15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–El criptosporídium, doctor -les pregunto como quien no quiere la cosa, como cualquier cristiano doble ciego acostumbrado al acto de fe-, ¿es una bacteria? –Nunca se sabe. Oh, nunca se sabe. Confíe en nosotros, amigo, es mejor así. -Y entonces descubrí que me estaban atando lasrucas a los brazos del sillón, y lasnogas a una especie de apoyapiés. Lavesche me pareció un pocobesuña, pero no me resistí. Yo estaba dispuesto a aguantar muchas cosas, oh hermanos míos, si me prometían que iban a dejarme libre en dos semanas. Pero unavesche no me gustó, y fue cuando me aplicaron broches sobre la piel de la frente, levantándome los párpados, y arriba arriba cada vez más arriba, y yo no podía cerrar losglasos por mucho que quisiera. Traté desmecar y dije: -Tiene que ser una película realmentejoroschó si tanto les preocupa que la vea. -Y riéndose dijo uno de losvecos de chaqueta blanca: –No. Dentro de ocho años tendrías mi edad de ahora. –¿Qué les estás untando, hombre papi, con esa pluma de gallina a esas vaquitas? Bastían acaba de murmurar dos palabras en el oído de un tipo con cara de actor francés. Graciela Oribe, fue lo que murmuró, y ahora mira hacia la puerta. En la puerta hay un señor alto, maduro, elegantemente canoso y, sobre todo, parecido a quién. ¿Y mañana? Ah, no quisieras dejar ni un hilo suelto en tus planes para mañana. Apenas entrás en tu oficina querés ver a Sicardi. Quizás él solo pueda resolver todo lo que te inquieta. No podés evitar que su nariz te ponga nervioso: un pimiento enorme, a punto de reventar. La moralidad de Sicardi es un terreno inexplorado, de modo que vas moviendo tus palabras con delicadeza, como si las hicieras caminar sobre carbones ardientes. No se preocupe, doctor, te dice, podemos tener los pasaportes mañana por la tarde. Falsos, por descontado. Voy a ubicar los que robaron del consulado polaco.¿Esos malandros que vamos a sacar del país son croatas, dijo usted: serbios, montenegrinos? Nadie se va a dar cuenta, entonces, de la diferencia. Serbios, polacos, búlgaros: es la misma resaca. Te resignás a dejar las puntadas finales en manos de Sicardi: las fotografías, la invención de los nombres, las fechas probables de nacimiento, entre 1954 y 1960. Quisieras que no haya errores de traducción al escribir los datos en los papeles, le has advertido: esos detalles podrían arruinar todo el esfuerzo cuando pasen por el filtro de Migraciones. Mire que hay letras raras en esas lenguas, Sicardi: y griegas con acento agudo, efes con rayas transversales, haches circunflejas. Doctor, no se preocupe, te tranquiliza. ¿Acaso alguna vez le hemos fallado? Sin brusquedad, me di vuelta. ¡Ay, socorro! A mí se me hace tan ridículo pedir socorro. Será porque así se llamaba una sirvienta que tuvimos, Socorro, sucia y desdentada de tanto fumar y echar humo por la chimenea negra de hollín de su boca. –No. Tuvo un caballo cuando era chico. Se le rompieron las patas y hubo que pegarle un balazo. Desde entonces, le ha quedado el deseo. Todos los domingos, ahora, va a un hams en Longchamps, donde los caballos son de otro pero él puede montarlos. Se pasa las horas trotando. A veces lo acompaño. Pero no hablamos. Cada vez que hablamos, me peleo. Ninguno de estos zánganos tiene la menor idea de que, cuando escriben, se delatan. Así los conozco: por lo que dicen. Soy como escribo, soy lo que escribo. Mientras se paseaba a las diez de la mañana por la sala de redacción, Camargo entonaba en voz baja el estribillo que resumía, para él, toda la sabiduría del periodismo. A esa hora siempre le gustaba dar vueltas por su reino desierto, con las blancas luces vírgenes manando de las claraboyas y los escritorios vacíos, los monitores impolutos, las páginas en blanco esperando soplos de imaginación que nunca llegarían. Ya los peones de la limpieza se habían llevado las traiciones cometidas el día anterior contra la sintaxis de los hechos y contra el silencio de lo no sucedido, todos habían escrito sobre, por qué, cómo, para qué, cuando él les había pedido que escribieran con, que vivieran con, que siguieran la línea donde se encuentra el mundo de fuera con el adentro de cada uno, la realidad tiene que parecerse a ustedes, les dijo, no ustedes a la realidad. Cuánto mejor sería el diario si pudiera escribirlo él solo. Cuánto mejor sería el mundo si él lo escribiera. Toda la tarde el jefe había estado pensando en ella: eso fue lo primero que le dijo. Ordenó que le sirvieran café, apagó los televisores que transmitían la querella judicial de un funcionario de las aduanas contra un ex ministro que lo había acusado de corrupción, y la miró con extrañeza, como si reconociera a unamujer que estaba atrás en su vida y había perdido, o a una vida que había perdido. Toda la tarde he estado pensando en vos, repitió. Ah, Dios,¿por qué tenía aún esos arranques de generosidad? Abrir a los demás lugares que le pertenecían era algo que nadie había hecho por él. A él le había costado agonías y odios llegar a donde estaba. El bien y el mal: desde la cima podía entregar o negar lo que se le diera la gana. De ese tejido estaba hecho el poder. Acababa de conceder a una muchacha arrogante y sin gracia algo que habría querido para sí mismo, ¿qué más daba? Le sucedía todo el tiempo. Había condescendido a que escribiera el último responso a Mitchum, que era su fetiche. En 1958, cuando tenía veintiún años, lo había visto enLa noche del cazador. Se acordaba con nitidez de esa súbita revelación: un cine al aire libre, las cigarras del verano tejiendo en los árboles una letanía desgarradora, y la historia, la irrespirable historia en la que por primera vez había descubierto el poder del Mal Absoluto. Durante meses vivió obsesionado por la idea de que el Mal estaba entodas partes y era tal vez el Dios verdadero de este mundo. O el Mal es una ilusión, un fenómeno posible sólo porque el universo es irreal, como creían los Vedas, o el Mal es en cambio la prueba cotidiana de que Dios es tan impotente como los hombres. Vio La noche del cazador una sola vez, perorecordaba cada escena, cada línea de diálogo, como si él mismo las hubiera escrito. Ninguna película había sido narrada con tanta libertad. Las imágenes estaban allí en una neolengua sin equivalentes en la literatura o en el cine, tal vez sólo en Mallarmé a veces, o en los dadaístas. El sueño de su vida era despertar alguna mañana con una crítica deLa noche del cazador ya terminada en la mesa de luz, una página dictada por los sótanos de su conciencia yllena de palabras sin uso que se parecieran al film. Sentía curiosidad por leer lo que escribiría esa chica, la Remis. Los lenguajes eran, no se cansaba de repetirlo, el estanque donde las personas reflejan lo que son. –Bueno. –Hasgoborado mis propios pensamientos -sonreí, sin aceptar la provocación-. Justamente pensaba proponer el viejo y queridoKorova.Bien bien bien. Adelante, pequeño Georgie. -E hice una especie de reverencia profunda, sonriendo comobesuño, y pensando a todo vapor. Pero cuando llegamos a la calle pudevidear claramente que el pensar es para losglupos y que losumnos usan la inspiración y lo queBogo les manda. Pues en ese momento una hermosa música vino en mi ayuda. Pasaba un auto con la radio encendida, y alcancé aslusar un compás o dos de Ludwig van (era el último movimiento delConcierto para violín),y pudevidear en seguida lo que tenía que hacer. Dije con voz espesa y profunda: -Muy bien, Georgie, ahora -y saqué mi filosabritba . Georgie dijo-:¿Qué? -pero fue bastantescorro con elnocho; el filo salió de la funda y los dos nos enfrentamos. El viejo Lerdo exclamó: -Oh, no, eso no está bien -y comenzó a desenroscar la cadena que llevaba alrededor de la talla, pero Pete dijo, trabando firmemente con laruca al viejo Lerdo-: Déjalos, así está bien. -De modo que Georgie y Vuestro Humilde hicieron los viejos y silenciosos pasos de gato, buscando la oportunidad, y conociendo cada uno el estilo del otro un poco demasiadojoroschó, y de tanto en tanto Georgie hacía lurch lurch con elnocho resplandeciente, pero sin llegar a tocarme. Ya cada momento pasabanliudos yvideaban todo, pero no se metían, porque podía decirse que era un espectáculo corriente. Pero entonces contéodindvatri y me tiré ak ak ak con labritba, aunque no allitso ni a losglasos , sino a laruca de Georgie que sostenía elnocho y entonces, hermanitos míos, lo soltó. Sí, eso hizo. Soltó elnocho que cayó haciendo tincle tancle a la fría vereda invernal. Le había cortado un tajo en los dedos con mibritba, y ahí estaba, mirando elmalenco goteo decrobo que se desplegaba como una mancha roja a la luz del farol.- Ahora -dije, y era yo el que tomaba la iniciativa, pues Pete había dado al Lerdo elsoviet de no sacarse elusy de la talla, y el Lerdo lo había acatado-. Ahora, Lerdo, veamos cómo están las cosas entre nosotros, ¿eh? -El Lerdo hizo aaaaaaargh como un animalbolche ybesuño, y desenrolló la cadena verdaderamentejoroschó yscorro, y yo no tuve más remedio que admirarlo. Ahora debía usar otro estilo, agazaparme como en el salto de rana para proteger ellitso y losglasos; y eso hice, hermano, y el pobre y viejo Lerdo se sintió unmalenco sorprendido, porque estaba acostumbrado a descargar lash lash lash sobre la cara expuesta. Ahora bien, debo reconocer que me la dio horriblemente sobre la espalda y que me ardió comobesuño ; pero el dolor me dijo que debía andarscorro y acabar de una vez con el viejo Lerdo. Tiré con labritba a lanoga izquierda, un golpe muy ajustado, y corté dos pulgadas de ropa y le saqué unamalenca gota decrobo, suficiente para ponerlo verdaderamentebesuño al Lerdo. Luego, mientrasél hacía jauuu jauuu jauuu como un perrito, ensayé el mismo estilo que con Georgie, jugándome todo a un solo movimiento: arriba, cruce, corte, y sentí que labritba entraba bastante hondo en la carne de la muñeca; el viejo Lerdo soltó allí mismo elusy silbante y se puso a gritar como un niño. Luego intentó beberse toda la sangre que le salía de la muñeca, aullando a la vez, y había demasiadocrobo , y el Lerdo se atragantaba y la colorada le brotaba como de una fuente, aunque no por mucho tiempo..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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