15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–¡Ah! Y por favor no se lo cuenten a Aníbal ni a Nora porque sufren -les encargué-. Díganles que el perrito está bien, muy bonito, engordando. No hay para qué hacer sufrir innecesariamente a los demás. Y fue a tomar el mando de la tropa. Hermanos, dormí toda la noche realmentejoroschó, sin ninguna clase de sueños, y la mañana amaneció clara y fría, y sentí el agradablevono del desayuno que estaba friéndose allá abajo. Me llevó cierto tiempo saber dónde estaba, como ocurre siempre, pero pronto recordé, y entonces me sentí caliente y protegido. Pero mientras estaba tendido en la cama, esperando que me llamaran a desayunar, pensé que tenía que conocer el nombre de esteveco bondadoso, protector y casi maternal, así que caminé por el cuarto con lasnogas desnudas buscandoLa naranja mecánica,que seguramente tenía escrito elimya delveco, ya queél era el autor. En mi dormitorio no había más que una cama, una silla y una lámpara, de modo que caminé hasta una puerta que daba al dormitorio delveco, y allí vi a la mujer en la pared, unabolche foto ampliada, de modo que me sentí unmalenco enfermo recordando. Pero también había dos o tres estantes de libros, y tal como lo había pensado, encontré un ejemplar deLa naranja mecánica,y en el lomo del libro, como en la columna vertebral, estaba elimya del autor: F. Alexander. GranBogo, pensé, es otro Alex. Recorrí las hojas del libro, de pie, en piyama y con lasnogas desnudas, pero no sentía nada de frío pues la casita estaba tibia. Yo no podía entender de qué trataba el libro. Parecía escrito en un estilo muybesuño, de Ah Ah y Oh Oh y toda esacala, pero lo que se sacaba en limpio era que ahora estaban convirtiendo en máquinas a todos losliudos, y que en realidad todos -usted y yo yél y bésame losscharros- tenían que ir creciendo de manera natural, como una fruta. Según parece, F. Alexander pensaba que todos crecemos en lo que él llamaba el árbol del mundo y el jardín del mundo, que el mismoBogo o Dios había plantado, y así estábamos allí, porqueBogo o Dios nos necesitaba para satisfacer el amor ardiente que tenía por nosotros, o algunacala por el estilo. No me gustó elchumchum de todo eso, oh hermanos míos, y me pregunté hasta qué punto estaríabesuño este F. Alexander, quizá porque la mujer habíasnufado. Pero en eso me llamó desde abajo con unagolosa de tipo en sus cabales, con mucha alegría y amor y toda esacala, y abajo fue Vuestro Humilde Narrador. –Ah… No se ve como bien. Por cuanto a nuestro taxista se refiere, siguió el mismo camino del conductor de carretas, en caída libre rumbo a la eternidad como quien baja sin frenos por la pendiente de Robledo. Le aplicamos su marquita frontal visto que nos quedó conociendo. Son los riesgos de su oficio, y de oír cuando no hay que oír y de ver cuando no hay que ver en una ciudad tan violenta. Taxistas inocentes, por lo demás, no los conozco. Era fatal. Volví a espiarlo de reojo. De perfil, tenía el aire de un halcón cansado. Arruguitas en las sienes. Tres largas rayas como grietas le cruzaban la frente. Me sentí liviano y nítido (pero qué era eso, qué era lo que se avecinaba, eso que se había desencadenado en algún lugar de la ciudad y se avecinaba como una informe mole sombría, por qué esta inquietud y, para decirlo de una vez, este miedo) y quise ser generoso o continuar sintiéndome generoso, porque, de un modo oscuro y difícil de precisar, lo de la desesperación que se cura como la hepatitis había sido un arrebato de alegría o de flor secreta, un homenaje, no del todo humorístico, no sabía por qué ni a quién. –Pero -pregunté- ¿qué hay de esa horrible inyección que me dan todas las mañanas? -Hermanos, la novedad me tenía muy sorprendido, porque ellos habían mostrado mucho interés en meterme lavesche de Ludovico, como la llamaban.-¿No volverán a inyectarme esa podrida sustancia en la pobreruca dolorida?, –Gracias. Usted es un amigo. Así era siempre: iba atando maldiciones con maldiciones como avemarías de un rosario. –Hola -dijiste-. Te hacía rodeado de señoras. El señor Ripul pensó. Pero por más atención que le prestaba al pájaro invisible yo no lo oía. Para mí además era mudo. Así que volvimos en puntas de pie a la puerta. El Lerdo era nuestromálchico ancho y fuerte, y Pete y Georgie me alzaron hasta losplechosbolches y masculinos del Lerdo. Y mientras tanto, gracias sean dadas a los programas mundiales de laglupa televisión, y sobre todo al temor de losliudos a andar de noche por la calle, en vista de la falta de policía: la calle estaba desierta. De pie sobre losplechos del Lerdo vi que el reborde de piedra aguantaría bien mis botas. Primero apoyé las rodillas, hermanos, y un segundo después me encontraba de pie en el reborde. Como había supuesto, la ventana estaba cerrada, pero le di un golpe con el puño de hueso de labritba y rompí limpiamente el vidrio. Mientras tanto, abajo, misdrugos respiraban afanosos. Metí laruca por el agujero y subí despacio y en silencio la mitad inferior de la ventana. Y así fue, como meterse en la bañera. Y abajo estaban mis ovejas, lasrotas abiertas mirándome, oh hermanos. ¡Caviar en el trópico! Momir -has aprendido que así se llama el hombre- ya está roncando en el nido de escombros cuando vas en su busca. La compañera, en cambio, sigue sentada, fumando. Le pedís permiso para hablar con él. De nada te serviría despertarlo, porque ella no lo dejaría moverse. Juntas las palmas de las manos e intentas un ademán de súplica. Importante, importante, le repetís en castellano, sin saber cuál de esas sílabas la conmueve. Cekaéu ga, insistís. Creés que eso significa algo parecido a voy a estar esperándolo. Luego dejas caer una palabra que la sin techo, por fin, entiende: Pranjani. –¿Y nosotras? -preguntaste. –Las enfermedades son de dos clases -le expliqué-: las que se curan y las que no. Las que se curan, se curan solas o con antibióticos. Y las que no, las cura Nuestra Santísima Madre la Muerte, el remedio de los remedios. Mientras le rogaba al Señor Caído entre el chisporroteo de sus veladoras, me acordé de que le había dejado a Alexis el revólver en la cintura. No se lo había sacado. Era mi horrorizada aversión a las armas de fuego, que me impide pensar que existen. ¡Claro, se lo había dejado y ahora les quedaba a los delincuentes de la clínica! Que les aprovechara, que con ese mismo los mataran… –No puedo callarme y hablar más bajo -dijiste-. Esa Graciela es la que no existe. .

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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