15 de enero de 2025
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Me llamo Esteban Espósito, no es un buen nombre. XI –¿Y para qué diablos necesitaba la extremaunción? Si con cincuenta años de matrimonio o infierno no pagó en vida esa pobre victima lo que pudiera deber de purgatorio, entonces yo no sé con qué. Estaba oscuro y se estaba levantando un viento afilado como unnocho, y muy muy pocosliudos fuera. Por las calles circulaban coches patrulla cargados de brutales ras ras, y de cuando en cuando podíavidearse en alguna esquina una pareja demilitsos muy jóvenes que pateaban el suelo para defenderse del frío malévolo y exhalaban un aliento de vapor al aire invernal, oh hermanos míos. Supongo que en verdad se estaban acabando los tiempos de la ultraviolencia y elcrastar, pues los ras ras trataban con brutalidad a quienes atrapaban, aunque se había convertido más bien en una especie de guerra entrenadsats desobedientes y ras ras, que podían ser másscorros con elnocho y labritba y con el bastón e incluso la pistola. Pero lo que me ocurría en aquellos tiempos era que eso no me importaba mucho. Era como si algo suave estuviese colándoseme dentro y noponimaba por qué. Durante más de cincuenta años, Camargo no dejó de pensar ni un solo día en la madre que había perdido. No sabía cómo era ella ni cuál sería ahora su nombre, pero tenía la esperanza de que aún siguiera viva en algún lugar del mundo. Con el tiempo, la imagen de la madre había ido moviéndose de un cuerpo a otro, de una cara a otra, era muchos seres que Camargo no podía fijar en uno solo: aquella errancia de la madre era también la errancia de su ser, las muchas personas que, a pesar suyo, él iba siendo todos los días: una persona nueva casi a cada instante, un extraño con el que le costaba identificarse. Sin embargo, la reconocerla apenas la viera porque, aunque no recordaba su cara ni su cuerpo, sabría que era su madre por este o aquel gesto de ella que persistía en él, tal vez la costumbre de llevar un índice a la ceja e inclinar la cabeza hacia la derecha, como si de ese lado le pesaran los pensamientos; o tal vez la reconocería por la involuntaria frialdad de su voz, tomando siempre distancia de los otros, como les sucede a todos los que han sufrido un primer amor rechazado. ¿Nunca me amaste, mamá, nunca me amaste? ¿Nunca querrás abrazarme? Si el padre no hubiera destruido hasta el último recuerdo que había de ella en la casa, quizás ahora podría imaginarla. Era el blanco absoluto de su imaginación lo que más lo desesperaba. ¿Cuántos muertos lleva este niño mío, mi portentosa máquina de matar? Uno hasta donde sé y ahora. De los de más atrás no respondo. Yo no suelo preguntar como los curas que quieren saberlo todo para ellos solos, sin compartir, en secreto tumbal de confesión. Que cómo, que cuándo, que con quién, que por dónde. ¡Por donde sea! ¡Absuelvan en bloque carajo y desensotanen esa curiosidad rabiosa! Y ahí voy, arrastrado por la noche lenta, en esa cama desvencijada de tabla que crujía hasta por los vaivenes de mi conciencia, y en la que ni cabía porque la había hecho en tamaño liliputiense mi tío Argemiro, el genio, cuando le dio por meterse a carpintero, a fabricar mueblecitos en miniatura para adultos con los pies en el aire y zumbando en el aire los zancudos, cortando el tiempo inconsútil estos hijos de puta con su zumbido, trazando rayitas en la oscuridad como cuchillas de afeitar que me descosían el alma. Si la cama al menos no fuera tan corta y la noche tan larga y los «musiciens» no zumbaran y se callaran… Pero no, por las leyes de Murphy que rigen el Universo, todo en el peor de los mundos tenía que andar mal. Y maldecía del presidente perro de México José López Portillo que trajo a este planeta desventurado la plaga de los zancudos. Granuja ensoberbecido, vano, hinchado de presunción y de humo por tu PRI corrupto del que fuiste capo sexenal, ¿te nos vas a ir de este mundo impune, tu país alcahueta no te piensa castigar? Asintió con la cabeza y no dijo más. Y sin embargo, pese a los años transcurridos, aún me resuena en los oídos esa voz tumbal y hueca, sosegada, velada, de tonos suaves de terciopelo y asperezas de garlopa. Una voz inefable que me recuerda ¿la de quién? A ver, a ver, Alzheimer, ¿la de quién? ¿La de Hltler? No. ¿La de Churchill? No. ¿La de este puto Papa? No. ¡La de Xochitl! La reina Xochitl, reina de reinas, el travesti más portentoso que he conocido: Gustavo no sé qué ante el registro civil y a la luz del día, lenón de oficio al servicio de los más encumbrados funcionarios del PRI a los que les conseguía las mejores putas; voluminoso, carnoso, grasoso, hagan de cuenta un taquero, bastante innoble y vil él, aunque trabajo es trabajo. Pero en sus noches, ¡qué transfiguración! Gustavo se transmutaba en sus noches en la reina Xochitl, la reina de reinas, una mole del tamaño de la estatua de la Libertad y vestida como ésta de largo (a veces de verde esperanza, a veces de blanco de novia, a veces de negro luctuoso) y a la que una corte de travestis venidos de los cuatro rumbos del vasto México, del Bajio, el valle del Anáhuac, la península yucateca, la región Lagunera, le rendían pleitesía. No he conocido otra igual. Xochitl era la más bonita porque era la más horrorosa. Murió de una embolia, ahita de poder y sexo. Chasqueaba los dedos y corrían a atenderla cinco muchachones espléndidos que ya me los quisiera yo para mí. En fin, lo dicho, la difuntahablaba en vida con la voz con que me habló la Parca, poco y conciso para no ir a meter las patas. De todos modos, la ves incorporarse en la cama al oír el teléfono. El timbre enlaza, monótono, las dos ventanas. Por un momento, creés que va a taparse los oídos, porque sus manos se alzan, en un ademán de súplica o de advertencia. Luego, se cubre los pechos con las sábanas, como si presintiera que alguien la está observando. Su mensaje fluye, límpido, del contestador: «No estoy. Deje su número y la hora de su llamada». Oigo tus palabras y el sonido apagado de tu risa, pero en esta habitación, oigo tus palabras abriéndose paso desde las hojas de un cuaderno cuadriculado entre los ruidos de la calle y la lluvia y losKindertotenliederde Mahler horrorosamente deformados por la estática de la radio, veo los relámpagos en la ventana y el empapelado de luces de las paredes, oigo tu voz oscura y risueña y siento el leve golpecito de unos dedos sobre el dorso de la mano. "Dónde estás." Como si me tocara una alucinación o una muerta. VII –Nadie lo sabe. ¿Cómo lo sabés vos? –Era un modo de decir -expliqué-, señor. –Te la doy yo o empezás vos -preguntó Bastían. Roberto Arlt, Loslanzallamas. –Eso ya lo sé. Y qué más. –Vamos, caballeros, no queremos problemas, ¿verdad? -y hablaba con lagolosa refinada, pero este nuevoprestúpnico realmente se la estaba buscando. Sevideaba que se creía unbolcheveco muy importante, y que no le correspondía, por dignidad y posición, compartir una celda con otros seis y tener que dormir en el suelo. Miró al doctor burlonamente: Tuvo la suerte de que la dama estuviera en Buenos Aires y de que también a ella le pareciera escandaloso el manoseo político de Jesucristo. Conozco al abad, dijo. Es un hombre santo y, por eso mismo, es un inocente. No entiendo cómo pudo haber caído en semejante trampa. Sí, claro, voy a dar toda la ayuda que esté en mis manos, pero de ningún modo puedo trasladarme a Los Toldos. Imagínese, doctor Camargo. Son cinco horas de viaje en medio de esta sequía. No sé si usted conoce el casco de mi estancia en la Azotea de Carranza, a seis kilómetros del convento. Ahora tengo sólo dos sirvientes en esa casa y nunca se abren las ventanas de los cuartos hasta mediados de noviembre. Si a sus enviados no les importan las incomodidades pueden hospedarse ahí, no tengo el menor problema. Tal vez ni siquiera haya agua caliente para bañarse. Ah, pero si es una mujer la que viaja me facilita las cosas. Puedo llamar al abad por teléfono y decirle que se trata de una prima devota de la virgen negra que acaba de llegar de Europa. Y que la ubique en los reclinatorios de la familia, por supuesto. Para que estemos más seguros, voy a escribir una carta, ¿le parece? En una hora, sí, todo va a estar arreglado en menos de una hora..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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