15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Tampoco le compré la moto. ¿Me pueden ver a mí, con esta dignidad, con estos años, abrazado a él de "parrillero" en una moto envenenada, todos vendados? No, que ni lo soñara. "Así que me va apagando ese radio, señor taxista, que hoy no ando pa discusiones". Y santo remedio, lo apagaban. Algo oían en mi tono de perentorio, la voz de Thánatos, que les quitaba toda gana de disentir: o lo apagaban o lo apagaban. ¡Qué delicia viajar entre el ruido en el silencio! El suave ruido de afuera entraba por una ventanilla del taxi y salía por la otra purificado de agresiones personales, como filtrado por el silencio de adentro. Reina sólo era feliz cuando viajaban juntos. En los hoteles, nada pertenecía a nadie y podía sentir que en la realidad porosa, inasible, su existencia no era inferior a las otras existencias. Una vez, en Washington, donde se quedaron tres semanas para narrar la desventurada pasión de Monica Lewinsky por Bill Clinton, ella insistió en que Camargo viajara a Chicago un día, un solo día, para ver a Ángela, que había sobrevivido al primer ciclo de la quimioterapia. Ya en esa época la relación entre los dos era pública y Brenda había entablado demanda de divorcio, no por el adulterio -como dijo por teléfono- sino porque era un padre indiferente, que pasaba meses sin ver a las hijas. Camargo se negó a viajar. Ángela está mejor, dijo, y mi presencia la puede alterar. La que se está muriendo, en cambio, es la abuela, y no tengo estómago para afrontar las escenas de dolor de Brenda, no soporto la idea de que se aferre a mí y llore sobre mi hombro. Reina no quería que las mellizas la culparan alguna vez por la ausencia del padre y le repitió a Camargo que pensara en Ángela, en sus desesperados reclamos de amor cuando hablaba por teléfono. Estaban solos en la habitación del hotel, cerca de Georgetown, vestidos ya para comer en la casa de un editor del Washington Post, y de pronto sobrevino uno de los bruscos cambios de humor de Camargo a los que Reina no conseguía acostumbrarse. Tomó asiento en un sofá junto a la cama mientras ella terminaba de maquillarse y empezóa balbucear frases sin sentido. A Reina le pareció que estaba discutiendo consigo mismo las alternativas de un vuelo a Chicago, porque en el monólogo había alusiones a horas, líneas aéreas, conexiones de trenes y nombres de hoteles desconocidos. No le estaba prestando atención. La tomó de sorpresa cuando lo vio ponerse de pie, rojo de cólera, y decirle casi a los gritos: La intacta fuerza de voluntad por falta de uso previo se gastó en un año, exactito, como entran con exacta regularidad en Europa las estaciones. Para celebrar el aniversario, el milagro, Darío se tomó una medía de aguardiente ¡y adiós Panchita! A la medía siguió otra medía y a la entera otra entera y ése fue el comienzo de su acabóse. Yo digo quela voluntad es como el derecho, que se ejerce con la fuerza: por eso se llama «fuerza de voluntad», pero uno tiene que ejercerla desde chiquito. Si no, le coge a uno ventaja la pendiente y al fondo del rodadero va uno a dar. «La soberbia es, por así decirlo, ¡Quién me mandaba hablar, idiota! Si algo no quería papi y nunca quiso fue morirse; prefería seguir arrastrando la carga del manicomio y de su Loca a irse a contarle las tinieblas a la eternidad. Me respondió con un ay cansado, dándome a entender que no me había oído. Entonces, de súbito, como si un relámpago me iluminara en la ceguedad de la noche el paisaje entero de mi destino, comprendí que tenía que matarlo sin que él se diera cuenta y que para eso, inocentemente, me había infundido la vida tantos años atrás: para que yo, llegado el día, hiciera el papel de la Muerte silenciosa y bondadosa. ¡Conque eso era! Para eso había nacido y vivido. ¡Haber caminado y respirado tanto sin sospecharlo siquiera! Para más fue mi hermano Silvio que entendió pronto y a los veinticinco años una noche, enfermo de lucidez, sin tener que cargar con muertes ajenas se voló de un tiro la cabeza. Hay en el jardín de mi ex casa una enredadera tupida que cubre dos muros. Cuando regresé a Colombia porque Darío se estaba muriendo le traía de México un remedio, una planta milagrosa proveniente del Brasil que aquí venden, escasísima, carísima, pero que lo cura todo y que se llama «uña de gato». Curael cáncer, el sida, el lupus eritematoso sistémico y la corrupción oficial, que de hecho ya va cediendo. La venden picada y en capsulitas, y es más valiosa, en peso bruto, que la cocaína y el azafrán. –También un chal. –Andate a dormir -le dije-, que yo me quedo acompañándolo. Esperé. Ya había redactado mentalmente un mensaje complicadísimo, destinado a mí mismo, cuando oí que levantaban el auricular, y oí, habiéndome desde allá, mi propia voz. Los pequeños altavoces de mi estéreo estaban todos dispuestos alrededor del cuarto, en el techo, las paredes, el suelo, de modo que cuando me acostaba en la cama paraslusar la música, estaba como envuelto y rodeado por la orquesta. Lo que primero deseaba escuchar esa noche era el nuevo concierto para violín, del norteamericano Geoffrey Plautus, tocado por Odiseo Choerilos con la Filarmónica de Macon (Georgia), de modo que lo saqué del estante, conecté y esperé, y entonces, hermanos, llegó la cosa. Oh, qué celestial felicidad. Estaba totalmentenago mirando el techo, lagolová sobre lasrucas , encima de la almohada, losglasos cerrados, larota abierta enéxtasis,slusando esas gratas sonoridades. Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de migolová las trompetas lanzaban lenguas de plata, y al Iado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos. Pe y eme en el dormitorio, al Iado, habían aprendido ahora a noclopar la pared quejándose de lo que ellos llamaban ruido. Yo les había enseñado. Ahora tomaban píldoras para dormir. Tal vez advertidos de la alegría que yo obtenía de mi música nocturna, ya las habían tomado. Mientrasslusaba , losglasos firmemente cerrados en eléxtasis que era mejor que cualquierBogo desynthemesco, entreví maravillosas imágenes. Eranvecos yptitsas , unos jóvenes y otrosstarrios, tirados en el suelo y pidiendo a gritos piedad, y yosmecaba con toda larota y descargaba la bota sobre loslitsos. Y habíadébochcas desgarradas ycrichando contra las paredes, y yo me hundía en ellas como unaschlaga , y cuando la música, que tenía un solo movimiento, llegó a su total culminación, yo, tendido en mi cama con losglasos bien apretados y lasrucas tras lagolová, sentí que me quebraba, yspataba, y exclamaba aaaaah, abrumado por eléxtasis. Y así la bella música se deslizó hacia el final resplandeciente. –Yo no me emborracho nunca -dijo Esteban-. Ayúdeme. –No era un saludo -dije-. Es mi plegaria matutina. Dame un mate. Una noche de primavera la invitó a comer en un restaurante de Picadilly junto a los novelistas ingleses con los que él, Camargo, había forjado una amistad laboriosa. Reunió a Kazuo Ishiguro, Martin Amis, Ian McEwan y Julian Barnes, luego de vencer el recelo que algunos de ellos sentían por sentarse en compañía de otros con los que llevaban años sin saludarse. Al término de una conversación animada, en la que Reina no abrió la boca, ella los acosó para que le dieran los teléfonos personales y las direcciones electrónicas, con un descaro que avergonzó al anfitrión. Y si«economizar» era su verbo preferido, su gran frase era: «La humanidad es mala». ¿Y ella qué era? ¿Una coneja?, o qué. Aunque por su forma de proliferar se diría que si, por sus orejas y sus cuatro extremidades se diría que no. Y consecuente con su frase no era amiga de nadie. Amigas no tenía, los médicos le huían, las sirvientas la odiaban, los curas la detestaban, afuera de su casa nadie la quería, y adentro vaya Dios a saber. Salí. Dejé la iglesia y salí a la calle y todo seguía igual, el mismo sol, el mismo ruido, la misma gente, sin que pesaran sobre nadie en concreto los negros nubarrones del porvenir. Y cuando pasé por el parque alzaron, como siempre, su precavido vuelo las palomas..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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