15 de enero de 2025
Comentario destacado
Being a critical thinker
–Acaso algo está por venir? –Te das cuenta o no -dijiste. Camargo empezó a pensar entonces que ella tampoco debía de tocar al padre, aunque ambos compartían el dormitorio y la cama. Cada vez que los había visto dormidos, estaban yaciendo de costado, en extremos opuestos, separados por una colcha enrollada. En aquellos primeros años a Camargo le interesaba poco elpadre porque tampoco él pasaba mucho tiempo en la casa. Era técnico de sonidos y tenía un taller en la radio donde fabricaba los efectos especiales que se oían en las novelas. Usaba cocos partidos en dos para imitar el galope de los caballos, y cubiletes llenos de sal gruesa que, al ser agitados, evocaban los pasos de los amantes sobre las hojas secas del otoño. Delante de la madre se pavoneaba diciéndole que ningún sonido era para él imposible de reproducir: el roce de las [alas, el suspiro de la brisa entre los árboles, un desfile militar, un partido de tenis. –Me alegro, caballeros, de que se haya suscitado esta cuestión del Amor. Ahora veremos en acción una forma del Amor que creíamos muerta, junto con la Edad Media. -Se apagaron las luces y otra vez se encendieron los reflectores, uno enfocado sobre vuestro pobre y doliente Amigo y Narrador, y en el pedazo iluminado por el otro rodó o se deslizó la más hermosadébochca joven que uno hubiera podido imaginar en toda lachisna. Es decir, tenía unosgrudos realmentejoroschós, que casi sevideaban enteros, porque llevaba unosplatis que bajaban y bajaban y bajaban por losplechos. Y tenía lasnogas comoBogo en el Paraíso, y cuando caminaba uno sentía que se le revolvían lasquischcas , aunque ellitso era unlitso dulce y cordial, joven e inocente. Se me acercó y era de luz, como la luz de la gracia celestial y toda esacala, y lo primero que me vino a lagolová era que quería tumbarla ahí mismo, sobre el suelo, para hacer el viejo unodós unodós realmente salvaje, peroscorro como un tiro me atacó la náusea, como un detective que hubiese estado vigilando desde la esquina y ahora viniese a hacer el arresto. Y elvono del agradable perfume de ladébochca inició un movimiento en misquischcas, y así entendí que tenía que pensar de otro modo en ella, antes que el dolor, la sed y la náusea horrible se me echasen encima verdaderamentejoroschós. Así quecriché: –A las ocho y media. Que el esquivo amor no se me vaya como un pez escurridizo por entre los dedos. –Vos no podes ser así -dijo Verónica-. Vos un poco te haces. El profesor Urba ya no estaba en el aula. Se perdieron al entrar en Los Toldos, a las tres de la tarde. Con el sol clavado en el centro del cielo, todas las construcciones se vetan iguales: los almacenes y los zaguanes se repetían, idénticos; en ninguna esquina encontraban el nombre de las calles, y en las dos casas donde se detuvieron a preguntar les respondió un silencio de muerte. Las ciudades cambian más rápido que las personas, se dijo Reina. Me ha sucedido que entré a un cine en Buenos Aires y salí de la misma función a otro cine de México, pero esa ciudad no ha cambiado en décadas. Es un laberinto sin dibujo: el peor de los laberintos. A eso de las tres y veinte el chofer condujo hacia atrás por la misma calle que los había llevado otras veces a un paredón sin salida, y la inversión del movimiento les permitió oír un altoparlante remoto que difundía hacia el oeste una melodía perdida en el tiempo, La chica de la boutique, cantada por Heleno. Con cierta vergüenza, Reina se acordaba de haberse contoneado al compás de ese horror en alguna fiesta de la adolescencia temprana, pero ahora le hacía gracia que fuera la brújula gracias a la cual llegaron de pronto a la plaza central, con la estatua ecuestre del Libertador alzándose sobre la copa de algunos árboles moribundos. Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par. Seis hombres vestidos con los hábitos púrpuras de los jueves santos salieron en procesión llevando en hombros a Cristo crucificado. Detrás, precedidas por un cura que agitaba el incensario con delicadeza para no ensuciar sus encajes litúrgicos, se arrastraba un coro de viejas chillonas cantando ellas también Cristianos venid, en tenaz competencia con el altoparlante que repetía La chica de la boutique. En el café contiguo a la iglesia les indicaron cómo volver a la ruta provincial y desviarse hacia la Azotea de Carranza. Las cuatro menos cuarto ya, dijo Reina. Y a las siete son los rezos de Vísperas. –Otro delator. Hay tantos cerca tuyo que van a terminar tragándote. Buchones. Vi de tan cerca tus grandes ojos pardos que casi pude contemplar la trama del iris, su tejido traslúcido, los diminutos pigmentos que se constelaban alrededor de la pupila, dilatada hasta causar vértigo, como una luna negra o como un espejo circular en el que, de pronto, vi mi propia cara. –Supongo que ese chico también necesitaba conocer algunos detalles. –A los dos. Así que tomé el ómnibus al centro de la ciudad, y luego el que va a la avenida Kingsley, porque el edificio 18A está ahí cerca. Créanme, hermanos, si les digo que el corazón me hacía clop clop clop a causa de la excitación. Todo estaba tranquilo, pues era temprano y una mañana de invierno, y cuando entré en el vestíbulo del edificio no había ningúnveco por ahí, sólo laschinas y losvecosnagos de la Dignidad del Trabajo. Lo que me sorprendió, hermanos, fue el modo como los habían limpiado, de modo que ya no les salíanslovos sucios de lasrotas a los Trabajadores Dignificados, ni se veían tampoco las partes indecentes del cuerpo que losmálchicos de mente sucia aficionados al lápiz habían dibujado en losplotos desnudos. Y también me llamó la atención que el ascensor funcionara. Vino zumbando cuando apreté elnopca eléctrico; entré y me sorprendió de nuevovidear que todo estaba limpio dentro de la jaula. Otra vez la espadaña de las Teresas, el Monserrat, las putas frente al Seminario Mayor y el volcán en erupción, el corazón de Nápoles en el centro de Córdoba. Señalaste el cielo y yo dije quesí,la tormenta, pero resultó que me estabas señalando una estrella, la única que podía verse en todo el cielo, ínfima entre los nubarrones. Caminábamos hacia el centro de la ciudad y ya había anochecido. Dijiste que esa estrella debía tener un nombre. O un número, dije yo. Vos dijiste que si podía verse entre tantonubarrón tenía que ser una estrella importante, una estrella con nombre. Algo hermoso como Aldebarán o Ave del Paraíso. Yo dije que Ave del Paraíso es una constelación, no una estrella, y que debía de estar más bien a nuestra espalda, invisible no sólo a causa de los nubarrones sino de unos cuantos edificios, demasiado modernos para mi gusto, y que para ver Aldebarán este mes ibas a tener que viajar a Europa. "Tal vez vuelva a hacerlo", dijiste en voz baja, y yo me pregunté qué me pasaba y en qué momento del trayecto entre el puente y esta calle había comenzado a detestarte. Un humor malsano, aparentemente sin causa pero tejido de innumerables babas sombrías, me rodeaba el cuerpo como una tenue malla eléctrica. El sueño, tal vez, o la irresolución de la hora, su ambigüedad entre el crepúsculo sin color y la noche que no llegaba nunca. Cuando se desencadenara la tormenta, pensé mientras cruzábamos una galería comercial, mi cabeza iba a hacer pararrayos. Demasiado vidrio, pensé. Eso es lo que pasa. Hay demasiado vidrio en Córdoba. Tanta fragilidad junto a la solidez de esas piedras es una combinación maligna. Una metáfora casi demasiado obvia. Lo pensé y me oí riendo por lo bajo, pero desagradablemente, con una risita seca y sin alegría. Vos, sin mirarme, murmuraste que también estabas contenta, que yo te hacía bien. Salimos. Enfrente otra galería, a medio construir. Dos tablones cruz condenaban la boca de salida. próximamente: trattoria el calamar. Una disonancia como para helarle la sangre a Patrick Geddes. Otro de esos adefesios que, como un morbo subcutáneo, se enquistan dentro de la ciudad en galerías que la recorren como venas y amenazan barrenarla hasta que se venga al suelo, mientras la van plagando secretamente con su infección de alfajores, calzones, televisores, ollas a presión, perfumes y grasientas jaleas de rejuvenecimiento para hembras espantosas que, huyendo de las calles por esos túneles de ratas, desembocan por fin en una iglesia y van a oír misa ante un altar de cedro paraguayo bajo una bóveda labrada que encegueció a un tallista hace trescientos años. Lo dije y me miraste con curiosidad. Y dije que uno de estos días iba a aparecer un bidet en el pulpito de San Roque o en el sagrario de la Capilla Doméstica, un bidet floreado, y los chicos serían bautizados en palanganas de plástico. Y que no alcanzaba a comprender por qué curiosa razón los cordobeses (ustedes, dije) se enorgullecían de tener en porcentaje más galerías comerciales que Buenos Aires. Cuál era el mérito, por favor. Vos me mirabas en silencio con La misma expresión de la noche anterior, en la Cañada, o de esa misma mañana cuando dijiste que tenías hambre. Yo agregué que este dato, el de las galerías y el vidrio, sumado al de la contienda entre rosarinos y cordobeses por ser la segunda ciudad del país, explicaba muchas más cosas de la Argentina y del famoso ser nacional que todo lo hablado en la Universidad hacía unas horas. Lo mismo que los cartelitos del teatro Arlequín, anoche. La segunda ciudad de la República, qué quiere decir eso. Yo no veía cómo nadie normal puede disputar el segundo puesto de algo. La segunda ciudad. Viene a ser, en esencia, enorgullecerse de no haber llegado primero. Te miré. No cambiaste de expresión. Dijiste algo inverosímil; dijiste: "Si querés molestarme, estás aviado." Y te reías. Creo que perdí el mal humor pensando en la palabra aviado y en que eras una actriz genial o realmente no entendías en absoluto a qué venía todo esto de ser o no el primero, el único, suponiendo que yo mismo lo supiera. Su inocencia es legítima, pensé. Su inocencia es legítima como su alegría, o finge con tanta convicción que casi da lo mismo. Misterio o matiz que pensaba develar esa misma noche en la quinta, a menos que fueras realmente una actriz genial. De cualquier modo en ese momento perdí el malhumor y, en la galería de enfrente, me pareció ver a Santiago..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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