias y graves. Yslusando ahora con unéxtasis distinto del anterior, pudevidear nuevamente el nombre en el papel que habíarasreceado esa noche, hubiera dicho que mucho tiempo antes, en la casita llamada HOGAR. El nombre aludía a una naranja mecánica. Escuchando a J. S. Bach, comencé aponimar mejor lo que significaba, y mientrasslusaba la parda suntuosidad delstarrio maestro alemán se me ocurrió que me hubiese gustadotolchocarlos más fuerte, a laptitsa y alveco, y abrirlos en tiras allí mismo en el suelo de la casita. Permítaseme dar marcha atrás un poquito para volver a un remanso, a la semanita durante la cual la sulfaguanidina funcionó y yo me relamía los labios saboreándome el triunfo. Empezaba mi día así: ayudando a bajar a Darío de su cuarto al jardín, por la escalera posterior de la casa (muy empinada), de escalón en escalón, sosteniéndolo no se me fuera a desbarajustar o a caer. Y nos instalábamos en la placidez de la hamaca. Bueno, él en la hamaca y yo en una silla con una mesita auxiliar al lado, sobre la que desplegaba la marihuana, que iba limpiando de semillas que iba tirando al jardín. La noche del 25 de julio, Camargo está adormecido oyendo el cuarteto en re mayor de César Franck cuando la mujer entra en el departamento al terminar elscherzo, veinte minutos después de las once. Parece ansiosa, desorientada, sin saber qué hacer con su alma. Lleva un abrigo largo, negro, y debajo un conjunto de paño gris. Deja el abrigo sobre la cama con un ademán rápido, compulsivo y, al volverse hacia el espejo, descubre algo que parece sorprenderla. Durante dos o tres minutos estudia las ojeras, las ligeras arrugas de la frente y la hinchazón de una herida en los labios. La temperatura ha cambiado de un extremo a otro del termómetro, y la transición del frío de la mañana a la súbita calidez de la tarde pudo haberle abierto alguna grieta en los labios. Camargo recurre al telescopio y advierte que ella está pasándose la lengua sobre un hilo muy ligero de sangre. La herida es reciente, por lo tanto, aunque la extrañeza con que se la mira pertenece a algún momento del pasado. Tal vez sea una herida del pasado que de pronto reaparece. Con las mujereses siempre así, ya lo sabe Camargo. No pierden nada de lo que han vivido. Llevan de un lugar a otro todo lo que les sucede y, cuando acumulan demasiado, lo que les sobra sale a la luz sin que ellas puedan evitarlo. A veces es un vestido o un perfume, otras veces es una herida como la que ahora tiene en los labios la mujer que está enfrente. Sin desvestirse, ella enciende la luz del velador, al lado de la cama y toma el tubo del teléfono. Vacila unos segundos, pulsa las teclas de algunos números, y vuelve a colgar el tubo. –Sí, señor. Trato hecho. Todo el noroeste del país sabe que adoro a mi mujer, pero sobre todo como era en el último otoño. Y a mis changos siempre les noté cara de huérfanos. ¿Y a dónde nos íbamos? Verónica ya no estaba..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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